La Misa Crismal, en la cual consagramos el Crisma y bendecimos los demás óleos, pone de manifiesto que el Obispo camina junto con sus presbíteros que son testigos y colaboradores en la bendición. Todos discípulos misioneros de Jesucristo, Él el verdadero sacerdote, los demás son ministros suyos, enseñaba Santo Tomás de Aquino.
Hemos recibido de Cristo, por la Ordenación, el “poder sagrado” para servir en la Iglesia. No hemos recibido una función o un cargo, sino una fuerza particular y una misión en favor del sacerdocio de los fieles bautizados. Esto nos lleva a descubrir que el Señor no ha querido dejar a su pueblo sólo al cuidado de nuestra prudencia, sino que Él ha querido actuar con nosotros. Por eso, los sacerdotes, partícipes de su poder misericordioso, celebramos el perdón de los pecados y lo representamos presidiendo la Eucaristía. No sólo actuamos en su lugar, o por un encargo, sino que es Cristo quien actúa a través de nosotros.
Es bueno no olvidar que, como los que reciben el sacramento del matrimonio, estamos destinados al bien de otras personas. Nadie se ordena sacerdote para sí mismo. Los que recibimos el sacramento del Orden Sagrado y el sacramento del Matrimonio hemos de construir el Pueblo de Dios. Estos dos sacramentos son dos canales por los que Dios hace llegar su amor al mundo. Matrimonio y Orden Sagrado son los sacramentos que destinan al discípulo misionero al servicio de la comunidad.
Bendecimos los óleos, y se profundiza la comunión del presbiterio con su obispo. Pidamos la gracia de la fortaleza que nos llega por la unción con el aceite bendito, cuando recibimos el bautismo y la confirmación, cuando nos llega la enfermedad. Son ungidas nuestras frentes y nuestras manos, aliviados en el dolor y el sufrimiento. Somos configurados con Cristo, para la entrega de la vida.
Hemos sido enviados a ungir, sin miedo a gastar el tiempo, sin miedo al frío o a las distancias, con el estilo de Brochero (cf Positio II, p
En este día en que celebramos la Natividad de la Virgen María y, con la Iglesia en Argentina, la Vida Consagrada quiero agradecer las diversas manifestaciones (lindas, valiosas, prometedoras) de vida consagrada, de hombres y mujeres, en la Diócesis de Cruz del Eje. En el norte y en el sur, en la pastoral urbana y en la pastoral rural y serrana.
¡Cuánto pueden aportar a un pueblo que camina hacia Dios, que siempre nos espera! ¡Cuánto pueden ofrecernos los consagrados en esta peregrinación cada uno con su vida y sus talentos, con su vulnerabilidad y con la capacidad de volver a empezar!
Hermanos y hermanas de la vida consagrada, recemos para que se dejen atraer cada día más por Jesús y su Reino de justicia, de paz y de amor. De los consagrados se espera que dejen la propiedad privada, la propia determinación y el amor conyugal, por Jesús y el Evangelio. Que nos enseñen a todos que solo Dios nos hace y hará plenamente felices; que nuestro corazón inquieto al final solo descansará en Dios, como rezaba San Agustín.
Este es un día para pedir que cada uno valore la vocación del otro y esté dispuesto a vivir en la comunión de bienes espirituales con los que Dios nos ha enriquecido. Una comunión para la dispersión, porque la comunión es misionera o deja de ser comunión eclesial para convertirse en pertenencias estériles.
¿Será posible que ayudemos a otros a descubrir el llamado que Dios les hace ahora? ¿No será este el modo de vivir agradecidos con lo que gratuitamente hemos recibido, sin convertirnos en profetas del “sin sentido”, mensajeros del vacío, de “lo que hay”?
Pidamos a la Virgen que nos alcance a todos la gracia de abrazar el futuro, lo que venga, con fortaleza y esperanza. Hoy que sabemos mucho más de nuestra vulnerabilidad y de nuestra interconexión hemos de aprender a avanzar hacia el futuro por el estrecho camino de la esperanza; porque es más fácil resignarse a que todo será peor y es más fácil suponer que conocemos cómo será el futuro. Esperar es confiar que Dios seguirá actuando en la historia y que hará posible una mejor respuesta de nuestra parte. Que seamos profetas de la esperanza cristiana, esa que sabe trabajar y luchar, porque lo espera todo de Dios. No dejar de trabajar porque lo hemos confiado todo a Dios y a la Virgen, es la consigna brocheriana para nosotros.
Que la Virgen, mujer fuerte y confiada, libre para esperar de Dios siempre, nos cuide y nos enseñe a andar por el camino.
Mons. Hugo Ricardo Araya, obispo de Cruz del Eje