Queridos hermanos:
Nos hemos reunido en este Santuario Nacional, a los pies de la Virgen de Luján, para agradecer a Dios por el don de San Luis Orione a la Iglesia, celebrando su llegada a nuestra patria hace 100 años.
Tenemos clara conciencia que no se trata solamente de recordar una efeméride, sino que buscamos preguntarnos: ¿qué nos dice hoy Don Orione a quienes celebramos su llegada a la Argentina?, ¿cuál es su mensaje para nosotros?...
Me parece un atrevimiento el pretender dar una respuesta y por eso lo hago con temor… intentando comprender un poco de la grandeza de corazón de este santo que pisó nuestra tierra hace un siglo y que sigue teniendo una palabra para los hombres de hoy.
En el Evangelio de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo hemos escuchado que el Señor se revela como Rey justamente en el momento de máxima humillación de su existencia y ante un gobernador pagano que lo estaba juzgando… Jesús, el Verbo de Dios hecho carne y donde habita la plenitud del Espíritu Santo, es consciente que su realeza se ha de manifestar en esta hora en la que ha de abrazar la pasión y la Cruz. Cristo reinará desde un madero y es el Espíritu el que lo conduce a aceptar esta insondable Voluntad del Padre.
Iluminado por esta Palabra de Dios percibo ante todo a Don Orione como un hombre de “discernimiento” que se abandona dócilmente en manos del Espíritu para ser conducido por Él…
Cuando viajó a Latinoamérica por primera vez en su incipiente Congregación en Italia había 16 casas y sólo 30 sacerdotes; ni siquiera dos religiosos por comunidad. Con tan pocas fuerzas, escaso personal y con una familia religiosa en plena formación se lanza intrépido al nuevo mundo, ¿qué lo mueve?... ¡esa docilidad a la moción del Espíritu que lo empuja a la misión!
De esa manera pudo superar el cansancio y la enfermedad que lo afectaban y que nunca pudieron mermar su actividad infatigable. Narra su hagiógrafo Giorgio Papasogli: “Estando en Brasil las fatigas del viaje, la novedad del clima, la intensidad del período transcurrido entre emociones, esperanzas, encuentros en los que se debía asumir compromisos y, de manera particular, las privaciones, actuaron al unísono sobre la resistencia cardíaca de Don Orione. Los dolores comenzaron de noche, y no pidió ayuda a nadie de la casa: “… Me parecía que moriría tranquilo en la misericordia de Dios…, pensó”. Luego se repitieron, embistiendo con vehemencia, pero inútilmente, la impasibilidad del enfermo: “Le daba poca importancia a los dolores físicos…”[1]
Su docilidad a las inspiraciones del Espíritu le permitió también trascender la postura de Don Sterpi, su principal colaborador y que había quedado a cargo de la Congregación en Italia, que era contrario a nuevas aperturas. El mismo le había escrito con preocupación: “Leo en sus cartas el deseo que tiene de abrir más casas allí en Río de Janeiro y, más aún, que quiere llegar hasta Buenos Aires. Por ahora ni lo piense porque no tenemos personal suficiente”.[2]
Y unos días después con mucha vehemencia: “Rece por nosotros y piense más bien en volver cuanto antes… Recuerde que, si aquí las cosas no marchan bien, será malo también para América…
Y no me venga con que la caridad de Cristo nos une, que alcanza con que estemos juntos en el cielo, etc., etc.; todas cosas verdaderas y santas pero un poco fuera de lugar. Y olvídese de Argentina, o si no, me voy yo también para allá”.[3]
A pesar de todo cansancio, enfermedad, oposición Don Orione perseveró en su proyecto porque intuía que no era de él sino de Dios.
Por otra parte, en ese camino de discernimiento y las decisiones consecuentes que conlleva se percibe con evidencia la acción iluminadora de la Virgen María. En este primer viaje dos hechos muy conocidos lo ilustran.
1. A poco de su llegada a Brasil para visitar a sus misioneros y solucionar algunos problemas, recibió una carta de Mons. Maurilio Silvani, entonces secretario de la Nunciatura Apostólica de Buenos Aires, quien lo invitaba a la Argentina, a lo que el Fundador respondió positivamente.
En una segunda carta Mons. Silvani le exponía las posibilidades pastorales que había en este país y lo invitaba a predicar en la peregrinación de los italianos a Luján. Ante estas propuestas, Don Orione puso fecha a su viaje y respondió: “… estaré en Buenos Aires para el 13, en la peregrinación italiana al Santuario de Luján (…) llegaré tal vez en la vigilia, haré todo lo posible por estar, y comenzar a los pies de la Virgen la misión de los hijos de la Divina Providencia en Argentina”[4]. Estaba muy entusiasmado por esta posibilidad, pero la Providencia tenía otros planes y, por problemas de documentación, se tuvo que quedar en Montevideo sin poder arribar a este evento. Visitará el Santuario dos días después y, en poco más de tres meses que fue el tiempo total que estuvo en Argentina en su primer viaje, lo hará en cuatro oportunidades…
2. Un segundo hecho que muestra la fuerte presencia mariana en su vida es el siguiente… Acto seguido a su llegada a la Argentina le ofrecen, de entrada, varias obras: ¿cuál elegir?... Cuando va a Victoria, en el actual conurbano bonaerense, a ver uno de esos ofrecimientos, cuenta Mons. Silvani que lo acompañaba, que “al entrar en la iglesia no era el mismo: no tenía la expresión habitual, había desaparecido el fervor que lo caracterizaba casi siempre y el rostro parecía velado y trastornado (además estaba sufriendo un fuerte dolor de muelas…). Luego, mientras nosotros observábamos y admirábamos las bellas líneas de la iglesia, pareció perder el conocimiento; vimos que se separaba, con los brazos en alto y lo escuchamos gritar, como nunca lo habíamos escuchado, de alegría y entusiasmo, y como un niño lo vimos correr gritando siempre hacia la imagen de la Virgen que había llamado su atención y arrodillarse y rezar, conmovido y casi transfigurado… No entendimos y le preguntamos por qué tanta efusión; él señalando a la Virgen de la Guardia en el altar, dijo: “Pero ¿acaso no lo ven? ¡Es la Virgen de la Guardia! Vine a la Argentina con la intención de edificar una iglesia a la Virgen; pero la Virgen fue más diligente que yo y me la da hecha… Cuando partí de Génova prometí consagrarle todas mis obras en América y ahora me siento feliz de verla honrada aquí”. Y dijo que aceptaba la iglesia sin pensarlo”.[5]
La presencia de la Virgen María ocupó un rol protagónico en la vida de nuestro Padre, acompañándolo siempre desde aquel profético sueño del manto azul cuando teníamos apenas 20 años…
Finalmente, desde la impronta papal de su carisma, San Luis Orione hoy nos impulsaría con vehemencia a adherirnos a la orientación que está dando el Papa Francisco a la Iglesia y haciéndolo concreto en nuestro obrar. Simplemente señalo tres cosas:
Ante todo se embarcaría inmediatamente en la propuesta de encarnar una iglesia en salida, como nos propone Francisco en Evangelii Gaudium:
“… La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás…”.[6]
Esto lo podemos traducir con la frase de Mons. Bandi, que acuñó de joven y que lo acompañó como norma práctica toda su vida: “salgamos de la sacristía”…
En segundo término Don Orione nos animaría a transitar una iglesia profética y comprometida en la escucha del grito de la tierra y el grito de los pobres como lo indica el Papa en Laudato Sii y Fratelli Tutti… Pero desde una óptica esperanzadora porque estamos llamados a ser profetas de esperanza no de desventuras.
Decía Don Orione: “Son tiempos nuevos? Fuera temores y vacilaciones: marchemos a la conquista de los tiempos con ardiente e intenso espíritu de apostolado, y de sana e inteligente modernidad. Lancémonos a nuevas formas, a los nuevos métodos de acción religiosa y social, bajo la guía de los obispos, firmes en la fe, pero con amplitud de criterios y de espíritu”.[7]
Finalmente nos comprometería a empeñarnos en un camino sinodal, es decir saliendo como Iglesia al encuentro del otro disponiéndonos realmente a la escucha atenta, “… estamos llamados a ser expertos en el arte del encuentro…, dice Francisco, y todo encuentro requiere apertura, valentía, disponibilidad para dejarse interpelar por el rostro y la historia del otro…”.[8] Así lo hizo de hecho nuestro Padre Fundador que salió al encuentro de todos (socialistas, masones, modernistas, obreros, políticos, marginados, personas con discapacidad), escuchando y acogiendo sus necesidades y buscando caminos concretos para iluminarlas o incluso remediarlas. “Todo cambia cuando somos capaces de encuentros auténticos con Él y entre nosotros. Sin formalismos, sin falsedades, sin maquillajes…”
Mons. Adolfo Armando Uriona FDP, obispo de Villa de la Concepción de Río Cuarto
Notas:
[1] PAPASOGLI, G., Vida de Don Orione, cap 36.
[2] Carta del 20 de octubre 1921, citada por Enzo Giustozzi, Don Orione Latinoamérica y Argentina, pág. 50.
[3] Carta del 9 de noviembre de 1921, citada por Enzo Giustozzi, Don Orione Latinoamérica y Argentina, pág. 51.
[4] Carta a Mons. Silvani, del 5 de noviembre de 1921, desde Río de Janeiro, citada por Enzo Giustozzi, Don Orione Latinoamérica y Argentina, pág. 52.
[5] PAPASOGLI, G., Vida de Don Orione, pág. 260.
[6] Evangelii Gaudium, 10
[7] Don Orione, “un profeta de nuestro tiempo”, 2002, pág. 90
[8] Homilía para la Apertura del Sínodo de Obispos. 10 de octubre de 2021