Ejercicios Espirituales de la Curia Romana: 'Abrazando la transformación'
- 14 de marzo, 2025
- Ciudad del Vaticano (AICA)
El predicador de la Casa Pontificia, fray Roberto Pasolini OFM Cap, presentó la décima de sus reflexiones para los dignatarios del Vaticano.

La vida no es una película sin sentido, sino la obra de un director extraordinario: así lo subrayó el predicador de la Casa Pontificia, fray Roberto Pasolini OFM Cap, en su décima reflexión en el marco de los ejercicios espirituales de Cuaresma para los miembros de la Curia Romana.
Este viernes 14 de marzo, el fraile capuchino reflexionó sobre la "transformación continua de la vida", comparándola con una semilla que crece a través de alegrías, dolores, victorias y fracasos. Frente al "peso de la realidad", que puede aplastarnos o volvernos cínicos, emerge la luz de un "destino mayor", el cumplimiento natural de una existencia "llamada a la plenitud".
Por su parte, el Papa Francisco siguió nuevamente la meditación en forma remota desde el Policlínico Gemelli, donde se encuentra hospitalizado y en franca mejoría, según informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Abrazando la transformación
Resumen de la reflexión de Fray Pasolini entregada por los medios vaticanos:
La vida, con su belleza y sus dificultades, nos plantea una pregunta crucial: ¿cuál es el sentido de nuestro camino en este mundo cuando todo está destinado a terminar?
Sin esperanza en la eternidad, el peso de la realidad puede aplastarnos o volvernos cínicos, llevándonos a la resignación. San Pablo nos insta a fijar la mirada en las cosas invisibles, que son eternas.
La humanidad está marcada por el declive físico, pero hay una renovación interior que se produce día a día. Todo lo que parece disolverse tiene en realidad un destino mayor: Dios nos creó para la resurrección, y esto no es una utopía, sino la lógica natural de una existencia llamada a la plenitud.
En el misterio de la cruz y la resurrección de Cristo, Dios ha cumplido su plan de amor. La aparente derrota del Crucificado es, en realidad, la revelación de un Padre que no abandona a sus hijos. Esto significa que nuestra vida no está abandonada al azar, sino que forma parte de un plan de adopción y redención que nos convierte en hijos amados, destinados a la eternidad.
Todo lo que experimentamos -alegrías, tristezas, logros y fracasos- forma parte de una transformación continua, como la de una semilla que, al morir, genera nueva vida. De la misma manera, aunque atravesamos el umbral de la muerte, estamos destinados a una vida nueva y gloriosa.
Esta transformación no es solo en el futuro, sino que comienza ya. En la Eucaristía se produce un intercambio misterioso: ofrecemos nuestra vida a Dios y recibimos a cambio a Cristo mismo, quien nos transforma en su amor.
En cada misa que celebramos, todo lo que somos se integra en la vida de Cristo, quien lo presenta ante el Padre. No es un ritual simbólico, sino un verdadero proceso de transformación de nuestro ser, haciéndonos partícipes de la vida eterna incluso en el presente.
No sabemos exactamente cómo se desenvolverán las cosas al final, pero sí sabemos que aquello en lo que nos convertiremos ya está en germen dentro de nosotros. No estamos destinados a la nada, sino a un futuro lleno de esperanza. Esta certeza lo cambia todo: nuestra vida no es una película sin sentido, sino una obra escrita y dirigida por un Autor extraordinario, que nos invita a fijar la mirada en la eternidad y caminar hacia Él con confianza.
Es un hecho real: Dios ha engendrado hijos, y nosotros estamos incluidos entre ellos. El futuro se presenta ante nosotros como un designio de amor solo parcialmente revelado. Sin embargo, lo que vemos hoy ya es maravilloso: somos hijos amados, ciudadanos del cielo, viviendo para Dios y para siempre.+