La misa fue presidida por el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires.
Lecturas: II Mac 12, 43-46; Ps 22,1-6; II Tm 2,8-13; Jn 17,24-26
“Con ustedes cristiano, para ustedes obispo”
(San Agustín, Sermón 340,1)
Perplejos, tristes, pequeños, confundidos e interpelados a la vez, nos encontramos hoy, como siempre, cuando nos toca enfrentar la realidad de la muerte. Las mejores carreras, los grandes éxitos, los títulos académicos más prestigiosos, todo se desvanece en un instante.
En medio de esa sensación tan humana y cristiana -porque nuestra concepción de la muerte nada tiene de estoica resignación- la Palabra de Dios recién proclamada, es el bálsamo de consuelo y chispa que enciende la luz de esperanza en nuestros corazones. Es “con el pensamiento puesto en la resurrección”, según la expresión profética del libro de los Macabeos; es en la confortadora confianza de vivir con Cristo, al decir del apóstol Pablo; y dejando resonar en nuestro interior la oración sacerdotal del Señor Jesús en la Última Cena, hemos venido a renovar nuestra esperanza en esta eucaristía y a encomendar a nuestro querido hermano, el arzobispo Alfredo Horacio Zecca.
La expresión agustiniana, que él hizo suya como lema para su vida episcopal, resulta luminosa en esta hora de su partida y es el prisma adecuado para hacer memoria de su paso por esta tierra. Por eso deseo lo recordemos bajo tres aspectos, que nos deja ver ese su lema: Alfredo creyente, maestro y pastor.
Creyente
En aquel chico hijo único de una familia de barrio y monaguillo del padre Severino en la parroquia porteña de Santa Rita, quedó grabada la impronta de una religiosidad familiar y parroquial dándole contenido a su espiritualidad y a su vida toda: una fe sencilla y muy concreta. Fue esa práctica religiosa la que lo acompañó y sostuvo durante toda la vida, nutrida luego por la celebración cotidiana de la santa Misa, el rezo del “breviario”,
el rosario y la confesión frecuente. Su intelecto preclaro, su historia académica y cargos pastorales no cambiaron en nada a ese niño creyente de piedad simple y llana.
¡Y es que Alfredo siguió siendo un niño en la fe y en la vida! Jamás quiso pasar ni adoptó la pose de un grave académico ni de alto prelado. Aunque en una primera impresión, por su imponente aspecto físico y su potente vozarrón, pudiera imponer cierta distancia, a poco de tratarlo se descubría la afabilidad y cordialidad para con todos. Era lo que veíamos con su humor y sus “berrinches”, su locuaz franqueza y su buen, desinteresado y generoso corazón. Como él solía decir "toda la mercadería está a la vista".
Maestro
Ex alumno del colegio marianista de Buenos Aires, allí fue despertándose su vocación a la docencia, ahondada luego en los años de estudio, investigación y enseñanza. Habiéndose doctorado en Alemania fue destinado como profesor en la facultad de teología de la cual luego fue Decano. Nombrado Rector simultáneamente del Seminario Metropolitano de Villa Devoto, fue más tarde y por una década, Rector de la Universidad Católica Argentina. Quienes lo conocimos de cerca y cuanto fueron sus alumnos, sabemos muy bien que vivió con genuina y auténtica pasión esa vocación académica.
¡Cómo no recordar la claridad, sencillez y convicción con que transmitía el saber en sus clases! Le encantaba enseñar.
Junto a esto, cabe recordar los alcances de su servicio como decano y rector en Villa Devoto vinculando estrechamente y articulando adecuadamente el seminario con la facultad. En su período como rector de la universidad católica, etapa de crecimiento, desarrollo y madurez alcanzando altos niveles internacionales en los campos de la investigación, la gestión y la enseñanza académica misma. La opción pastoral por la evangelización de la cultura fue el norte que marcó tanto su orientación y rumbo como sus preocupaciones y desvelos por la integración de los saberes y el diálogo entre la fe y la cultura.
Pastor
Monseñor Zecca tuvo clara y sentida conciencia de su llamado al sacerdocio. Fue sacerdote de todo corazón. Su personalidad y destinos ministeriales no caben, claro está, en el estereotipo del cura de parroquia. Su ámbito ministerial fue la academia y la cultura, y desde ese púlpito predicó la buena nueva, desde esa cátedra enseño la fe cristiana, y en ese areópago dialogó cordial y vehementemente con creyentes y no creyentes. Así vivió su ministerio, en obediencia al llamado de sus superiores, dedicado por entero al servicio asignado.
Quiero destacar sus esfuerzos en la implementación de la exhortación post sinodal “Pastores dabo vobis” -que él consideraba el documento señero para la formación presbiteral integral, tanto inicial como permanente-. Por entonces tuvo la capacidad de conformar un verdadero equipo sacerdotal de formadores en el Seminario de Buenos Aires deseando e intentando llevar a la práctica cuanto este documento pedía para la formación de los pastores. Igualmente, en su Iglesia arquidiocesana de Tucumán, el Seminario y la formación permanente fueron motivo de dedicación y desvelo. Y, una muestra última de cuánto palpitaba en su corazón la formación de los pastores es que, según su testamento, deja todos sus bienes para que se dediquen a la formación de los seminaristas y sacerdotes.
Ya como obispo la defensa de la vida y la familia estuvieron en primer lugar de prioridades y opciones pastorales. Permítanme decir que aquí se mostró el Zecca de “cuerpo entero”: su palabra apasionada dicha y escrita, no tuvo en cuenta falsos respetos humanos ni cálculos políticos, sino que defendió con toda su fuerza esos valores esenciales a la humanidad, a la fe cristiana y también a nuestra cultural nacional.
Al XI Congreso Eucarístico Nacional del 2016, año del bicentenario de la independencia, con cuanto ello connota en Tucumán, entregó sus mejores energías de pastor poniendo en ello todo su empeño. De lo vivido, reflexionado y los compromisos eclesiales asumidos allí, la Iglesia peregrinante en Argentina tiene mucho aún hoy para aprovechar.
Finalmente, el corazón sacerdotal y la fibra pastoral del arzobispo Zecca se dejaron ver, paradójicamente, al presentar su dimisión de la Iglesia que se le había confiado. Fui testigo y “puse el oído” en ese discernimiento y me tocó llevarle en mano al Santo Padre Francisco la carta personal de su renuncia. Alfredo, muy consciente de las limitaciones de su salud y dificultades para pastorear como es debido a su Iglesia, presentó la dimisión. ¡Lo hizo de cara a Dios y pensando en su rebaño, sin cálculos ni soluciones de compromiso, ni tampoco temiendo falsas interpretaciones que podrían hacerse! También esto es parte cabal de su testimonio pastoral.
En el salmo 22 -el cual hemos rezado recién responsorialmente- reconocemos en Dios a nuestro buen pastor que guía, acompaña y transforma la existencia, hacia cuyo rebaño eterno nos encamina. Este "salmo pastoral" por excelencia, ilumina el momento de memoria de la vida de un pastor del rebaño eclesial y lo rezamos para encomendarlo confiadamente a la misericordia divina que purifica, reconcilia y da a luz al hombre nuevo para la eternidad en Cristo. Pongamos en el corazón misericordioso del Padre y en los brazos tiernos de la Virgen a este cristiano y obispo, niño de corazón, maestro de alma y sacerdote de vocación.
Querido Alfredo, querido amigo, haz dado el buen combate y has perseverando en la lucha, gracias por lo que nos diste: ¡Puedes ir en paz!, que Jesús, el Pastor de los pastores, te reciba en sus brazos.
Mons. Ariel Torrado Mosconi, obispo de Nueve de Julio