Viernes 22 de noviembre de 2024

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42ª Peregrinación Juvenil a Itatí

Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes, en la Misa de clausura de la 42ª Peregrinación Juvenil a Itatí (Itatí, 19 de septiembre de 2021)

“Con Jesús, José y María, peregrinamos con esperanza y valentía” es el lema que ustedes, queridos jóvenes, han pensado para nuestra 42ª Peregrinación de los jóvenes del NEA a Itatí. La realidad de la pandemia nos limita una vez más el camino para llegar juntos hasta la casa de nuestra Madre y nos obliga a buscar alternativas para poder encontrarnos con ella y entre nosotros. Y como para el amor no hay distancias, porque es maravillosamente creativo y superador de adversidades, ustedes inventaron otras maneras de encontrarse y por eso tampoco abandonaron su vocación de peregrinos. No olvidemos que el encuentro es siempre el destino del peregrino.

Así lo asegura la Palabra de Dios que acabamos de proclamar. En la primera lectura del libro de la Sabiduría (cf. 2,12.17-20), nos muestra la esperanza y valentía del justo puesto a prueba por los hombres malvados para ver si Dios lo salva. Ese justo es figura de Jesús, que confía en Dios su Padre y supera todos los tormentos. Podríamos decir, es la imagen del peregrino que no se desvía del camino porque puso toda su confianza en Jesús, José y María. El Apóstol Santiago, en su carta (cf. 3,16-4,3), advierte de los peligros de una sabiduría mundana que ambiciona y provoca rivalidad, discordia y envidia, y al no alcanzar lo que pretende, hace la guerra y mata, y la contrapone con la sabiduría que viene de lo alto, que es pura, pacífica, benévola y conciliadora, está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien. Esta es la sabiduría del peregrino, su compromiso y su fortaleza en el camino.

En el Evangelio (cf. Mc 9,30-37), Jesús enseña la sabiduría de Dios, esa que él mismo experimentó en el amor del Padre y del Espíritu Santo. Lo hace de un modo sencillo y claro diciendo que el que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos. Y para rematar lo dicho, tomó un niño y abrazándolo, dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado”. Ahí está de nuevo el peregrino que decide su esperanza y valentía a cada paso, no en sí mismo, sino confiado totalmente en Jesús, José y María, y con ellos y como ellos, esperar sin desfallecer en Dios que jamás abandona a los que se confían en él.

Peregrinamos con “esperanza y valentía”. La esperanza y la valentía hacen la diferencia entre el peregrino y el vagabundo. Para el vagabundo, pensar en una meta hacia dónde dirigirse es un ejercicio agotador. La meta es él mismo, no lo mueve la esperanza, sino solo el interés por encontrar lo que venga y le produzca algún placer; no lo motiva el esfuerzo para un camino en subida, le gusta el camino ancho donde no haya obstáculos, porque no está dispuesto a esforzarse en superarlos. En el fondo es un individuo que está siempre buscando algo, pero teme encontrarse con alguien. Por eso, el vagabundo es un solitario que merodea sin rumbo y sin la alegría de vivir. Es como ese “turista” que pasa por la vida así, mirando sin ver, conociendo sin que nada le atraviese el corazón.

En cambio, el peregrino sabe hacia dónde va y jamás se siente solo, aun cuando no tenga compañeros que caminen con él, sin embargo, siempre anhela peregrinar con otros, porque su meta es el encuentro. Tan fuerte es la atracción que siente por llegar a la meta, que no hay obstáculo que no esté dispuesto a enfrentar y superar. El peregrino no se siente un superhéroe, lo que experimenta es una fuerza superior que lo sostiene y anima a seguir. Él peregrina con Jesús, José y María. En su compañía, ya vive por anticipado la alegría del encuentro, por eso no se deja llevar por las tentaciones que pretenden desviarlo del camino. Porque tiene esperanza, es valiente, sabe lo que espera, y por eso no hay nada que lo detenga o distraiga. Como peregrino, vive la experiencia de un misterio que lo supera, el hermoso misterio de la trascendencia de Dios y también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio” (cf. Aparecida 260).

El peregrino está atento, fundamentalmente, en dos direcciones: en primer lugar, a la meta y, enseguida, al que camina a su lado. La meta es el santuario, lugar de encuentro, al que el peregrino anhela llegar. Lo vive no como una carrera para llegar primero, sino como un lugar al que tiene que llegar junto con sus compañeros de camino. Por eso, al mismo tiempo que atiende al destino hacia el cual se dirige, está atento a las necesidades de los que caminan con él. El peregrino es fraterno, amable y justo y, además, alegre aun en medio de las adversidades, porque sabe que, con Jesús, José y María, y de la mano con sus hermanos y hermanas, no duda de que va a llegar a la meta. Y como leemos en Aparecida: “Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor” (259).

El peregrino, cuando regresa a su casa, a su barrio, a la escuela y al espacio público, no deja de ser peregrino. Porque peregrinar es una actitud ante la vida. Siempre estará atento a no convertirse en una especie de vagabundo en la vida cotidiana, a quien lo único que le interesa es pasarla bien, no importa con quién ni con qué, basta que le proporcionen algún placer. En cambio, el peregrino aprendió a ver a sus semejantes y a las cosas con los ojos de Jesús, José y María, por eso no pierde la esperanza ni en sí mismo ni en sus compañeros. Al contrario, cuando ve que flaquean como peregrinos o se sienten tentados de alejarse del camino, no los abandona, sino que se acerca a ellos, y está dispuesto a sostenerlos y animarlos a continuar caminando hacia el encuentro.

Con Jesús, José y María, el peregrino se siente seguro. Pero no es la seguridad del autosuficiente, del que se cree más que los otros y, en el fondo, no necesita de nadie, ni de Dios. El verdadero peregrino se siente seguro porque pone su confianza en Jesús, José y María. Ellos son su fortaleza, su valentía y su esperanza. Con ellos descubre que Dios lo ama y que ama también a aquellos con quienes él convive diariamente en el grupo de amigos y amigas, con su propia familia, con los compañeros de estudio, de trabajo y de diversión. Porque se siente profundamente amado por Dios, ama a los otros y está atento a sus necesidades. En Jesús, José y María, siente que es parte de una familia que peregrina, se integra gustosamente a ella, colabora sin hacerse notar, descubre que es Iglesia y en ella se siente seguro como pueblo que camina hacia el encuentro con Dios.

No podemos dejar de unirnos hoy a la Jornada Nacional de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, y pronunciarnos enérgicamente contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños. Lamentablemente, en Argentina se desarrolla una intensa campaña por quienes explotan la prostitución para que se la considere como un trabajo, con el objetivo de que se abandone la honrosa tradición abolicionista que tiene nuestra Patria. El papa Francisco fue contundente cuando dijo que “la trata constituye una violación injustificable de la libertad y la dignidad de las víctimas, dimensiones constitutivas del ser humano deseado y creado por Dios, por lo que debe considerarse un crimen de lesa humanidad”. Por eso, hoy nos unimos a todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad para decir un no rotundo a la Trata de Personas.

También este fin de semana se lleva a cabo la 52° edición de la Colecta Nacional Más por Menos con el lema "Entre todos, renovemos la esperanza". Nuestra generosidad y solidaridad llevará esperanza a nuestra gente. a fin de poder sobrellevar la crisis económica y social por la cual debemos transitar.

Hoy nos sentimos cerca, especialmente, de todos los que sufren las consecuencias de la pandemia: los enfermos y sus familiares, en particular, de los que perdieron a sus seres queridos y ni siquiera pudieron despedirse de ellos; los que se empobrecieron hasta carecer de lo necesario para vivir dignamente; al heroico personal de la salud, a los que brindan servicios a los hospitales y a los que toman decisiones para cuidar y ayudarnos a tomar conciencia de cuidarnos entre todos; y de un modo muy especial hoy a los jóvenes del NEA y de otros lugares que anualmente peregrinan a este santuario: que María de Itatí los cubra con su manto, los proteja de todo mal y, con Jesús y José, los anime a ser peregrinos con esperanza y valentía en la vida de todos los días. Que así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes