Hilda Molina, la médica cubana exiliada, destacó el testimonio de fe de su madre
- 12 de septiembre, 2014
- Buenos Aires (AICA)
La doctora Hilda Molina, la médica neuróloga cubana exiliada en la Argentina, se refirió al valor de la fe en Dios y subrayó el testimonio cristiano de su madre en medio de un régimen ateo, al hablar en un almuerzo del Ateneo de la República. En tanto ella se había alejado de la Iglesia, su madre siempre conservó la fe católica y así formó a su nieto, que hoy, siendo médico neurólogo, "es amante de la Virgen". Molina afirmó: "La luz del alma de su abuela pasó al alma de mi hijo".
En su país, la destacada médica participó en la gestación y dirección del Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN) y fue diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, por indicación de Fidel Castro, pero rompió con el régimen a partir de 1994. Señaló que desde niña había querido ser médica para atender a los pobres y que resignó la posibilidad de becas que había ganado para perfeccionarse en España o Estados Unidos para sumarse en su país a un proyecto revolucionario que creyó que iba a mejorar su sociedad.
Pero afirmó que la de Fidel Castro no fue una revolución traicionada, sino traicionera desde sus mismos orígenes. Dijo que él ya tenía un plan previsto previo, no propiamente porque fuera comunista sino, entre otras cosas, movido por el odio que tenía a los norteamericanos (dijo que ya desde estudiante era agente de la organización de espionaje soviética KGB).
Hilda Molina reconoció que ella, que tuvo reconocimientos del régimen castrista, se había alejado imperceptiblemente de la Iglesia. Pero hizo notar que siempre su madre fue un ángel de la guarda para ella; su mamá, fallecida recientemente en la Argentina, nunca creyó en aquel sistema. Se enfrentó con él desde los comienzos, nunca desde el odio o la revancha. La médica destacó la importancia de la familia, de la libertad y del amor, que "nadie te quita ni te otorga, que están intrínsecos en la naturaleza humana".
Recordó que su madre era diseñadora de modas; era católica y promovía la elegancia en la mujer, subrayando la belleza del alma, respetando el pudor y sin frivolidad. Aunque su casa de modas fue expropiada, siguió haciendo vestidos para su hija, que era elogiada por dirigentes revolucionarios por ser una buena trabajadora y buena militante, pero era criticada por vestir "ropa burguesa".
Molina hizo notar cómo el régimen iba fomentando el odio en la sociedad cubana, destruyendo familias y amistades. No había discrepantes, todos los que cuestionaban algo eran enemigos, "y además, traidores": los padres debían delatar a sus hijos si no apoyaban la revolución, y del mismo modo, los hijos, delatar a sus padres. Reflexionó por qué se tarda en reaccionar ante estas situaciones: a veces se da una autonegación ?"esto va a pasar, esto es algo transitorio"-; y luego, al ver que esas anomalías no se corrigen sino que se acentúan, empieza la desesperación.
Señaló que ella no dejó de preguntar cosas que estimaba inexplicables: como el pago millonario que otros gobiernos hacían al cubano por su trabajo médico en el extranjero en tanto los profesionales recibían migajas. Consideró que la trata del personal de la medicina que iba al exterior era un verdadero "trabajo esclavo".
Molina indicó cómo acompañó el proceso aunque sin dejar de preguntar o cuestionar aspectos que le parecían inentendibles, cómo pasó luego a una resistencia pasiva hasta que su hijo pudo salir del país (sólo ella y su madre sabían que no iba a volver), cómo luego era conocida su disidencia ?renunció a su cargo oficial y a su banca-, cómo se le dificultó de mil modos durante años poder reunirse con la familia de su hijo, lo que pudo concretar sólo en 2009. Subrayó los tormentos y humillaciones que tuvieron que sufrir muchos que habían confiado en el régimen instaurado por Castro.
Y señaló que estando ocupada ella con intensidad en tareas profesionales y de militancia, confió en gran parte la custodia de su hijo a su mamá. Esta le decía a Hilda: "Yo te voy a acompañar siempre, siempre que hagas cosas buenas". Y señaló Molina que aunque se había alejado de la Iglesia, en un ambiente hostil a la religión su madre formó a su hijo en la fe. Molina señaló que así su hijo, Roberto Quiñones, también médico neurólogo, es hoy amante de la Virgen, piadoso. Y afirmó: "La luz del alma de su abuela pasó al alma de mi hijo".
Presentó a la disertante el presidente del Ateneo de la República, Diógenes de la Colina.+ (Jorge Rouillon)