Domingo 24 de noviembre de 2024

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Miércoles de Ceniza

Homilía de monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca, en la misa del Miércoles de Cenza, inicio de la Cuaresma (Catedral basílica y santuario del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora del Valle, 22 de febrero de 2023)

Queridos hermanos:

El tiempo de Cuaresma que estamos iniciando es una nueva oportunidad que nos brinda Dios, Padre Misericordioso, para profundizar mejor nuestro camino de conversión. Todos necesitamos de la Gracia de Dios para ser auténticos hijos e hijas de Dios.

Fijémonos atentamente en la sangre de Cristo y démonos cuenta de cuán valiosa es a los ojos del Dios Padre, ya que, derramada por nuestra salvación, ofreció a todo el mundo la gracia de la conversión.

Recorramos todas las etapas de la historia y veremos cómo en cualquier época el Señor ha concedido oportunidad de arrepentirse a todos los que han querido convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que le hicieron caso se salvaron, lamentablemente sólo su familia, el resto de la humanidad lo tomó a la ligera y pereció a causa del diluvio. Jonás anunció la destrucción a los ninivitas, pero ellos, haciendo penitencia de sus pecados, aplacaron la ira de Dios con sus plegarias y alcanzaron la salvación, a pesar de que no pertenecían al pueblo de Dios.

Los ministros de la gracia divina, los sacerdotes, inspirados por el Espíritu Santo, hablamos acerca de la conversión. El mismo Señor de todas las cosas habló también de la conversión, avalando sus palabras con juramento: Por mi vida -dice el Señor-, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva, añadiendo además aquellas palabras tan conocidas: Cesen de obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque sus pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como la grana y rojos como escarlata, si se convierten a mí de todo corazón y dicen: "Padre", los escucharé porque son mí pueblo».

Queriendo, entonces, que todos los que Él ama se beneficien de la conversión, confirmó aquella sentencia con su voluntad omnipotente.

Sometámonos a su espléndida, majestuosa y gloriosa voluntad, e, implorando humildemente su misericordia y benignidad, refugiémonos en su clemencia, abandonando las obras vanas, las riñas y la envidia, cosas que llevan a la muerte. Seamos, pues, humildes de espíritu; abandonemos toda soberbia y altanería, toda insensatez, y pongamos por obra lo que está escrito, pues dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza, quien se gloríe, que se gloríe en el Señor, buscándolo a Él y obrando el derecho y la justicia, recordando sobre todo las palabras del Señor Jesús, con las que enseña la equidad y la bondad.

En efecto, dijo: Sean misericordiosos y alcanzarán misericordia; perdonen y serán perdonados; como ustedes obren, así obrarán con ustedes; den y se les dará; no juzguen y no serán juzgados; con la medida con que midan se los medirá a ustedes.

Ajustemos nuestra conducta a estos mandatos y así, obedeciendo a sus palabras, comportémonos siempre con toda humildad. Dice, en efecto, la palabra de Dios: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

De este modo, imitando las obras de tantos otros, grandes e ilustres, corramos de nuevo hacia la meta que se nos ha propuesto desde el principio, que es la paz; no perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en el don de la paz que nos ofrece por medio de su Hijo Amado, Jesucristo.

A continuación bendeciré las cenizas, que nos recuerdan lo que somos: polvo, con las que salpicaré la cabeza de los que se acerquen a recibirlas como signo de arrepentimiento y propósito sincero de cambio, orientando los pensamientos, intenciones y deseos según las enseñanzas y ejemplos de nuestro Salvador, Jesucristo.

La imposición de la ceniza nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva y plena se encuentra en el Cielo.

La ceniza nos recuerda que es Dios quien da la grandeza a nuestra nada y pequeñez. Y como en el principio Dios insufló vida en el polvo, así Él puede dar vida nueva a los que hemos caído en el pecado y la muerte.

Para mantenernos atentos y para que este tiempo sea fecundo tenemos tres ejercicios cuaresmales de los que nos habla el Evangelio de hoy, sobre todo, advirtiéndonos que no se quede en mera formalidad ni en mezquina apariencia: La oración, el ayuno o penitencia y las obras de caridad, simbolizadas en la limosna. Hagámoslo por amor de Dios, puesto que Él nos ama como un verdadero Padre. Sólo así obtendremos la recompensa que vale la pena: la salvación eterna, que consiste en gozar de su Amor por toda la eternidad. Para lo cual Cristo vino a la tierra, haciéndose semejante a nosotros, menos en el pecado, y muriendo en la cruz para liberarnos del pecado y la muerte eterna.

Ánimo, hermanos, entremos con decisión y generosidad de corazón a disfrutar de las gracias de arrepentimiento y conversión que el Señor nos tiene preparadas para esta Cuaresma 2023, que seguramente será la última para muchísimas personas. Y con la certeza de que nuestra Madre del Valle nos acompañará con su poderosa intercesión.

Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca