Jueves 21 de noviembre de 2024

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"San José, un estilo siempre vigente"

Carta Pastoral de Mons. Ángel J. Macín, obispo de Reconquista, con motivo de celebrarse el "Año Internacional de San José", patrono de la Diócesis de Reconquista (17 de febrero de 2021)

Los dones de Dios llegan frecuentemente de un modo inesperado. El Papa Francisco nos ha sorprendido una vez más, convocando al año de San José, al cumplirse 150 años de su proclamación como patrono de la Iglesia. A nosotros nos ha conmovido de un modo especial, porque San José es patrono de nuestra Diócesis. Por lo tanto, esta iniciativa nos cabe de un modo ineludible.

La carta mediante la cual se anuncia esta iniciativa pontificia, Patris Corde, tiene en sí misma un contenido más que suficiente para nuestra oración y nuestra meditación personal y comunitaria. De hecho, la figura de San José, más allá de lo que se pueda decir sobre él, decanta por sí misma, y conviene contemplarla asiduamente, ya que siempre tiene un mensaje nuevo para ofrecernos. Esto vale también para el momento actual. Su estilo permanece vigente, y puede seguir sumando matices a la belleza y efectividad pastoral de nuestra Iglesia Diocesana.

Mi intención, con esta carta no es repetir el magisterio pontificio, sino animar a meditar el mismo y a acrecentar nuestra devoción a nuestro patrono, y también a motivar nuestro aprendizaje del testimonio de San José, vinculando su figura al caminar diocesano, de tal manera que la pastoral orgánica de este año se inspire y se desarrolle teniendo al Padre Adoptivo de Jesús como eje y punto de referencia permanente.

1. José, varón justo
Las escuetas pero decisivas palabras que el Nuevo Testamento dedica a José nos hacen pensar que su vínculo fundante es con el Creador y con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de la historia de Israel. Se lo describe como un “varón justo” (cf. Mt 1,19), es decir, alguien que camina con integridad en la presencia del Altísimo, anteponiendo sus planes a los propios (cf. Gn 17,1). Es así que, diligentemente, realiza aquello que le viene manifestado en sueños: recibe a María como mujer, huye a Egipto con ella y el Niño, retorna a Nazareth (Mt 1,20; 2,13.19.22). Es alguien que sueña con Dios. O deja que Dios le hable en sueños. Algo muy simple, pero de una hondura magnifica de discernimiento y sabiduría. Es así que también puede ser denominado hombre sabio, porque sabe leer el lenguaje de los signos (cf. Mt 1,18-2,23).

La discreta descripción de su figura queda como escondida, como recortada, detrás de la acción trinitaria: Dios Padre es quien lo orienta en su actuar y lo pone como su figura; el Hijo, que se subsume a sus cuidados y atenciones; el Espíritu Santo silenciosamente lo inspira en su accionar y lo acompaña en su tarea, eminentemente cotidiana, de acompañar el crecimiento del Hijo de Dios. Hay una hermosa oración que pide por la intercesión de José la gracia de ser segundo, por su actitud no competitiva, por su humildad (Devocionario Popular, Oración para pedir la Humildad a San José); en realidad, este texto subraya una faceta más amplia. José es segundo, tercero, cuarto…ocupa el lugar que Dios ha pensado y ha soñado para él. No cae en la lógica de medir el valor de la persona por su posición o su rol.

En nuestro caminar de discípulos misioneros, en esta Iglesia Particular, no podemos descuidar el estilo de José, que es forjador de nuestra identidad, tanto personal como comunitaria. La identidad de José se define y se afirma en el Misterio de la misericordia de Dios, por su humildad para reconocer y ocupar su lugar Nuestra existencia, pase lo que pase, como la de José, está contenida en el amor trinitario (cf. Hech 17,28).

2. José, esposo de María
De su condición de varón justo y por su fidelidad al querer de Dios, se desprende su principal vinculación, que se establece con María, por medio de la esponsalidad. Este vínculo se va entretejiendo en varios episodios. María es su prometida, y habiendo tomado conocimiento de su embarazo, José decide despedirla en secreto, para no exponerla. Una situación incómoda para ambos. Después de la intervención divina, José decide comenzar con su misión y la lleva a su casa (cf. Mt 1,18-25; ver tb. Lc 1-2). Allí habrán comenzado a conocerse, a orar juntos para saber la voluntad de Dios sobre ellos, sobre el niño que se les había confiado: ¿De qué cosas habrán conversado? ¿Cómo habrán orado? ¿Cuál habrá sido su alegría, y cuanto su sufrimiento…?

a. La mujer: por su modo de vincularse con una gran mujer, San José es una figura luminosa para asumir y discernir un emergente importante de los tiempos que vivimos: la identidad y el rol de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. En el resplandece con claridad el amor esponsal, que une en las diferencias y genera vida en su entorno. Se nos advierte así que no podemos adoptar una actitud de indiferencia frente a la irrupción de la pregunta sobre el valor y el lugar apropiado de la mujer en nuestro tiempo. Todo lo contrario. Es preciso afirmar que todo varón necesita de la mujer para generar, afianzar y purificar su identidad. A su vez, la mujer también precisa del varón para la elaboración adecuada de este vínculo y de su vocación más honda. Suele decir un querido sacerdote de la diócesis que “Nada hay más diferente en la creación que un varón y una mujer, y sin embargo, nadie mejor preparados para el encuentro y el amor”. En una pareja entre varón y mujer se da lo totalmente diferente y, al mismo tiempo, el movimiento hacia la comunión plena. Ellos expresan la tensión creativa del amor.

b. La familia: teniendo en cuenta la esponsalidad como eje fundamental, se puede también considerar la familia, como grupo de amor, de cuidado, de interacción, donde las personas van creciendo como tales, van descubriendo el vínculo fundante con su Creador y su identidad, su misión en la historia (cf. Lc 2,52). La tradición cristiana habla de la Sagrada Familia. Desde hace algunos años que nuestra primera prioridad diocesana, sostenida con algunos matices en el tiempo, es la familia, especialmente en situación de fragilidad y vulnerabilidad. El año de San José nos ofrece una oportunidad para retomar las enseñanzas de Amoris Laetitia, del Papa Francisco, y agradecer los pasos dados (mayor agilidad en los procesos de nulidad, la creación del grupo “Pozo de Siquem”, para integrar la fragilidad…), pero también considerar lo que todavía no hemos desplegado, o que ni siquiera comenzamos a pensar. Por ejemplo, todavía tenemos pendiente lo que se refiere a un renovado anuncio del kerigma esponsal, esto es, la alegría del amor; o el acompañamiento de las parejas jóvenes, que se encaminan con avances y retrocesos al matrimonio. Esto no es una ocurrencia personal. Formalmente, y con motivo del 5º Aniversario de la Exhortación Apostólica «Amoris Laetitia», el próximo 19 de marzo comenzará un año especial dedicado a redescubrir «la alegría del amor familiar» (AICA, 28-10-2020).

c. Catequesis familiar: no menos importante resulta, con un ánimo siempre atento a la organicidad de la pastoral, dejarnos iluminar por la figura de San José y la Sagrada Familia en la renovación de la Catequesis Familiar Diocesana, en un tiempo donde la hemos redescubierto como Iglesia Doméstica. No hace tanto tiempo que hemos revisado y replanteado a fondo este pilar de nuestro caminar diocesano. Parecería apresurado volver a entrar en clima de discernimiento catequístico. Pero interpretando el sentir de muchos, de seis o siete años a esta parte, muchas cosas han cambiado en la familia y en la catequesis. La pandemia por el COVID–19 ha puesto al desnudo numerosas fragilidades, ha cambiado muchas cosas y ha hecho emerger nuevas posibilidades y desafíos para nuestro camino catequístico. Es el tiempo de encarar, con creatividad, nuevos retos en este ámbito, revisando, si es necesario, el itinerario de iniciación cristiana y las edades más adecuadas para recorrer este camino.

3. José, padre adoptivo de Jesús
Sin dudas que la misión fundamental de José fue la de ser padre adoptivo de Jesús, algo que podría considerarse sencillo y anclado en un nivel fáctico, pero que contiene aspectos antropológicos y teológicos que dan que pensar. Reflexionemos un momento al respecto.

a. El cuidado de la vida: ante todo, su acogida y predisposición al cuidado de la vida. Nos dice la Sagrada Escritura que José y María recibieron la vida del Hijo de Dios sin objeciones, confiando en la providencia y en el Dios de la vida en quien tenían puesta su confianza. No se dejaron engañar por el sofisma de debatir cuándo comienza la vida. Se dispusieron a protegerla y hacerla crecer. Así, San José nos confirma nuestro compromiso irrenunciable en favor de la vida, desde su concepción hasta su conclusión natural, más allá de las corrientes de pensamiento, incluso legalizadas, que nos intentan convencer de lo contrario.

Ahora bien, no alcanza con hablar del principio y del final. Reafirmar nuestro compromiso con la vida va mucho más allá. Pasa también por erradicar de nuestra Iglesia Diocesana todo abuso vinculado a los menores y personas vulnerables. Estamos dando pasos en lo que respecta a la generación de algunas instituciones que asuman la animación de este tema, como la creación de la Comisión de Prevención de Abusos o la Oficina de Recepción de Informes. Pero la purificación necesaria para caminar hacia una Iglesia transparente y que proteja la vida en todo su desarrollo y en todas sus dimensiones tiene que ser un compromiso de todos. Tiene que ser una opción de todos, cosa que sin dudarlo requiere de una profunda conversión de la mirada y de las prácticas.

b. La urgencia de la paternidad: pero el compromiso con la vida no concluye allí para José. La psicología contemporánea, en mayor o menor
medida ha puesto de relieve la importancia de la figura del padre en la configuración de la personalidad de los niños. Profundizado más todavía, se concluye que una persona que no ha tenido los cuidados de un padre biológico, puede desarrollarse con serenidad y firmeza de identidad por el aporte de otra figura que pueda hacer las veces de Padre. Se habla de un abuelo, de un tío, de la propia madre que asume este rol. En fin, es clave que alguien encarne los valores de la firmeza, de los límites, de la introyección de la ley, entre otros. En realidad, vemos a muchas personas que, recorriendo caminos alternativos, han forjado una noble e integra personalidad. Otros, lamentablemente teniendo el padre biológico, por su voluntaria o provocada ausencia, por violencia, u otras razones, han pasado un infierno que aún hoy los afecta. Hacer las veces de padre. He aquí, dicha con sencillez, la misión de José. Nada fácil, por cierto. Hacer las veces de padre: un interrogante y un desafío para nosotros.

Si profundizamos un poco más, José tiene que hacer las veces de un Padre un poco especial, el Padre Eterno. Y no le fue tan mal. En un acercamiento respetuoso y siempre insuficiente, se puede decir que en la experiencia histórica que Jesús vive se corresponden, de una manera misteriosa, paternidad humana y paternidad divina, las cuales se retroalimentan e interactúan de acuerdo a los principios de la Encarnación del Verbo (léase en la línea del Concilio de Calcedonia: “…Unigénito, en dos naturalezas sin mezcla, sin mutación, sin separación, sin división” – DS 302). El Yo de Jesús de Nazareth es un Yo fuerte, equilibrado, proactivo, relacional y versátil, que de un modo simultáneo se remite a su configuración histórica y a su Manantial Eterno. José es mediador de esta experiencia. Cabe recordar el pensamiento del teólogo P. Coda, quien afirma: “Ciertamente (Jesús) se nos presenta como un Yo fuerte, bien identificado, acreditado, pero al mismo tiempo no centrado sobre sí mismo, sino completamente relacional” (P. Coda, Breve Cristología, 86). Le mediación histórica de José genera esta impresionante expresión del misterio de la encarnación. Vale la pena contemplarlo, y aprender la interrelación entre humanidad y espiritualidad en este espejo. También nosotros dependemos de otros en nuestra experiencia de identificación; también para nosotros ha sido fundamental la mediación a la hora de conocer a Dios Padre. ¡Cuántos fracasos en el seguimiento de Señor, y cuanto sufrimiento, por la presentación desfigurada del Dios de Jesucristo! He ahí el desafío de la Iglesia, mostrar la paternidad de Dios, cercana y sólida al mismo tiempo, que le permita a las personas reconocerse en su principio y fundamento, en su entidad fontal. He ahí el valor de la figura de José, que con sencillez orienta paternalmente el caminar de muchos. He aquí la vigencia de un estilo que podría despejar tantas confusiones en la época que vivimos.

c. Respeto y libertad: habiendo tantos aspectos para seguir meditando, no quisiera descuidar el vínculo de José con su Hijo adolescente y joven. Cercanía y respeto por la libertad y a la autodeterminación marcan esta relación durante esta etapa. Hay dos frases que ilustran este cuadro: “no sabían que debía ocuparme de los asuntos de mi padre” (Lc 2,49), y enseguida “vivía sujeto a ellos” (Lc 2,51). José permite la transición clave para todo adolescente que se encamina hacia la edad adulta: una dialéctica permanente entre libertad y obediencia. Esto nos interpela en lo relacionado a la Pastoral de la Adolescencia y de la Juventud, retomando nuestra segunda prioridad pastoral dedicada a los jóvenes, especialmente aquellos que buscan un sentido para sus vidas. Comenzando por el principio, veamos la realidad de nuestros adolescentes. ¿Qué espacio ocupan en las familias y en la sociedad? ¿Cómo se da en ellos esta combinación entre límites y libertad? ¿Qué tienen ellos para decirnos? Y pensando más en nuestras comunidades ¿Cómo viven su transición en la fe? ¿Cómo los contenemos? ¿Nuestra catequesis de confirmación responde a la realidad actual del adolescente? ¿Qué más hacemos? Realmente preocupa este tema. Daría la impresión que estamos un poco desorientados, o más gravemente, hemos perdido el rumbo de la iniciación cristiana de los jóvenes. Si este diagnóstico es más o menos certero, entonces tenemos que ponernos a pensar y a trabajar en serio.

4. José, trabajador en Nazareth
Entre las descripciones más sublimes sobre la figura de José se encuentra la meditación pronunciada por el Santo Papa Pablo VI, con ocasión de su visita a Nazareth. Señala el pontífice: “Nazareth es escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio…aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazareth, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble”. (Pablo VI, Alocución en Nazareth, Segunda Lectura del Oficio de la Sagrada Familia).

Mirando a San José como sencillo y silencioso trabajador en Nazareth, notamos que el trabajo ennoblece y nos orienta hacia su sentido más hondo, de dignificación humana y de cuidado de los bienes creados. El trabajo es una expresión de dignidad y como tal tiene que ser asumido. No puede quedar a la deriva, como un factor más en las ecuaciones del mercado. Pido a todos que hagamos un examen de conciencia en esto, a los dirigentes políticos, empresariales, sindicales, a los mismos trabajadores, a quienes formamos parte de la Iglesia. Nuestro país no soporta más un esquema de políticas financieras, sostenidas en la especulación de algunos sectores que destruyen año tras año el trabajo, arrojando a miles de trabajadores a la indigencia, a la dependencia del estado, o a la búsqueda de otras salidas, muchas veces reñidas con la justicia. Tampoco soporta la cultura del clientelismo y la corrupción impune y sistemática.

Suplico a los organismos de Iglesia que están más vinculados al quehacer social, a tomar el tema del trabajo como clave principal, en relación a nuestra tercera prioridad diocesana: la prioridad por el pobre, inspirados en las palabras del Papa Francisco, cuando nos habla de un único grito: “El grito de la tierra y el clamor de los pobres” (LS 49). Hay tantos gritos que atender en este tiempo. Que la devoción a San José Obrero, extendida ampliamente en la Diócesis, nos anime en este compromiso. Ciertamente, el trabajo no va a aparecer por arte de magia. Depende de muchos factores. Hoy se habla de desarrollo sustentable, siguiendo la misma lógica del cuidado. Si logramos poner el trabajo por encima de las operaciones financieras, la corrupción y la avidez de unos pocos, entonces podremos desandar hacia un tiempo diferente, de mayor dignidad, equidad y justicia.

5. Un estilo a reconocer y asumir
San José, un estilo antiguo pero siempre nuevo y vigente para la Iglesia Diocesana, y para toda la humanidad. A él confiamos nuestras penurias, nuestras preocupaciones y nuestras esperanzas. A él, de un modo especial, encomendamos a aquellos que han partido a la casa del Padre por la pandemia y otras enfermedades. A él le pedimos la salud. A él le rogamos que nos renueve en la fortaleza y en la esperanza. A él, le suplicamos nos enseñe a interpretar los sueños de Dios, quien una vez más nos dice: “no ven que estoy por hacer algo nuevo; miren, ya he comenzado” (Is 43,19).

Sede Episcopal de Reconquista, 17 de febrero de 2021, Miércoles de Cenizas.

Mons. Ángel José Macín, obispo de Reconquista