El confinamiento dispuesto por las autoridades Nacionales y Provinciales nos obliga a estar en casa el sábado y domingo. Esto nos limita para encontrarnos con amigos, circular por la calle… Para quienes somos creyentes y practicantes, es una prohibición para celebrar juntos la fe. Y justo nos toca esta situación en el fin de semana en la cual la Iglesia Católica en todo el mundo celebra la Solemne Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Muchos feligreses nos han acercado comentarios de rechazo a esta suspensión, así como del cupo de 20 personas por Templo para las celebraciones religiosas, cuando el resto de actividades se autorizan al 30%.
Acerca de las limitaciones a las celebraciones religiosas, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina ha emitido una comunicación. Te comparto un par de párrafos: “¿Qué ayuda a mantener encendida la esperanza en este tiempo tan dramático que vivimos? Con claridad lo decimos: La dimensión trascendente y religiosa de la vida. Así lo expresa y tiene necesidad de hacerlo nuestro pueblo. Ella constituye el horizonte de muchos argentinos y los llena de fortaleza, consuelo y esperanza. Aun para muchos que habitualmente no participaban de celebraciones y encuentros religiosos, la enfermedad y la muerte cercana de algún ser querido, así como la angustia y la desesperanza, se revelan como momentos difíciles que la fe ayuda a afrontar con mayor fortaleza. Entonces, la mejor política arraigada en el pueblo es también la que reconoce la importancia de la espiritualidad en la vida de los pueblos”.
Por eso también se afirma: “Creemos que el respeto de esta sensibilidad religiosa no puede quedar librado a respuestas arbitrarias de las autoridades o a decisiones fundadas en la opinión personal de un funcionario”.
Pero Jesús no se queda encerrado en el Sagrario de cada Parroquia o Capilla. Él quiere encontrarse con nosotros también en estas condiciones concretas. Cuando un sacerdote u obispo esté celebrando la misa ampliará su corazón para estar con sus fieles, y así espiritualmente agrandar el altar hasta llegar a tu casa. Por medio de la televisión, la radio o alguna de las redes sociales vas a poder sumarte a la oración. Sin duda que no es lo mismo que estar en el Templo cantando y rezando juntos como Familia de los hijos de Dios. Pero algo es mejor que nada.
Te invito en este día a rezar y hacer memoria de los momentos en los cuales pudiste recibir a Jesús en la comunión, o alabarlo en adoración. La fe y el amor no están alcanzados por el confinamiento. El Espíritu Santo no está encadenado. Te invito de manera particular a orar antes de comer y bendecir de manera especial el pan que está en la mesa familiar.
La Última Cena fue celebrada en el contexto de la festividad de la Pascua Judía. Un momento de hacer memoria de la acción salvadora de Dios que liberó al Pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Hagamos también memoria del momento en que Jesús se entrega para liberarnos del pecado y de la muerte.
San Juan de la Cruz, en su poema “Cántico Espiritual”, con belleza y profundidad nos conduce a quedarnos contemplando el misterio: “la noche sosegada,/ en par de los levantes de la aurora,/ la música callada,/ la soledad sonora,/ la cena que recrea y enamora”. Dejemos que el Espíritu Santo nos lleve a profundizar en el acontecimiento de intimidad y amistad.
La Cena de Jesús con los apóstoles es sustento para enfrentar la traición que está por venir. Fortaleza para asumir la cruz y llegar a la gloria. El pan partido y compartido y el cáliz son ofrecidos a los discípulos. Pan y vino que son transformados en el Cuerpo entregado y la Sangre derramada. Las maravillosas palabras que siguen resonando actualizadas en cada misa: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”.
Comulgar es recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es abrir la vida para que Él nos colme de su presencia. Ninguna persona puede decir que es digna de la Comunión. Por eso repetimos “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme”. Como nos enseña Francisco, “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (EG 47). Y tengamos bien presente que, en este tiempo de confinamiento, la comunión espiritual sigue siendo nuestro alimento concreto en cada Eucaristía. Como dice la oración para ese momento tan sagrado y vivencial: “Creo, Jesús mío,/ que estás real/y verdaderamente en el cielo/y en el Santísimo Sacramento del Altar./Te amo sobre todas las cosas/y deseo vivamente recibirte/ dentro de mi alma,/ pero no pudiendo hacerlo/ ahora sacramentalmente,/ ven al menos/espiritualmente a mi corazón./ Y como si ya te hubiese recibido,/ te abrazo y me uno del todo a Ti./Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén”.
San Pablo concluye consecuencias estupendas e inusitadas: “Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan”. (ICor. 10,17)
Uno de los riesgos siempre al acecho es el de caer en el ritualismo que aleja la celebración eucarística de la práctica concreta de la caridad. El mismo Apóstol reprocha a los cristianos de la primera comunidad de Corinto, porque “cuando celebran sus asambleas, hay divisiones entre ustedes” (ICor. 11,18). Y les advierte que “lo que menos hacen es comer la cena del Señor, porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se pone ebrio” (ICor. 20,21). Esa actitud de avaricia no condice con la entrega de Cristo por amor a todos.
La semana que viene realizaremos la Colecta Anual de Cáritas con el lema: “En tiempos difíciles, compartamos más”.
La Pandemia puso al descubierto graves inequidades, y muchos más han caído debajo de la línea de pobreza e indigencia. Se requiere una respuesta desde los poderes públicos responsables de la organización de la sociedad. Pero eso no nos exime de la responsabilidad de la solidaridad personal y comunitaria. Preparemos el bolsillo y el corazón para estar cerca de los más golpeados por la miseria.
El mismo Jesús que quiere entrar en tu casa es el que está presente en los más pobres y excluidos. Adoremos su presencia real en la Eucaristía, y cuidemos su cuerpo herido en los pobres.
Mons. Jorge Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo