Viernes 22 de noviembre de 2024

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La misteriosa luz de la Misericordia divina

Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, para el Domingo de la Misericordia (11 de abril de 2021)

Hoy se cierra la Octava de Pascua, que son los 8 días más importantes del año, la gran fiesta de la Resurrección. Si todavía no hemos vivido el gozo y la esperanza de la resurrección pidamos el don de vivirlo hoy.

En este domingo hace pocos años se estableció la celebración de la Divina Misericordia. Cristo se nos aparece derramando con sus manos rayos de colores que simbolizan los regalos de su misericordia. De ese modo nos queda claro que Cristo ha resucitado para nosotros, para derramar en cada uno de ustedes su amor y su vida nueva.

Esta celebración fue establecida por san Juan Pablo II inspirado en las visiones de Sor Faustina. A ella Cristo le había manifestado que quien confiara realmente en su misericordia no tiene nada que temer, su vida terminará bien y se salvará. Decía que tu confianza es el recipiente del agua de la misericordia, es agua que se derrama de acuerdo a cómo tengas el corazón abierto, y eso depende de la confianza que tengas en él.

Porque el problema es que normalmente nosotros confiamos en otras cosas mucho más que en su misericordia. Por eso hoy tenemos que contemplar al resucitado de esa manera: envolviéndonos con su luz y su amor, para darle sentido a todo lo que nos toque vivir.

Pero fíjense bien, contemplar su misericordia no es sólo confiar en su perdón, saber que comprende mis debilidades, que me perdona setenta veces siete, que borrará mi culpa cada vez que se lo pida con arrepentimiento. No. Es todavía más que eso.

Es aprender a mirar la propia vida y todo lo que nos pasa a la luz de la misericordia del Señor, es aprender a sumergirse en ese mar de misericordia, y entonces caminar en medio de nuestros problemas de otra manera. Es reconocer los signos de su misericordia en toda tu vida, en el pasado y en el presente, tantos signos que muchas veces no reconocemos porque estamos distraídos en nuestros lamentos.

Si mirás tu vida a la luz de tu misericordia infinita reconocerás cuántas veces el Señor te ha sostenido y cuántas veces te sostendrá cuando descubrís que este mundo no te puede salvar. Nuestro problema es que no miramos la vida a la luz de esta misericordia sino a la luz de nuestras insatisfacciones, estamos mirando siempre lo que nos falta, lo que la vida nos niega, y entonces no nos sentimos rodeados por la divina Misericordia sino por la negrura de este mundo limitado. Y a lo largo de tu existencia, en distintos momentos, te vas alejando de la divina Misericordia y te vas aferrando a otras cosas que no te dan más alegría, sino más incapacidad de vivir. Les pongo algunos ejemplos:

*En mi barrio había un niño enamorado de las palomas de la calle, se detenía largos ratos a mirar su plumaje, sus movimientos, sonreía cuando una paloma se posaba cerca d él, levantaba los ojos feliz cuando veía pasar una bandada en el cielo. Entonces un tío suyo compró varios tachos vacíos y dos yuntas de palomas con la cola de abanico, preciosas, y le armó un palomar en el patio. Por supuesto que el niño se puso muy contento y amó a su tío. Pero a partir de ese día aquel niño se acostumbró a las palomas, le parecían algo normal. Nunca más se sintió cautivado por las palomas de la calle, nunca más le interesó levantar los ojos al cielo para mirar feliz las palomas que pasaban, ya no le llamaban la atención, y así perdió una alegría de la vida.

*Otro niño de mi pueblito de Córdoba, apenas podía se escapaba a un arroyito que estaba a un kilómetro del pueblo. Disfrutaba viendo correr el agua, se mojaba los pies, se quedaba largos ratos feliz bajo el sol, o corría detrás de una rana y escuchaba el canto de los pájaros como una sinfonía. Hasta que lo llevaron a las playas cálidas de Brasil. Nunca más le interesó su dulce arroyito, sino que esperaba el verano para ver a dónde iba a viajar su familia.

*Le pasa lo mismo a ese niño que disfruta mirando las mojarras de una lagunita, hasta que le compran una pecera con peces tropicales, o a ese beduino del desierto que admira las luces y sombras de la arena del desierto hasta que ve las luces de una gran ciudad.

Sólo queda la nostalgia, pero es una nostalgia insatisfecha, que siempre quiere más. Entonces ya no se siente la vida como un montón de signos de la misericordia divina, sino como un lugar triste, carente, lleno de insatisfacciones por lo que uno no tiene.

Sin duda, quienes han vivido el tiempo de cuarentena envueltos en la luz de la Misericordia, han sabido vivir la vida de otra manera. Quienes sólo se han dejado llevar por la ira debido a lo que no tenían o a lo que no podían hacer, se fueron de la luz de la Misericordia y eligieron sentirse sólo víctimas de la fatalidad.

Por supuesto que la Misericordia de Dios que envuelve tu vida con su luz no te priva de soñar, pero es un soñar lleno de gratitud y de paz, no una ansiedad llena de lamentos.

No me resigno ante este mundo como lo construimos nosotros, sintiéndonos dioses, embelesados con los avances tecnológicos que nos dan poder, dominadores. Yo sueño un mundo distinto, como el que está en el Corazón misericordioso del Señor, un mundo que se parezca más al que sueña él en su Misericordia.

Porque al ser humano no lo sanan ni lo hacen pleno las cosas que lo hacen sentir poderoso, sino entregarse totalmente y lleno de confianza en un Amor que lo supera y que le da sentido a su vida. Esta fiesta de hoy nos invita a dar ese salto de la fe hacia otra dimensión, hacia otro mundo en medio de los límites de esta tierra.

En la fe yo sé que ese mundo ya está germinando en todas partes, porque Cristo ha resucitado, la Misericordia vive. Tengo que aprender a encontrar sus rayos de luz en cada cosa. Porque no necesita manifestarse en hechos extraordinarios, en situaciones espectacularmente agradables, sino en el misterio de las pequeñas cosas, repletas de su amor luminoso. Por eso no quiero obsesionarme buscando paraísos, o soluciones artificiales, o respuestas mágicas. Encuentro tu misericordia Señor, aquí, cada día, en lo que venga. Amén ¡Aleluya!

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata