Viernes 26 de abril de 2024

El Papa pidió por la ansiada unidad de la península coreana

  • 21 de agosto, 2014
  • Seúl (Corea)
El papa Francisco presidió este lunes en la catedral de Myeong-dong la misa por la paz y la reconciliación, donde aseguró que la ansiada unidad en la península coreana es "posible y fructífero mediante la fuerza infinita" de la Cruz de Cristo y en la que invitó a contribuir con el perdón y la conversión de los corazones.
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El papa Francisco presidió este lunes en la catedral de Myeong-dong la misa por la paz y la reconciliación, donde aseguró que la ansiada unidad en la península coreana es "posible y fructífero mediante la fuerza infinita" de la Cruz de Cristo y en la que invitó a contribuir con el perdón y la conversión de los corazones.

Participaron de la celebración eucarística diversos grupos que representan a varias heridas abiertas de la península: refugiados de Corea del Norte que ahora viven en Seúl (escondidos entre los fieles comunes para no ser reconocidos), un grupo de ex esclavas sexuales; algunos obreros desocupados de la Ssangyong Motor; los residentes del "Pueblo de la paz" de Gangjeong; aquellos que se baten por la salvaguardia de Miryang y los familiares de las víctimas del desastre de Yongsan.

Antes de subir al altar, el Papa se detiene por un buen rato con una de las ex "esclavas" víctimas de la ocupación japonesa, Kim Goon-ja, que le regala un pequeño prendedor con forma de mariposa: es el símbolo del "Butterfly Fund", fondo que mantuvo también económicamente por años a las secuestradas por los soldados japoneses. Francisco la llevó puesta durante toda la misa.

"Mi visita culmina con esta celebración de la Misa, en la que imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación en esta familia coreana", afirmó el Santo Padre ante las más de mil personas reunidas en la catedral.

En su homilía, Francisco recordó la promesa de Dios al pueblo de Israel de restaurarle la unidad y la prosperidad. "Esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando ya para nosotros".

"Por otra parte ?añadió el Papa-, esta promesa va inseparablemente unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón a su ley. El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo".

Asimismo, indicó, "Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo".

"Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno", afirmó.

En ese sentido, llamó a los coreanos, especialmente a los católicos, a preguntarse "cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana", como individuos y como comunidad. Cristo, afirmó, les pide dar "testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría".

"Les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano".

"Este es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo", expresó Francisco, que también les pidió a los fieles ser levadura del Reino de Dios en la península, colaborando en "espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad".

"Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias", invitó el Papa, "para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo".

En la oración de los fieles, Francisco agregó un pensamiento para el cardenal Fernando Filoni "que debía estar con nosotros, pero fue enviado por el Papa a Irak. Recemos por él y por todas las minorías de aquella tierra que sufren".

Después de la homilía, el arzobispo de Seúl y administrador apostólico de Pyongyiang, card. Andrew Yeom Soo-jung, presenta al Papa una "corona de espinas" realizada con el alambre de púas de la Línea de demarcación militar que separa las dos Coreas a la altura del 38° paralelo. Francisco llevará la corona a Roma.


Encuentro con líderes religiosos
Antes de la misa, el Papa se encontró en forma privada con algunos líderes religiosos de Corea: cristianos protestantes, budistas, confucianos, representantes de las religiones tradicionales coreanas, anglicanos y luteranos.

Todos fueron presentados al Pontífice por monseñor Igino kim Hee-jong (arzobispo de Kwangju y presidente de la Comisión episcopal coreana para el ecumenismo y el diálogo interreligioso). Con cada uno intercambió algunas palabras y hubo un intercambio de regalos.

Inmediatamente después, el pontífice dijo a los presentes (en español, con traducción al coreano): "La vida es un camino, un largo camino que no se puede recorrer solos. Es necesario caminar con los hermanos, en la presencia de Dios. Caminar juntos, como Dios pidió a Abraham. Somos hermanos, caminemos juntos. Que Dios los bendiga, y por favor les pido recen por mí".+


Texto de la homilía
Queridos hermanos y hermanas:

Mi estadía en Corea llega a su fin y no puedo dejar de dar gracias a Dios por las abundantes bendiciones que ha concedido a este querido país y, de manera especial, a la Iglesia en Corea. Entre estas bendiciones, cuento también la experiencia vivida junto a ustedes estos últimos días, con la participación de tantos jóvenes peregrinos, provenientes de toda Asia. Su amor por Jesús y su entusiasmo por la propagación del Reino son un modelo a seguir para todos.

Mi visita culmina con esta celebración de la misa, en la que imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos habla de la fuerza de nuestra oración cuando dos o tres nos reunimos en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20). ¡Cuánto más si es todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo!

La primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la unidad y la prosperidad de su pueblo, disperso por la desgracia y la división. Para nosotros, como para el pueblo de Israel, esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo.

Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa en el contexto de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la urgente invitación de Dios a la conversión pide también a los seguidores de Cristo en Corea que revisen cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana. Pide a todos ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano.

En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: "Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?". Y el Señor le responde: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados "como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden". Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?

Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.

Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio convincente del mensaje reconciliador de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde más puros corazones y, por un don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos.

Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo.

Antes de dejar Corea, quisiera dar las gracias a la señora presidenta de la República, a las autoridades civiles y eclesiásticas y a todos los que de una u otra forma han contribuido a hacer posible esta visita. Especialmente, quisiera expresar mi reconocimiento a los sacerdotes coreanos, que trabajan cada día al servicio del Evangelio y de la edificación del Pueblo de Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Les pido, como embajadores de Cristo y ministros de su amor de reconciliación (cf. 2 Co 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y armoniosa colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus obispos. Su ejemplo de amor incondicional al Señor, su fidelidad y dedicación al ministerio, así como su compromiso de caridad en favor de cuantos pasan necesidad, contribuyen enormemente a la obra de la reconciliación y de la paz en este país.

Queridos hermanos y hermanas, Dios nos llama a volver a él y a escuchar su voz, y nos promete establecer sobre la tierra una paz y una prosperidad incluso mayor de la que conocieron nuestros antepasados. Que los seguidores de Cristo en Corea preparen el alba de ese nuevo día, en el que esta tierra de la mañana tranquila disfrutará de las más ricas bendiciones divinas de armonía y de paz. Amén.+