Queridos hermanos,
Estamos felices de venir a compartir con nuestra Madre de Luján los frutos de este año de trabajo como Conferencia Episcopal. Ella siempre nos alienta con su ternura. Así como nos recibió como hijos suyos al pie de la Cruz, hoy nos acoge mientras le traemos los dolores, las alegrías y las esperanzas de nuestro pueblo.
A lo largo de esta semana, provenientes de todas las Iglesias particulares de nuestro país, nos hemos reunido para fortalecer nuestra comunión y renovar la composición de las distintas comisiones de la Conferencia episcopal argentina. Cada asamblea plenaria es un alto en el camino, un ámbito para encontrarnos y profundizar en la identidad de nuestro servicio. En nuestros diálogos de intercambio pastoral, aparecían con mucha nitidez, tres palabras que resumían nuestra reflexión y nos indicaban el horizonte: misión, sínodo, regiones.
La Misión
La Iglesia existe para evangelizar. Lo recordábamos estos días en numerosas oportunidades para concentrarnos en el horizonte misionero al que Jesús nos ha invitado, en la conciencia de sabernos depositarios de un tesoro que queremos compartir con los hombres: la Buena Noticia del Reino de Dios y su justicia. Ello nos mueve a salir de nosotros mismos para testimoniarlo, con audacia y sensibilidad. En la clausura del Sínodo de los Obispos, nos decía el Papa Francisco en su homilía:
"Frente a las preguntas de las mujeres y los hombres de hoy, a los retos de nuestro tiempo, a las urgencias de la evangelización y a tantas heridas que afligen a la humanidad, hermanas y hermanos, no podemos quedarnos sentados. Una Iglesia sentada que, casi sin darse cuenta, se retira de la vida y se pone a sí misma a los márgenes de la realidad, es una Iglesia que corre el riesgo de permanecer en la ceguera y acomodarse en el propio malestar. Y si nos mantenemos inmóviles en nuestra ceguera, seguiremos sin ver nuestras urgencias pastorales y tantos problemas del mundo en el que vivimos".
Simples servidores, decimos, como los apóstoles y con Pedro, "no podemos callar lo que hemos visto y oído" (Hechos 4,20). Y por eso, como pastores de la Iglesia en la Argentina, nos ponemos a disposición de nuestros hermanos. Desde este sagrado lugar reiteramos el compromiso con la misión de las distintas áreas y servicios de la Iglesia de todas y cada una de nuestras Iglesias particulares y regiones pastorales.
El sínodo
La reciente experiencia sinodal marcó fuertemente la reflexión de estos días. Algunos de nosotros tuvimos la gracia de participar de ese maravilloso encuentro de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de todo el mundo, presidido por el Santo Padre para reflexionar sobre la sinodalidad eclesial en clave de comunión, misión y participación. Con nosotros, toda la Iglesia estaba allí reunida, asistida por el Espíritu Santo como protagonista e impulsor de nuestro trabajo, "con la mirada puesta en el mundo, porque la comunidad cristiana está siempre al servicio de la humanidad, para anunciar a todos la alegría del Evangelio" (Francisco, Homilía en el comienzo de la 2da Sesión del Sínodo).
La dimensión sinodal es constitutiva de la Iglesia y se vive como una profunda experiencia de reflexión y acción común de los bautizados, bajo la guía de sus pastores, asistidos por el Espíritu Santo; lejos de agotarse en un evento extraordinario o un conjunto de reuniones, lo sinodal representa un verdadero estilo de vida y servicio eclesial.
Del Sínodo nos queda el compromiso de profundizar la conversión pastoral de la Iglesia en Argentina, para testimoniar proféticamente, inclusive ante la sociedad misma atravesada por tantas polarizaciones y contradicciones, una armonía que conmueva y transforme la vida para hacerla más digna según el querer de Dios para bien de su pueblo. En una auténtica perspectiva sinodal, renovamos nuestra disponibilidad para escuchar a todos, especialmente el clamor de los pobres, de los marginados, de las minorías y de nuestra casa común (Cf. Documento final del Sínodo de Obispos, n. 48)
Las regiones pastorales
Las regiones pastorales constituyen una viva expresión de la atención de la Iglesia a las distintas realidades, a sus dones presentes en la diversidad de contextos y culturas, de experiencias eclesiales y de ritmos pastorales. Hemos podido palpar el deseo de participación de todas las regiones pastorales en el camino del servicio de la Iglesia a nuestro pueblo en la Argentina. En una lógica de intercambio de dones, cada una de estas regiones, constituidas por el conjunto de las Iglesias particulares allí presentes, tiene para ofrecer la riqueza de sus realidades pastorales y a su vez participa a la Iglesia toda de sus búsquedas y necesidades.
"El horizonte de comunión en el intercambio de dones es el criterio inspirador de las relaciones entre las Iglesias. Combina la atención a los vínculos que forman la unidad de toda la Iglesia con el reconocimiento y la valoración de las particularidades ligadas al contexto en el que vive cada Iglesia local, con su historia y su tradición. Adoptar un estilo sinodal permite a las Iglesias moverse a ritmos diferentes. Las diferencias de ritmo pueden valorarse como expresión de una diversidad legítima y como una oportunidad para intercambiar dones y enriquecerse mutuamente. Este horizonte común requiere discernir, identificar y promover estructuras y prácticas concretas para ser una Iglesia sinodal en misión." (cfr. Documento final del Sínodo, n. 124)
Mirando hacia adelante
Cada renovación de los miembros de las distintas comisiones es una hermosa oportunidad para profundizar los caminos transitados, con nuevos bríos y en fidelidad a nuestra misión de pastores. La Conferencia episcopal nos ofrece un ámbito para el ejercicio concreto de la colegialidad episcopal. Como hemos tenido ocasión de reflexionar en nuestro encuentro de ayer sobre el sínodo:
"Las Conferencias Episcopales expresan y ponen en práctica la colegialidad de los Obispos para favorecer la comunión entre las Iglesias y responder más eficazmente a las necesidades de la vida pastoral. Son un instrumento fundamental para crear vínculos, compartir experiencias y buenas prácticas entre las Iglesias, adaptando la vida cristiana y la expresión de la fe a las diferentes culturas. También desempeñan un papel importante en el desarrollo de la sinodalidad, con la participación de todo el Pueblo de Dios." (cfr. Documento final del Sínodo, n. 125)
En mis años de seminarista y de sacerdote joven, muchas veces escuché al obispo que me formó, Mons. Jorge Novak, primer obispo de Quilmes, enseñarnos la importancia de la colegialidad episcopal. Conociendo su experiencia personal, me atrevo a decir que en él esa amada colegialidad, tuvo momentos de mucho dolor y sufrimiento; pero era un hombre de fe fuerte y se reponía para vivirla a cuerpo entero. En sus homilías y enseñanzas, siempre tenía un lugar de relevancia, incluso antes de su propio parecer, lo dicho por la Conferencia episcopal argentina en un documento o declaración. No era sólo cuestión de método teológico, de recurso a las fuentes; él valoraba y testimoniaba su pertenencia a este cuerpo, aún con sus luces y con sus sombras, y no quería con sus gestos o palabras distanciarse con aires críticos de superioridad o aislamiento. Leía estos días algunas líneas suyas en sentida perspectiva autobiográfica:
"Una gran preocupación mía era no cantar fuera del coro, no escandalizar, no defraudar a mis propios diocesanos. Mi preocupación iba en dos sentidos: la diócesis y la conferencia episcopal" (Jorge Novak: Iglesia y Derechos Humanos - Ciudad Nueva - pág. 47, Año 2000).
Mientras renovábamos la conformación de algunas comisiones, volví a recordarlo: Atravesado físicamente por las consecuencias de una grave enfermedad, me venía a la mente con qué entusiasmo regresó a la diócesis cuando se creó la Comisión de Pastoral de la Salud de la que mons. Novak fue primer presidente. Probado él mismo en la escuela del dolor, se animaba a pastorear y a ser testigo de Cristo junto a sus hermanos obispos en ese escenario muchas veces ignorado por prisas y prioridades. Una colegialidad amada, sentida, probada, nunca meramente declamada, ni herida de indiferencia o lejanía.
Hemos reconocido en estos días la necesidad de procurar una renovación de nuestras propias instituciones de la Conferencia episcopal, de sus disposiciones estatutarias, de su estilo de funcionamiento. Pero también hemos visto la importancia de hacer proceso, de darnos tiempo para evaluar y trabajar juntos en un camino de imprescindible conversión pastoral de la Conferencia. Quizás al regreso a nuestras diócesis, las urgencias propias de nuestro servicio nos absorben; lo nacional, lo regional, vuelven a estar lejanos.... Las comisiones episcopales son una oportunidad para mantener encendido el fuego de esa unidad mayor que nos reclama y nos pide algo de tiempo y la puesta en común de nuestros dones. En cierto sentido, las comisiones episcopales son como un espacio válido para nuestra propia formación permanente.
A lo largo de estos días hemos podido comprobar la riqueza del diálogo intergeneracional por la incorporación de un creciente número de obispos nuevos, varios de ellos muy jóvenes y provenientes de la misión a lo largo y ancho de la Patria. ¡Qué riqueza tenerlos con nosotros, para aportarnos la frescura de su consagración y sus experiencias! Recuerdo vivamente al Papa Francisco en su visita al Perú en 2018, cuando ante obispos, religiosos y seminaristas se refirió a la importancia del diálogo intergeneracional para que "los viejos sueñen y los jóvenes profeticen" (Joel 3,1). Así también, junto a nosotros, los obispos diocesanos y auxiliares, la presencia de los obispos eméritos nos testimoniaba el amor a la misión y el deseo de servir desde su nuevo lugar. En esta experiencia de colegialidad, en las exigencias de hacerla concreta como servicio de amor a nuestro pueblo, los necesitamos a todos, todos, todos.
En el comienzo de mi servicio como presidente de la Conferencia episcopal argentina, deseo especialmente agradecer al querido Mons. Oscar Ojea que la presidiera desde el año 2017. Su testimonio de buen pastor siempre inquieto ha sido para mí conmovedor y elocuente. Nunca la frialdad del espectador, las intrigas y estrategias mundanas, ni la pretensión del que se las sabe todas. Siempre en camino, siempre buscando, siempre consultando, en definitiva, siempre amando este servicio para el que lo eligiéramos y que honró con entrega ejemplar. Los más pobres y marginados, los incomprendidos y postergados, tuvieron en él a un interlocutor permanente nunca permeable a las falsas importancias humanas. ¡Gracias Oscar! Por tu paternidad, por tu sencillez, por tu humanidad al servicio del evangelio, por tu fidelidad sin fisuras al ministerio del Santo Padre.
Pongo en las manitos orantes de la Virgen de Luján este nuevo período de la Conferencia episcopal argentina. En particular, le confío nuestro ministerio pastoral al servicio del evangelio en la Argentina. Que Ella nos indique siempre a Jesús, el Camino, la verdad y la vida.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Lc. 17,11-19
Jesús se encamina decididamente a Jerusalén para culminar con su Misión. En tierras extranjeras, en el mundo de los “paganos” continúa enseñando y sanando. Supera toda discriminación étnica, racial, cultural y religiosa. Solo anunciar el Reino del Amor y de la gracia y la Vida. Es muy claro su objetivo: ya supero muchos escollos y cuestionamientos: solo le mueve acercar la Salvación y el Amor sanador de Dios a todos. Por sobre todo a los separados de la comunidad, a los señalados por los demás, a los marginados de sus familias y comunidades.
“Entrando en la ciudad le salen al encuentro diez leprosos” en el camino sigue cumpliendo su misión. Todo lugar era una ocasión y oportunidad para revelar el amor de Dios. El camino, -tan característico de su misión- es lugar preferencial de su acción salvadora. Camino es lugar de encuentros, es posibilidad de desplegar su acción misericordiosa, manifestar la cercanía de un Dios que se acerca a todo hombre. No busca espacios muy preparados: es que el camino es también símbolo de lo imprevisto. Entrando en la ciudad, se ve que los leprosos desobedecieron ciertas prescripciones de separación y segregación que debían cumplir por su enfermedad. Salen a buscar porque era quizás la última posibilidad de cambiar sus vidas tan llenas de abandono, soledad, desprecio y falta de amor, aun de los suyos. El Señor ya los atrajo por su Amor y creyeron en ese Amor Redentor. Este relato del Señor que actúa en el camino nos puede hacer pensar en la vida de Don Zatti: el hombre del camino, de caminar y de la bicicleta en las calles de Viedma: yendo y viniendo en su permanente atención de los pobres y enfermos. En el camino encontró infinidad de situaciones y personas necesitadas de atención compasión. Lugar de escucha atenta, de consolación y también de decisión para ir asistir al enfermo necesitado de su atención. La vida de Jesús en el camino, y la de tantos que sirvieron al Reino desde el Camino es toda una interpelación al nosotros y nuestra Iglesia: al estar tentado tantas veces de lo muy organizado, controlado, con muchas seguridades.
Desde su pobreza mas cruel brota la oración suplica “Jesús, Maestro, compadécete de nosotros” Es pedido desesperado -porque ya no sabían a quien recurrir- es un grito que no escuchaban los hombres, pero si llego al corazón de Dios. La compasión era el sentimiento más profundo de Jesús: se conmovía frente al dolor. Este “oración-grito de los pobres” los encontramos muchísimas veces en la Escritura. Es el grito -muchas veces silencioso- que nace desde los más profundo de las tinieblas, del sufrimiento humano. Jesús escucha y atiende este clamor.
Todo esto requiere un corazón humilde, que tenga la valentía de convertirse en mendigo. Un corazón dispuesto a reconocerse pobre y necesitado. En efecto, existe una correspondencia entre pobreza, humildad y confianza. El verdadero pobre es el humilde, como afirmaba el santo obispo Agustín: «El pobre no tiene de qué enorgullecerse; el rico tiene contra qué luchar. Escúchame, pues: sé verdadero pobre, sé piadoso, sé humilde» (Sermón 14,3.4). El humilde no tiene nada de que presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelarse al amor misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que vuelve a casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24). El pobre, no teniendo nada en que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone toda su confianza. De hecho, la humildad genera la confianza de que Dios nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta…
Quizás podamos preguntarnos como nos interpelan los “gritos de los pobres” que son muchas veces una oración, un pedido de atención, a veces muy silencioso, que buscan una respuesta o atención personal. Y quizás estamos ocupados en mil cosas.
Un detalle más de este encuentro de Jesús con el mundo de dolor. Ante la indicación de Jesús van al templo a presentarse a los sacerdotes…y recobran la salud. Uno volvió para glorificar y dar gracias, aparentemente sin llegar al templo. Glorificar y dar gracias. Jesús destaca esta actitud del samaritano: un extranjero-despreciado vuelve para agradecer. Esta dimensión de agradecimiento es constitutiva de la verdadera oración. Agradecimiento que nace de la Fe en la Providencia o en el amor de Dios: es saberse amada y correspondido por Dios. Un corazón humilde que es capaz de ver la obra de Dios vuelve siempre a la acción de gracias. Es el testimonio de nuestro pueblo, empobrecido cuando viene a los santuarios, en medio de tantas necesidades, urgencias, quebrantos y sufrimientos, por momento de muchos años y al preguntarles porque vienen, la inmensa mayoría dice “vengo agradecer”. Agradecer nace de una mirada contemplativa. De aquel que sabe detenerse frente al Señor y mirar lo que Dios ha hecho en nosotros: no por nuestros méritos, virtuosidades, habilidades sino receptores humildes de la bondad del Señor.
“La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no hay que subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres, y también para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que se dedican con pasión a los más necesitados. Debemos agradecer al Señor por las personas que se ponen a disposición para escuchar y sostener a los más pobres. Son sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que con su testimonio dan voz a la respuesta de Dios a la oración de quienes se dirigen a Él. El silencio, por tanto, se rompe cada vez que un hermano en necesidad es acogido y abrazado. n 7 .
Hoy en nombre de la Iglesia que peregrina en Santiago del Estero: damos gracias por dones recibidos este año de gracia. Canonización de Mama Antula, reconocimiento de ser Iglesia Primada. Siento que todo es obra de Dios Providente
Mons. Vicente Bokalic CM, arzobispo de Santiago del Estero y primado de la Argentina
Queridos hermanos:
En cada Asamblea Plenaria nos presentamos ante el Señor como cuerpo episcopal pidiendo la luz del Espíritu Santo y de un modo especial lo haremos en esta asamblea electiva en la que vamos a rezar y a pensar juntos acerca del rumbo que tomara nuestra Conferencia en los próximos años.
Traemos para poner delante del Señor en esta Eucaristía al terminar el año nuestra Acción de Gracias por tantos bienes recibidos en nuestra vida y ministerio; llevamos también en el corazón el clamor de nuestro pueblo a quien servimos y su sincero deseo de paz y de justicia en este tiempo tan delicado de nuestra convivencia social.
Dejemos que la Palabra de Dios ilumine nuestro encuentro. En las lecturas de hoy, en primer lugar, tenemos la breve carta de Pablo a Tito en la que se habla de las condiciones de quienes presiden la comunidad. El apóstol insiste: “Quien preside la comunidad tiene que ser irreprochable, como buen administrador de la casa de Dios”. Irreprochable…Por un lado sentimos que es algo que nos excede, por otro lado, reconocemos que esta recomendación paulina está en línea con lo que nos está pidiendo el Sínodo que acabamos de finalizar en cuanto a la transparencia, a la rendición de cuentas y a la rectitud en los procesos.
Encontramos en el Evangelio la profundización de esta idea. Se habla en primer lugar del escándalo. Dice Jesús, “es inevitable que los haya, pero ay de aquellos por quienes vienen”. Etimológicamente la palabra escandalo significa piedra de tropiezo. Es una piedra en el zapato que no nos deja avanzar, que nos detiene y paraliza. El escándalo hiere la vulnerabilidad del Pueblo de Dios, muchas veces destruyendo esperanzas e ilusiones. Es provocado por la falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, entre nuestra predicación y nuestros actos. El sínodo ha remarcado la importancia de esta coherencia de vida para la formación sacerdotal.
Los heridos por el escándalo nos interpelan constantemente para estar vigilantes, en esa misma línea está la recomendación de Jesús: “tengan cuidado”. Jesús nos exhorta muchas veces a estar atentos y vigilantes. Sabe que nos desviamos fácilmente del camino si no nos cuidamos. El Papa Francisco nos ha hablado extensamente en Laudato Si´ del paradigma del cuidado con respecto a la creación. En estos años a raíz de los abusos de distinto tipo venimos hablando mucho de esta actitud. La atención y el cuidado son las concreciones de la caridad. Quien ama cuida, presta atención. San Agustín decía “Donde hay amor, hay ojos”. Esa atención es la que debemos tener como pastores que velan por su rebaño.
La transparencia que nos pide hoy la Iglesia es una ayuda para cumplir nuestra misión no un control que nos oprime o nos abruma. Por el contrario, es una gran ayuda que facilita nuestro ministerio y lo mejora. El cuidado es una profecía en medio del descuido y del descarte en un mundo donde la vida no se valora en tantos aspectos.
El texto de Lucas nos trae un segundo tema. El perdón. Llegando al final del año y al final de un ciclo en la Conferencia es recomendable pedir perdón y perdonarnos. Estamos en las vísperas de un año jubilar. El Año Jubilar en la Biblia es un año de perdón de las deudas y de los pecados. Un obstáculo importante para perdonar aparece cuando nos quedamos atrapados en nuestras heridas y nos detenemos a restregarnos en ellas repitiendo con el pensamiento aquello que nos lastimó. Esta actitud nos impide tomar la distancia necesaria para perdonar, nos instala en el pasado y bloquea nuestros vínculos impidiéndonos avanzar. Es importante elaborar nuestros dolores, soltarlos y seguir adelante. Cuando nos encontramos con hermanos y hermanas heridas, en cambio, recordando que hemos sido perdonados por Jesús, nuestra actitud debe ser de sumo respeto y cuidado para no volver a dañar a quien herimos y ofrecer el espacio de la reparación. Sobre la reparación nos dice el Papa en la encíclica Dilexit nos, hablándonos de la belleza de pedir perdón, “la reparación para ser cristiana, para tocar el corazón de la persona ofendida presupone dos actitudes exigentes: reconocerse culpable y pedir perdón. Es de este reconocimiento honesto del daño causado al hermano y del sentimiento profundo y sincero de que el amor ha sido herido, que nace el deseo de reparar… Acusarse a sí mismo es parte de la sabiduría cristiana porque al Señor le agrada recibir un corazón contrito…” (188 y 189 de Dilexit nos)
El tercer tema que aparece en el evangelio es una exhortación a la fe. Nos unimos al pedido de los apóstoles a Jesús: “auméntanos la fe”, que ella madure en esa dimensión de abandono y entrega a la voluntad de Dios como lo fue la de María. Que vivir la fe en el abandono confiado a la voluntad de Dios de sentido a nuestra vida entregada a Jesús y a nuestras comunidades y que podamos dejarnos enseñar por la fe de los más pequeños de nuestro pueblo y continuar siendo sus felices servidores.
Que, por la intercesión de este gran Pastor, San Martín de Tours, cuya memoria hoy celebramos, el Señor así nos lo conceda.
Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la CEA
Buenos Aires (Pilar), lunes 11 de noviembre de 2024.
Primer día de la 125° Asamblea Plenaria de los Obispos.
El sábado 9 de marzo de este año, el día de la ordenación diaconal de Pedro, Franco, Fabián y Ariel entablamos un diálogo con Mateo, aquel recaudador de impuestos, que, escuchando el llamado de Jesús, lo dejó todo y lo siguió.1
Hoy, ocho meses después, e iluminados por el evangelio que proclamamos recién, queremos volver a dialogar, esta vez con Simón Pedro que a orillas del mar de Tiberíades conversa con Jesús.
Después de comer… (v 15); el Señor había preparado el fuego y colocado un pescado sobre las brasas y pan (cf. ver. 9). Sin embargo, Pedro, tu corazón seguía con hambre. La última vez que tu mirada se había cruzado con la de Jesús fue la noche de la traición; por eso tu corazón tiene hambre de perdón, tu corazón necesita de la misericordia de Dios que te anime a ponerte de pie y recomenzar; tenés hambre de paz en el alma, tenés hambre de amistad, tenés hambre de un abrazo fuerte que exprese todo tu arrepentimiento y, a la vez, todo el amor que Jesús te tiene. Como escribía San Juan Pablo II: Es importante notar cómo la debilidad de Pedro manifiesta que la Iglesia se fundamenta sobre la potencia infinita de la gracia.2
La noche de la traición debe haber sido una noche muy oscura, cerrada, sin estrellas, sin esperanza, sin horizonte, sin salida. Pero hoy, tu diálogo con Jesús es al amanecer (v 4); está comenzando a salir el sol, está clareando. Y aquí recuerdo a Helder Cámara cuando escribía: “No debemos tener miedo de la oscuridad de la noche. De la noche más negra surge la mejor aurora.” Y así, de la oscuridad de las negaciones, surge este encuentro con Jesús que tres veces te preguntará si lo amás.
Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro, comienzan un camino hermoso, ser sacerdotes de Cristo, siguiendo los pasos del Maestro. No desesperen de sus noches oscuras, no se dejen ahogar por sus miserias y pecados; en la mayor oscuridad comienza a amanecer, y volverán a escuchar a Jesús, que los eligió, y que vuelve a decirles como el
primer día ¿me amás?
Déjense misericordiar por el Señor que lo sabe todo, como hoy dice Pedro (v 17). Y así, conscientes de sus propias fragilidades, pero perdonados y sanados por Él, no se cansen de perdonar; no se cansen de abrazar con la ternura de Dios a tantos hermanos que se acercarán a ustedes, hambrientos de consuelo y misericordia.
Pedro, también queremos saber de tu corazón cuando el Señor te preguntó: Simón, hijo de Juan ¿me amás? (v 16). Y vos nos dirás que fue una pregunta decisiva, una pregunta “al hueso”, una pregunta que nos queda muy grande, porque Jesús sabe de tus flaquezas y de las nuestras; sin embargo, en esa pregunta sentimos la confirmación del
llamado y la humilde disposición a reiniciar el camino.
Jesús no pregunta: ¿Te sentís con fuerza? ¿Conocés bien mi doctrina? ¿Te vescapacitado para gobernar o conducir? No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y alimentar al pueblo de Dios.
Queridos hermanos, que, en la oración personal, todas las mañanas al comenzar la jornada y a la noche, al presentar frente al sagrario el cansancio del día, escuchen la pregunta ¿me amás?; escúchenla como una renovación del llamado que Jesús les hace. Como decía San Agustín, la renovación interior y semejanza con Cristo le vendrá al apóstol de la oración realizada en lo íntimo con el Huésped.3
El Papa Francisco, reflexionando sobre este texto del evangelio dice que Jesús le pide a Pedro: “Ámame más que los otros, ámame como puedas, pero ámame”. Y es lo que el Señor pide a los pastores “Ámame,” Porque el primer paso en el diálogo con el Señor es el amor. Él nos ha amado primero, pero nosotros debemos amarlo también.4
Franco, Ariel, Pedro y Fabián, sean pastores enamorados. Allí está la centralidad del misterio. Y para que no se enfríe el amor, aliméntenlo con la oración, con la Eucaristía y con el pastoreo. Apacentar significa dar alimento; nuestro pueblo tiene hambre, por eso procuren ser profetas de la justicia que ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todos, animando en la solidaridad y el compromiso especialmente con los que más sufren; pero también alimenten a nuestro pueblo con el Pan de la Vida, porque tenemos hambre de Dios, y la Eucaristía es su respuesta al hambre más profunda del corazón humano.
Otro te atará y te llevará donde no quieras (v 18). Me imagino Pedro lo que habrán resonado esas palabras en tu corazón. Parecía que, con las tres preguntas de Jesús y tus tres respuestas, ya era suficiente. Sin embargo, Jesús te dice que te prepares, que la misión también tiene momentos de incomprensión, de sufrimiento, prepararte para la cruz.
Amar, pastorear y prepararse. Tres conceptos que pueden ser la hoja de ruta de un pastor, la brújula para no perderse.
Queridos hermanos, todos nosotros también estamos atados a la voluntad de Dios, atados a la fraternidad sacerdotal, atados a nuestras comunidades y atados a la Iglesia, nuestra Madre; paradójicamente cuando más atados más libres, como Cristo, que entregó su vida libremente por amor a nosotros.
Porque no es la mismo ser libres que estar sueltos; vivimos en una sociedad donde muchos andan sueltos, pero esclavizados de sus adicciones, de sus caprichos, de sus ideologismos, de sus prejuicios, de los celos.
Por eso proclamen con su vida la libertad que nos ha dado Cristo, la libertad del compromiso con los demás, la libertad de la comunión y la fraternidad, la libertad de la entrega.
El evangelio termina con una palabra de Jesús a Pedro: Sígueme (v 19). Seguramente Pedro, esa palabra quedó resonando en tu mente y en tu corazón para siempre; incluso cuando extendiste tus propios brazos en la cruz para entregar tu vida por Cristo en la capital del Imperio.
Seguirlo todos los días hasta el final, seguirlo en los días grises y en los días que las cosas nos salen bien, seguirlo los días que cargar nuestra humanidad se hace pesado; seguirlo livianos de equipaje, cuidando de que el corazón no quede detenido en algo que nos impida acoger lo nuevo que Dios proponga. Justamente San Ignacio de Loyola llamaba “cosa adquirida” a lo que ya tenemos y nos apresa. Lo que nos retiene puede ser algo muy bueno, pero nos impide acoger las nuevas propuestas que Dios nos hace y sus sorpresas. El seguimiento exige una dinámica de movimiento; lo contrario del seguimiento es el inmovilismo.
Queridos Ariel, Franco, Pedro y Fabián, sigan a Jesús enamorados de Él, síganlo con alegría y libertad, anunciando que está vivo y que nos invita a todos a ser constructores del Reino, un proyecto de justicia y fraternidad, de paz y misericordia, un proyecto por el que, desde hoy, entregan para siempre sus vidas como sacerdotes.
Y por favor, no tengan miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio especialmente entre los que sufren y los marginados en esta ciudad tan compleja y desafiante. Que donde estén sus pies, esté su corazón.
Que Dios los bendiga mucho, sean muy felices junto al pueblo de Dios y sus hermanos sacerdotes que hoy los reciben en el presbiterio,
María, nuestra Madre, los cuida,
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
9 de noviembre de 2024
Queridos hermanos y hermanas:
El deseo de paz expresado por Jesús a los apóstoles después de resucitar, resuena de un modo especial en nuestras mentes y corazones en esta celebración de los 40 años del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile.
Hace cuatro décadas cuando la amenaza de la guerra entre nuestras naciones era inminente y se iniciaban los preparativos para el combate, al tiempo que las negociaciones directas sobre la fijación del límite desde el Canal de Beagle hasta el pasaje de Drake al Sur del cabo de Hornos habían fracasado, los representantes de Argentina y Chile decidieron abrir paso a una nueva vía para la resolución del conflicto: la mediación papal solicitada al Papa San Juan Pablo II, quien hacía muy poco tiempo había iniciado su pontificado.
Así comenzó un periodo de nuevas negociaciones para alcanzar la paz entre nuestros pueblos, un proceso que culminaría en la firma del Tratado que determino “la solución completa y definitiva de las cuestiones que a él se refiere”. (Preámbulo del Tratado)
La primera palabra que pronuncia Jesús resucitado es la Paz. La paz es el primer fruto de la Pascua. Es lo que le va a dar seguridad a estos hombres que estaban encerrados en el Cenáculo, llenos de temor, llevando en sus corazones la tragedia que habían vivido en las últimas horas. Vivian una profunda incertidumbre ya que habían dejado todo por Jesús y pensaban que todo lo que habían invertido, entregando sus vidas en función de un gran ideal, había llegado a su fin.
Muchos de estos sentimientos se asemejaban a los que vivíamos en aquel tiempo, argentinos y chilenos, ya que la sombra de la guerra entre nosotros, países hermanos, parecía visitarnos inexorablemente.
A la luz de la Palabra de Dios quisiera expresar tres pensamientos que se me ocurren oportunos, al mirar desde el presente lo ocurrido hace cuarenta años:
En primer lugar, dar gracias a Dios por el Don de la Paz.
Queremos rendir un sentido homenaje al pueblo argentino y al pueblo chileno, a los ministros de gobierno y de relaciones exteriores de ambos países, al Cardenal Primatesta y al Cardenal Silva Henríquez, ambos presidentes de las conferencias episcopales de ambos países que fueron claves en la solicitud de la intervención de la Santa Sede, y muy especialmente a todos aquellos hombres y mujeres que ofrecieron su tiempo, sus esfuerzo y su profesionalidad para lograr este tratado de Paz y de Amistad.
Nos demostraron que incluso en los momentos más tensos y complejos es posible tomar decisiones que nos saquen del encierro y del temor, abriendo paso a la esperanza para reencontrar esa fraternidad tan seriamente amenazada. ‘La esperanza es audazb y saber mirar más allá de las dificultades abriendo caminos donde otros ven solo muros”. Fratelli Tutti, 55.
En segundo lugar, es bueno que esta memoria agradecida que hacemos nos permita reconocer el inmenso valor de la diplomacia en la vida de los Estados y sus efectos fecundos en la vida concreta de cada ciudadano. La diplomacia es un arte, es un trabajo que exige paciencia y constancia, muchas veces silencioso, que busca unir la diversidad de vivencias históricas diferentes y muy arraigadas en la educación y en la cultura. Es un servicio a la armonía entre las diferencias. La paz social es laboriosa y artesanal. Solo es posible lograrla integrando a todos.
Cuanta necesidad tiene el mundo en el que vivimos del ejercicio de esta diplomacia.
La violencia desatada hoy en tantos frentes va logrando oscurecer el valor de la palabra, pierden importancia los gestos que acercan la vida de los seres humanos y que crean los puentes necesarios para que los espíritus se sosieguen y para que el dialogo se restablezca a partir de nuevas escuchas más atentas y superadoras. La violencia que nos envuelve corre el riesgo de cerrar los canales del espíritu para salvar vidas humanas, vidas de hombres y mujeres, de niños y ancianos, que se exterminan infligiendo una derrota incalculable en el corazón de la humanidad.
Inspirados en el ejemplo del recordado cardenal Antonio Samoré quien, con una paciencia tenaz, y una precisa neutralidad alcanzo a divisar esa luz de esperanza al final del túnel, es necesario aprender a transitar las sendas del respeto mutuo y del cuidado de nuestras acciones, palabras y gestos para construir el Bien Común de nuestros pueblos.
Finalmente, el regalo de la paz nos invita a la misión. Jesús sopló sobre los apóstoles y los envió a predicar el Evangelio. La luz al final del túnel, de la que hablaba el Cardenal Samoré, debe convertirse en una luz que nos lleve a iluminar a todos nuestros hermanos con el evangelio de la paz que es don de Dios y tarea humana.
Que esta acción de gracias nos impulse a cuidar la paz y a transmitirla a los demás. No se trata solo de un compromiso en los grandes escenarios, sino que podemos construirla en la vida de todos los días, en nuestros espacios familiares, en nuestros lugares de trabajo, y en todos los ambientes en donde podamos sembrar la semilla de la paz.
Este gran bien brota de las profundidades del corazón humano y requiere una continua revitalización, abriendo nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y a los pueblos.
Le pedimos al Señor y a nuestra Madre de Luján y del Carmen, patronas de la Argentina y de Chile, que nos transformen en artesanos de la paz y de la concordia, sembradores del bien y apóstoles de la esperanza.
Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires, Catedral Metropolitana, miércoles 6 de noviembre de 2024.
Queridos hermanos:
Estamos participando de la ordenación diaconal de Ramiro. Nos unimos en la alegría a su familia, a la parroquia y a la diócesis que celebra este acontecimiento.
Esta comunidad tendrá dos diáconos pero con dos vocaciones diferentes: Marcelo, diácono permanente casado y Ramiro, diácono en tránsito hacia el sacerdocio.
El diaconado es un ministerio cuya centralidad es el servicio, por eso Ramiro se enfrenta al desafío de ir configurándose paulatinamente a “Cristo Siervo”.
El servicio del altar -bendecir, proclamar el Evangelio, predicar, celebrar los bautismos y matrimonios- es una manera de ejercerlo pero no es la única y, me atrevo a decirlo, tampoco la más importante. El servicio al pueblo de Dios, en especial a los más pobres, ha de ser tu objetivo central y, en tu caso particular, también la transmisión de la Palabra de Dios a través de la enseñanza desde el carisma que el Señor te regaló.
Celebramos este acontecimiento en la Solemnidad de Todos los Santos, fiesta litúrgica en la que recordamos a todos aquellos que se encuentran en la Jerusalén celestial gozando de la Visión beatífica, ya sea los que han sido canonizados como también tantos santos desconocidos.
Aquellos que han sido reconocidos por la Iglesia y están en los altares tienen la misión de ser nuestros modelos, guía e intercesores en la vida dado que todos, en razón de nuestro bautismo, tenemos una vocación a la santidad.
Ahora bien, ¿quiénes son los santos?
Los santos son los que han tomado en serio y hecho carne en su vida las bienaventuranzas, que es la nueva ley del Reino que nos trajo el Señor.
En este texto de San Mateo leemos que Jesús, como nuevo Moisés, sube a la montaña, se sienta y, desde esa Cátedra, comienza a pronunciar a sus discípulos las Bienaventuranzas, comenzando cada una de ellas diciendo ¡Felices”!
El Señor propone a los que lo seguían un camino de felicidad que en principio desconcierta, y que por tanto tenemos que aprender a descubrir.
Las bienaventuranzas se fundan en la Gracia divina y señalan el modo de ser de los auténticos discípulos de Cristo, que buscan auténticamente ser felices. Para ello debemos adentrarnos en el misterio que el Señor nos propone.
No me puedo detener en todas y por ello me detengo en la primera que, a mi modo de ver, precede y funda a las demás: “Felices los pobres de espíritu porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”.
“Pobres”, indica a aquellos que no cuentan con sus propias fuerzas porque tienen muy pocas cosas en las que poder gloriarse y apoyarse, pero están seguros del Señor, de su bondad, de su potencia y de su misericordia. Indica que han puesto en Dios toda su esperanza.
En el lenguaje del Reino, “pobres”, “hacerse como niños” y “pequeños” son equivalentes; solamente cuando el corazón es humilde, cuando es consciente de que tiene que esperarlo todo de Dios, el Dios de la Misericordia viene a su encuentro.
Las bienaventuranzas son, por tanto, el “programa de vida” de los que queremos seguir a Jesús. Un modo de ser feliz a contrapelo de la propuesta -fuertemente tentadora y condicionante- de este mundo; por tanto un desafío que nos impulsa a ir sin miedo contra la corriente.
Ramiro, en la medida en que te dispongas a vivirlas y, confiado en la Gracia de Dios pongas todo tu esfuerzo en hacerlo, podrás ser luz para los que te rodean.
Qué el ejemplo de los santos sea para vos una fuerza motivadora para vivir tu condición de “servidor” y qué María de Luján ampare y acompañe siempre tu ministerio.
Mons. Adolfo Armando Uriona DFP, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto
Queridos hermanos:
Celebramos la fiesta del Seños de los Milagros, que como cada año nos reúne en esta Basílica de La Piedad, de un modo particular, junto con la comunidad peruana en nuestra Ciudad, que festeja sus fiestas patronales, y sigue con piedad los pasos de Jesús en la cruz.
Por esto le agradezco al párroco, que me invitó como en otras ocasiones, a compartir con ustedes esta fiesta.
Meditemos un momento en el Señor de los Milagros: primero, que Él nos amó y nos ama en la cruz, y cómo el Padre nos ama en su Hijo; segundo que Él nos enseña a ser pacientes, aun en medio de las contrariedades; y finalmente que Él nos invita a servir.
Nos va a ayudar a hacerlo, conocer la última Encíclica de Papa Francisco sobre el amor del Corazón de Jesús.
1. El Señor de los Milagros, nos amó
El Señor de los Milagros nos ama desde la cruz, y nos enseña que su Corazón contiene y refleja el amor infinito de Dios Padre, un amor sin medida hacia cada uno de nosotros.
Como el ciego, que se levantó pidiéndole a Jesús que lo cure, porque quería ver, hoy también nos acercamos al Señor con confianza, sabiendo que “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él, no muera” (Juan 3, 13-17).
Por eso, el encuentro con Jesús, con el Señor de los Milagros, es un encuentro con una Persona viva, que vive y nos ama. ¿Acaso no es lo que sentimos hoy, que nos encontramos a los pies de la cruz?
Queremos poder ver, mirarlo de un modo nuevo, como quien espera y confía, sabiendo que el amor levanta nuestro corazón hacia Dios, y nos abre un camino de fe y de esperanza.
Como dice el Papa en su última Encíclica “Nos amó”, “...en su ternura, en el temblor de su cariño humano, se manifiesta toda la verdad de su amor divino e infinito”. Y agrega, “así lo expresaba Benedicto XVI: Desde el horizonte infinito de su amor, Dios quiso entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno” (Nos amó, nº 64).
2. Señor de los Milagros nos enseña a ser pacientes
Cuando en el desierto, “el pueblo perdió la paciencia”, dejó de confiar, y unos y otros decían, “aquí no hay pan ni agua y estamos hartos de esta comida…” (Nú, 21, 4b), Moisés intercedió ante Dios, el Señor le hizo fabricar una serpiente de bronce, y le dijo que la colocara sobre un mástil, y quien la mirara quedaría sano. Fue un anticipo de la salvación, una promesa de la vida, que iba a traer Jesús.
Hoy miramos a la cruz, para ver al Señor. Así como cuando sanaba a los enfermos, multiplicaba el pan, y consolaba a quienes se acercaban a Ël, hoy también nos cura con su gracia, y nos invita a superar con paciencia muchas situaciones difíciles y a veces angustiosas, y sabemos cuántas son para los enfermos, para quienes están solos, para los más pobres y para quienes sufren las divisiones y las guerras… Jesús se compadece de nuestras debilidades para enseñarnos un camino de confianza en Él, y para despertar en nosotros, en tantos casos, la cercanía y la solidaridad fraterna.
Pidamos ante el Señor, “que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive..., pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón” (“Nos amó”, nº 31).
3. El Señor de los Milagros también nos enseña a servir
El Señor de los Milagros, nos muestra desde la cruz, - como dice San Pablo en la carta a los Filipenses, - que Jesús “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (Fil.2,6-11).
El Señor, como servidor nuestro, es fuente de todo consuelo, y nos invita: “Vengan a mi todos los que están fatigados y cansados, que yo los aliviaré” (Mateo 11, 28).
Su deseo de aliviarnos de nuestro cansancio, es también parte de su servicio. El asumió “la condición de siervo” (Fil 2, 7), y no vino para ser servido, “sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mat. 20, 28).
Por eso, “Observándolo actuar podemos descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros...” (Nos amó, nº 33), y yo agregaría, observándolo actuar, podemos descubrir lo qué espera de nosotros, sabiendo que “el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece a servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga” (ibidem, nº 25).
Este es el camino del cristiano, nuestro camino, y esta enseñanza suya es para toda la vida, porque “Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).
Que el Señor de los Milagros nos mueva a servir, y contribuir con nuestra atención y servicio fraterno también al bien que esperamos. Es decir, ser felices de servir, ya que esto tiene consecuencias no sólo en nuestra vida, sino también en la sociedad, y así, amando a Jesús, el mundo, pueda cambiar.
Cuando al terminar la celebración de la Misa, salgamos a caminar por las calles con el Señor de los Milagros, y con su Madre, que podamos llevar también este mensaje de esperanza, y que muchos puedan acercarse a Él, para verlo con los ojos de la fe y amarlo con el corazón.
Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo emérito de Rosario
Hoy en el Evangelio que leímos Jesús está con mucha gente. A ver si se acuerdan, ¿Cuántas personas había con Jesús en el Evangelio? Dice más de cinco mil hombres sin contar las mujeres y los niños. Miren si hubieran contado todos los chicos que había acá, un montón más. Había mucha pero mucha gente y el lugar donde estaban, ¿Cómo era el lugar? Desértico, era un desierto.
En el desierto hace mucho calor como ahora, ¿no? O más calor todavía y en el desierto no hay agua. El desierto es un lugar difícil para vivir, no está bueno vivir en el desierto, es muy difícil porque hace mucho calor, porque a la noche a veces hace mucho frío y porque, aparte, no hay agua. Y dice también, ¿Qué momento del día era? Era en el desierto y ¿En qué momento? ¿La noche decía? A la tarde, dice que era el atardecer. Estaba atardeciendo.
Cuando atardece es cuando el sol se está yendo ¿Cómo nos gustaría que ahora se vaya un rato no? Pero bueno, se quedó acá. Bueno, en el desierto, en el atardecer, y habiendo tanta gente, Jesús se preocupa mucho por cada una de las personas que está ahí y quiere que cada una de las personas que está ahí pueda comer pero parece que era difícil porque había nada más que ¿Cuántos panes? ¿Y pescados? Re poquito ¿no? Re poquito.
Miren, a veces en la vida de las personas también es como si fuera un desierto porque la vida de mucha gente es muy complicada, muy difícil. Capaz que la vida de tu familia es recontra difícil, a veces es como que vivimos en un desierto porque tenemos un montón de problemas y a veces también, es como que atardece porque cuando atardece es como que está oscureciendo y a veces oscurece en el corazón cuando perdemos la alegría. A veces oscurece en el corazón cuando hay mucha bronca, a veces oscurece en el corazón cuando hay peleas en casa, cuando hay problemas, cuando no nos ponemos de acuerdo ¿Cuántas veces oscurece en nuestro corazón y oscurece en nuestra familia?
Y entonces, en esos momentos Jesús se preocupa mucho por nosotros y Él quiere que hoy en el Evangelio se multipliquen los panes y los pescados. Y hoy quiere también Jesús que multipliquemos la alegría. Y uno le puede decir a Jesús: “Pero Jesús yo tengo poquita alegría porque tengo muchos problemas. Jesús no va a alcanzar mi alegría para tanta gente que la está pasando mal”. Y yo estoy seguro que va a alcanzar porque cuando uno comparte la alegría la alegría se multiplica. Por eso todos, cuando celebramos un cumple todos cuando vamos a una fiesta, no hay una sola persona, van muchas personas a la fiesta. ¿Para qué? Para que se multiplique la alegría. A nadie le gusta celebrar el cumpleaños sólo. ¿Se entiende hasta acá?
Entonces Jesús quiere que esa alegría se multiplique ¿Y cuál es la alegría que Jesús quiere que se multiplique? La que está en el corazón. Y nosotros, todos somos alegres ¿Por qué? Porque aunque tengamos muchos problemas sabemos que Dios nos ama. A ver ¿Dios nos ama? Más fuerte ¿Dios nos ama? ¡Sí! Nos ama mucho por eso, aunque haya problemas, yo tengo la alegría en el corazón de que Dios me ama.
Segundo, Dios nos perdona siempre y eso también es motivo de alegría ¿Dios nos perdona siempre? No se escuchó ¿Dios nos perdona siempre? A ver ahora, los varones ¿Dios nos perdona siempre? A ver las chicas ¿Dios nos perdona siempre? Parejito eh, parejito. Ahora todos, ¿Dios nos perdona siempre? Y esa es una alegría enorme. Dios nos perdona siempre porque nos ama mucho, porque entregó su vida en la cruz por nosotros por amor y Él quiere que seamos felices y esa es la segunda alegría.
Y la tercera alegría que tenemos en el corazón, perdón, Dios quiere que seamos hermanos Dios sabe que nos necesitamos, nadie puede sólo. Nadie puede sólo, somos hermanos, nos necesitamos. En los momentos difíciles no nos tenemos que quedar solos y en los momentos lindos nos tenemos que quedar con otros para celebrar. Por eso, la tercera alegría es que somos hermanos.
Entonces, la primera alegría dijimos que era, dijimos que Dios nos… Más fuerte, Dios nos… La segunda, Dios nos… Dios nos… Y la tercera que Dios nos hace… Dios nos hace… Y entonces, esa alegría que tengo en el corazón aunque a veces esté lleno de problemas tiene que hacer que mi corazón sonría. Siempre mi corazón tiene que sonreír, porque aunque pase momentos de desierto, aunque a veces oscurezca en mi vida y en la de mi familia, y este un poco haciéndose tarde en mi corazón y en mi vida, yo sé que Dios me ama, yo sé que Dios me perdona, yo sé que Dios me dio hermanos para compartir la vida.
Y entonces, tengo alegría y esa alegría no es para guardármela sino que esa alegría es para compartir y estoy seguro que todos ustedes, chicos y grandes conocen gente que la está pasando mal. Conocen gente que tiene hambre de alegría, entonces, no se guarden la alegría de Jesús. La alegría de Jesús es para compartir y multiplicar. Así como esos cinco panes y esos dos pescados, nosotros queremos compartir con los demás la alegría del corazón.
Ojalá que después de esta Misa todos busquemos a gente que la esté pasando mal, todos busquemos a un abuelo, todos busquemos a un familiar, todos busquemos a un amigo, a un vecino que esté triste, y que le podamos decir: “¿Sabes qué? Te vengo a compartir la alegría de que Dios te ama”. “Te vengo a compartir la alegría de que Dios nos perdona siempre”. “Te vengo a compartir la alegría de que Dios nos hace hermanos”. Y vas a ver como esa alegría se multiplica porque vos no la vas a perder nunca de tu corazón pero vas a darle también alegría al otro.
Al final del Evangelio de hoy dice que los panes y los pescados ¿Alcanzaron? Y aparte de alcanzar ¿Qué pasó? ¡Sobró un montón! Y vas a ver que con la alegría de Jesús pasa lo mismo, la alegría de Jesús cuando se comparte se multiplica y sobra. Alcanza para todos porque Dios nos ama a todos. Dios nos perdona a todos. Y Dios quiere que todos seamos hermanos.
Vamos ahora entonces a pensar, de nuevo, en alguna persona que esté muy triste y que necesite la alegría de Jesús. Pensá o alguien que esté sólo, capaz que a tu abuelo o a tu abuela hace rato que no los visitas. Capaz que sabes que hay un vecino que no la está pasando bien. Capaz que hay un compañero de la escuela que todos lo cargan, que todos se burlan de él.
Seguro todos conocemos a alguien que está triste, vamos a pedir en esta Misa por esa persona y esta semana eh, no pueden pasar más de cuatro cinco días. Tenemos que comunicarnos con esa persona, tenemos que llamarla, tenemos que mandarle un mensajito, tenemos que visitarla y decirle: “Te vengo a traer la alegría de Jesús” “Te vengo a compartir la elegía de Jesús” Porque cuando la alegría de Jesús se comparte se multiplica, alcanza para todos y sobra. Entonces, la alegría es porque Dios nos.. Dios nos.. Y Dios nos…
Vamos de vuelta, la primera era que Dios nos… La segunda que Dios nos… Y la tercera que Dios nos… ¿Y va a alcanzar para todos? ¿Y va a sobrar? Entonces vamos a pensar en alguien que la necesite mucho y la vamos a multiplicar y seguro, vas a ver, como cuando compartas la alegría con los otros, seguro la alegría de tu corazón va a crecer más. ¡Viva Jesús! ¡Viva Jesús! ¡Viva la alegría de Jesús!
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
Queridos hermanos:
Como todos los años, nos congregamos a los pies de esta imagen venerada para recordar con gratitud que Su presencia desde 1730, en una humilde capilla, reúne al primer grupo de pobladores en la llamada “Baxada de Paraná”. Así comienza la historia religiosa, política y social de nuestra ciudad. Por eso reconocemos a la Santísima Virgen del Rosario, como nuestra Madre, Patrona y Fundadora.
Junto a Ella nació Paraná; por eso nació cristiana, Reconocer nuestro origen es asegurar nuestro futuro, profundizar sus raíces, garantizar el progreso de nuestro pueblo poniendo en el centro a Dios como a su Señor.
Hoy queremos dar gracias a Dios, por la creatura más perfecto salida del corazón Trinitario: L a Inmaculada; a Jesucristo porque nos la dejo como madre al pie de la cruz, a María porque nos aceptó como hijos, en el mismo momento en que nuestros pecados eran la causa de la muerte de su Hijo muy amado, a la Santísima Virgen del Rosario porque nos engendró como pueblo que peregrina en estas tierras entrerrianas.
A pocos días de concluir el año misionero y haber celebrado el Encuentro Regional, queremos agradecerle por los frutos de este tiempo y de este encuentro, y pedirle que acreciente en nosotros, el deseo de anunciar a Jesús a nuestros hermanos. Que nos ayude a comprender el espíritu de la nueva evangelización. Hay un estilo mariano en la actividad misionera de la Iglesia nos dice Francisco: “porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En Ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes que no necesitan maltratar a otros para sentirse importante EG n. 288
Con María, queremos decir con San Pablo “pobre de mí si no evangelizo “que no me salgan callos en el alma, ante tantos hermanos nuestros que están perdidos porque no conocen a Jesús.
Como María, queremos ser una Iglesia que tienda puentes, que rompa muros, que siembre reconciliación, que sea solidaria, en este momento difícil de nuestra Patria.
Como María, queremos ser una Iglesia comprometida con la vida, desde su concepción hasta la muerte natural, con los olvidados por esta cultura del descarte Que seamos samaritanos ante tantos abandonados a la vera del camino.
Honramos a Nuestra Madre con el título de María, del Rosario, ésta advocación, nos habla a lo largo de la historia de su cercanía en los momentos difíciles. (Lepanto y Malvinas) y por eso en este año queremos contemplarla como la Mujer Orante.
Aprender a orar con María porque su oración es memoriosa, agradecida; es el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Estoy convencido que toda renovación en la Iglesia y de la sociedad empieza por la renovación de la oración, especialmente de la adoración. Si nos dejamos educar por Ella, tenemos el camino más fácil para llegar a Dios. Dios está en todas partes, pero en María se revela a los pequeños y pobres. “en todas partes el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los Niños…” (S. Luis Grignion de Montfort)
¡Qué bueno si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la voluntad del Padre, con el corazón silencioso, obediente, que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer como la semilla que cae en tierra fértil.
«En el momento en que el mundo corre hacia el absurdo, la desolación y, quizás hacia la catástrofe, la Iglesia nuevamente muestra a María Orante” Paulo VI Jornada por la Paz.
Ante un mundo que nos hace respirar aire contaminado, necesitamos el buen oxigeno del Evangelio que nos ayuda a salir del egoísmo, materialismo y hedonismo para gozar las cosas de Dios y abrirnos a la trascendencia del cielo.
Tenemos que rezar para respirar el aire de Dios y no dejarnos contaminar por las seducciones del mundo, porque como nos advierte Jesús, estamos en el mudo pero no somos del mundo.
La oración es el aliento de la fe, en su expresión más propia. Es como un grito silencioso s que surge del corazón de quien cree, ama y confía en Dios.
Madre enséñanos a orar! Ella nos ha enseñado el arte más sublime e interesante para la humanidad: el arte de hablar con Dios, de tratar a solas con Él, de sumergirse en Él.
Como María, debemos cultivar nuestra capacidad de admiración y asombro ante Dios. Así lo hacía san Agustín: « ¿Qué es esto que al mismo tiempo me enardece y me estremece? Eres Tú Dios mío. Me enardece eso que tienes tan semejante a mí. Eres hombre, como yo. Pero me estremece eso que es tan distinto de mí. Eres Dios»
Puedo en verdad decir que creo sino no rezo. Puedo decir que ama, quien no reza.
Jesús nos lo enseña con su ejemplo y palabra. (“Orad sin cesar” “pidan y se les dará, busquen y encontraran, golpeen y se les abrirá”)
Tenemos que sincerarnos. Todo buen propósito cae si no me comprometo a rezar.
¿Es difícil rezar?
Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús)
La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4).
Santa Teresa define la oración como estar con quien sabemos que nos ama. Encuentro de amor.
San Pío de Pietralcina “la oración es la fuerza más grande de la Iglesia”
Tenemos que reencontrarnos con la oración. Tengamos la certeza que toda oración llega al corazón de Dios, ninguna cae en la tierra.
Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
Digamos una palabra sobre el Rosario
El querido San Juan Pablo II fue un gran apóstol del Rosario, lo recordamos de rodillas frente a esta imagen venerada acá en Paraná. Él nos decía”. El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la plegaria del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María.» (Castelgandolfo 1 octubre de 2006). Es entrar en la escuela de María para aprehender a ser más discípulo-misionero.
«El Rosario, exclamaba, es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”.
Y Francisco dice: “El Rosario es la oración que acompaña todo el tiempo mi vida. Es también la oración de los sencillos y de los santos… es la oración de mi corazón”
Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de Jesús, que nuestra Arquidiócesis sea una comunidad orante, fraterna y misionera
Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná
En esta peregrinación número 50 le decimos como pueblo a la Virgen de Luján: “Madre, bajo tu mirada, buscamos la unidad.”
Madre: Tu imagen original tiene solo 38 cm, hecha de barro cocido. Sin embargo, Madre, sos tan grande, sos tan inmensa en tu pequeñez. Decirte Madre nos une; allí está el fundamento para empezar a construir la unidad nacional tan anhelada. Decirte Madre, mamá, nos hace hijos y hermanos. Así vinimos peregrinando. Como pueblo, todos tan distintos, todos tan iguales. Hemos recorrido muchos kilómetros, hemos traído nuestras intenciones a María, a la madre a la que contamos todo con nuestras lágrimas, con nuestras oraciones, con nuestros dolores, con toda nuestra vida, especialmente con nuestras fragilidades, porque hemos aprendido que solos es más difícil, que nos necesitamos, que aunque distintos, somos la familia de Jesús y de María; por nuestras venas corre la misma sangre, la de hijos de Dios que caminan a la casa de la Madre. Su casa es esta basílica, pero nuestra casa es su corazón en el cual todos tenemos un lugar especial.
La peregrinación es una marcha con otros; no caminamos solos; aunque quizás haya habido momentos de meditación personal o tramos caminados un poco más a solas, vivimos una experiencia muy profunda: la secreta alegría solidaria de que “todos vamos para el mismo lado.” Ya lo decían los jóvenes que en 1975 protagonizaron la primera peregrinación cuando al llegar proclamaban desde las escalinatas de la Basílica: “En cada paso que dimos hasta aquí hemos experimentado lo que es ser pueblo que camina unido hacia su ideal de libertad y justicia. Y es por eso que vinimos. Es que los jóvenes estamos comprendiendo cada vez más que tomamos parte de un pueblo, el pueblo de Dios en América Latina, cuyo corazón son los humildes y los trabajadores”[1]
Madre, bajo tu mirada: mirada silenciosa que dice más que muchas palabras. Nos miras con ternura, sin juzgar ni reprocharnos nada. Tu imagen parece tener los parpados caídos, como las madres agotadas que por las noches salen a buscar a sus hijos a las calles y pasillos de los barrios atrapados por la droga. Ojos cansados de Madre al pie de la cruz de sus hijos enfermos, de sus hijos jóvenes angustiados por no poder concretar sus proyectos de vida, y de sus hijos que no llegan a fin de mes para alimentar a sus familias. Pero nunca ojos cerrados, porque Ella sigue guiando e iluminándonos con su mirada. Ella sabe que, al mirar así hacia abajo mira nuestra fragilidad; incluso, parece que nos sigue con su mirada donde quiere que nos coloquemos.
Nos decía el cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, en 1999: Nosotros necesitamos de su mirada tierna, su mirada de Madre, esa que nos destapa el alma. Su mirada que está llena de compasión y de cuidado. Venimos a agradecer que su mirada esté en nuestras historias, en esa historia que sólo sabemos cada uno de nosotros, la historia escondida de nuestras vidas. Esa historia con problemas y con alegrías. Y luego de este largo camino, cansados, nos encontramos con su mirada que nos consuela. En la mirada de la Virgen, tenemos un regalo permanente. Es el regalo de la misericordia de Dios, que la miró pequeñita, y la hizo su Madre. De la misericordia de Dios, que la miró desde la cruz, y la hizo Madre nuestra.[2]
Madre, mira a tu pueblo cansado, mira a tu pueblo que está haciendo un gran esfuerzo para sostenerse en la esperanza, para ponerse la Patria al hombro y sobrellevar la crisis que nos atraviesa hace años. Mira a tu pueblo peregrino, que viene con todas sus intenciones, con sus heridas, y esperanzas. Necesitamos ser mirados por tus ojos grandes, claros y azules porque tu mirada no está empañada por prejuicios; con tus ojos nos mirás a todos, sin excluir a nadie; miras, como Patrona de Argentina, todos los rincones de la Patria.
Madre, bajo tu mirada, buscamos. Buscar es hacer lo posible y necesario para encontrar algo. Peregrinar es buscar metas, es buscar con otros, porque nos hacemos conscientes que perdimos tanto. Perdimos justicia, perdimos fuentes laborales, perdimos oportunidades, pero acá estamos. Seguimos buscando, no nos vamos a resignar, porque buscamos de la mano de María.
Madre, bajo tu mirada, buscamos la unidad: Tu manto celeste y blanco nos incentiva a seguir buscando la unidad entre los argentinos, a no resignarnos al enfrentamiento constante, a profundizar las grietas y heridas. Frente a las crisis, los sabios buscan soluciones, los mediocres culpables. Hay muchos mediocres que frente al lacerante y doloroso 52,9% de pobreza se pusieron a buscar culpables. Desde la casa de María, les pedimos: Por favor únanse detrás de dos o tres temas importantes para los todos los argentinos. Pidamos la humildad de trabajar con otros, de generar consensos y acuerdos y de tender puentes porque lo más valiente que podemos hacer es pedir ayuda y eso no es signo de rendirse, es justamente lo contrario, es negar a rendirse. No nos rindamos a ser hermanos, a buscar soluciones juntos, a construir una Patria más justa y más fraterna, a liberarnos de prejuicios, odios y enfrentamientos estériles, a seguir confiando nuestras vidas a la Virgen de Luján, que desde hace 50 años el primer fin de semana de octubre, recibe a cientos de miles de peregrinos a quienes abraza con su corazón de Madre, y nos anima a seguir caminando en la vida, cansados, pero no abatidos, golpeados, pero con esperanza y sin bajar los brazos.
¡Viva la Virgen! ¡Viva la Virgen de Luján!
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
Notas:
[1] Mensaje de la primera peregrinación a pie a Luján, 1975.
[2] Cardenal Jorge Bergoglio, Homilía, Luján 1999.