Viernes 9 de mayo de 2025

Mons. Castagna: 'El Padre y Jesús son una sola cosa'

  • 9 de mayo, 2025
  • Corrientes (AICA)
"La actual predicación de la Iglesia no puede excluir o disimular la explícita mención de la divinidad de Jesús", afirmó el arzobispo emérito de Corrientes en su sugerencia para la homilía dominical.
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "las referencias al Padre aparecen con reiterada insistencia en las enseñanzas que Jesús imparte en su predicación". 

"Lo hace con una autoridad nacida de su identificación con el Padre: 'el Padre y yo somos una sola cosa'", destacó.

"La actual predicación de la Iglesia no puede excluir o disimular la explícita mención de la divinidad de Jesús", consideró citando al obispo San Atanasio. 

El arzobispo consideró que "el mundo no entiende la revelación de Dios si no hace propia la confesión de fe de Pedro" y profundizó: "El apóstol reconoce, con la simplicidad que lo identifica, la divinidad de su Maestro, y la seguridad -en la fe- que le proporciona ese reconocimiento".

"La pérdida del sentido de Dios inclina peligrosamente la vida del mundo hacia un abismo sin fondo. La Vid y los sarmientos constituyen la imagen más clara de la necesaria relación existente entre Jesús y sus discípulos (entre Dios y los hombres)", graficó.

"El egoísmo y la soledad, componen un estado de desolación, en muchos hombres y mujeres para quienes Dios no cuenta, y es excluido de sus proyectos de vida", concluyó.

Texto de la sugerencia
1. El Buen Pastor de las ovejas. Este texto del Apóstol San Juan es una síntesis teológica de especial densidad. Es preciso introducirse en su pensamiento y dejar que la enseñanza del Discípulo amado se instale en nuestra vida. El poder de la Palabra y la disposición de quien la recibe, logran que la santidad florezca y se expanda saludablemente. Cristo es el Buen Pastor y las ovejas -todos los hombres escuchan su voz y lo siguen: "Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen" (Juan 10, 27). El amor es la fuente del conocimiento de Dios. Escucharlo es amarlo y obedecerlo con corazón pobre. Es el secreto que descubrieron oportunamente los santos. El Apóstol teólogo es un contemplativo, y cede a Dios todo su tiempo. Al comunicar lo que recibe, transparenta lo que vive. Su Evangelio, sus Cartas y el Apocalipsis constituyen su máxima exposición. Para lograr entender lo que escribe, será preciso ponerse a nivel de su actividad contemplativa. Es modelo imitable para las ovejas que siguen a su Pastor. Por el agnosticismo imperante muchos contemporáneos niegan considerarse "ovejas", porque no llegan a conocer a Cristo como Pastor. Es urgente llegar al conocimiento del Dios encarnado: Pastor bueno que sacrifica su vida por sus ovejas. La Iglesia, en quienes fueron bautizados, testimonia el pastoreo de Cristo, al proclamarlo y celebrarlo resucitado. La Semana Santa, que acabamos de celebrar, en la solemnidad de la Muerte y Resurrección del Señor, se constituye en el acontecimiento más importante de la historia. Es allí donde la humanidad recupera la Vida, dañada mortalmente por el pecado. El Creador de la vida humana se constituye en Salvador de la misma. La misión de Cristo, que se vuelve misión de su Cuerpo Místico, es búsqueda de la oveja extraviada y recuperación del hijo andrajoso y sucio de la parábola. Cristo expresa en parábolas el estado en que se encuentran los hombres, y la urgencia de ejecutar su misión redentora en un mundo desahuciado por la ineptitud de sus mismos dirigentes y soberbios intelectuales. 

2. El carácter divino de la acción misionera de Cristo. La aparición de Cristo hoy, en pleno ejercicio de la misión que el Padre le ha encomendado, necesita ser notificada mediante una difusión valiente y su realización sacramental. Se produce por la Iglesia, fundada en sus Apóstoles y Profetas. Jesús, mediante su Resurrección, garantiza su eficacia y acredita su carácter divino. Así lo entienden los Apóstoles mediante la exposición de la Palabra y la fracción del Pan eucarístico. Allí radica la indefectibilidad de la Iglesia, animada por el Espíritu de Pentecostés y fundada en la Piedra angular: Cristo resucitado. Será preciso no ceder a los prejuicios que el mundo manifiesta, sin pudor alguno, cuando se trata de la fe y su práctica. La situación actual es de extrema gravedad. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo exhiben carencias morales, a veces con escandalosas expresiones. La gracia de Jesús, emanada de la Cruz, ofrece la única posibilidad de vencer la causa de todo mal: el pecado. De otra manera el mundo sigue a los tumbos, sin lograr el sosiego y la paz que anhela y busca. Cristo ha venido para revertir esa dramática situación. Los Apóstoles y la Iglesia están al servicio del regreso a la inocencia primordial. El Cordero de Dios, "que quita el pecado del Mundo", devuelve la original inocencia y conduce a los pecadores a la santidad. El perdón de Dios, que Cristo otorga a quienes se arrepienten de corazón, no es conocido ni apreciado, por causa de la ausencia de Dios, que provocan los hombres, y del sentido del pecado. En nuestra contemporaneidad se ha pretendido negar la nociva influencia del pecado, y, por ende, no se lo combate. Es importante que las cosas sean llamadas por su nombre y la Verdad sea respetada. Cristo es la Verdad de Dios. El mundo, del que somos ciudadanos afligidos, necesita esa única Verdad, necesita a Cristo. Evangelizar es mucho más que hacer adeptos para la Iglesia, es dar sentido a la historia y conducirla a Quien es su Señor. Por lo mismo, todo el universo, sin exclusiones, es objeto indiscutido de la evangelización: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado" (Mateo 28, 18-20). La innegable responsabilidad de los Apóstoles y de toda la Iglesia, no excluye a nadie del espacio que el Señor les marca con su mandato: "todos los pueblos".

3. Cristo resucitado: dador de la Vida eterna. El breve texto evangélico de San Juan, que la Liturgia de la Iglesia ofrece hoy al mundo, constituye la ocasión para conclusiones doctrinales precisas. La propiedad de las ovejas, como lo declara el Señor, es otorgada por el Padre. Cristo -tan Dios como el Padre y el Espíritu Santo- es el dador de la Vida: "Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos" (Juan 10, 28). Este texto está enlazado con la última línea del mismo: "El Padre y yo somos una sola cosa" (30). Su identidad divina le otorga toda potestad, y hace de su Muerte y Resurrección la única y auténtica Redención de la humanidad. El Hijo de Dios se hace Hijo del hombre para redimir a los hombres. Si no fuera Dios, Cristo no habría resucitado y, en consecuencia, no poseería la capacidad de perdonar y redimir a los hombres. San Pablo lo expresa con meridiana claridad: "Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes" (1 Corintios 15, 14). La Resurrección es la revelación inequívoca de su divinidad. Ningún ser humano podría protagonizar la remisión del pecado del mundo. Es el Dios que se hace hombre, quien se hace cargo de eliminar ese pecado y devolver a los hombres su estado original de gracia. La concepción de que únicamente Dios puede perdonar los pecado, coincide con la capacidad del "Hijo del hombre" constituido en el Mesías, "el Hijo de Dios vivo". Así lo expresa Pedro cuando, en respuesta a la pregunta que Jesús dirige a sus Apóstoles: "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy? Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". (Mateo 16, 15-16) Ante tal profesión de fe, Jesús reconoce que aquel Apóstol está inspirado por el Padre y que merece ser considerado la piedra sobre la que edificará su Iglesia. El tiempo pascual es una invitación a reconocer en Cristo al Emanuel: al "Dios con nosotros". No nos es lícito ocultar al mundo la divinidad de Jesús. Quienes nos rodean necesitan un valiente testimonio de que Cristo es Dios. Constituye la esencia y el espíritu de la evangelización. Su aceptación ¡qué lejos está de cualquier forma de proselitismo! La presencia de Cristo resucitado crea un clima nuevo, que se brinda a quienes lo entienden. Por lo mismo, todos tienen derecho a ser notificados de la Buena Noticia. Su acción transforma, a quienes logran responder a la misma. Son los santos, algunos son reconocidos solemnemente por la Iglesia -beatificación y canonización- y, muchos más, lo son sin ese reconocimiento canónico. Son, todos ellos, modelos e intercesores.

4. El Padre y Jesús son una sola cosa. Las referencias al Padre aparecen con reiterada insistencia en las enseñanzas que Jesús imparte en su predicación. Lo hace con una autoridad nacida de su identificación con el Padre: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Juan 10, 30). La actual predicación de la Iglesia no puede excluir o disimular la explícita mención de la divinidad de Jesús (Obispo San Atanasio). El mundo no entiende la Revelación de Dios si no hace propia la confesión de fe de Pedro. El Apóstol reconoce, con la simplicidad que lo identifica, la divinidad de su Maestro, y la seguridad -en la fe- que le proporciona ese reconocimiento. La pérdida del sentido de Dios inclina peligrosamente la vida del mundo hacia un abismo sin fondo. La Vid y los sarmientos constituyen la imagen más clara de la necesaria relación existente entre Jesús y sus discípulos (entre Dios y los hombres). El egoísmo y la soledad, componen un estado de desolación, en muchos hombres y mujeres para quienes Dios no cuenta, y es excluido de sus proyectos de vida.+

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