Venerable Fulton Sheen: pluma y elocuencia al servicio de Dios
- 5 de octubre, 2012
- Maryland (Estados Unidos)
El 28 de junio de este año, el papa Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto por el que se reconocen las virtudes cristianas practicadas en grado heroico por el arzobispo Fulton Sheen y por lo tanto declara Venerable a este Siervo de Dios. Con este motivo el padre Pablo Muñoz Iturrieta IVE, misionero argentino en Maryland, Estados Unidos, envió a AICA una semblanza del venerable Fulton Sheen, donde narra una serie de situaciones difíciles de la vida del famoso orador televisivo, y anécdotas de las que el arzobispo estadounidense fue protagonista. Fulton John Sheen nació el 8 de mayo de 1895 en El Paso, Illinois, el mayor de cuatro hijos de un granjero. Murió el 9 de diciembre de 1979. Sus apariciones por televisión eran esperadas y vistas por millones de personas de todo el mundo. En ellas aclaraba dudas y defendía con energía, claridad y firmeza la fe cristiana.
Con este motivo el padre Pablo Muñoz Iturrieta IVE, misionero argentino en Maryland, Estados Unidos, envió a AICA una semblanza del venerable Fulton Sheen, donde narra una serie de situaciones difíciles de la vida del famoso orador televisivo, y anécdotas de las que el arzobispo estadounidense fue protagonista.
El venerable arzobispo Fulton Sheen
Fulton Sheen fue un hombre que a lo largo de su vida se ganó muchos enemigos, dentro y fuera de la Iglesia. La persecución fue la corona de su santidad que ya en vida tuvo el honor de llevar con orgullo. ¡Él supo bien lo que era no tener licencia en su propia diócesis para confesar y celebrar Misa! Experimentó en carne propia aquello de tantos como el padre Castellani y nuestro querido padre Victorino Ortega, de quien fue amigo, y a quien más de una vez sorprendió con cartas y paquetes de libros llegados desde Nueva York a la lejana Mendoza apoyándolo en su trabajo de la buena prensa. ¡Tal era su caridad exquisita! Y como durante mucho tiempo no pudo celebrar Misa en público y confesar, se dedicó al apostolado de la pluma. Y esas son las cosas de Dios, que cuando lo callan a un apóstol, lo hacen predicar con la pluma hasta el fin del mundo?
Y que lo hizo predicar, lo testimonian sus 96 libros y miles de cartas, cientos de miles sin exagerar. Recibía más de mil por día, y trató de contestar todas, incluso la de aquella niña que llorando le contaba que su caballo había muerto. ¿Qué hizo? Le mandó un caballo, aunque no por carta.
A otro niño, un judío que por jugar a ser Fulton Sheen recibió tremendo reto de su celoso padre y también se lo contaba por carta, le mandó su solideo, capa y birrete, y 20 años más tarde, ese judío recibió la gracia de ser ordenado por el santo arzobispo en la catedral de San Patricio. Y como estas historias, hay miles, que dejaremos para cuando lo beatifiquen, canonicen, etc?
Sus libros ya en vida hicieron mucho bien, al punto que eran tantos los judíos, episcopalianos, luteranos, ateos y agnósticos que se convertían, que grupos organizados decidieron boicotear las ventas comprando todos los libros para que así no lleguen al público. Pero como Dios se ríe de los insensatos, lo único que lograban era elevar esos títulos a la categoría de "best-sellers" insuperables para otros títulos contemporáneos, y a los críticos de The New York Times no les quedaba otra que publicar la recensión de los libros en primera plana en la sección dominical de libros, lo cual se convirtió de persecución en propaganda gratis.
La demanda era tal, que las imprentas sacaban ediciones sucesivas, una tras otra, y por qué no, Fulton Sheen sacaba millones, de lo cual, según testificaron varios colaboradores, nunca se dejó ni un "penny" (centavo). Todo lo donaba para las misiones de la Iglesia, que vivieron un gran esplendor mientras él estuvo a cargo de la sección norteamericana de Propaganda Fidei. Verdaderamente, Fulton Sheen se reía con Dios.
El papa Benedicto XVI declaró que sus virtudes fueron heroicas. Tenía que incluir en la crónica una de sus historias entonces, y se me ocurrió la de Paul, el leproso de Nueva York. Uno de sus enemigos y más acérrimo perseguidor, que fue su secretario por mucho tiempo y también misionero en la Argentina, tuvo que reconocer que, aunque lo acusaba de hacer todo para ganarse el honor del mundo y ser estimado por muchos, este hecho siempre lo dejaba perplejo. Y aquí va.
Un joven de la alta sociedad de Nueva York, Paul, se enfermó de lepra, y como era de esperar, la familia lo abandonó en el hospital. Allí estuvo internado por 6 años, hasta el día de su curación completa. Sin embargo, la enfermedad dejó sus marcas: el rostro desfigurado, las manos y dedos deformados e inservibles, caminaba mal, problemas en los huesos y músculos. En una palabra, era deforme.
Se enfermó a los 18 años, cuando el mundo le sonreía, y gozaba de todos los placeres mundanos, y de las amistades frívolas de la alta sociedad. Pero esta nueva situación lo dejó en un abandono total. Nadie se le acercaba. Todos sus antiguos amigos huían de él. Hasta le tenían asco, porque el mundo no entiende el sufrimiento. Y este joven tampoco lo entendía. Vagaba por las calles solitarias de Nueva York, especialmente por las noches, cuando nadie lo veía. Vivía airado contra Dios por lo que le había pasado. Pensaba incluso suicidarse. Hasta que un buen día, en la pagana noche de brujas o Halloween como le llaman acá, se cruzó con un grupo de niños todos con sus disfraces de brujos y monstruos, que al verlo uno de ellos exclamó: ¡A ese no le hace falta máscara! Y todos rieron a coro.
Esto le perforó el alma. Fue tanta la bronca y la desolación, que comenzó a caminar sin saber para dónde iba. Quería morir, y estaba buscando cómo. Al doblar la esquina, se da cuenta que está junto a la catedral de San Patricio. Era de noche, pero por ser vísperas de Todos los Santos, estaba todavía abierta. No era católico, pero sabía que ahí solía predicar ese obispo que salía por televisión y pedía ayuda para sus leprosos de África y Asia. Enojado se preguntó si ése que ayudaba a los que estaban tan lejos, sería capaz de ayudarlo a él. Y entró.
El Santísimo estaba expuesto al fondo, sobre el altar mayor. Y vio a un hombre arrodillado al frente. Se acercó, y para su sorpresa, era Fulton Sheen, junto a su Señor, por quien lo había dejado todo. Se acercó, y le pidió hablar con él. En cuanto el obispo lo vio todo desfigurado, se levantó de inmediato, y lo llevó a un costado de la catedral, donde el joven le contó su vida.
Fue así que en Fulton Sheen el leproso encontró a su gran amigo. El santo obispo le consiguió una casa donde vivir, una persona que lo ayudara, y un trabajo adaptado a sus condiciones. Y todos los jueves lo llevaba a comer junto con él. Como no podía agarrar los cubiertos, el obispo lo hacía, le cortaba la comida, y le acercaba el alimento a su boca. Así, jueves tras jueves, hasta el día en que Fulton Sheen murió en 1979, el leproso fue su invitado de honor. Durante los cuatro años que tuvo su famoso programa de TV, Fulton Sheen lo llevaba siempre con él, y lo sentaba en primera fila.
Paul no era católico, pero la caridad del obispo lo movió a abrazar nuestra fe, y así fue el mismo obispo quien lo bautizó, confirmó, y le dio la primera comunión.
Más que los 96 libros que escribió, los cientos de programas que condujo en radio y TV, lo más grande que tuvo Fulton Sheen fue la caridad que Dios le infundió, y que él por su parte se dejó infundir. Caridad que brotaba de su amor a la Cruz, y a Cristo crucificado. Se crucificó junto con Él, y desde la Cruz entonó su cántico. Y como sabía que el precio de cada alma es la Sangre de Cristo, se arrojó para salvarlas, sobrepasando todo formalismo y opinión de los demás. Cuando había que salvar un alma, lo hacía, y hacía lo que fuera, sin importar el costo. Porque a Cristo le costó su vida, y nunca nadie va a dar más que lo que Él hizo por nosotros. Por eso es que la caridad no tiene límites, y como en Fulton Sheen Dios hizo lo que quiso, por ese ahora lo llamamos venerable. (padre Pablo Muñoz Iturrieta IVE)
La vida vale la pena vivirla
Fulton John Sheen nació el 8 de mayo de 1895 en El Paso, Illinois, el mayor de cuatro hijos de un granjero. Aunque era conocido como Fulton, el apellido de soltera de su madre, fue bautizado con el nombre de Peter John Sheen. Murió el 9 de diciembre de 1979. Fue un arzobispo estadounidense de la Iglesia Católica Romana. Fue obispo de la diócesis de Rochester y trabajó en la televisión como presentador del programa "Life Is Worth Living" (La vida vale la pena vivirla) a comienzos de la década de 1950, primero en el antiguo canal DuMont Television Network y después en la ABC, desde 1951 hasta 1957. Después fue anfitrión del programa "Bishop Sheen Program" (Programa del obispo Sheen), en un formato casi idéntico, desde 1961 hasta 1968; todavía se realizan retransmisiones de estos programas.
Sus apariciones por televisión eran esperadas y vistas por millones de personas de todo el mundo. En ellas aclaraba dudas y defendía con energía, claridad y firmeza la fe cristiana.
Dueño de un conocimiento de la filosofía envidiable, monseñor Sheen publicó decenas de libros que abordaron distintas temáticas religiosas y filosóficas. Uno de sus libros más célebres es "Paz en el alma", una recopilación de artículos leídos en la radio y en la televisión.
Fulton Sheen, que fue consagrado obispo en Roma en 1951, reúne en todos sus escritos una notable erudición, y domina temas tan distintos como la historia, el arte, la filosofía y la geografía. Su pluma no tiene nada de improvisada. Ferviente devoto de la Virgen María, consagró a la Madre de Dios muchos de sus escritos, el más conocido de ellos fue "El primer amor del mundo", en el que estudia la figura y la sobrenatural maternidad de la Virgen María.
Ambos libros "Paz en el alma" y "El primer amor del mundo" fueron editados en la Argentina, en grandes tiradas por la desaparecida Editorial Difusión.+