Hermanas y hermanos:
Celebramos este misterio de la Ascensión del Señor. Luego de su Resurrección “durante cuarenta días se le apareció y les habló del Reino de Dios” (Hch. 1, 3) Y les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc. 16, 15) “Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (v. 19)
“Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente. Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo”. (CIC 666-667)
Es una celebración llena de esperanza. En los tiempos difíciles que vivimos necesitamos fortalecer la esperanza. Ella está anclada en Dios que ha vencido el poder de la muerte. La vida es más fuerte. Hoy nuestra esperanza está muy centrada en la vacunación de la humanidad contra este virus que “nos sorprendió como una tormenta inesperada y furiosa”. Pero toda esperanza humana es frágil, limitada. Nosotros seguimos a Jesucristo. Él es nuestra esperanza.
¡Qué necesario, para los tiempos difíciles, es tener seguridad de que Jesús es el Señor de la historia, que permanece en su Iglesia hasta el final y que va haciendo con nosotros la ruta hacia el Padre! ¡Qué importante es recordar que precisamente para los tiempos difíciles Dios ha comprometido su presencia! «Vayan, anuncien el Evangelio a toda la creación. Yo estaré siempre con ustedes hasta el final del mundo» (Mc 16,15; Mt 28,20) (Cfr. Pironio. Meditación para tiempos difíciles. 1976)
Hoy más que nunca hacen falta los profetas de la esperanza. Personas que alimentan sus vidas en la Palabra de Dios, que se nutren de la sabiduría de los pueblos. Mujeres y hombres que, tan rápido como la sangre acude a la herida, salen al encuentro del prójimo que sufre, sin cálculos interesados, sin escondidos intereses, sólo animados por la compasión. Es el pueblo, constituido en su mayoría por gente común, “sencillito y de a pie”, que es heredero de los sueños de nuestros antepasados, sueños de justicia, de libertad, de igualdad, de fraternidad y de paz. En el pueblo de Dios nacen profetas que anuncian un mundo nuevo, sobre todo con su vida entregada en gestos de servicio, de amor genuino, de ayuda mutua y de fraternidad. Hombres y mujeres fuertes en la lucha por el pan y el trabajo para todos, en la defensa de la vida amenazada y de los derechos de los indefensos. ¡Cuántos profetas de la esperanza hay hoy entre nosotros! Enfermeras y enfermeros, también médicos y médicas, y los demás agentes de la salud, agobiados por horas y horas de servicio en hospitales y clínicas, con sueldos insuficientes, muchos sin ser reconocidos en la noble profesión de enfermeros y enfermeras; sin embargo, pasan días y noches enteras asistiendo a los enfermos, haciéndoles más humana esa soledad en el dolor. En silencio, esos trabajadores de la salud, son un grito de esperanza. Aunque la injusticia pesa sobre sus trabajos mal remunerados, lo ejercen con la hidalguía que brota de corazones sensibles, humanos, que se ponen en el lugar del otro. Son buenos samaritanos que encarnan a Jesús que no abandona, cura nuestras heridas y nos abraza con ternura. Las voluntarias y voluntarios que asisten a los necesitados en los comedores y merenderos, exponiéndose a los contagios. Un mundo mejor es posible con esa inmensa cantidad de personas que no se doblegan ante la injusticia y el egoísmo de muchos, sino que son fieles a sus nobles sentimientos y convicciones. Es así, porque se sienten hermanos y cercanos del que sufre, del que padece, del que está abandonado o descartado por una porción de la sociedad adormecida por la apariencia, el materialismo, el individualismo, la comodidad, la discriminación, la injusticia y la ambición desmedida. Son profetas de esperanza que también invitan a un cambio de vida. Ese testimonio es un llamado a salir de actitudes egoístas y mezquinas, para animarse a vivir la aventura de compartir y de servir. Existen estos profetas de la esperanza, porque está vivo el amor. Es el amor de Dios derramado en sus corazones. Es posible soñar juntos un mundo mejor. Es posible realizarlo entre todos.
Antes de subir al cielo Jesús dice a sus discípulos: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”. El anuncio es para toda la creación. La resurrección de Jesús debe transfigurar todo lo creado, de hecho debe llevarnos a tener un nuevo modo de relacionarnos con la creación. Como comunidad diocesana queremos unirnos a toda la humanidad para celebrar la “Semana Laudato Si”. El 24 de mayo de 2015, el Papa Francisco presentaba la Carta Encíclica “Laudato Si”. Se trata de un “verdadero manual de compromiso social cristiano con nuestra Casa Común”, el planeta tierra. Una invitación a mantener vivo el compromiso de la comunidad eclesial con el cuidado del medio ambiente, desde una concepción de “Ecología integral”. Se orienta a una mirada integral sobre el paradigma imperante, la raíz humana de la crisis ecológica y la necesidad de vincular estrechamente la degradación del medio ambiente con la concepción de descarte que impera, tanto para las cosas como para las personas, especialmente los más pobres. Nuestra Iglesia Diocesana, como gran parte de las comunidades eclesiales del mundo, adhiere a esta visión e iniciativa. Tenemos un largo camino por recorrer. Debemos cultivar como parte de nuestra pastoral una visión más cercana y comprometida con esta dimensión, en la que se nos va la vida y la suerte de nuestro único mundo. Nos debemos además una pedagogía del cuidado que se instale en nuestras aulas, casas y espacios pastorales para animar a niños, niñas y jóvenes a este compromiso desde nuestra fe, por el cuidado de nuestra tierra. Es una ardua y larga tarea que requiere de esa fuerza de la esperanza que nos saca de nuestro pequeño espacio personal y de este momento, para abrirnos al mundo entero y a las generaciones futuras. Por ello, hemos creado en la Diócesis de Quilmes el Departamento “Laudato Si”, perteneciente a la Vicaría de la Solidaridad. Durante esta semana por nuestros portales digitales podrán participar de las actividades programadas.
Hoy también celebramos la 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, con el lema “«Ven y lo verás» (Jn 1,46). Comunicar encontrando a las personas donde están y como son”. En su Mensaje el Papa Francisco “La buena nueva del Evangelio se difundió en el mundo gracias a los encuentros de persona a persona, de corazón a corazón. Hombres y mujeres que aceptaron la misma invitación: “Ven y lo verás”, y quedaron impresionados por el “plus” de humanidad que se transparentaba en su mirada, en la palabra y en los gestos de personas que daban testimonio de Jesucristo. Así, el Evangelio se repite hoy cada vez que recibimos el testimonio límpido de personas cuya vida ha cambiado por el encuentro con Jesús. Desde hace más de dos mil años es una cadena de encuentros la que comunica la fascinación de la aventura cristiana. El desafío que nos espera es, por lo tanto, el de comunicar encontrando a las personas donde están y como son”.
En este día, el P. Obispo Maxi y quien les habla, agradecemos a todas las personas que desempeñan su trabajo en el amplio campo de las comunicaciones en nuestros tres partidos de Berazategui, Florencio Varela y Quilmes, y de modo especial a quienes se desempeñan en nuestras parroquias y en el Obispado brindándose como comunicadores, para que los valores del Reino de Jesús sean sembrados en los corazones de las personas.
El Papa Francisco termina su Mensaje para esta 55ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales con esta simple oración:
Señor, enséñanos a salir de nosotros mismos,
y a encaminarnos hacia la búsqueda de la verdad.
Enséñanos a ir y ver,
enséñanos a escuchar,
a no cultivar prejuicios,
a no sacar conclusiones apresuradas.
Enséñanos a ir allá donde nadie quiere ir,
a tomarnos el tiempo para entender,
a prestar atención a lo esencial,
a no dejarnos distraer por lo superfluo,
a distinguir la apariencia engañosa de la verdad.
Danos la gracia de reconocer tus moradas en el mundo
y la honestidad de contar lo que hemos visto.
Mons. Carlos José Tissera,obispo de Quilmes