Viernes 22 de noviembre de 2024

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Jornada de Oración por la Santificación del Pueblo Argentino

Homilía de monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca en la misa con motivo de la Jornada de Oración por la Santificación del Pueblo Argentino (1 de noviembre de 2020

El tema de la "santidad" es el mensaje de las tres lecturas de hoy, pues estamos honrando a todos los bautizados que ya gozan en la presencia de Dios. Además, celebramos en nuestra patria la ‘Jornada nacional de oración por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de los siervos de Dios’. Cabe destacar que rezaremos de un modo particular a nuestro querido comprovinciano fray Mamerto Esquiú para que desde el cielo nos ayude a superar tantos problemas que aquejan a nuestra sociedad y que nos preparemos con alegría a la ceremonia de su beatificación el 13-3-2021.

La primera lectura, tomada del Apocalipsis (7,2-4.9-14) nos dice que "una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas, estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas, llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: ¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!".

Se resalta que son innumerables los que forman este grupo y que su proveniencia es muy diversa. Reflejan de este modo la universalidad de la Iglesia. Que están en la presencia de Dios llevando los signos de la pureza (vestiduras blancas) y de la victoria (palmas en las manos). Y que hacen una elocuente profesión de fe: ‘la salvación viene de Dios y del Cordero’ (Jesucristo). Sólo en Dios se encuentra la salvación definitiva. Y la misma se alcanza por la sangre del Cordero, el único que puede "santificar" a los hombres para que accedan a la presencia del Tres veces Santo.

En síntesis, los santos serán muchísimos y de todo origen, o sea que se cumple el llamado universal a la santidad que Dios hace. Están en la presencia de Dios y han sido transformados por la fuerza del misterio pascual de Jesucristo. Entre ellos está nuestro querido Mamerto Esquiú.

La segunda Lectura (1Jn 3,1-3) nos ayuda a considerar la santidad como vínculo, como comunión con el Padre que nos ha hecho sus hijos. Esta filiación se vive ahora como una dimensión interior en la vida del creyente, por eso el mundo no puede reconocerla. Pero, cuando al fin de los tiempos esta realidad profunda de todo bautizado se manifieste, quedará patente la excelencia de este vínculo por cuanto Dios nos ha hecho semejantes a Él y lo veremos tal cual es. Se trata de una santidad oculta a los hombres, pero real a los ojos de la fe. Esto la hace difícil, pero meritoria. Consiste en una vivencia esperanzada que nos va purificando y asemejando a Él. Así nos vamos preparando para el encuentro ‘cara a cara’ con Dios, y para la experiencia de su santidad y de nuestra propia y asombrosa santificación.

El texto del Evangelio (Mt 4,25-5,12) consta de dos partes: *la sección narrativa o prólogo (4,25-5,2), que vale para todo el Sermón de la Montaña (Mt 5-7),y *la discursiva que son las bienaventuranzas (5,3-12).

El prólogo nos presenta los destinatarios y el lugar del discurso. En un primer momento pareciera dirigido sólo a sus discípulos, pero en realidad se incluye a la gran multitud que lo seguía (cf.4,25;5,1;7,28).

El hecho de que Jesús “subió a la montaña” tiene no sólo un sentido funcional sino teológico. Nos remite a los montes Sinaí (Ex 19-20) y Horeb (Dt 5), dondeDios pactó su alianza con Israel y revelado su voluntad. Jesús se sienta; esta es la posición típica del maestro (cf. 13,2; 24,3)y del juez (cf. 19,28; 25,31). Estar sentado significa segura e indiscutida autoridad y competencia.

Siguen las bienaventuranzas, que son ocho, porque si bien el adjetivo makarioi (Felices/bienaventurados) aparece 9 veces, la novena vez(5,11) es mejor considerarla como una ampliación de la octava con la intención de aplicarla a la gente presente, pues pasa de la 3a a la 2ª persona plural.

En cuanto a la estructura de cada bienaventuranza, se distinguen tres elementos:1.- Un adjetivo en posición predicativa que presupone el verbo ser:“Felices son...”.

2.- Un sujeto con artículo que se refiere a personas caracterizadas por una situación humana penosa (los que lloran, los perseguidos, los insultados) o una actitud positiva desde el punto de vista del evangelio (los pobres de espíritu, los pacientes, los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de justicia, los puros de corazón, los que trabajan por la paz).

3.- Una acción divina introducida por un ‘oti’ (porque) causal que da el motivo de la felicidad. Describe la forma cómo los hombres son tocados por la acción de Dios, pues son pasivos teológicos.

El tiempo no se indica en los puntos 1 y 2, pero se presupone una situación presente; mientras que en el 3 se refiere al futuro escatológico (5,4-9.12); salvo 5,3.10 que están en presente.

Concatenación lógica: el punto 1 es la consecuencia o resultado; el 2 la condición; y el 3 la causa o motivo. Es decir que, la causa o motivo de la felicidad es lo que aparece al final de cada bienaventuranza, que es la acción de Dios en favor de las personas: darles el Reino, consolarlos, saciarlos, recibir misericordia, etc.

El segundo miembro de cada oración describe la condición o la situación de las personas que se verán favorecidas por la acción de Dios y, por ello, son Felices, con una felicidad plena, tal es el sentido demakarioi: se trata de la declaración de un estado actual de felicidad plena, de una felicidad que viene a nosotros, no de una felicidad producida por nosotros.

Vale decir que Jesús declara felices a cierto grupo de personas porque reciben el Reino de Dios. Y la llegada del Reino es la causa de la felicidad.

No obstante, esta situación de bienaventuranza puede convivir con situaciones penosas (aflicción; insultos y persecución) y es la recompensa de los que se esfuerzan por sintonizar con los valores del Reino (alma de pobres; paciencia; hambre y sed de justicia, misericordiosos, corazón puro; trabajar por la paz).

En síntesis, las bienaventuranzas en primer lugar son declarativas por cuanto señalan como felices a grupos de personas cuyas situaciones o actitudes los hacen beneficiarios de la acción de Dios. Pero, a la vez, invitan a vivir exigencias éticas y espirituales, actitudes y comportamientos evangélicos que el discípulo debería desarrollar como condiciones para recibir el Reino de Dios y la felicidad que conlleva. Estas exigencias están motivadas por la promesa del don escatológico del Reino, que es la causa última de la felicidad. Estos dos aspectos, presentes como 2° y 3°miembro de cada bienaventuranza, no pueden separarse.

Ahora bien, como lo revela la estructura misma, debemos reconocer la primacía del obrar de Dios. Es el reinado de Dios, que se acerca (4,18), la causa de la felicidad y la motivación del obrar humano que se dispone así a recibirlo, a entrar en comunión con Él.

El orden de las bienaventuranzas tiene también un significado. Las cuatro primeras remiten a la relación del discípulo con Dios, ponderando la apertura humilde y confiada a él; el compromiso por vivir la voluntad del Padre (justicia en Mateo) y la aflicción por no poder hacerlo o no verlo en los demás. Las tres siguientes tratan de la relación con los demás, exaltando la misericordia, la honestidad o integridad y la búsqueda de la paz. La última refiere la actitud que puede provocar (persecución), y la respuesta es la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Este esquema muestra que la justa relación con los demás es fruto de una buena relación con Dios.

Por tanto, la ética ofrecida por las Bienaventuranzas es una auténtica ‘ciencia de la felicidad’. En ella, la primacía pertenece a la Gracia; pero eso no excluye, sino que supone la adquisición de virtudes sólidas.

Las bienaventuranzas son el carné de identidad del cristiano; un programa de santidad que va contracorriente respecto a la mentalidad del mundo. Así, si alguno de nosotros plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer lo que dice el Señor Jesucristo en las bienaventuranzas.

El Papa Francisco, en Gaudete et Exultate,7, nos dice que la santidad se manifiesta en el pueblo de Dios paciente, en esos padres que cuidan con amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo, en esa constancia para seguir adelante día a día. Esa es, muchas veces, la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y que son un reflejo de la presencia de Dios; o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad».

Es importante reconocer y celebrar esta santidad presente en la Iglesia porque, habitualmente, en los medios de comunicación se publicitan más los pecados, ciertos y muy tristes, de hombres y mujeres que la integran; pero que no son la mayoría. Jamás perdamos de vista que la Iglesia es santa y pecadora. A ésta pertenecemos y la amamos, buscando siempre hacer la voluntad de Dios. Por tanto, alegrémonos que haya tantos hermanos y hermanas que viven bien y hacen el bien, sin mirar a quien.

Ahora bien, además de festejar a los santos, somos invitados en esta fiesta a meternos en el camino de la santidad propia de la vida cristiana.

Santo es aquél que vive y obra guiado por el Espíritu Santo (Rom 8,14-16; Gal 5,16-18). La santidad es, entonces, fruto de la acción del Espíritu en el creyente“. Es la alegría de hacer la Voluntad de Dios” (J.P. II, Hom.18-1-1981).

“La voluntad de Dios es que seamos santos” (cf. 1Tes 4,3).

El día de nuestro Bautismo recibimos el fascinante llamado a la santidad, y así lo enseña el Concilio Vaticano II: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium n? 11).Dios nos pensó desde toda la eternidad para que seamos santos (cf. Ef 1,3-12).

Por ejemplo, cuando un matrimonio espera un hijo sueña que sea sano, bueno, dócil, servicial, etc. De igual modo, Dios nos proyectó desde su santidad, y para visibilizarla con nuestras respectivas existencias.

Y, concluyo con palabras del Papa Francisco dirigidas a los jóvenes en Christus vivit, n° 162: «Te recuerdo que no serás santo y pleno copiando a otros. Ni siquiera imitar a los santos significa copiar su forma de ser y de vivir la santidad: ‘Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros’. Tú tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ése que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En cambio, si copias, privarás a esta tierra, y también al cielo, de eso que nadie más que tú podrá ofrecer».

Le pidamos a nuestro beato Mamerto Esquiú, a todos los santos y a la Virgen del Valle que nos aboquemos a llevar una vida santa. ¡Así sea!

Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca