San Agustín decía que Pedro representa a la Iglesia en su totalidad; por eso podemos recorrer junto con el apóstol los acontecimientos que nos relata la primera lectura.
Por eso podemos recorrer juntos con el apóstol los acontecimientos que nos relata hoy la primera lectura.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Herodes hace arrestar a Pedro, lo hace encarcelar y encadenar, poniéndolo bajo custodia de los soldados. Durante la noche, mientras dormía en la prisión, se le aparece el ángel del Señor que lo despierta y le dice: «¡Levántate rápido!»
Si realmente Pedro representa a la Iglesia en su totalidad, podemos decir: Iglesia, levántate rápido, no te quedes detenida en el pasado custodiando cenizas. Iglesia, despertate de la modorra del siempre se hizo así, despertate de los formalismos y de un cristianismo apagado y endurecido que pierde la alegría del resucitado.
Pedro estaba prisionero y encadenado. Como Iglesia, ¿cuántas veces estamos prisioneros de nuestros internismos, encadenados a la nostalgia de otros tiempos, encadenados a ideologías que no nos dejan entrar en diálogo con los que piensan distinto, atados a prejuicios y a miedos de cambiar?
Iglesia, levántate rápido, liberate de las cadenas de la comodidad, de la guerra entre nosotros que rompe la fraternidad. Liberate de la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados. Iglesia, liberate para liberar a tantos hermanos oprimidos por la injusticia, esclavizados por las adicciones, encerrados en la prisión de la soledad y de la angustia más profunda.
Luego el Ángel le dice a Pedro, «sígueme». Pedro salió y lo siguió pasando por el primer y segundo puesto de guardia hasta la puerta principal que lo sacó a las calles de la ciudad.
Hermanos, sigamos a Jesús. Seamos una iglesia de discípulos que caminan detrás del único Maestro, Jesucristo. Una iglesia en salida, que en cada bautizado recorre las calles de la ciudad sin miedo a la realidad, en contacto con el pueblo, anunciando al mundo la alegría del Evangelio y la misericordia de Dios que es para todos, porque no discrimina a nadie. Seamos entonces una iglesia que se despierta, que se levanta rápido de sus comodidades y privilegios y que sigue al Señor para ser una iglesia discipular en salida, yendo al encuentro de los más alejados, «primereando», como le gusta decir a Francisco, dando el primer paso hacia el encuentro.
Justamente como dice el Papa, fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. Porque la alegría del Evangelio es para todo el pueblo y no puede excluir a nadie.
También nos dice el relato de la primera lectura del Libro de los Hechos que la Iglesia no cesaba de orar a Dios por Pedro. Hoy nosotros queremos rezar mucho por nuestro querido Papa Francisco para que siga adelante con libertad y audacia en la misión que el Señor le encomendó; pero también le pedimos a Dios que no nos transforme a nosotros en aquellos carceleros que encadenaron a Pedro.
A veces parece que queremos encerrar a Francisco en nuestras grietas, a encadenarlo a nuestros prejuicios e ideologismos, a aprisionarlo a la viveza o picardía criolla de robarle alguna foto o palabra para justificar lo que nosotros pensamos o hacemos. Terminamos conociendo al Papa a través de notas periodísticas que fragmentan su reflexión y acción o lo conocemos a partir de los comentarios de si le sonríe o no, al presidente de turno o cuánto tiempo le dedica. O a través de los pícaros que se dicen sus amigos que lo usan como argumento de autoridad para justificarse.
Que liberados de todo esto, podamos concretar el magisterio del Papa que nos ha regalado a lo largo de todos estos años. Comprometidos en ser una Iglesia en salida, una Iglesia hospital de campaña que recibe a los heridos de la vida, una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia alegre que contagie esperanza al mundo y hace la revolución de la ternura, una Iglesia que no es una aduana, sino la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mí Iglesia. Jesús ha querido para su Iglesia también un centro visible de comunión en Pedro, hoy en Francisco.
También nosotros, como miembros de la familia de Dios, queremos sumarnos a la misión del Evangelio, a la Iglesia de anunciar el Evangelio, porque como dice el Papa: hoy, Jesús quiere continuar construyendo su Iglesia, esta casa con fundamento sólido, pero donde no faltan las grietas y que continuamente necesita ser reparada. La Iglesia siempre necesita ser reformada. «Nosotros ciertamente no nos sentimos rocas», continúa diciendo Francisco, sino solo pequeñas piedras, aún así, ninguna pequeña piedra es inútil. Es más, en las manos de Jesús, la piedra más pequeña se convierte en preciosa porque Él la recoge, la mira con gran ternura, la trabaja con su espíritu y la coloca en un lugar justo. Él siempre ha pensado y donde puede ser más útil a toda la construcción. Cada uno de nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de su Iglesia.
Discípulos del Señor que quieren seguir sus pasos, liberados de toda cadena que entorpezca la misión y guiados por nuestro querido Papa Francisco, por intercesión de los santos Pedro y Pablo, nos comprometemos a anunciar con audacia y creatividad la buena noticia de la resurrección como lo hicieron ellos hasta dar la vida. Amén.
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires