Muy joven fue llevado cautivo a Babilonia, junto con 10.000 judíos y el rey de Judá, Jeconías. Allí tuvo una visión y recibió la misión de profetizar, lo que hizo durante veintidós años. Por sus misteriosas profecías, San Jerónimo lo llamó "Océano de los misterios de Dios". Igual que lo haría después Jesús, se llamaba a sí mismo "Hijo del Hombre", y de la misma manera que Jesús, fue condenado a muerte por un juez judío porque reprendía su idolatría. Murió el año 671 antes de Cristo y fue enterrado en el sepulcro de Sem y Arfaxad, antepasados de Abrahám, a quince leguas de la actual Bagdad, donde por muchos siglos fue visitado por israelitas, medos y persas.