Jueves 3 de octubre de 2024

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Fernando Martín Croxatto, obispo de Neuquén, durante la Misa Crismal (Parroquia San Juan Bosco, Cutral Có, 28 de marzo de 2023)

Queridos hermanos y hermanas:

Nos convocamos nuevamente junto a la mesa del Señor, como iglesia diocesana, para renovar en comunión la acción de gracias al Padre Dios, por el Don que nos hizo en ofrecernos a Jesús, para que por El, con El y en El, seamos sanados, restaurados en nuestras heridas del mal, dignificados como hijos de Dios con la unción de su mismo Espíritu, derramada abundante, generosa y gratuitamente en los divinos sacramentos.

Una unción que no nos estatiza, sino que viene cargada de dinamismo, ‘nos envía’, nos tiene que hacer salir, ‘a llevar una buena noticia a los pobres, a vendar corazones heridos, a liberar a los que están cautivos y presos, a consolar, a llevar alegría y a hacer cantar alabanzas’(Is.61,1-3). Ungidos y enviados. Que la bendición de estos óleos que hoy realizamos lleve esa fuerza a todos los que las reciban en las comunidades. Que todos los que formamos parte de esta comunidad diocesana, ya ungidos, seamos testigos de esta unción y hagamos descubrir el sentido de ella a los que se acercan. ¡Seamos fragancia de Cristo!

Y a nosotros ‘sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios’ (v.6), que hoy renovamos nuestras promesas, nuestro sí a esta misión, nos cabe de modo particular esta tarea testimonial. Como no pedirle que seamos un virus pandémico de servicio, de alegría, de entusiasmo, de amor a Aquel que nos llamó a estar con él y a continuar su obra. Para que ‘todos los que nos vean, reconozcan que somos estirpe bendecida por el Señor’(v,9). Porque ‘su mano está siempre sobre nosotros, su amor y su fidelidad siempre nos acompañan’(Sal,88,22.25). Testigos del ‘testigo fiel, de Jesucristo, el primero que resucitó. A él sea la Gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén’. (Apoc.4,5-6) … ¿Podemos decir nosotros sacerdotes: hoy se ha cumplido esta palabra que hemos escuchado?

Queridos hermanos sacerdotes, como les decía en la nota que les mandé estos días, estoy convencido que nos quedaremos extasiados cuando nos veamos cara a cara con Jesús y comprendamos, la anchura y la profundidad del misterio, en el ministerio que se nos ha confiado… que se nos ha confiado. Nosotros hemos conocido a Jesucristo y es bueno recordarnos, que este conocimiento es ‘gracia’, porque ‘nadie conoce al Hijo sino el Padre, nadie puede aceptarlo, si el Padre no se lo concede ‘(Jn.6,44-45) Como se lo dijo a Pedro una vez (Mt.16,17)

“En esto, necesitaremos siempre una actitud de infancia espiritual, fiados en la palabra del Padre, atentos y buscadores siempre de nuevos horizontes, como niños. Lejos de nosotros la tentación de ser simplistas, porque el simplista lo que hace es repetir”[1], y la rutina ministerial nos puede llevar a esta repetición.

El jueves santo celebraremos la institución de la Eucaristía, junto a nuestro ministerio y al de la caridad. La Eucaristía es la síntesis de todo el misterio de Cristo y todos estamos llamados a penetrar, por la oración personal, cada vez más íntimamente en su comprensión, si querremos celebrar con hondura y provecho el sacramento de la fe’[2]. El concilio Vat.II, nos decía, que la caridad pastoral es el ejercicio constante de nuestra santidad, nos hace vivir en unidad la vida y la actividad. Y “esta caridad pastoral fluye sobre todo del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Esto no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran cada vez más íntimamente, por la oración, en el misterio de Cristo’[3].

Y el misterio de Cristo no es razonable, podríamos recordar tantas ocasiones en las que Jesús reaccionó o se les escapó a los razonables. Hoy la tentación de la ‘sensatez’ está a la orden del día, así le está yendo a muchas iglesias en el mundo que están rompiendo la unidad, por hacerse sensatos al mundo. No fueron los pensamientos de los hombres los que hacían vivir a Jesús, él vivía desde el pensamiento del Padre (Mc.8,31-33). Como decía S. Pablo: “Si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gal.1,10). La Eucaristía desafía siempre nuestra fe en el Verbo encarnado. Es el misterio de la fe. Reducirla a un rito es vaciarla de su contenido.

Siempre será un escándalo, ‘comer la carne y beber la sangre de Jesús’. No es una simple devoción, es un salto de fe, cada vez que la celebramos, como ahora. Celebramos y toda nuestra vida se tiene que ver implicada en Ella.

Se nos ha confiado ‘presidir la Eucaristía’ en nombre de Cristo, es su acción culmen la que presidimos, su donación total, única necesaria para salvarnos. Como lo representamos a él, somos una presencia particular del Resucitado, como dice el Papa, ‘nos sumergimos en el horno ardiente de su amor’[4]. Es Ella la que salva al hombre, a la humanidad. Por eso, representamos a Cristo en la medida que desaparecemos, en todo debemos apuntar más allá de nosotros mismos, es a Jesús a quien deben ver. Con él tienen que encontrarse. “Presidir la Eucaristía se convierte en el riesgo existencial más grande que pueda imaginarse, porque es un hombre comido. “Les he dado ejemplo, para que hagan lo que he hecho con ustedes. El siervo no puede ser mayor que su señor, ni un enviado puede ser superior a quien lo envió. Sabiendo esto, serán dichosos si los ponen en práctica (Jn.13,15-17)”.[5]

“Cuando la primera comunidad parte el pan en obediencia al mandato del Señor, lo hace bajo la mirada de María, que acompaña los primeros pasos de la Iglesia: “perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). La Virgen Madre “supervisa” los gestos de su Hijo encomendados a los Apóstoles. Como ha conservado en su seno al Verbo hecho carne, después de acoger las palabras del ángel Gabriel, la Virgen conserva también ahora en el seno de la Iglesia aquellos gestos que conforman el cuerpo de su Hijo. El presbítero, que en virtud del don recibido por el sacramento del Orden repite esos gestos, es custodiado en las entrañas de la Virgen”.[6]

Concluyo con dos motivos que me han llevado a esta homilía:

1. Que este año, acogiendo el deseo del Papa Francisco, motivemos e impulsemos la formación litúrgica del pueblo de Dios, como dice él: “Quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea”.[7]

2. Que podamos delante de nuestro pueblo de Dios fiel, consagrar a María nuestro sacerdocio.

Mons. Fernando Martín Croxatto, obispo de Neuquén


Notas:
[1] Eucaristía y sacerdocio. Antonio Bravo.
[2] Idem.
[3] PO.14.
[4] Ddv. 57.
[5] Eucaristía y sacerdocio.
[6] Ddv.59.
[7] Ddv.16