Viernes 18 de octubre de 2024

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Queridos hermanos:

Como todos los años, nos congregamos a los pies de esta imagen venerada para recordar con gratitud que Su presencia desde 1730, en una humilde capilla, reúne al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso reconocemos a la Santísima Virgen del Rosario, como nuestra Madre, Patrona y Fundadora.

Junto a Ella nació Paraná; por eso nació cristiana, Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces, garantizar el progreso de nuestro pueblo poniendo en el centro a Dios como a su Señor.

Hoy queremos dar gracias a Dios, por la creatura más perfecto salida del corazón Trinitario: L a Inmaculada; a Jesucristo porque nos la dejo como madre al pie de la cruz, a María porque nos aceptó como hijos, en el mismo momento en que nuestros pecados eran la causa de la muerte de su Hijo muy amado, a la Santísima Virgen del Rosario porque nos engendró como pueblo que peregrina en estas tierras entrerrianas.

A pocos días de concluir el año misionero y haber celebrado el Encuentro Regional, queremos agradecerle por los frutos de este tiempo y de este encuentro, y pedirle que acreciente en nosotros, el deseo de anunciar a Jesús a nuestros hermanos. Que nos ayude a comprender el espíritu de la nueva evangelización. Hay un estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia nos dice Francisco: “porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En Ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante EG n. 288

Con María, queremos decir con San Pablo “pobre de mí si no evangelizo “que no me salgan callos en el alma, ante tantos hermanos nuestros que están perdidos porque no conocen a Jesús.

Como María, queremos ser una Iglesia que tienda puentes, que rompa muros, que siembre reconciliación, que sea solidaria, en este momento difícil de nuestra Patria.

Como María, queremos ser una Iglesia comprometida con la vida, desde su concepción hasta la muerte natural, con los olvidados por esta cultura del descarte Que seamos samaritanos ante tantos abandonados a la vera del camino.

Honramos a Nuestra Madre con el título de María, del Rosario, ésta advocación, nos habla a lo largo de la historia de su cercanía en los momentos difíciles. (Lepanto y Malvinas) y por eso en este año queremos contemplarla como la Mujer Orante.

Aprender a orar con María porque su oración es memoriosa, agradecida; es el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Estoy convencido que toda renovación en la Iglesia y de la sociedad empieza por la renovación de la oración, especialmente de la adoración. Si nos dejamos educar por Ella, tenemos el camino más fácil para llegar a Dios. Dios está en todas partes, pero en María se revela a los pequeños y pobres. “en todas partes el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los Niños…” (S. Luis Grignion de Montfort)

¡Qué bueno si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la voluntad del Padre, con el corazón silencioso, obediente, que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer como la semilla que cae en tierra fértil.

«En el momento en que el mundo corre hacia el absurdo, la desolación y, quizás hacia la catástrofe, la Iglesia nuevamente muestra a María Orante” Paulo VI Jornada por la Paz.

Ante un mundo que nos hace respirar aire contaminado, necesitamos el buen oxigeno del Evangelio que nos ayuda a salir del egoísmo, materialismo y hedonismo para gozar las cosas de Dios y abrirnos a la trascendencia del cielo.

Tenemos que rezar para respirar el aire de Dios y no dejarnos contaminar por las seducciones del mundo, porque como nos advierte Jesús, estamos en el mudo pero no somos del mundo.

La oración es el aliento de la fe, en su expresión más propia. Es como un grito silencioso s que surge del corazón de quien cree, ama y confía en Dios.

Madre enséñanos a orar! Ella nos ha enseñado el arte más sublime e interesante para la humanidad: el arte de hablar con Dios, de tratar a solas con Él, de sumergirse en Él.

Como María, debemos cultivar nuestra capacidad de admiración y asombro ante Dios. Así lo hacía san Agustín: « ¿Qué es esto que al mismo tiempo me enardece y me estremece? Eres Tú Dios mío. Me enardece eso que tienes tan semejante a mí. Eres hombre, como yo. Pero me estremece eso que es tan distinto de mí. Eres Dios»

Puedo en verdad decir que creo sino no rezo. Puedo decir que ama, quien no reza.

Jesús nos lo enseña con su ejemplo y palabra. (“Orad sin cesar” “pidan y se les dará, busquen y encontraran, golpeen y se les abrirá”)

Tenemos que sincerarnos. Todo buen propósito cae si no me comprometo a rezar.

¿Es difícil rezar?

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús)

La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4).

Santa Teresa define la oración como estar con quien sabemos que nos ama. Encuentro de amor.

San Pío de Pietralcina “la oración es la fuerza más grande de la Iglesia”

Tenemos que reencontrarnos con la oración. Tengamos la certeza que toda oración llega al corazón de Dios, ninguna cae en la tierra.

 Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.

Digamos una palabra sobre el Rosario

El querido San Juan Pablo II fue un gran apóstol del Rosario, lo recordamos de rodillas frente a esta imagen venerada acá en Paraná. Él nos decía”. El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.» (Castelgandolfo 1 octubre de 2006). Es entrar en la escuela de María para aprehender a ser más discípulo-misionero.

«El Rosario, exclamaba, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”.

Y Francisco dice: “El Rosario es la oración que acompaña todo el tiempo mi vida. Es también la oración de los sencillos y de los santos… es la oración de mi corazón” 

Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de Jesús, que nuestra Arquidiócesis sea una comunidad orante, fraterna y misionera 

Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná

En esta peregrinación número 50 le decimos como pueblo a la Virgen de Luján: “Madre, bajo tu mirada, buscamos la unidad.”

Madre: Tu imagen original tiene solo 38 cm, hecha de barro cocido. Sin embargo, Madre, sos tan grande, sos tan inmensa en tu pequeñez. Decirte Madre nos une; allí está el fundamento para empezar a construir la unidad nacional tan anhelada. Decirte Madre, mamá, nos hace hijos y hermanos. Así vinimos peregrinando. Como pueblo, todos tan distintos, todos tan iguales. Hemos recorrido muchos kilómetros, hemos traído nuestras intenciones a María, a la madre a la que contamos todo con nuestras lágrimas, con nuestras oraciones, con nuestros dolores, con toda nuestra vida, especialmente con nuestras fragilidades, porque hemos aprendido que solos es más difícil, que nos necesitamos, que aunque distintos, somos la familia de Jesús y de María; por nuestras venas corre la misma sangre, la de hijos de Dios que caminan a la casa de la Madre. Su casa es esta basílica, pero nuestra casa es su corazón en el cual todos tenemos un lugar especial.

La peregrinación es una marcha con otros; no caminamos solos; aunque quizás haya habido momentos de meditación personal o tramos caminados un poco más a solas, vivimos una experiencia muy profunda: la secreta alegría solidaria de que “todos vamos para el mismo lado.” Ya lo decían los jóvenes que en 1975 protagonizaron la primera peregrinación cuando al llegar proclamaban desde las escalinatas de la Basílica: “En cada paso que dimos hasta aquí hemos experimentado lo que es ser pueblo que camina unido hacia su ideal de libertad y justicia. Y es por eso que vinimos. Es que los jóvenes estamos comprendiendo cada vez más que tomamos parte de un pueblo, el pueblo de Dios en América Latina, cuyo corazón son los humildes y los trabajadores”[1]

Madre, bajo tu mirada: mirada silenciosa que dice más que muchas palabras. Nos miras con ternura, sin juzgar ni reprocharnos nada. Tu imagen parece tener los parpados caídos, como las madres agotadas que por las noches salen a buscar a sus hijos a las calles y pasillos de los barrios atrapados por la droga. Ojos cansados de Madre al pie de la cruz de sus hijos enfermos, de sus hijos jóvenes angustiados por no poder concretar sus proyectos de vida, y de sus hijos que no llegan a fin de mes para alimentar a sus familias. Pero nunca ojos cerrados, porque Ella sigue guiando e iluminándonos con su mirada. Ella sabe que, al mirar así hacia abajo mira nuestra fragilidad; incluso, parece que nos sigue con su mirada donde quiere que nos coloquemos.

Nos decía el cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, en 1999: Nosotros necesitamos de su mirada tierna, su mirada de Madre, esa que nos destapa el alma. Su mirada que está llena de compasión y de cuidado. Venimos a agradecer que su mirada esté en nuestras historias, en esa historia que sólo sabemos cada uno de nosotros, la historia escondida de nuestras vidas. Esa historia con problemas y con alegrías. Y luego de este largo camino, cansados, nos encontramos con su mirada que nos consuela. En la mirada de la Virgen, tenemos un regalo permanente. Es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró pequeñita, y la hizo su Madre. De la misericordia de Dios, que la miró desde la cruz, y la hizo Madre nuestra.[2]

Madre, mira a tu pueblo cansado, mira a tu pueblo que está haciendo un gran esfuerzo para sostenerse en la esperanza, para ponerse la Patria al hombro y sobrellevar la crisis que nos atraviesa hace años. Mira a tu pueblo peregrino, que viene con todas sus intenciones, con sus heridas, y esperanzas. Necesitamos ser mirados por tus ojos grandes, claros y azules porque tu mirada no está empañada por prejuicios; con tus ojos nos mirás a todos, sin excluir a nadie; miras, como Patrona de Argentina, todos los rincones de la Patria.

Madre, bajo tu mirada, buscamos. Buscar es hacer lo posible y necesario para encontrar algo. Peregrinar es buscar metas, es buscar con otros, porque nos hacemos conscientes que perdimos tanto. Perdimos justicia, perdimos fuentes laborales, perdimos oportunidades, pero acá estamos. Seguimos buscando, no nos vamos a resignar, porque buscamos de la mano de María.

Madre, bajo tu mirada, buscamos la unidad: Tu manto celeste y blanco nos incentiva a seguir buscando la unidad entre los argentinos, a no resignarnos al enfrentamiento constante, a profundizar las grietas y heridas. Frente a las crisis, los sabios buscan soluciones, los mediocres culpables. Hay muchos mediocres que frente al lacerante y doloroso 52,9% de pobreza se pusieron a buscar culpables. Desde la casa de María, les pedimos: Por favor únanse detrás de dos o tres temas importantes para los todos los argentinos. Pidamos la humildad de trabajar con otros, de generar consensos y acuerdos y de tender puentes porque lo más valiente que podemos hacer es pedir ayuda y eso no es signo de rendirse, es justamente lo contrario, es negar a rendirse. No nos rindamos a ser hermanos, a buscar soluciones juntos, a construir una Patria más justa y más fraterna, a liberarnos de prejuicios, odios y enfrentamientos estériles, a seguir confiando nuestras vidas a la Virgen de Luján, que desde hace 50 años el primer fin de semana de octubre, recibe a cientos de miles de peregrinos a quienes abraza con su corazón de Madre, y nos anima a seguir caminando en la vida, cansados, pero no abatidos, golpeados, pero con esperanza y sin bajar los brazos.

¡Viva la Virgen! ¡Viva la Virgen de Luján!

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires


Notas:
[1] Mensaje de la primera peregrinación a pie a Luján, 1975.
[2] Cardenal Jorge Bergoglio, Homilía, Luján 1999.

Me pidieron que diga unas palabras finales, cuando termina la misa y la verdad que preparar unas palabras de agradecimiento me resultó una tarea inmensamente difícil. Porque es tanta la gente, a la que le debo tantas cosas, que es inimaginable. 

Y se me ocurrió que podía empezar al revés, voy a empezar agradeciendo por el final. Por eso, le agradezco primero al Santo Padre Francisco que me eligió para desempeñar este ministerio, me consideró digno de incorporarme al colegio de los apóstoles y a quien espero ser plenamente fiel.

El magisterio del Papa Francisco, en estos años de mi vida sacerdotal, desde el 2013 hasta ahora, ha sido por un lado muy luminoso, pero por otro lado también profundamente desconcertante, porque tocó aspectos y temas que me desestabilizaron mucho; y para bien. Ciertas estructuras no evangélicas que no tenía en ni corazón, en mi vida, y no evangelizadas y que no sospeché que estaban ahí. 

Que leyéndolo, que escuchándolo, que viendo sus gestos, bueno, para mí, la verdad que fue muy lindo todo eso. Así que espero que partir de ahora, como obispo estar cada vez más en comunión con su pensamiento.

Pero, como les decía recién el Papa es como el último eslabón, por eso digo arranco por el final. No porque no sea importante el Papa. Por favor no arranquemos mal (risas); sino porque es el último eslabón de una enorme cadena, una larguísima cadena, que arranca desde muy temprano en mi vida. No solamente en mi vida familiar, sino en la vida de la Iglesia. Algunas personas las conozco, de las que están acá o que no pudieron venir, y otras no, pero sé que estuvieron rezando todo este tiempo por mí.

Bueno, primero, obviamente, a mi familia que tuvo inmensamente mucho que ver con esto, y también misteriosamente. Los que me conocen, saben. Mi viejo y mis abuelos que están en el cielo, mi mamá, mi hermana, mi cuñada, mis sobrinos, primas, tíos. Mis amigos de inquebrantable fidelidad, tendrían que hablar ellos de todas las enseñanzas, las correcciones, los abrazos, las escuchas, las charlas. 

Mis maestros, docentes, catequistas que andan por ahí. Formadores del seminario, los obispos, los párrocos, de los cuales algunos también ya están en el cielo. Mis hermanos sacerdotes, a quiénes amo con todo mi corazón. Los compañeros de mi diócesis, los que son de otra diócesis. Mis compañeros del seminario, algunos no llegaron a sacerdotes, pero también me dejaron un montón. Las comunidades que me vieron crecer, que me aguantaron los defectos, que me empujaron a evangelizar. Mis compañeros y colegas de curar. Y tanta gente, tanta, tanta gente. Bueno, no podría nombrarlos a todos. 

Hace mucho que venía experimentando como el realismo prácticamente material de esta presencia y de las palabras de Jesús en el Evangelio, que dice al que deja madre, padre e hijos, casa, campo, por mí y por la buena noticia, le voy a dar el ciento por uno en todo eso, y es así. La verdad que es así.  

En mi vida, el afecto se multiplicó enormemente a partir de mi decisión y de la decisión de la Iglesia y del señor, de ser sacerdote. Realmente esto que decía el papa Benedicto, que Dios no te quita nada, y que te lo da todo, lo vengo experimentando cada vez más. 

Cuando me senté a hacer la lista de invitados en 15 minutos dije ya está, no la hago más, porque era imposible. 

En este último tiempo, desde que el Papa me nombró y que se hizo público el nombramiento me conmovió muchísimo cómo la Iglesia de Santa Fe, lo decía monseñor Sergio recién, se movilizó a través de las celebraciones eucarísticas, de las cadenas de oración, de los sacrificios, los ayunos, los rosarios, de las publicaciones en las redes; y eso que yo no tengo redes, pero es impresionante lo que todos ustedes rezaron por mí.

Los sentí tan cerca durante todo este tiempo, cada vez que veía algo... Por ahí en la parroquia donde estaba, por ahí aparecía alguna cuestión en los grupos de WhatsApp. Pero soy consciente, o no, tal vez no soy tan consciente de todo ese amor que me brindaron todo este tiempo. Personas que me escribieron, que me querían conocer, comunidades que me invitaron a visitarlos, yo siendo párroco, y ya me pedían que vaya, que los visite, que tome una confirmación. Fue un poco abrumador también.

Desconocidos que se hicieron cercanos, como el buen samaritano. Ahí hay un entramado de fe, de amor, y una serie de vínculos invisibles e imperceptibles a los ojos humanos o a la lente de los medios de comunicación. Y tiene un poder y una presencia inconmensurables, y que brota en estos momentos.

A veces nos sentimos solos en nuestra vida de fe, remándola en dulce de leche, pero en estos momentos nos damos cuenta de que somos un montón y que nos tenemos los unos a los otros. 

Me hicieron palpar y sentir casi de manera física esa presencia invisible que todo lo abraza y todo lo penetra, y es la vida de la Santísima Trinidad en la Iglesia. Comunidad animada por el Espíritu, la esposa de Cristo, la hija del Padre. La Santa Trinidad de personas, el Dios que nos vino a traer Jesucristo. 

Bueno, en última instancia, tal vez, obviamente que es más importante, se lo agradezco a él, a ellos, a esta cantidad de personas que en este tiempo vi reflejado en ustedes. Todo eso es una chispa de ese Dios, a quien agradezco enormemente tantos regalos, tantos dones que me ha dado durante toda la vida. Y los santos, los que ya me acompañan en el cielo, algunos canonizados, otros no, que fueron viejitas de la parroquia, ministros que han rezado por mí, que han entregado la vida, a quien tal vez les hice el responso, que fui el que les di los últimos sacramentos. Toda esa gente, siento que está acá y siento que intercedió por mí en todo este momento. 

Así que bueno, a todos ellos, muchas gracias. 

Mons. Matías Vecino, obispo auxiliar de Santa Fe de la Vera Cruz

Quiero agradecerles, como lo hacía al comienzo de la misa, toda la preparación de este día, sobre todo, agradecer el clima auténtico de oración que han mantenido en sus comunidades preparando esta celebración. Porque una vez más, como un pueblo fiel, nos han enseñado, con la espontaneidad de su devoción, que sin la oración toda acción puede parecer vacía. Y el anuncio, aún el más cierto, puede no conmover a nadie, puede no tener alma. 

Por eso sabemos que en la Iglesia toda iniciativa es de Dios. Él es el origen, Él es el protagonista, a Él celebramos y nos dirigimos en esta tarde. 

Tranquilo, Matías, lo ponemos a Dios en primer lugar. 

Y todos descansamos, poniéndolo a él en primer lugar, nos vamos ubicando nosotros. ¿No cierto? 

Quisiera que volvieras al evangelio, esa imagen muy litoraleña, por otro lado; como tantas escenas del evangelio al lado del agua, de los pescadores; porque te puede serenar. Si es que te hace falta serenarte, hoy. Pero te puede serenar.

Ver esos pescadores sentados, tomándose su tiempo para ir separando lo que sirve de lo que no sirve. Es una imagen muy hermosa. Es el tiempo, es el precioso tiempo que Dios nos da, para examinar con atención, con cuidado. Para discernir, diríamos nosotros, sentimientos, emociones, pensamientos, tantas cosas. Vamos tomando algunas, vamos dejando otras. Las que no sirven, las que pesan, las que no valen.

Bueno, yo te invito en esta celebración a que serenamente te sientes con tiempo y puedas hacer en tu corazón este discernimiento, mientras se va desarrollando esta celebración. 

Yo te propongo tres momentos para que tomes lo que vale. Creo que esos tres momentos valen mucho.

El primero, otra vez a la orilla del lago, cuando pasa Jesús y llama a sus discípulos. El origen de tu vocación. Que vayas al comienzo de tu vocación, al pasado, sí, al origen, al comienzo; donde todo ha empezado. Donde este día se fue preparando. 

Cuando escuchamos el mandato apostólico recién del Santo Padre, en realidad, lo que nos está diciendo el mandato del Papa, es que es Dios es quien ha pronunciado tu nombre. Fue Jesús la noche en que oró por sus apóstoles. Fue Jesús el que llamó a orillas del lago, el que pronunció tu nombre.

Muchas veces te van a preguntar, ¿cómo llegaste a obispo? ¿por qué llegaste? Que si tuviste que estudiar más. Vieron lo que todos nos preguntan cuando hacemos una visita y se interesan. Tenés que tener la seguridad que ha sido Dios quien ha dicho tu nombre.  

Y en un mundo tan frágil, donde se rompen permanentemente los vínculos y vivimos a los tropiezos, de fracturas en fracturas, donde todo sucede, empieza y termina, y hay tan poca estabilidad, poder celebrar esto..., que es casi un milagro. 

Yo pensaba hoy, nuestros ojos están viendo lo del lago, porque estamos viendo lo de la vocación de Matías, lo que llamamos la sucesión apostólica. Los obispos van a imponer sus manos sobre tu cabeza repitiendo un gesto que comienza allá y que nunca se ha interrumpido en la Iglesia: es un milagro. Ese amor de Dios que elige y que consagra nunca se interrumpió.  

El otro episodio, otra vez en el lago, después de desayunar, lo dice Juan, cuándo Jesús resucitado le pregunta a Pedro si lo ama; y si lo ama, tiene que apacentar, tiene que cuidar. Bueno, creo que esto es un presente, es la madurez. 

Esta pregunta que Jesús te vuelve a hacer hoy, ¿me amas?, requiere que sepas antes que nada que él conoce tus traiciones, conoce tus heridas, conoce tus pecados, como conocía los de Pedro, y sin embargo insiste y quiere hacerte testigo de su resurrección. Frente a un mundo lleno de indiferencia, también, de desinterés por el otro, de anonimato, de individualismo. En un país, en una ciudad, en una región cada vez más empobrecida, más deshumanizada.

Qué bueno es que el Señor te invite a amar y a cuidar, que para Él es lo mismo: amar y cuidar. Y para que tengas la fuerza te va a cubrir con su Evangelio. Mientras pronunciemos las palabras de la consagración, el Evangelio será tu techo, tu escudo. Estarás debajo, bajo la sombra del Evangelio. Quizás para que vuelvas a enamorarte de Él. Para que vuelvas a encantar a tu gente con su alegría. Para que sepas responder a tantas necesidades de nuestra gente, con la palabra del Evangelio que te cubre, que te rodea.

Y por último, al final del Evangelio, a veces en el monte, a veces en el cenáculo. Vayan y anuncien, vayan y hagan mis discípulos: la misión. Es el futuro.

Como obispo tendrás una primera misión, que te traerá muchas cruces y dolores, que es sostener la unidad y la comunión en la Iglesia. No hay nada que justifique nuestras divisiones: nada, ningún argumento, nada, y sin embargo están y son dolorosas. Y la herejía que más arruina el rostro de la Iglesia es la división entre nosotros. Por eso será tu primera tarea, tendrás que consagrar toda tu vida, tendrás que aprender a tejer y a remendar, porque muchas cosas las encontrarás rotas. Y bueno, tendrás que tener paciencia para tratar de rescatar lo que se puede, muchas veces ceder. Parecerás débil. Tenés que salvar la unidad. 

Vas a sentir el óleo en tu cabeza, que simbólicamente debería llegar hasta tus pies. El óleo es el signo de la unidad, así como llega y toca, y sigue, y no queda nada sin que lo abarque, así deberás trabajar por la unidad. Cuando sientas el Crisma, sentite enviado por el Señor, en un mundo que vive en guerras, que vive en oposiciones, que se desgarra. En un mundo en el que nos peleamos, en el que encontramos tan pocos acuerdos, en que nos gritamos: vas a defender la unidad.

Y bueno, no puedo no recordar a nuestra hermana, que en un día como hoy ha entrado en la vida, a Teresa de Lisieux. Has querido estampar su nombre en tu escudo. Y es este día, el de su muerte, en el que recibís su consagración. 

Yo quiero de nuestra hermanita tomar una frase. Es cuando se encuentra en su peor momento. Hoy lo recordábamos en la mesa. En la noche de la fe, hacia el final de su vida, en la oscuridad más profunda, ella dice que el Señor le ha dado a gustar, a probar el pan del dolor y la ha hecho sentar en la mesa de los pecadores. Es una más. Y le dice a Jesús, no quiero levantarme de aquí hasta que vos no lo permitas. Me quiero quedar acá, con ellos, con los últimos. 

Teresita que se hace así hermana y compañera de los últimos, de los que no tienen esperanza, de los que nosotros condenamos, de los que creemos que no tienen salvación, de los despreciados. Ella se sienta allí y se queda allí, y come con ellos.

Yo te deseo en este día que ella te tome de la mano y te sientes en esa mesa, y que nunca te levantes hasta que Jesús quiera hacerlo. Y que con ella creas en el amor, porque eso es lo que ella testimonia, ella cree en el amor del que es capaz todo hombre, aún el que nosotros consideramos perdido, irremediablemente. Ella cree que en ese corazón el amor se puede volver a encender. 

Por eso, con ella, de la mano, sentado en esa mesa de los últimos, testimoniá la esperanza, en tantas noches que tendrás que vivir y en tantas tormentas que el Señor te va a regalar. 

Mons. Sergio Fenoy, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

1. Nosotros somos los hijos de María que venimos a celebrar su cumpleaños. Ella, como Madre ha preparado la Mesa y la comida desde hace tiempo y nos recibe con los brazos abiertos. 

2. Como toda madre, la Virgen nos conoce por el nombre y por eso imaginémonos llegando a Ella con un nombre: llega Juan al cumpleaños de María, el mayor de sus hijos y le dice: te cuento Madre que mi familia es hermosa, mi esposa es única y mis hijos muy buenos, doy gracias a Dios por ellos; llega Lorena, la hija que le sigue en edad y le dice a María: madre, estoy destruida, mi esposo me ha sido infiel, nos hemos separado, los niños están heridos por dentro, se los ve tristes, están unos días conmigo y otros días con el padre, es horrible, no tengo consuelo, por eso vengo a verte, Madre. 

3. Llega el tercer hijo, Pedro y le cuenta; Madre, mi trabajo va fenomenal, me han ascendido en la empresa, gano bien, puedo mantener a mi familia, hacer estudiar a mis hijos, estamos felices, vengo a festejar con vos; llega la otra hija, Claudia y le cuenta que su esposo ha perdido el trabajo y por la edad es difícil de conseguir uno nuevo, están viviendo con lo justo, hacen muchos sacrificios y apenas llegan a fin de mes, pero igual han querido llegar a festejar su cumpleaños. 

4. Llega el quinto hijo, Manuel y le cuenta que su hija mayor, Teresita, terminó la universidad y se ha recibido de ingeniera, están felices y por eso vinieron al cumpleaños para darle una alegría y agradecerle a Dios; llega Inés y le cuenta que uno de sus hijos se ha hecho adicto de la cocaína y está luchando para ayudarlo a recuperarse, no se explican que es que lo ha llevado a la droga, su dolor es grande aunque no pierden la esperanza y no hay querido faltar al cumpleaños. 

5. Llega el séptimo hijo, Sergio y le cuenta que, si bien viven austeramente, no les sobra el dinero, pero tampoco les falta, gracias a Dios, toda la familia está sana y eso, al final es lo cuenta y por eso, cada día le dan gracias a Dios por despertarse, vivir y gozar de buena salud. Finalmente llega la última de las hijas, Eugenia y le cuenta que el hijo mayor contrajo cáncer, está con quimioterapia, la están peleando y no pierden la esperanza de su sanación, pero, mientras tanto sienten en el alma que está sufriendo. Igual, no hay querido faltar a este encuentro de familia para celebrar el cumpleaños de la Madre. 

6. La Madre, María Santísima, acostumbrada a recibir la vida como viene, templada por tantos desafíos resueltos buscando la voluntad de Dios, exhorta a la familia a celebrar la vida no obstante todo, a darle gracias a Dios por tantas bendiciones y a integrar positivamente lo negativo, a preguntarle a Dios: ¿qué quieres enseñarme con este momento doloroso? ¿en qué quieres que crezca como persona y como hijo tuyo a través de esta falta de trabajo, esta enfermedad, este dolor por mi hijo en la droga? A su vez los invita a agradecer por los logros, los momentos felices, la familia unida, el ascenso en el trabajo y la graduación de un hijo. 

7. Finalmente les dice: hijos queridos, le pediré a Dios nuestro Padre por cada uno de ustedes, tengamos confianza en Él, no se olviden de su hermano mayor, Jesús, el llevó con constancia la cruz y recuerden que el final no es el viernes santo sino el domingo de resurrección. Miremos todos a Jesús con esperanza; Él nos dice que la historia no termina con la muerte sino con la vida en abundancia, la alegría en abundancia, por eso desde ahora, construyamos la civilización del amor desde las circunstancias en que estamos. 

8. Toda la familia hace fiesta, se abraza, se consuela, se prometen mutuo acompañamiento y ayuda, entonces la tristeza compartida se hace mitad tristeza y la alegría compartida se hace doble alegría, por eso todos tienen motivos para celebrar el cumpleaños de la Madre que nunca deja, que siempre está cerca. ¡Viva nuestra Madre, cantémosle el cumpleaños feliz porque es única, maravillosa compañera de camino! ¡Que los cumplas feliz! 

9. Luego ocurre como todos los festejos en la casa materna: la Madre preparó, nosotros llegamos, comemos, celebramos, disfrutamos y nos vamos sabiendo que todo es gratuito. ¡Te ayudamos a acomodar y a lavar los platos, Madre! ¡Como quieran! ¡Pero mejor partan, tienen mucho camino que hacer de vuelta! ¡Estaremos comunicados cada vez que me invoquen en la oración! ¡Yo también tomaré la iniciativa de hacerme sentir en el corazón de ustedes, por si algún día, muy ocupados, se olvidaron de dialogar un rato conmigo! 
Ah…les doy un consejo que tomé de Pedro, al que Jesús le confió la Iglesia: para hacer frente a los desafíos de la vida según el espíritu de mi hijo Jesús, hermano de ustedes; en la vida de cada día “Pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento; al conocimiento, la templanza; a la templanza, la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraterno, y al espíritu fraterno, el amor” (Pe. 1,5-7). Desde allí no sólo podrán superar los obstáculos de la vida que no es un mar tranquilo, sino que sentirán la consolación de Dios, no perderán el ánimo. 

10. Acuérdense también de Pablo, mi hijo, el apóstol, cuando dice: Dios nos consuela en nuestras luchas para que podamos consolar con el consuelo con el cual somos consolados. Hijitos, la fuente de nuestro consuelo es el Padre Dios, por eso le pedimos que nos consuele para poder consolar a aquellos que Dios nos confió para que nos hagamos cargo con amor y responsabilidad. 

11. Antes de irse dejen que les dé un abrazo, quiero que, igual como cuando eran niños me sigan sintiendo como la madre que los anima, les seca las lágrimas y los devuelve a la vida. Hoy, aquí, María nos da un abrazo del alma. ¡Viva nuestra Madre! 

Mons. Hugo Santiago, obispo de San Nicolás de los Arroyos

Me gustó mucho el lema que eligieron para esta peregrinación: “Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad”. Aferrados, es una palabra fuerte, sólida, segura; el amor de María es eso: fuerte, sólido, seguro. Ella alcanzó esa consistencia amorosa aferrándose a la cruz de su Hijo. En ese abrazo doloroso y, a la vez, tierno y fuerte ¡construyamos la fraternidad!

Sí, también hoy nosotros “aferrados al amor de María”, ¡llegamos!, con los pies cansados, es cierto, pero con el alma desbordada de alegría y de paz. Estamos a tus pies, Madre querida, los que hemos caminado toda la noche o parte de ella; aquellos que nos acompañaron sirviendo, animando, sin cansarse, toda la noche; los que estuvieron adorando el Santísimo Sacramento durante largas horas en los diversos lugares amorosamente preparados para la oración; los sacerdotes, que durante toda la noche recibían a los peregrinos en el santuario para brindarles el alivio del sacramento de la Reconciliación. ¡Cuántos gestos de generosidad, de entrega y de sacrificio hubo a lo largo de toda la noche!, y también durante los días y meses que precedieron a este momento.

Aferrados al amor de María no solo queríamos llegar hasta su santuario. Con el gesto de caminar, de perseverar en el camino, de ser solidarios con el que teníamos al lado, queremos expresar, de un modo simbólico, el peregrinaje que cada uno de nosotros estamos llamados a realizar en nuestra vida diaria. Hace poco, un periodista me compartía su experiencia sobre su llegada a Itatí y subida hasta el camarín de la Virgen: ahí me quebré -decía- y no paraba de llorar, deseaba -continuó contando- que esa paz que sentí no se acabara nunca. No sé -concluía diciendo-, eso fue muy fuerte; salí de allí y veía todo de otra manera: mi familia, mis amigos, aún a aquellas personas que me costaba mucho tratar. ¡Qué hermoso testimonio! ¡Qué hondo cala el amor a María! La presencia de nuestra Tierna Madre de Itatí provoca en nosotros el milagro de miramos unos a otros y descubrirnos hermanos unos de otros y juntos hijos, que peregrinamos con Jesús hacia el encuentro definitivo con Dios nuestro amoroso Creador y Padre.

Esa peregrinación no es fácil. Tampoco los discípulos de Jesús la entendieron y “les daba miedo preguntarle más”, porque intuían que implicaba un sacrificio total de sí mismos, tal como lo escuchamos en el Evangelio de hoy (cf. Mc 9,30-37). Ellos se entretenían discutiendo “quién entre ellos era el más importante”. Nosotros podemos descubrirnos en ese “entretenimiento superficial e inconsistente”, creyendo que fuimos más que otros porque llegamos caminando a Itatí, o quien sabe porqué otras cosas más nos creemos más importantes que otros. Jesús es provocativo cuando propone el criterio para medir la importancia de una persona: “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos”.

Por eso, para construir fraternidad aferrados al amor de María, pidamos la gracia de entender lo que nos pide Jesús, de no tener miedo de ponernos al servicio sin exigir que nos feliciten por eso. ¡Reconozcamos que nos cuesta una enormidad dar ese paso! Sin embargo, hoy hemos aprendido que vale la pena cualquier sacrificio que nos lleva a ser más fraternos. Fíjense en el hermoso y, a la vez, doloroso camino que hemos recorrido, y ahora ya no importan los pies doloridos, ni el cansancio, porque hay algo más grande y más valioso que hemos alcanzado: llegar todos juntos, ayudándonos unos a otros a perseverar a pesar de todos los contratiempos. Qué impresionante es la experiencia de la fe, y qué fácil y qué triste es perderla. Se dan cuenta qué importante es la fe y cuánta fortaleza nos viene de estar aferrados al amor de ella para construir fraternidad.

Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad. María, como una excelente Madre y Maestra, nos toma de la mano y nos lleva al encuentro de su Hijo Jesús. Ella nos hace más amigable el sacrificio de abrazar esa cruz que nos toca a cada uno y ponerla junto a la cruz de su Hijo Jesús. Ella nos allana el camino de la Iglesia, donde aprendemos a escuchar a Jesús, a escucharnos entre nosotros, y a caminar juntos con todos para contarle a los demás que es hermoso tener fe y vivirla en comunidad.

Por eso “aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad”. Así como Jesús es para María el gozo más inmenso, lo que ella más quiere es compartir con nosotros ese gozo que siente de estar con él, para que también nosotros lo sintamos así y nos convirtamos en misioneros de la alegría, de la esperanza y del consuelo para los demás. Que así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFM Cap., arzobispo de Corrientes

1Re 19,1-8 | Sal 39,2.4ab. 7-10 | Ev. Jn 19,1-7

Pilato volvió a salir y les dijo:
“Miren, lo traigo afuera para que sepan
que no encuentro en él ningún motivo de condena”.
Jesús salió llevando la corona de espinas y el manto rojo.
Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”.

¡Señor del Milagro, gracias por atraernos hacia ti para renovar, también este año, el Pacto de amor contigo! Traemos en el corazón el dolor y la alegría, las esperanzas y las angustias de nuestros hermanos en esta hora de nuestra historia.

¡Aquí nos tienes, Señor! Traemos nuestros dolores, nuestras preocupaciones, la pobreza de muchos argentinos. Con nosotros vienen nuestros pecados, nuestras infidelidades, pero también nuestras esperanzas que se apoyan en tu fidelidad constante y siempre renovada. Una profunda crisis moral atraviesa nuestra historia y su impacto destructor golpea a todos, especialmente a los más pobres, a los más necesitados. ¡Muéstranos tu Rostro, Señor! Necesitamos conocerte y dejarnos iluminar por la luz de tu mirada y la fuerza de tu corazón.

I

Queridos hermanos: Contemplar a Jesús en el Evangelio nos pone delante de un hombre marcado por una autoridad única, superior, un hombre profundamente libre. ¡Aquí tienen al hombre!

Los que lo escuchaban manifestaban el impacto que producía en ellos su persona: “Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1,22).

Esa autoridad era la manifestación de una profunda libertad interior. Era libre frente a su familia; a sus discípulos les exige esa libertad frente a sus familias. Jesús era libre frente a los grupos religiosos dominantes: los escribas, los fariseos y los saduceos. No tiene miedo de tratar con ellos, pero es duro en la respuesta. No admite la pretensión de quienes se consideraban los dueños de la Ley y, en último término de la voluntad de Dios.

Jesús no es un sectario, no se separa del pueblo. Por el contrario, se encuentra a gusto con los que no pretenden imponerle a Dios su camino. Muchos de ellos no tienen lugar entre los considerados justos, son los publicanos, los pobres. Está libre de prejuicios sociales. Es libre en la elección de sus amigos. Apreciaba a Lázaro, apreciaba y respetaba a las mujeres: María, Marta, y a María Magdalena la convierte, después de su Resurrección en apóstol de los apóstoles. Conversa con la samaritana provocando su perplejidad: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Jn 4,9). Jesús es libre frente a cualquier presión social.

También es libre frente al poder político: no le da miedo. Basta leer su apreciación acerca de Herodes. No entra en cálculos políticos ni en compromisos. Tampoco se deja atrapar por el juego político de los zelotes que lo quisieron arrastrar a la rebelión contra los romanos.

La libertad de Jesús impresionó a sus contemporáneos. Es un doctor de la ley, un fariseo, el que lo elogia: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas porque tú no te fijas en la categoría de nadie” (Mt 22,16).

Las palabras y los gestos de Jesús eran libres y generaban libertad. Proclama la verdad y ofrecía la salud a los enfermos, devolvía el andar a los paralíticos, la vista a los ciegos, el oído a los sordos, integraba en la comunidad a los excluidos. (Cfr. Mc 7,37)

Esta libertad profunda de Jesús y su autoridad lleva a la pregunta de los que lo rodean: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?” (Mc 6,2).

Será en la Cruz, cuando se haya consumado su libertad en la entrega total de su ser al Padre y del don de su vida por cada uno de nosotros, el momento en el que resplandecerá la fuente de su libertad y de su autoridad. Será el centurión, que estaba frente a él, es decir, un pagano, el que proclamará: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39).

Por eso Pedro, en su segunda carta dirá: “No les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas… sino como testigos oculares de su grandeza. En efecto, él recibió de Dios Padre el honor y la gloria, cuando … le dirigió esta palabra: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Nosotros oímos esta voz que venía del cielo” (2 Pe 1,16-18).

Es su relación única con el Padre la fuente de todo su ser y de su actuar. ËL es el Dios de Dios, luz de luz que se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Bienaventurada Virgen María. Su disposición a hacer la voluntad del Padre es la fuente de su libertad; es su entrega total por cada uno de nosotros el manantial inagotable su autoridad. Jesús es el Dios con nosotros, es el rostro humano de Dios, el principio y fin de nuestra historia. Él es todo.

II

Con Él vamos a establecer, también este año, el pacto de amor y de fidelidad. Establecer un pacto es ser interpelado en lo profundo de nuestro ser para crecer como hijos de Dios. Un pacto se da entre iguales o, en este caso, entre un Dios que nos pone a su altura y nosotros que, siendo tan pequeños, abrimos nuestro corazón a su Espíritu para que Él nos haga capaces de ser libres como Jesús.

¿Qué quiere decir “ser libres como Jesús”? La libertad es una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. Podemos elegir, podemos decidir. Elegir el bien nos hace más humanos, elegir el mal nos hace menos humanos. Somos verdaderamente libres en la medida en que hacemos el bien. El mal nos esclaviza y nos hace dañinos para los demás y para nosotros mismos.

Jesús, el modelo supremo del hombre libre, decidió y dirigió su vida hacia la Voluntad del Padre y hacia el don de Sí mismo a los hermanos, hasta dar la vida. Ese es el camino de la libertad cristiana. Ese es el estilo que un cristiano está llamado a vivir en todas sus relaciones. Ese es el norte de nuestra existencia. Superar el pecado, el vicio, dejar que Cristo libere nuestra libertad de toda atadura, es nuestra lucha. En esa lucha Cristo es nuestro maestro y nuestra fuerza.

¿Cómo vivir esa libertad en este mundo? ¿Cómo hacerlo en medio de la sociedad a la que pertenecemos, nuestra familia, nuestros pueblos y ciudades, nuestra patria?

La persona humana no es un individuo encerrado en sí mismo, La apertura a Dios y a los demás es el rasgo que la caracteriza y la distingue: sólo en relación con la Trascendencia y con los demás, la persona alcanza su plena y completa realización. La vida social es una dimensión esencial e ineludible para el hombre[1]. Relacionarnos con los demás es una exigencia de nuestro ser humanos. Por eso la convivencia civil y política no surge del elenco de los derechos y deberes de la persona sino que adquiere todo su significado si está basada en la amistad civil y en la fraternidad.

La convivencia entre ciudadanos, cuando se basa en la amistad, se construye por el desinterés, el desapego a los bienes materiales, por la disponibilidad interior a ayudar al otro. Para nosotros, cristianos, las justas relaciones, sean entre patronos y empleados, entre gobernantes y ciudadanos, entre ricos y pobres, suponen querer el bien del otro, como corresponde a la dignidad de personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.

III

En esta hora de la patria, constituye un compromiso especial de los cristianos apostar a transformar el clima de enfrentamientos que duele y traba la marcha hacia un futuro mejor, apostar por cultivar relaciones sanas, respetuosas, que permitan un diálogo constructivo, mirando el presente y el futuro, sin ideologías reductivas, sin negar las propias equivocaciones y responsabilidades, con capacidad de autocrítica, con respeto al lugar que la Providencia ha asignado a los otros, con magnanimidad para reconocer los aciertos del opositor, con paciencia, con capacidad de mirar al largo plazo. Los argentinos tenemos derecho a un futuro mejor. Los dirigentes debemos recordar que la autoridad con la que se nos invistió no es propiedad nuestra, es sólo un mandato que Dios nos concede por un tiempo y del que debemos rendir cuentas al mismo Dios y nuestros hermanos. La hora es difícil y grava sobre todo en los más pobres, no los sobrecarguemos con nuestras inmadureces y peleas. Creamos que es posible cultivar la amistad social también en el ámbito de la política, de la economía, de la cultura, de los vínculos interreligiosos.

Es necesario focalizar los esfuerzos para luchar no contra nuestros hermanos sino contra aquello que nos destruye: la violencia, el flagelo de la droga, la inequidad social con su secuela de una pobreza creciente, la cultura de la muerte, la pérdida de la calidad educativa.

Crece la violencia verbal en nuestras relaciones y asistimos también a situaciones de violencia física que exigen detener esta escalada. El flagelo de la droga está destruyendo sin piedad una generación de jóvenes. La droga deshumaniza al que la consume, quita la paz a los hogares, los destruye económicamente, atenta contra la unidad de las familias. Todos debemos hacer lo posible por detener este sunami destructor. Luchar contra la inequidad social es también tarea de cada ciudadano. Al estado le corresponde crear y sostener las condiciones para que las personas y las instituciones desarrollen toda su capacidad para realizarse con los demás, pero también a cada ciudadano se le pide aportar lo suyo. Si no crecemos todos juntos un poco, aún a costa de sacrificios en aquellos que tenemos algo más, nunca seremos una nación digna. Las estadísticas nos hablan de la pérdida de la calidad educativa; revertir la tendencia es urgente y es tarea de todos aportar lo que nos corresponde. Sólo una visión centrada en el valor de la persona del alumno, capaz de hacernos descubrir cuánto tiene de misión la tarea, renovará nuestras escuelas. Cuantas más posibilidades tecnológicas tenga un alumno, más necesita el acompañamiento cualificado y humanizador de su docente. Revertir la cultura de la muerte es también urgente. ¿Se evalúa el daño producido por leyes aprobadas que pueden hacer legal ciertas acciones, pero nunca llegarán a hacerlas legítimas: la ley del aborto, el intento de proponer la ley de la eutanasia y otras ¿cuánto daño producen? ¿Nos animamos a evaluar seriamente la cuestión?

IV

La tarea es difícil. La situación nos recuerda el camino de Elías por el desierto. También nosotros, como el profeta, caminando en el desierto de nuestro tiempo, podemos experimentar el cansancio y gritar al Señor: ¡Basta ya! ¡Yo no valgo más que mis padres! Y escucharemos la voz de Jesucristo que dice: “¡Levántate, come!”. La Eucaristía aparece con toda su fuerza. Es el Misterio Pascual de la victoria sobre la muerte que, realizada definitivamente por el Señor Jesucristo, se hace comida y bebida para fortalecernos y acompañarnos en la transformación del mundo.

La Eucaristía es alimento del caminante, es prenda de esperanza y fuente de reconciliación y fraternidad.

La Eucaristía es alimento del caminante, en primer lugar, porque te marca la justa dirección del camino de la vida. Te indica y te da la meta: es Cristo. Es prenda de vida eterna, pero, quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá, posee aquí la vida eterna. Por eso el cristiano está llamado a dedicarse cada día a su trabajo, a su responsabilidad respecto a esta vida. El Evangelio nos urge a no descuidar los deberes de ciudadanos de este mundo, a enfrentar los graves problemas del mundo de hoy con la misma actitud de Jesús, que lavó los pies a sus discípulos.

Si los cristianos asumimos seriamente esta tarea, seremos capaces de ofrecer a los hermanos un signo de esperanza. No todo está perdido, queridos hermanos. Hay muchos que luchan por un mundo mejor dando lo mejor de su vida por los demás. La tarea generosa de tantos voluntarios que sirven sin esperar nada a cambio, el testimonio honesto de muchos que trabajan en diferentes espacios de nuestra sociedad aportando cada día su esfuerzo y dedicación nos recuerdan que el Señor no nos abandona.

En el origen mismo de la Eucaristía está el misterio de la Iglesia. Jesús eligió a los Doce, a su Apóstoles, y es a ellos a quienes confió el Misterio de la Eucaristía en la última Cena: “Hagan esto en conmemoración mía”. Recordaba el Papa San Juan Pablo II que en la Eucaristía cada uno de nosotros recibe a Cristo y Cristo nos recibe a cada uno de nosotros[2]. Esta íntima unidad exige una unidad de vida que compromete la conversión personal para que la comunión sacramental no esté falseada por una vida alejada de Él y además compromete la conversión hacia la unidad de toda la Iglesia. Una espiritualidad eucarística no se queda en una piedad individualista, sino que compromete mi vida en la unidad de la Iglesia para construir la unidad de toda la humanidad.

En ese camino de comunión con Cristo y los hermanos, en esta hora de la historia de nuestra patria y de la humanidad, vamos a celebrar el Pacto de Fidelidad. Miremos al Señor: ¡Aquí tienen al hombre! Con Él, comprometámonos en un camino de crecimiento humano y cristiano. Estamos delante de su Cruz del Milagro, al pie está María, nuestra Señora del Milagro. Ser cristianos eucarísticos implica recibir el don que Jesús vuelve a darnos desde la Cruz: su Madre. Significa comprometernos a vivir como Cristo en esta hora, aprendiendo de María y dejándonos guiar por Ella.

En esta sociedad que sufre la corrupción y la falta de un compromiso sólido, ofrezcamos el propósito de crecer en laboriosidad, honradez y honestidad. Escuchemos la plegaria de los devotos y peregrinos que claman al Señor y a su Madre pidiendo que podamos superar las dificultades de esta hora de la patria. No hay odio en sus plegarias, no hay revanchas, es una oración que nos interpela a todos. Escuchémosla.

En esta hora en la que vemos crecer la pobreza y nos abofetea la inequidad, propongámonos ser austeros y muy solidarios con los que nos necesitan. No temamos perder algo de nuestra comodidad en favor de los más pobres. No hagamos ostentación provocando mas dolor a los agobiados por la pobreza.

Que el orgullo autosuficiente abra espacio a la humildad de reconocer a Dios su lugar, el primer lugar. El testimonio de nuestros peregrinos, la caridad de quienes los reciben o acompañan nos muestra que cuando reconocemos a Dios, podemos transformar los vínculos humanos en esa fraternidad que multiplica el bien, alegra el corazón y renueva la esperanza. El Milagro es el testimonio más elocuente del poder transformador de la fe. Reconozcámoslo.

En la celebración del 50° aniversario del Congreso Eucarístico Nacional en Salta, resuene, como en aquella ocasión, en el corazón de la patria, el grito de San Pablo: “Déjense reconciliar con Dios!”. Que nos abrace a todos el Señor. Amén.

Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta


Notas: 
[1] Cfr. Pontificio Consejo de Justicia y Paz, Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, {CDSI) 384.
[2] San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, 22.

Hoy nos hemos reunido alrededor de la Mesa del Altar para celebrar la Eucaristía y en ella conmemorar tres acontecimientos. El primero, este año se cumplen veinte años del Congreso Eucarístico Nacional, que tuvo lugar en nuestra ciudad; el segundo, también este año celebra sus bodas de plata nuestro Coro Arquidiocesano; y el tercero, hoy haremos el envío a los jóvenes que van a peregrinar a Itatí el próximo fin de semana, inspirados en el hermoso y sugerente lema: “Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad”. Y, por último, nos unimos a la Jornada Nacional de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, porque es una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, nos advierte el papa Francisco. Por todo esto, y sobre todo por el Congreso Eucarístico Nacional, nos sentimos profundamente agradecidos a Dios por el enorme caudal de gracia que fue y sigue siendo ese acontecimiento para nuestra familia arquidiocesana.

Recordemos el lema del Congreso Eucarístico: “Denle ustedes de comer”. Ese mandato lo dirigió Jesús a sus discípulos, ante una multitud que se congregó para escuchar las enseñanzas del Maestro. Luego, de la oferta insignificante de los cinco panes y dos peces que le ofrecieron los discípulos, porque más de eso no tenían para compartir, Jesús realiza el milagro de la multiplicación de los panes. La condición para el milagro es compartir, por eso hoy nos sigue interpelando la invitación de Jesús: denle ustedes de comer.

El apóstol Santiago (cf. 2,14-18), en la segunda lectura que acabamos de escuchar, nos advierte que la fe, si no va acompañada de obras está del todo muerta. Otra vez, la fe y el compartir van juntos. Por eso Jesús manda a que sus discípulos actúen con todo lo que tienen, a pesar de que a los ojos humanos parezca totalmente insuficiente, porque solo dándose totalmente, es cuando él luego aumenta esa generosidad al punto de que alcance para todos y aun sobre.

El Evangelio (Mc 8,27-35) que proclamamos nos coloca inmediatamente delante de Jesús con una pregunta desafiante: “Ustedes, quién dicen que soy yo”. Jesús se dirige a sus discípulos, pero hoy a cada uno de nosotros: “Vos, quién decís que soy yo”; qué soy para vos. El apóstol Pedro se mostró valiente y lúcido con su respuesta: “Tú eres el Mesías”, es decir el Salvador. Pero cuando Jesús les empezó a explicar cuál era su destino, Pedro lo llevó aparte y trató de convencerlo que ése no debía ser el camino, que morir de una muerte vergonzosa no serviría para nada. Podemos suponer que Pedro aún no había entendido nada de la resurrección, nada del amor de Dios, que es más fuerte que la muerte, y que él vino a servir y no ser servido, y que solo de esa manera era el Salvador, el Mesías. Afortunadamente, Pedro se daría cuenta más tarde de esa fuerza del amor y también él fue martirizado por ser fiel a Jesús y al Amor del Padre que se manifestó en él. Ahí está el misterio de la potencia multiplicadora del pan, que nosotros adoramos en la presencia eucarística de Jesús muerto y resucitado.

“Denle ustedes de comer”, contemplado en la adoración eucarística, nos interpela a darnos totalmente, sabiendo que es muy poco lo que podemos hacer para lo mucho que es necesario cambiar y mejorar, pero unidos sin reservas a Jesús, él lo multiplica milagrosamente, aun cuando nosotros no podamos medir los resultados. La tentación es medir los tiempos de adoración que dedicamos a Jesús eucarístico para atribuirnos los méritos a nosotros mismos. Se trata de una sutil adicción espiritual, fijación egocéntrica de adorarnos a nosotros mismos y no a Dios presente en el misterio eucarístico. La adoración auténtica reclama inmediatamente compartir el misterio que hemos adorado en gestos de amor hacia aquellos que él pone en nuestro camino diariamente: familiares, vecinos, compañeros de trabajo, hermanos de la comunidad que frecuento, correligionarios y adversarios de militancia política, a todos ellos estamos llamados a amarlos hasta el final, tal como lo contemplamos en el misterio de amor que adoramos.

Los 25 años del “Coro Arquidiocesano Nuestra Señora de Itatí” es también un acontecimiento que nos deja un profundo mensaje. La armonía de voces, la riqueza de la diferencia, se logra en la medida que cada uno pone sus talentos al servicio de los demás. Entonces, al contemplarlo, sentimos que allí se revela un insondable misterio del amor, que allí hay bondad, hay belleza y hay verdad; quisiéramos que eso que produce el coro de voces, se extendiera a nuestra vida diaria, sobre todo en el trato que le damos a los demás.

Para concluir, la Providencia dispuso que celebráramos estos acontecimientos en el Santuario de la Santísima Cruz de los Milagros, origen de nuestro pueblo correntino, y signo del inmenso amor que Dios nos tiene, como rezamos en esa bella oración. Nuestra Tierna Madre de Itatí nos ensancha el corazón para abrazar sin miedo la Cruz de su Divino Hijo Jesús. Nos encomendamos confiadamente a Ella, para que nos animemos a cargar las cruces que se nos presentan a diario con alegría y esperanza sabiendo que el Amor de Dios las hace fecundas y las multiplica milagrosamente. Que así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFM Cap., arzobispo de Corrientes

Me imagino hoy al título de la Primada pidiéndole prestada a los compositores Federico Ferreyra y Onofre Paz, la estrofa de una de sus chacareras y cantando: “Dejé mi tierra cantora por conocer otros pagos, voy andando los caminos, pero mi alma está en Santiago (...) Cuando yo pegue la vuelta, no sé ni cómo ni cuándo, tierra madre he de contarte, lo mucho que te he añorado”[1]

Y aquí está de vuelta, aquí está la Primada en la ciudad, madre de ciudades; en la Iglesia diocesana, madre de diócesis. Porque esta es una reparación histórica y eclesiástica para nuestra Patria; es dar este título de honor a la primera diócesis en territorio argentino, la diócesis del Tucumán, erigida en estas tierras santiagueñas en 1570.

Una Iglesia argentina que nace en el corazón profundo de la Nación, entre los ríos Dulce y Salado, entre algarrobos, quebrachos, chañares y mistoles; y que, por caminos polvorientos, y recorriendo montes, llanuras y salinas, se expandió por todo el país anunciando la Buena Noticia del Evangelio a lo largo de los siglos.

Justamente el Evangelio de hoy comienza describiendo a Jesús recorriendo distintas ciudades y regiones (Cfr Mc 7, 31). Un Dios que no se queda quieto, un Dios callejero, como Santa Mama Antula, hija de esta Argentina profunda, a quien el Papa Francisco definió como una caminante del Espíritu[2], que recorrió miles de kilómetros con sus pies descalzos y con un crucifijo para llegar a Buenos Aires en septiembre de 1779.

Hoy hacemos el camino de vuelta, pero lo queremos recorrer como ella: descalzos y con el crucifijo. Descalzos de prejuicios y de intolerancias, descalzos de rencores y egoísmos, descalzos de miedos y enfrentamientos, descalzos y caminando con respeto y con cuidado porque entramos en tierra sagrada, en esta tierra fecunda que parió la Patria. Y con un crucifijo, porque como Mama Antula, queremos renovarnos en el anuncio del amor de Dios a todos los hombres y mujeres, de un Dios que nos ama tanto que entregó la vida por nosotros; por eso es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo[3].

En el evangelio que proclamamos, le presentaron a Jesús un sordomudo (cfr v 32). Aunque quizás la mayoría de nosotros no tenga problemas auditivos, dice el dicho que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Por eso nosotros queremos hacernos cargo que no nos sabemos escuchar; que, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. No sabemos comunicarnos, estamos esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista.

Así como existen los tapones de cera, que para sacarlos la cultura popular recomienda el uso de cucuruchos de papel, también podemos tener tapones ideológicos que nos hacen intolerantes; tapones de soberbia intelectual que nos hacen dueños de la verdad que opinan de todos los temas; tapones del relato, porque nos construimos nuestra propia realidad dando respuestas a preguntas que nadie se hace y diciendo palabras que a nadie le interesa escuchar ni le sirven; los tapones del siempre se hizo así, apagando la creatividad de lo nuevo; los tapones de la nostalgia, creyendo que todo tiempo pasado fue mejor.

Curanos Señor, sufrimos de estas sorderas hace mucho tiempo, y por no escucharnos, nos gritamos, nos maltratamos, nos lastimamos.

Curanos Señor, tocanos con tu infinita misericordia y perdonanos tanta indiferencia e injusticia. Decinos hoy también a nosotros “Efetá”, ábrete (cfr v 34); abrinos a las necesidades de los demás, escapando del egoísmo y la cerrazón del corazón. Porque nos hemos quedado sordos y mudos delante del dolor y el sufrimiento de los más pobres y marginados.

Abrinos el corazón, Señor, porque sabemos que allí está la verdadera sede de la escucha. San Agustín invitaba a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón; por eso decía: “No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón[4]. Y San Francisco de Asís también exhortaba a los hermanos a inclinar el oído al corazón [5].

Curanos Señor, de la sordera que no nos deja escuchar el grito silencioso de los adolescentes y jóvenes esclavizados por la droga, victimas del narcotráfico, ese gran negocio de los mercaderes de la muerte; que escuchemos el clamor de los enfermos y los abuelos que están solos, y que no les alcanza para sus remedios; curanos de la sordera que nos imposibilita escuchar el dolor de las lágrimas de los hermanos migrantes alejados de su tierra y sus afectos; que también podamos escuchar a tantos niños que en sus ojos tristes denuncian silenciosamente hambre y maltrato. Tanto dolor, tanto sufrimiento que clama al cielo; Argentina nos duele hace años, Argentina sangra, y necesitamos sanar heridas. Por eso Señor, como a aquel enfermo del evangelio, llevanos aparte, poné tus manos sobre nosotros, curanos con tu delicadeza y ternura. Por favor Señor, danos otra oportunidad!

Hacia el final del evangelio, la gente no puede callar la alegría por el milagro que Jesús acaba de realizar. El pueblo proclamaba a viva voz la obra del Señor, y con gran admiración decían: Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos (Cfr v 36 y 37).

A la manera de aquella gente, también hoy nosotros como Iglesia argentina, no podemos callar la alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor; por eso queremos renovarnos en la creatividad y la audacia de anunciar a todos su Buena Noticia, porque como dice el Papa: La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie[6].

Celebrando la decisión del Santo Padre de transferir el título de Primada a la sede de Santiago del Estero, le pedimos a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Sumampa y de Luján, que nos anime como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos a concretar el sueño de la fraternidad en la mesa de los argentinos, como cantan Los Carabajal.

Yo quisiera que en mi mesa
nadie se sienta extranjero
que sea la mesa de todos
territorio del encuentro.
Que sea mesa de domingo
mesa vestida de fiesta
donde canten mis amigos
esperanzas y tristezas
[7].

Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
7 de septiembre 2024


Notas:
[1] Ferreyra, Federico Marcelo y Paz, Onofre, Chacarera para mi vuelta
[2] Cfr. Francisco, Homilía, Misa y canonización de la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa, Ciudad del Vaticano 11 de febrero 2024
[3] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 23, Ciudad del Vaticano noviembre 2013
[4] San Agustín, Sermón 380, 1: Nueva Biblioteca Agustiniana 34, 568
[5] San Francisco, Carta a toda la Orden: Fuentes Franciscanas, 216.
[6] Francisco, Op cit
[7] Carabajal, Juan Carlos, Carabajal, Peteco, La mesa

Nuestro Dios Padre Providente tiene sus planes y sus caminos. A nuestro Buen Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo damos gracias por regalarnos esta jornada histórica para nuestro querido Santiago del Estero, tan llena de alegría, de encuentros, de memoria de acontecimientos fundantes de nuestra Iglesia y de nuestra patria y de renovada esperanza mirando hacia el futuro.

Desde aquí Madre de ciudades y Madre de las Diócesis un reconocimiento muy sentido a su Sanidad, el Papa Francisco -que en estos momentos está realizando un viaje extensísimo en tierras de Asia y Oceanía-, que después de un serio y profundo estudio y habiendo recibido el consejo del Dicasterio correspondiente que, además demando varios años, ha decidido elevar nuestra diócesis en Arquidiócesis y Primada de la República Argentina.

El Evangelio proclamado nos narra la curación de un sordomudo en territorio de la Decápolis (grupo de diez ciudades, una confederación de ciudades independientes al oriente del Jordán). Eran tierras lejanas, de “extranjeros”, tierra de paganos, despreciados por los judíos de aquella época. Para ese judaísmo, el mundo pagano estaba perdido para Dios. Sin embargo Jesús supera esos principios y va más allá: toca al sordomudo. Jesús anuncia así su misión universal, misión que transciende los límites que fabricamos generalmente los hombres. Jesús despliega su poder Salvador, haciendo operante el Reino de gracia y vida, en medio de los pobres, representado en este caso por el sordomudo. En medio de un mundo dominado por enfermedades, miserias y marginaciones, un mundo esclavizado, pero necesitado de redención y liberación, Jesús se adelanta y va hacia ellos. Algo habitual y programático en su vida, ya que es el Dios que sale al encuentro de cada uno de sus hijos.

Quizás podamos encontrar un símil con nuestra celebración, en la que se efectiviza la Bula del Papa, por la cual se traslada la sede Primada desde la Capital de la República Argentina a nuestro querido Santiago del Estero: lugar lejano, distante, bien tierra adentro como decimos habitualmente. La Iglesia también, urgida por el ejemplo y estilo de Jesús, siente permanentemente el llamado de salir hacia las fronteras, mirando la realidad no desde los centros sino desde las periferias, dejando lugares acomodados, de cierto confort, de mayores oportunidades e internarse en sitios más alejados, desconocidos y ninguneados. Esta opción nos acerca al ideal de nuestra iglesia Diocesana “..una Iglesia que se nutre de la Palabra y los Sacramentos , al servicio de los que tienen la vida y la fe amenazados” Podemos considerar que este decisión de Papa es un gesto profético para nosotros como Iglesia y para toda la sociedad.

Jesús toca y sana a este hombre sordomudo que es presentado por sus paisanos. Esta sordera es figura de la sordera del pueblo de Israel que no quiere escuchar a su Dios. El Mesías es enviado para sanar, para que se “abran” (eso significa Effatá) los oídos, se suelte la lengua y se ilumine el corazón y la mente. Este es el tipo de sordera que nace del corazón humano. Jesús toca al enfermo como un signo de cercanía, de compasión y misericordia.

La curación más que un defecto físico, corporal, es un símbolo, el no querer escuchar. Escuchar para luego hablar. Siguiendo con este simbolismo, hoy podríamos afirmar que los “sordomudos” siguen existiendo en los incomunicados. La incomunicación, es una de las miserias de nuestros días, que parece que se acentúa en razón directa del progreso de la civilización. Y es justamente el hogar el primer ámbito en el cual aprendemos a comunicarnos. Con nuestros padres y hermanos. Y es justamente en la familia donde aparece la figura materna, como promotora de encuentro, de diálogo, de escucha, de atención

En la comunicación conjunta con el arzobispo de Buenos Aires del día 22 de julio decíamos que la Iglesia de Santiago se convierte en Madre de las Diócesis de la Patria. Madre de Ciudades, Madre de Diócesis. Pareciera que Santiago este marcado por este “carácter maternal”.

“Una Iglesia que es madre va por el camino de la ternura. Conoce el lenguaje de tanta sabiduría de las caricias, del silencio, de la mirada que sabe de compasión, que sabe de silencio. Y, asimismo, un alma, una persona que vive esta pertenencia a la Iglesia, sabiendo que también es madre debe ir por el mismo camino: una persona dócil, tierna, sonriente y llena de amor”. Como Iglesia “estamos marcados por nuestro carácter de favorecer “el cuidado de la vida, de toda vida, pero sobre todo de los más delicados y necesitados de asistencia. Ser madre es saber escuchar, reunir en una mesa, recrear la comunión después de distanciamientos, crear un clima de armonía y respeto, esperar siempre al hijo que está lejos, saber estar cerca de ellos en el sufrimiento y en la enfermedad. Saber respetar sin invadir. Echar raíces y dar alas. El carácter materno de la Iglesia nos dispone a la alegría, al encuentro, a la comunión, aprender a ser y vivir la fraternidad, la disponibilidad para recibir siempre a un hermano “imprevisto”, hacernos cargo del dolor ajeno, sacrificarse y postergar lo de uno para hacer feliz al otro, estar presente, que importante es el estar presente para un hijo!

En este sentido el acontecimiento de hoy nos compromete a acrecentar el espíritu hospitalario: “abre la puerta y entra en mi hogar.” Como dice unas de las chacareras de nuestra cultura santiagueña. Es característica del pueblo santiagueño de puertas abiertas Como nuestro pueblo que se alegra por la visita de los otros, y en especial de los hijos que vuelven al pago. En una Patria herida por desencuentros, rencores y grietas estamos llamados aportar a la convivencia fraterna donde todos tengan lugar. Donde no sobre nadie. Y donde se sufre por la ausencia de los otros, porque estamos todos invitados al Banquete

Recibimos el título honorifico de ser “Iglesia Primada” porque aquí se inició la evangelización y se creó la primera estructura eclesial, que es una Diócesis. Simultáneamente a la fundación de la Ciudad, llegaron los primeros misioneros que venían con un deseo profundo de trasmitir la Buena Noticia de la Salvación a los pueblos originarios de nuestra tierra. Haciendo memoria debemos reconocer las grandes órdenes religiosas -aun presentes en la actualidad- que pusieron las bases de la Iglesia.

Como en aquel 1500 llegó la Buena Noticia del Reino de Jesús, en esta hora feliz para nuestra Iglesia estamos llamados a “primerear” en la Misión. “«Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!” EG 24. Ser conscientes que nacimos de la Misión debe ser nuestra norte misión como estilo de vida permanente

En la escuela de Jesús el “Ser primero” es ser servidor de todos. Ser primero no es ser superiores mejores y por sobre los demás. El primero del que hablamos es el inicial, el naciente. Naciente: que linda palabra. Decía el papa Francisco “En los primeros siglos de la Iglesia una cosa estaba muy clara: la Iglesia siendo madre de los cristianos, mientras hace cristianos también es hecha por ellos”.

 El que quiera ser primero que se haga el último y la actitud de servicio que mejor refleja esta realidad de Jesús y de la Iglesia servidora es inclinarse a lavar los pies de los hermanos como Jesús en la hora de la Pasión. Son todos iconos que nos motivan ante este regalo que nos hizo Francisco. Por ser una Iglesia Primada por nuestros orígenes estamos llamados a construir una iglesia Madre, que es Comunión en la diversidad, samaritana, servidora, cercana y cordial, hospitalaria siempre de puertas abiertas para todos, creando puentes de encuentro, escucha y diálogo, una iglesia en la que aprendamos el lenguaje del perdón para restablecer vínculos rotos, promoviendo todas las iniciativas que dignifiquen a los hermanos. Que unida a Iglesias hermanas podamos ser signos de esperanza en medio de tanto desaliento, cansancio y perdida de sentido. Es responsabilidad de nuestra hora: desde nuestra condición de Iglesia que primerea en el servicio y un amor que se hace efectico con obras de caridad.

Nacimos iluminados y bendecidos por el Señor de los Milagros de Mailín, bajo la protección y en las manos de nuestra amada Señora de la Consolación de Sumampa y hoy animados por nuestra santita santiagueña, Mama Antula para llevar el amor de Dios a todos… hasta el final del mundo.

Mons. Vicente Bokalic CM, arzobispo de Santiago del Estero