Viernes 28 de marzo de 2025

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Queridos hermanos:

Nos reúne en esta mañana de lunes una buena noticia para la diócesis de San Luis: la ordenación sacerdotal de Ricardo Prieto quien luego de servir transitoria y ministerialmente como diácono, por la imposición de mis manos, recibe hoy la Gracia de seguir a Cristo sacerdote.

Como siempre digo, este nuevo orden supone al anterior y se apoya en él. No lo anula ni se termina. Se perfecciona con nuevos dones. Con un llamado particular y distinto que lo invita a configurarse cada día con Jesús maestro y servidor.

Vos Ricardo comenzaste un camino distinto en el que estas hoy.

Comenzaste buscando la vida religiosa en un Instituto que ya no está y por esa misma razón la Providencia te ha ido llevando por nuevos caminos. De hecho, cuando yo te conocí eras Fray Ricardo. Hoy ya nadie te llama de ese modo. Y cada día más se acrecentará tu ser padre. ¡Así sea siempre…! Como algo nominal…, pero sobre todo, como reconocimiento de tu impronta como tal.

Cuando un seminarista llega al momento de su ordenación, le pido que elija las lecturas que iluminen su celebración y eso has hecho vos para este día.

Isaías, nos dice y quisiste que te diga… nos diga hoy:

“Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos…” (Is 61, 1-3ª).

Un sacerdote debe ser siempre padre para todos, como al mismo tiempo… hermano de todos.

No es un detalle. Tendrás el envío para enseñar como maestro, pero nunca debemos olvidar lo que nos dice Jesús: “entre Uds. debe ser distinto” (Mt 20, 26-28). La función de enseñar la debemos ejercer desde la autoridad que tendrás como propia del orden, pero sin salir jamás de tu lugar a paridad con los demás. Sin dejar de ser hermano. No como quien se siente superior, sino como aquel que comparte el Don recibido y lo dispone a favor de sus hermanos.

La pobreza no se limita a lo material, por supuesto que eso significa mucho y no podemos ignorarla. Pero va más allá. Hay una pobreza que “no es proyecto de Dios”: la pobreza que corroe la dignidad, el valor de la persona, que lo doblega y destruye, en sus más variadas formas…

También hay una pobreza que es signo del Reino, la pobreza que es Don de Dios. Que nos habla de libertad frente a las cosas y nos posiciona por encima de los bienes materiales que nunca serán un fin en sí mismo y ni un objetivo absoluto. Solo instrumentos.

A los pobres del mundo… a los pobres que vayas encontrando en tus caminos, en las comunidades que tengas que servir, a ellos deberás llevar la Buena Noticia de la vida y de la esperanza. Es decir: compartir con ellos la alegría del Dios que nos ama… que los ama… que está con nosotros y que no ha venido para condenar sino para salvar.

Este anuncio lo deberás hacer presente con tu vida y también con tu predicación desde el seno más íntimo de la Iglesia.

Tu esencia sacerdotal nace de Cristo mismo y se manifiesta sacramentalmente desde la misma Iglesia. Nunca separado de ella.

En la misa de ayer domingo, la primera lectura (Ex 3,1-8a.13-15) nos recordaba la presencia de la zarza ardiente que iluminaba y no se consumía y Dios que decía: descálzate porque estas pisando suelo sagrado. Esa imagen es un buen signo de la Iglesia, que está para iluminar y para vivir lo sagrado en medio del pueblo. Sin consumirse… es decir, sin gastarse con el tiempo. Miremos a la Iglesia de ese modo. Nos sobrarán ejemplos de errores y de pecados por parte de quienes somos parte de ella, sin embargo…, sigue navegando en el tiempo de la historia como testigo fiel de la Buena Noticia de Dios. Con nosotros… y pese a nosotros… se sigue haciendo Providente y manteniendo viva la llama del anuncio de la salvación.

Nos toca a nosotros crecer en fidelidad… buscar vivir las enseñanzas de Jesús desde este rico Magisterio que debe ser aggiornado en el modo de su anuncio día a día. Desde esta Tradición viva que no es una mera repetición de ritos pasados, sino que mantiene viva y presente la llama y el fuego del Espíritu en contra de cenizas muertas que no anuncian ni significan.

Debemos encarnar en este hoy y en este ahora, la Buena Noticia. Esa que si se anuncia desde los pobres entonces podrá llegar finalmente a todos. Porque nadie debe quedar afuera a esta invitación que Dios nos da por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, que pagó el precio del amor infinito con su propia sangre. Esto mismo haremos memoria y celebraremos pronto en la Pascua.

Con la oración cotidiana…, con la celebración ferviente de los sacramentos…, con un caminar junto y en comunión con tus hermanos sacerdotes y con el Pueblo Fiel, podrás reavivar permanentemente este Don de Dios recibido por la imposición de mis manos. Como decía San Pablo en la Segunda Lectura de hoy (2 Tim 1, 6-14).

Una tentación latente que tenemos los sacerdotes es la de “cortarnos solos”. Nos sos vos… es la Iglesia… somos ministros de la Iglesia. No individuos solos ni aislados, por grandes dones que puedan llegar a tener. Si no se vive de ese modo… el camino no lleva a buen término, ni huele a Sagrado.

Para ser un buen Pastor, deberás siempre estar atento, cuidar, reconocer y servir a las ovejas que se te va encomendado. Un buen pastor, las reconoce por su nombre y ellas a él. Eso no falla. Se vive así o no…; en esto no hay matices. El amor a los demás deberá ser siempre tu viva a tención. Esto vale para todo cristiano, mucho más, para quienes han recibido el Orden Sagrado, es fundamental la experiencia de la Gracia. Es decir, de la gratuidad de lo que nos viene de Dios. No es el esfuerzo y el mérito propio lo que nos lleva a la Salvación…, sino la aceptación entera y el encuentro personal con Cristo para que Él obre en nosotros. Si nuestra fe solo se basara en nuestros esfuerzos y méritos, pronto encontrará el límite de nuestras fuerzas.

Quiera Dios que puedas vivir esto vos primero para tenerlo ágil en tus manos y en tu corazón para hacerlo presente a tus hermanos a través de un Ministerio Fecundo.

En tu elección de lecturas… quisiste compartir el final del Evangelio de Juan donde Pedro recibe la triple pregunta de la Reconciliación con Cristo.

Por tres veces Jesús le dice: ¿me amas…? Y por tres veces le responde que sí. Sanando de ese modo la herida de la traición.

Porque Pedro lo traicionó y lo negó. Pedro debió sanar la herida de su pecado. Que no limitó el amor de Cristo hacia él, pero no hay reconciliación sin reconocimiento y no hay perdón sin arrepentimiento. Pese a la tristeza que le causó la triple pregunta… pasó por encima de ella para afianzar su tercera profesión positiva que lo lleva al abrazo final, reconciliado con su amigo y maestro.

El pecado de Pedro no borró ni anuló su llamada. Pero sí, fue necesaria la profunda reconciliación. No podía seguir como si nada hubiera pasado.

Necesitamos hoy vivir esto mismo porque, así como vamos creciendo en el conocimiento del llamado recibido, tenemos la certeza también de nuestro pecado, sobre el cual tenemos que trabajar, reconocer y reconciliar. Volviendo al camino y dejando de lado lo que no es de Dios.

Cuando digo que tenemos que vivir y construir una Iglesia viva y que sea creíble en su anuncio… supone esto que nos enseña en el Evangelio leído hoy. Una Iglesia que se construye desde la verdad, la transparencia y que no se detiene solo en el cuidado de las formas externas sino, nuestro anuncio se vacía de sentido y sin duda, no tocará los corazones invitando a la conversión.

Tu ordenación sacerdotal dará comienzo a un ejercicio del Ministerio enmarcado en una Iglesia que desde los últimos años viene haciendo un camino de escucha, buscando allí la voz del mismo Espíritu que nos marca un nuevo tiempo. A este camino le llamamos camino Sinodal. Lamentablemente algunos no pueden superar el prejuicio de lo que ello significa, sea por motivos diversos… y lo miran con desconfianza sin dar lugar ni en sus corazones y mucho menos en sus comunidades. Otros no terminan de comprender o, para ser más precisos aún, no terminamos de dimensionar el verdadero alcance de lo que esto significa.

Claramente es un llamado eclesial al que nos impulsa el Santo Padre, para convertir nuestras costumbres, formas y estructuras que no responden a lo que el Espíritu va suscitando hoy. Sin duda, es un fuerte llamado a la conversión eclesial. Un llamado a construir nuevos caminos de participación y comunión. Donde todos tengan su propio lugar de protagonismo. Una Iglesia viva que cuida de cada uno de sus hijos y llama a no ser indiferentes sino, activos testigos del anuncio del Reino y constructores de la Iglesia, y no convocados solo a obedecer órdenes de lo que hay que hacer. Una Iglesia donde Pastores y Fieles tienen su lugar construyendo vida y comunidad desde la unidad fortalecida por la riqueza de la variedad de carismas. Digo todo esto… porque deseo firmemente Ricardo, que éste, tu comienzo de vida ministerial sea marcado por esta búsqueda a la que estamos impulsados desde la Universalidad de la Iglesia, a fin de ir abriendo nuevos caminos de escucha y participación donde el clericalismo vaya disminuyendo de verdad, fortaleciendo así, una Iglesia que se consolida con la participación responsable y activa de cada uno de sus miembros.

Finalmente…, recuerdo que estamos transitando el Año Jubilar siendo invitados a ser testigos de la Esperanza, en un mundo donde se repiten tantas sombras de muerte… como las guerras, las injusticas… la deshumanización… hagamos presente allí nuestra Esperanza, marcada en hechos y acciones que, aunque parezcan pequeñas, den lugar siempre a la vida que cuidamos y preservamos hoy, llamados a vivirlas con plenitud, junto a todos los santos en la Patria Celestial.

Querido Ricardo, te deseo que el día de hoy sea el inicio de un fecundo Ministerio marcado por el servicio y la verdadera y profunda comunión con tus hermanos de esta Iglesia Particular de San Luis. Que la Virgen del Rosario del Trono, desde hace siglos, Madre de este pueblo puntano, te proteja bajo su manto y te ayude a ser fiel al llamado y al Don que has recibido.

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis

Queridos hermanos y hermanas:

En esta LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad.

La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Y cada vocación en la Iglesia -sea laical, al ministerio ordenado o a la vida consagrada- es un signo de la esperanza que Dios pone en el mundo y en cada uno de sus hijos.

En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar. Las injusticias contra los más débiles y los pobres, la indiferencia de un bienestar egoísta y la violencia de la guerra amenazan los sueños de una vida buena que los jóvenes cultivan en su corazón. Sin embargo, el Señor, que conoce el corazón humano, no nos deja en la incertidumbre; al contrario, quiere despertar en cada uno la convicción de ser amado, llamado y enviado como peregrino de esperanza.

Por eso, a nosotros, los miembros adultos en la Iglesia -especialmente los pastores- se nos pide acoger, discernir y acompañar el camino vocacional de las nuevas generaciones. Y ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Acoger el propio camino vocacional
Queridos jóvenes, «la vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 178). Es necesario tomar conciencia de que el don de la vida exige una respuesta generosa y fiel. Miren a los santos y beatos jóvenes que respondieron con alegría a la llamada del Señor: santa Rosa de Lima, santo Domingo Savio, santa Teresa del Niño Jesús, san Gabriel de la Dolorosa, los beatos –que pronto serán santos– Carlos Acutis y Pier Giorgio Frassati, y tantos otros. Cada uno de ellos vivió la vocación como un camino hacia la felicidad plena, en la relación con Jesús vivo. Cuando escuchamos su Palabra, nuestro corazón arde dentro de nosotros (cf. Lc 24,32) y sentimos el deseo de consagrar nuestra vida a Dios; entonces nace la voluntad de descubrir cómo y en qué forma de vida podemos corresponder al amor que Él nos da primero.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación. Vocación y esperanza, por lo tanto, están entrelazadas en el proyecto divino para la alegría de cada hombre y de cada mujer, porque todos estamos llamados a ofrecer nuestra vida por los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268). Muchos jóvenes buscan conocer el camino que Dios les invita a recorrer: algunos descubren -muchas veces con asombro- la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada; otros perciben la belleza de la vocación al matrimonio y la vida familiar, así como el llamado al compromiso por el bien común y al testimonio de la fe entre sus compañeros y amigos.

Toda vocación está animada por la esperanza, que se traduce como confianza en la Providencia. En efecto, para el cristiano, esperar es mucho más que un simple optimismo humano: es ante todo una certeza basada en la fe en Dios, que actúa en la historia de cada persona. Y así, la vocación madura en la fidelidad diaria al Evangelio, en la oración, en el discernimiento y en el servicio.

Queridos jóvenes, la esperanza en Dios no defrauda, porque Él guía cada paso de quien se confía a Él. El mundo necesita jóvenes que sean peregrinos de esperanza, valientes en dedicar su vida a Cristo y llenos de la alegría por el hecho mismo de ser sus discípulos-misioneros.

Discernir el propio camino vocacional
El descubrimiento de la propia vocación se produce en un camino de discernimiento. Este proceso nunca es solitario, sino que se desarrolla en el seno de la comunidad cristiana y junto con ella.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para “leer” la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser “sal, luz y levadura” del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional.

Acompañar el camino vocacional
Desde esta perspectiva, los agentes de pastoral vocacional -especialmente los acompañantes espirituales- no deben tener miedo de acompañar a los jóvenes con la confianza esperanzada y paciente de la pedagogía divina. Se trata de ser para ellos personas de escucha y acogida respetuosa en las que puedan confiar, guías sabios dispuestos a ayudarles y a reconocer los signos de Dios en su camino.

Por ello, exhorto a que se promueva el cuidado de la vocación cristiana en los distintos ámbitos de la vida y de la actividad humana, favoreciendo la apertura espiritual de cada persona a la voz de Dios. Con este propósito, es importante que los itinerarios educativos y pastorales contemplen espacios adecuados para el acompañamiento de las vocaciones.

La Iglesia necesita pastores, religiosos, misioneros y matrimonios que sepan decir “sí” al Señor con confianza y esperanza. La vocación nunca es un tesoro que se queda encerrado en el corazón, sino que crece y se fortalece en la comunidad que cree, ama y espera. Y dado que nadie puede responder solo a la llamada de Dios, todos necesitamos la oración y el apoyo de los hermanos y hermanas.

Queridos amigos, la Iglesia está viva y es fecunda cuando genera nuevas vocaciones. Y el mundo, muchas veces sin saberlo, busca testigos de esperanza, que anuncien con su vida que seguir a Cristo es fuente de alegría. Por lo tanto, no nos cansemos de pedir al Señor nuevos obreros para su mies, con la certeza de que Él sigue llamando con amor. Queridos jóvenes, encomiendo su camino de seguimiento del Señor a la intercesión de María, Madre de la Iglesia y de las vocaciones. ¡Caminen siempre como peregrinos de esperanza por la vía del Evangelio! Los acompaño con mi bendición, y les pido, por favor, que recen por mí.

Roma, Policlínico Gemelli, 19 de marzo de 2025.
Francisco

A las autoridades presentes, a los miembros de la Familia Salesiana, a los jóvenes, adolescentes y niños que necesitan del carisma de Don Bosco.

Agradezco la oportunidad de poder estar aquí como Salesiano, y traerles el saludo afectuoso de nuestro arzobispo cardenal Ángel Rossi SJ, que lamentablemente al tener que estar hoy en Buenos Aires, en la reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, no puede acompañarnos; pero quiso explícitamente que les expresara el agradecimiento por la riqueza que el carisma salesiano aportó y aporta, para toda la Arquidiócesis y para toda la Argentina.

Basándome en el libro "Buenos cristianos y honrados ciudadanos. La obra salesiana y la cuestión social. Córdoba, 1905-1930 del Dr. Nicolás Moretti, a quien agradezco de corazón; quisiera acercarles tres puntos que considero fundamentales para hacer memoria agradecida y también, repensarnos en el hoy.

Lo primero que me parece hay que resaltar es la ubicación geográfica donde se emplaza la obra de Don Bosco en 1905 en la ciudad de Córdoba, claramente eran los márgenes, la periferia de la ciudad. Una ciudad grande en vías de crecimiento pero que, por entonces, el Barrio Alberdi no se llamaba así, sino que era el "Pueblo La Toma”, como era costumbre en esa época a los barrios se los llamaba "pueblos” Pueblo General Paz, Pueblo Alta Córdoba, Pueblo San Vicente, etc. Este era el pueblo La Toma, un lugar en donde había muchos descendientes de comechingón y que luego va a ser rebautizado como barrio Alberdi.

Dato no menor, el terreno donde se emplaza el Pío X, allí había una casa de madera y chapa y un establo de burras, según cuentan las crónicas del Padre Guerra (fundador que había compartido con Don Bosco) y se lee aquella frase textual de él, contemplando la zona: "la miseria por fundamento”, es toda una declaración de principios.

Y con la ayuda de la sociedad civil, que durante 20 años lucharon para que los salesianos religiosos llegaran a estas tierras, entendieron que, aun cuando había mucha vida religiosa presente, ( a Córdoba le decían la Roma argentina); valoraron que el carisma de Don Bosco era muy necesario. Recién en 1903 se fundan los cooperadores salesianos para poder juntar los fondos, para que en 1905 pudieran ya desembarcar los salesianos, previo a haber comprado los terrenos.

Un segundo punto central tiene que ver a quienes iba dirigido ese carisma, es decir los niños y jóvenes de la sociedad de ese momento. Ciertamente no es una novedad, es lo que Don Bosco desde sus inicios en Turín así lo hizo. Cuando apenas llegaron los salesianos; el primer punto que se plantea ¿Por qué querían que vinieran los salesianos? ¿Por qué los cooperadores salesianos cordobeses pusieron el dinero para traerlos y después construir toda esta obra inmensa? Tenía que ver con que no había quién se ocupase de la cantidad de niños y jóvenes que andaban por las calles, desde los lustrabotas, canillitas hasta aquellos que se dedicaban al ejercicio de la delincuencia. Por ello, la obra de Don Bosco vino para tener una misión entre los niños y jóvenes de clases populares. Eso es un dato insoslayable y que habla de una misión preferencial, un objetivo: atender a las infancias y adolescencias populares.

Hay una anécdota risueña del P. Guerra que decía: "se acercaron unos chiquitos curiosos, la mayoría de ellos están descalzos, mejor así... así no van a hacer ruido en la iglesia que tendrá pisos de madera”. O aquella carta que la superiora de las Hermanas Dominicas que ya estaban instaladas, le enviara al P. Guerra agradeciendo que atendieran a esos muchachitos, gracias a esto, "han dejado de llover las piedras sobre las ventanas de nuestro edificio”, y le agradece la misión civilizadora de la comunidad salesiana.

Un tercer punto, tiene que ver con que los salesianos vinieron a Córdoba para abrir una escuela de artes y oficios que era lo que se demandaba, pero los salesianos emprendieron toda una obra social, educativa, pastoral, y también de implicancias culturales que ganó el espacio público de la ciudad. Había una intención abierta de ganar el espacio público, y lo entendieron así, los Salesianos fundadores estaban todo el tiempo viendo cómo intervenir con propuestas asociativas y culturales (que no se agotaban en el colegio, ni en la escuela de artes y oficios, ni en el oratorio festivo) se abrieron al protagonismo editorial, tenían imprenta propia y a través de esa imprenta, el medio de difusión de esa época por antonomasia, lo usaban como una especie de apostolado de expansión. Los certámenes catequísticos que eran todo un despliegue simbólico y ceremonial importantísimo. Las manifestaciones por la calle con la banda de música, con los gimnastas, con el cuerpo de exploradores de Don Bosco. Estaban en todo, estaban percibiendo la realidad, e intentando una solución. Esa visión de ir un paso adelante, de estar provocando una respuesta y no una actitud pasiva.

Gracias a los que nos precedieron, por su espíritu misionero y su creatividad apostólica.

Qué significativo y actual es el carisma de Don Bosco, tanto que hasta de alguna manera nos incomoda, frente a una sociedad que es punitiva, planteándose bajar la edad de imputabilidad, solo delata la falta de opciones preventivas tan propias de Don Bosco. Qué desafiante resulta esa actitud de nuestros orígenes, que estaban todo el tiempo contemplando la realidad, y convencidos de la misión que Dios les encomienda salen al encuentro a intentar una respuesta. Hoy el Papa Francisco nos diría prefiero una iglesia accidentada, que encerrada en sí misma.

El gran desafío es seguir “aggiornando” este valioso carisma, ¿te animás?, ¿nos animamos? Le pidamos a María Auxiliadora y a Don Bosco que nos ayuden en esta hermosa tarea educativa - pastoral que la sociedad actual pide a gritos.

Muchas gracias y que Dios los bendiga siempre.

Mons. Alejandro Musolino SDB, obispo auxiliar de Córdoba

En esta primera parte... comparto un fragmento de la Homilía del Papa Francisco:

La experiencia de la fragilidad
Las palabras de Francisco se entrelazan con la fragilidad y la esperanza: palabras clave que acompañan el camino de la Cuaresma hacia la Pascua. En efecto, las cenizas nos recuerdan lo que somos, pero son también la esperanza de lo que seremos. El gesto de inclinar la cabeza para recibir las cenizas es una invitación a mirar dentro de nosotros mismos. «Las cenizas, en efecto, - recuerda el Papa nos ayudan a hacer memoria de la fragilidad y de la pequeñez de nuestra vida. Somos polvo, del polvo hemos sido creados y al polvo volveremos. Y son tantos los momentos en los que, mirando nuestra vida personal o la realidad que nos rodea, nos damos cuenta de que la existencia del hombre "es tan sólo un soplo" ».

Nos lo enseña sobre todo la experiencia de la fragilidad, que experimentamos en nuestros cansancios, en las debilidades que debemos afrontar, en los miedos que nos habitan, en los fracasos que nos queman por dentro, en la caducidad de nuestros sueños, en el constatar qué efímeras son las cosas que poseemos.

Polvos en suspensión y tóxicos
La enfermedad también nos hace experimentar fragilidades como la pobreza y el dolor «que a veces irrumpe de manera repentina sobre nosotros y sobre nuestras familias». Francisco advierte también de los «polvos en suspensión» que contaminan el mundo: «la contraposición ideológica, la lógica de la prevaricación, el regreso de viejas ideologías identitarias que teorizan la exclusión del otro, la explotación de los recursos de la tierra, la violencia en todas sus formas y la guerra entre los pueblos».

Todo ello es como "polvo tóxico" que enturbia el aire de nuestro planeta, impidiendo la coexistencia pacífica, mientras crecen en nosotros cada día la incertidumbre y el miedo al futuro.

La muerte exorcizada
La fragilidad nos recuerda la muerte a menudo exorcizada, en la sociedad de las apariencias e incluso en el lenguaje, «pero que se impone como una realidad con la que debemos lidiar, signo de la precariedad y transitoriedad de nuestras vidas».

Así, a pesar de las máscaras que nos ponemos y de los artificios a menudo ingeniosamente creados para distraernos, las cenizas nos recuerdan quiénes somos. Esto nos ayuda. Nos remodela, atenúa la dureza de nuestros narcisismos, nos devuelve a la realidad, nos hace más humildes y disponibles los unos para los otros: ninguno de nosotros es Dios, todos estamos en camino.

Cenizas preciosas a los ojos de Dios
Mirarnos a nosotros mismos, inclinar la cabeza, pero también levantarla para mirar a «Aquel que resucita de las profundidades de la muerte, arrastrándonos también a nosotros de las cenizas del pecado y de la muerte a la gloria de la vida eterna». Esta es la esperanza que se vive en Cuaresma. «Sin esta esperanza - subraya el Papa- estamos condenados a soportar pasivamente la fragilidad de nuestra condición humana», a vivir en la tristeza y la desolación. Sin embargo, es importante recordar que somos «polvo precioso a los ojos de Dios» y estamos destinados a la inmortalidad.

(fin de la cita, extraída de Vatican News)

En el texto del Evangelio de hoy se nos invita a “retirarnos a nuestra habitación, cerrando la puerta... y orando al Padre... que está en lo secreto; y el Padre, que ve en lo secreto, nos recompensará...”

También las lecturas nos recuerdan que “éste es el tiempo favorable, el día de la salvación”. Que volvamos a Dios rasgando nuestros corazones y no, nuestras vestiduras.

Miércoles de Ceniza... tiempo de Cuaresma.

Con tan simples palabras ya tenemos todo un plan de acción., un camino por recorrer.

Oración, ayuno, limosna. Otra hoja de ruta hacia un mismo camino. Dios. Dios con nosotros., Dios con su Pueblo.

Destacaba en primer lugar esta necesidad de retirarnos hacia adentro de donde habitamos. En lo profundo de nuestro corazón puede habitar la Gracia y también el pecado. Allí debemos trabajar y enfrentamos a nuestra más profunda verdad. La santidad no se resuelve ni en la superficie ni en las formas.

Hemos sido creados para la vida..., pero muchas veces nuestras actitudes nos hunden en abismos, haciéndonos caer en el desánimo y en la no valoración. Enfrentarnos en la verdad bajo la luz de la Gracia, será el único camino de salvación.

La sociedad de hoy. el mundo consumista del que somos parte. se regocija muchas veces con acusar al pecador y a quienes merecen ser condenados. Multitudes de jueces anónimos escondidos en las redes sociales que, desde sus ocultas trincheras señalan, acusan y condenan, muchas veces, hechos que no son distintos con gente que se llama católica. Como si el pecado no habitara en TODOS los corazones.

Este tiempo de Cuaresma es un tiempo para mirarnos honestamente hacia dentro de nuestros corazones y no preocuparnos en agitar el dedo acusador que se regodea de la sangre del pecado de "los otros”.

Caminamos por invitación del Papa Francisco en el Año de la Esperanza. En el Jubileo de la Esperanza. La Iglesia nos impulsa a que en comunión con Dios y con nuestros hermanos construyamos comunión levantándonos justamente de nuestras caídas. Porque Dios ha puesto su mirada en nosotros y creyendo en nosotros nos llama a ser redimidos. ¡Cómo no tener Esperanza si Dios nos sigue amando y nos renueva cada día la posibilidad del perdón! Nos sana cada día de las heridas causadas por nuestros propios pecados.

Sea la Cuaresma un nuevo tiempo de libertad interior. Por eso se nos llama a vez más a desprendernos y compartir por medio de la limosna. Limosna que no queda atada a lo monetario sino, al desprendimiento de lo que me ata egoístamente.

Ayuno de tantas cosas que de igual modo me sigue atando hacia lo que yo quiero hacer y yo dispongo, sin tener en cuenta la voluntad de Dios. ¡Ayunemos del insano uso de las redes sociales y de los esclavizadores celulares!

Un tiempo de oración que me lleve a hacer silencio. Callar de tantos ruidos que me distraen y dejar que Dios me hable al corazón y me anime a responder como hombre nuevo, como hombre renovado por la Gracia.

Las palabras de Francisco hoy nos ayudan a levantar la mirada, una vez más, para que nuestro horizonte no termine en nuestros cortos plazos.

Debemos salvarnos todos, porque así lo ha querido Dios. Y debemos convertirnos no aisladamente sino también como una sociedad que debe echar sobre sus cabezas las cenizas de la conversión. Convertir los rumbos egoístas., convertir los rumbos de las familias que caminan hacia la destrucción. Convertir el rumbo de falsas promesas de felicidad que solo llevan a la frustración y consumismo.

Construyamos juntos este tiempo de Cuaresma, desde el corazón de cada uno y desde una sociedad que anhela algo distinto y mejor. Una vida y un mundo que camine con Dios, que camine hacia Dios.

(Volviendo a las palabras de Francisco en su homilía de hoy.)

Ser signo de esperanza en el mundo
La invitación de Francisco es volver a poner a Jesús en el centro de nuestra vida «para que el recuerdo de lo que somos-frágiles y mortales como cenizas esparcidas por el viento- sea iluminado finalmente por la esperanza del Resucitado». En efecto, orientar la vida hacia Cristo hace del hombre «un signo de esperanza para el mundo». La limosna, indica el Papa, nos invita a «salir de nosotros mismos para compartir las necesidades de los demás». De la oración aprendemos a «descubrirnos necesitados de Dios o, como decía Jacques Maritain, “mendigos del cielo"»; del ayuno aprendemos «que tenemos hambre de amor y de verdad, y sólo el amor de Dios y entre nosotros puede saciarnos de verdad y darnos la esperanza de un futuro mejor».

Vivamos este tiempo perfumados y con rostros gozosos y esperanzados a fin de llegar a la Pascua libres de toda atadura, fieles testigos de la Alegría de Dios que nos toma de la mano y nos levanta de nuestras caídas... y sana nuestras heridas.

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis

1. Queridos hermanos: iniciando este tiempo de cuaresma deseo acercarme a cada uno de Uds. para invitarlos a vivir intensamente este tiempo de conversión, a través de la oración, la penitencia y la limosna (cfr. Mt. 6,1-8.16-18). La Cuaresma es el tiempo litúrgico que la Iglesia nos propone para disponernos a celebrar la fiesta principal de nuestra fe, la muerte y resurrección de Jesucristo y la renovación de la gracia bautismal.

“¡Es ahora! Con la alegría de Cristo, al corazón del hermano”
2. Por otra parte, estamos comenzando un nuevo año pastoral animados por las Asambleas del Pueblo de Dios realizadas desde fines de 2023. Como todos saben, porque muchos han sido protagonistas de estos encuentros, en el mes de julio, hemos elegido como lema pastoral para los años 2025-2028 “¡Es ahora! Con la alegría de Cristo, al corazón del hermano”. Este lema, fruto de la oración, del escucharnos mutuamente, del dialogar, discernir y decidir, quiere animar la tarea evangelizadora en nuestras comunidades. Es el lema que nos identifica como Diócesis y quiere entusiasmarnos en la misión evangelizadora.

3. El “¡Es ahora!” nos habla de la urgencia de la misión. Pareció resonar con toda su fuerza el mandato misionero de Jesús resucitado: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (cfr. Mt. 28, 16ss; Mc.16, 14-16; Jn. 20,21; Hch. 1,8). Como nos enseña el Papa Francisco, “...es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” porque la alegría del Evangelio es para todo el pueblo sin excluir a nadie[1].

4. Y este anuncio evangelizador debe ser realizado “con la alegría de Cristo” porque estamos llamados a anunciar y testimoniar una profunda experiencia del amor Salvador de Jesús en nuestra vida que nos ha renovado y llenado de alegría espiritual. Para misionar tenemos que contagiar la alegría de Jesús. Porque no hay evangelización sin la alegría del Evangelio. Hay que volver a reflexionar las palabras de Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero. invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría”[2].

5. Para llegar con convicción creyente “al corazón del hermano” primeramente tendremos que haber hecho nosotros la misma experiencia de los discípulos de Emaús (cfr. Lc.24,32). Solo escuchando y meditando las palabras de Jesús, y habiendo “sentido” su amor en nuestro corazón, podremos anunciar el Evangelio “al corazón del hermano” porque “el corazón habla al corazón”, como nos enseñó San Francisco de Sales[3]. Para San Francisco de Sales no es suficiente hablar bien, es necesario compartir al corazón del hermano la experiencia creyente del propio corazón. También el Santo Cardenal Newman estaba convencido que “las almas son ganadas a Cristo por el corazón” a través del contacto personal, de la cercanía llena de amor, porque “el amor por Jesucristo precede al conocimiento, y que el amor, y sólo el amor, hace que el conocimiento tenga sentido”[4]. Solo podremos anunciar la alegría de Jesús si tenemos nuestro propio corazón lleno de su Amor, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (cfr. Lc. 6,45).

Las metas pastorales de la Diócesis para los años 2025 -2028
6. En la Asamblea de noviembre pasado, después de todo un año de caminar juntos, orando, dialogando y decidiendo, hemos elegido tres metas pastorales que quieren responder a los clamores que hemos escuchado del Pueblo de Dios. Las metas expresan lo que la Iglesia diocesana de Concordia desea alcanzar al cabo de cuatro años de trabajo pastoral. Estas metas tienen que orientar la programación de acciones pastorales que, con entusiasmo y creatividad, las comunidades parroquiales, los movimientos, las áreas y servicios diocesanos tendrán que programar. Son las comunidades, los movimientos, los servicios y áreas pastorales las que tendrán que decidir comunitariamente qué acciones u objetivos, realizables en un determinado tiempo, posibles y evaluables, podrán realizar para encaminarnos hacia la consecución de cada una de las metas elegidas.

7. Intentaré hacer una breve reflexión sobre cada una de las metas pastorales interpretándolas desde el clamor a la que intentan responder. También a Uds. los invito a escudriñar estas metas para, entre todos, descubrir en ellas todo el potencial de trabajo pastoral para los próximos años.

La meta “AFIANZAR el acompañamiento y REVITALIZAR todos los sectores parroquiales PARA generar procesos de encuentro, propiciar la escucha, valorar a cada integrante de la comunidad y como hermanos, ser una Iglesia viva, sanadora, en comunión y participación” responde al clamor “El Pueblo de Dios clama ser escuchado”

8. Revitalizar todas las comunidades parroquiales exige que los pastores, consagrados y laicos encargados de los grupos, movimientos, servicios y áreas pastorales, acompañemos con un estilo de pastoreo que anime la participación de todos los bautizados. Hay que afianzar un liderazgo capaz de promover que “todos los sectores parroquiales” sean comunidades orantes, fraternas y misioneras.

Para eso, tenemos que animarnos “a un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer a la Iglesia más participativa y misionera”[5]. Una espiritualidad comunitaria renovada “requiere escucha de la Palabra de Dios, la contemplación, el silencio y la conversión del corazón”[6]. Esta espiritualidad exige ascesis, humildad, paciencia, disponibilidad para ser perdonado y perdonar. También saber acoger con gratitud los dones y tareas distribuidos por el Espíritu Santo a todos los bautizados para el servicio del único Señor. La espiritualidad de los que quieren “afianzar el acompañamiento y revitalizar todos los sectores parroquiales” pide renunciar a las ambiciones de poder y a las envidias, a los deseos de dominio o control. Hay que comenzar a frecuentar la escuela del Evangelio para que nos enseñe el modo de relaciones comunitarias queridas por Jesús[7] para poder ser una Iglesia que genere, como pide la meta pastoral, procesos de encuentro, propicie la escucha, valore a cada integrante de la comunidad y como hermanos, seamos una Iglesia viva, sanadora, en comunión y participación. No podemos desconocer que son las relaciones humanas las que sostienen la vitalidad de una comunidad y animan sus estructuras[8].

9. Generar encuentro, escucha mutua y respetuosa y alimentar la corresponsabilidad, también hace necesario la renovación de las estructuras de comunión: consejos pastorales, consejos económicos, equipos de áreas y servicios, comisión de capillas, etc. Parece imprescindible contar con reglamentos que indiquen el funcionamiento de estos organismos de comunión. También, estos “lugares” de comunión, participación y misión deben tener un método de escucha, dialogo, discernimiento y toma de decisión que entusiasme y anime la participación de todos sus miembros. El Documento Final del XVI Sínodo de los Obispos, nos dice:

La conversación en el Espíritu es una herramienta que, aun con sus limitaciones, resulta fructífera para permitir la escucha y el discernimiento de “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap. 2,7). Su práctica ha provocado alegría, asombro y gratitud y se ha experimentado como un camino de renovación que transforma a las personas, a los grupos y a la Iglesia. La palabra “conversación” expresa algo más que un mero diálogo: entrelaza armoniosamente pensamiento y sentimiento y genera un mundo de vida compartido. Por eso puede decirse que en la conversación está en juego la conversión. Es un dato antropológico que se encuentra en pueblos y culturas diferentes, unidos por la práctica de reunirse solidariamente para tratar y decidir sobre cuestiones vitales para la comunidad. La gracia lleva a término esta experiencia humana: conversar “en el Espíritu” significa vivir la experiencia de compartir a la luz de la fe y en la búsqueda del querer de Dios, en un clima evangélico en el que el Espíritu Santo puede hacer oír Su voz inconfundible”[9].

Aprender bien este método u otro similar, puede ayudar a la eficacia de los equipos y consejos pastorales y responder, de este modo, al deseo del Pueblo de Dios, que clama ser escuchado.

 “TRANSFORMAR nuestras actitudes, a la manera de Jesús, PARA llevar la Buena Nueva a las distintas realidades que nos interpelan” es la meta que responde al clamor “Clamamos ser una Iglesia en salida, necesitada de una profunda conversión, que acoge y acompaña”.

10. Con mucha claridad la meta pastoral nos dice que, para anunciar la Buena Noticia, hace falta convertirnos a Jesús para aprender de él sus cualidades evangelizadoras y ser discípulos misioneros según su estilo pastoral. Para esta conversión personal y comunitaria, para ser “a la manera de Jesús”, puede ayudarnos leer el capítulo II de la Carta Encíclica Dilexit nos del Papa Francisco. El Santo Padre nos dice que a Jesús hay que verlo actuar para conocerlo. Les comparto algunos fragmentos de la Carta citada[10].

Jesús, “vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia. Está siempre en búsqueda, cercano, constantemente abierto al encuentro. Lo contemplamos cuando se detiene a conversar con la samaritana junto al pozo donde ella iba a buscar el agua (cf. Jn 4,5-7). Vemos cómo, en medio de la noche oscura, se reúne con Nicodemo, que tenía temor de dejarse ver cerca de Jesús (cf. Jn 3,1-2). Lo admiramos cuando sin pudor se deja lavar los pies por una prostituta (cf. Lc 7,36-50); cuando a la mujer adúltera le dice a los ojos: “No te condeno” (cf. Jn 8,11); o cuando enfrenta la indiferencia de sus discípulos y al ciego del camino le dice con cariño: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Mc 10,51). Cristo muestra que Dios es proximidad, compasión y ternura.36. Si él curaba a alguien, prefería acercarse: «Jesús extendió la mano y lo tocó» (Mt 8,3), «le tocó la mano» (Mt 8,15), «les tocó los ojos» (Mt 9,29). Y hasta se detenía a curar a los enfermos con su propia saliva (cf. Mc 7,33)... La ternura de Dios no nos ama de palabra; Él se aproxima y estándonos cerca nos da su amor con toda la ternura posible».

11. Estos breves textos nos indican que para conocer al Jesús misionero y aprender de él debemos ir a mirar allí donde nuestra fe puede reconocerlo: el Evangelio[11]. Para eso, hay que familiarizarse con el Evangelio: conocerlo, interpretarlo en el sentir de la Iglesia, orarlo y vivirlo. Ha llegado la hora en la que todas nuestras comunidades, con creatividad, fomenten el estudio del Evangelio y creen grupos de oración con la Palabra de Dios. Es deseable también que se organicen en los pueblos y barrios de nuestras ciudades, pequeñas comunidades que se reúnan para escuchar y meditar la Buena Noticia de Jesús, que aprendan el arte de la fraternidad cristiana y se conviertan así en comunidades misioneras que contagien la alegría de la Fe a sus vecinos y amigos.

12. Solo tomándonos en serio la vocación a ser discípulos de Jesús podremos llegar a todos con el anuncio del Evangelio. Porque “la misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona”[12]. “El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”, nos decía el Papa Benedicto XVI[13].

13. Como Jesús, que “salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores..., invitándolos a todos a su seguimiento”[14], también nosotros nos comprometemos a “llevar la Buena Nueva a las distintas realidades que nos interpelan”. Queremos llegar a todos, sin excepciones, especialmente a los que corren el riesgo de no sentirse amados por Dios: los enfermos, los pobres, los que sienten que “no tienen lugar” en nuestra Iglesia y los tantos marginados y descartados de nuestra sociedad. Hay que salir al encuentro de cada hermano, acogerlo y aceptarlo tal cual es, escucharlo y dialogar fraternalmente, para ofrecerle la vida de Jesucristo. Como nos dice el Papa Francisco, “si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz, el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”[15].

14. Mucho tendrá que ayudarnos el Equipo de Animación Misionera de la Diócesis para comprender la cultura de los destinatarios de la misión, que ya no es la sociedad cristiana de décadas atrás. En este mundo “globalizado”, también nosotros vivimos afectados por los grandes cambios que afectan la existencia en el mundo entero. Para poder anunciar a Jesús y el Evangelio tenemos que conocer la realidad de nuestros hermanos: el modo de entender la vida y la familia, sus búsquedas personales, sus preocupaciones y esperanzas, el lenguaje, el sentido de la trascendencia, la experiencia religiosa y el modo como está presente en la vida la fe católica que se ha recibido. Para poder llegar a todos, tenemos que conocer la realidad cultural de las nuevas generaciones para que nuestro lenguaje sea comprensible y adaptado a las tantas y variadas situaciones de la vida de hoy.

15. Por lo mismo, también tienen que ayudarnos a pensar la tarea evangelizadora centrados en lo esencial. El Papa Francisco nos dice que, cuando se asume un estilo misionero “que realmente quiere llegar a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”[16] y “en este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”[17]. Tenemos que comprender que hoy la misión es, fundamentalmente, el “primer anuncio” o kerygma que debe ocupar el centro de toda la actividad evangelizadora[18].

Con la meta “FAVORECER y ACOMPAÑAR la participación activa de los jóvenes por medio de la acción misionera PARA que puedan experimentar la vida en plenitud que nos regala Cristo y vivan la pertenencia a la comunidad” se quiere responder al clamor: “Los jóvenes claman ser escuchados, aceptados como son, acompañados y tener participación activa”

16. El Papa Francisco, en la Bula de convocación del Jubileo Ordinario del año 2025, nos dice lo siguiente:

También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo, cuando se entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social. Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza. Por otra parte, cuando el futuro se vuelve incierto e impermeable a los sueños; cuando los estudios no ofrecen oportunidades y la falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable amenazan con destruir los deseos, entonces es inevitable que el presente se viva en la melancolía y el aburrimiento. La ilusión de las drogas, el riesgo de caer en la delincuencia y la búsqueda de lo efímero crean en ellos, más que en otros, confusión y oscurecen la belleza y el sentido de la vida, abatiéndolos en abismos oscuros e induciéndolos a cometer gestos autodestructivos. Por eso, que el Jubileo sea en la Iglesia una ocasión para estimularlos. Ocupémonos con ardor renovado de los jóvenes, los estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. ¡Que haya cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!

17. Estas palabras del Papa, haciendo una descripción general de la realidad de los jóvenes, nos hacen tomar conciencia que también necesitamos del Equipo Diocesano de Pastoral Juvenil para que nos enseñe a hacer de nuestras parroquias y comunidades un lugar donde los chicos y chicas se sientan en su casa y gusten del clima familiar de la propia comunidad[19]. Para eso, tenemos que conocer la cultura juvenil, aprender a serles cercanos, escucharlos y acompañarlos dándoles protagonismo y confiando en sus iniciativas y capacidades de realización.

18. Los jóvenes que comparten la vida de nuestras parroquias, capillas, movimientos y áreas pastorales son ya ahora agentes de pastoral, que deben ser acompañados y guiados, pero libres para encontrar caminos siempre nuevos con creatividad y audacia[20]. Ellos deben estar integrados en el “caminar juntos” de la comunidad eclesial, hay que confiar en ellos y prestar mucha atención a sus propuestas e iniciativas pastorales. Por otra parte, son ellos los mejores agentes de pastoral juvenil porque saben cómo convocar a los jóvenes y sabrán hacer atractivo el llamado a sus amigos, vecinos y conocidos, a una experiencia de comunidad donde conozcan al Señor y gusten de la fraternidad, el servicio y la misión.

19. Para que vivan “la vida en plenitud que nos regala Cristo y la pertenencia a la comunidad”, tenemos que ofrecerles la posibilidad de encontrarse realmente con Jesús Vivo. Para ello, habrá que ofrecerles propuestas formativas y evangelizadoras, la oportunidad de experiencias de oración y ejercicios espirituales donde se encuentren con Jesucristo y sientan la fuerza renovadora de la misericordia divina. También deben poder encontrar adultos maduros cristianamente y preparados para escucharlos y ofrecerles acompañamiento espiritual. Todo esto centrado en dos grandes ejes: la profundización del kerygma, es decir, la experiencia fundante del encuentro con el amor de Dios a través de Cristo muerto y resucitado y el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria y en el servicio[21].

20. Queridos hermanos: les deseo un bendecido año pastoral y una feliz Pascua de Resurrección. Seguramente el Espíritu del Resucitado nos mostrará los caminos para que en todas nuestras comunidades sintamos la urgencia de anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que María Inmaculada de la Concordia, discípula y misionera, nos acompañe, porque, “¡Es ahora! Con la alegría de Cristo, al corazón del hermano”. Los saludo con un abrazo fraternal.

Mons. Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia


Notas:
[1] Cfr. Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG), 2013, 23.
[2] EG, 1.
[3] Cfr. Papa Francisco, mensaje para la 57° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2023.
[4] Cfr. Monseñor James Conley, Obispo de Lincoln (EEUU) en https://www.lincolndiocese.org/op-ed/bishop-s-column/326-columnas-archivo-column-archive/12531-cor-ad-cor-loquitur-y-la-nueva-evangelizacion
[5] Cfr. Documento Final del XVI Sínodo de los Obispos (DF), "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión", 28.
[6] Cr. DF, 43.
[7] Cfr. Mt.18.
[8] Cfr. DF 49.
[9] DF, 45.
[10] Cfr. Francisco, Carta Encíclica Dilexit nos, 2024, 34-36.
[11] Cfr. Dilexit nos, 33.
[12] Cfr. Documento de Aparecida (DA), 145.
[13] Cfr. DA, 146.
[14] Cfr. DA, 147.
[15] Cfr. Francisco, Evangelii Gaudium (EG), 49.
[16] Cfr. EG, 35.
[17] Cfr. EG, 36.
[18] Cfr. EG, 164-165.
[19] Cfr. Francisco, Exhortación Apostólica Christus Vivit (ChV), 2019, 216-218. Recomiendo vivamente la lectura de estos párrafos.
[20] Cfr. ChV, 203.
[21] Cfr. ChV, 213.

Queridos hermanos:

Con la imposición de la ceniza iniciamos la Cuaresma, tiempo litúrgico durante el cual la Iglesia nos propone mirar a Cristo en el desierto, siendo dóciles al Espíritu Santo. Tiempo de conversión, de renovación del corazón para prepararnos para la Pascua, dejando que Dios sea el centro de nuestra vida.

Nos disponemos a peregrinar en el marco del Año Jubilar. El Papa Francisco nos invita a aprovechar la gracia de este Año y a reflexionar sobre la necesidad de “Caminar juntos en la Esperanza”.

Quisiera invitarlos a que, junto a Francisco, hagamos propia esta invitación y podamos meditar sobre nuestra marcha como Arquidiócesis. Que podamos dejar que la voz de Dios nos interpele en la misión evangelizadora. Que nos preguntemos cómo es nuestro caminar y quiénes son nuestros compañeros de esta peregrinación.

En ese viaje ciertamente no vamos solos, avanzamos juntos, en comunidad. ¡Cuánto tenemos que pedirle a Dios y convertir nuestro corazón, para que cada vez más nuestro individualismo vaya despareciendo y demos lugar al caminar como Iglesia sinodal!

Finalmente queremos vivenciar el llamado a vivir la esperanza de saber que al final del camino está Dios, como nos dice Francisco en su mensaje para esta Cuaresma: recorremos estos caminos juntos en la esperanza de una promesa, la Vida eterna.

Queridos hermanos, el llamado a la conversión que nos hace la Cuaresma es una invitación a dar un paso de madurez en nuestra Fe. Es un tiempo para dejarnos interpelar por Dios que nos invita a renovar el entusiasmo de caminar juntos en esperanza, de hacer una profunda experiencia de Iglesia.

Que Dios los bendiga a cada uno y que María del Rosario interceda ante su Hijo por nuestras necesidades.

Paraná, marzo de 2025
Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná

Queridos hermanos y hermanas:

Iniciamos este tiempo cuaresmal como tiempo de gracia y penitencia que nos prepara para celebrar la Pascua, el misterio central de nuestra fe. Lo hacemos en un año jubilar de gracia donde nos disponemos a vivir la misericordia de Dios y nuestra conversión buscando ser puentes de su infinito amor para nuestros hermanos.

En la liturgia que iremos celebrando en este tiempo cuaresmal seremos invitados a «volver a Dios», a convertirnos y creer en la Buena Noticia que nos anuncia que el Reino de Dios está entre nosotros. Nuestra fe centrada en la persona de Jesucristo el Señor de quien queremos ser discípulos y misioneros, nos lleva a revisar nuestra vida y espiritualidad a la luz del seguid miento de Aquel que se hizo uno de nosotros para salvarnos y revelarse. Nuestra fe en Cristo el Señor nos lleva a comprender que nuestra vida está cargada de sentido y que todos los bautizados tenemos una vocación y misión.

En la Pascua celebramos el misterio del amor de Dios, de un Dios cercano que se hizo hombre y que por nosotros murió y resucitó. En el misterio Pascual nos constituimos en hijos de Dios. En estas varias semanas de cuaresma nos disponemos sobre todo desde la espiritualidad litúrgica a prepararnos para renovar nuestra fe, esperanza y caridad.

Al escribir esta carta, como Obispo y Pastor de nuestra diócesis, deseo que este tiempo litúrgico cuaresmal nos permita volver a Dios y realizar desde su gracia un profundo examen de conciencia que nos permita potenciar todo lo bueno de nuestra vida cristiana y, a la vez, convertirnos de todo aquello que nos aleja de Dios: nuestros pecados y omisiones, o bien, nuestras fragilidades y hasta nuestras adicciones que no nos permiten vivir el gozo de ser cristianos y personas de bien.

Quiero agradecer el camino evangelizador que como Pueblo de Dios en nuestra diócesis de Posadas venimos realizando. Tanta gente, laicos y consagrados, sacerdotes y diáconos, que ponen su corazón en las comunidades y en su vocación y misión. Sin embargo, en esta opor­tunidad cuaresmal, es bueno discernir y preguntarnos qué cosas no responden al proyecto de Dios en nuestras vidas y qué desvíos en nuestra espiritualidad nos alejan de Él, para poder hacer un auténtico camino de conversión. Quiero señalar que en la legítima búsqueda de Dios de los cristianos observo que la fe de muchos está teñida de cierto individualismo que busca la propia perfección y se olvida que la fe siempre tiene una dimensión social, eclesial y comunitaria. Muchas veces se omite algo fundamental como la conciencia de que en la matriz del encuentro con Dios debe estar necesariamente la dimensión misionera y samaritana. La experiencia de un Dios que nos ama misericordiosamente tiene que hacernos puentes del amor misericordioso de Dios hacia los otros, sobre todo los más pobres, exclui­dos y vulnerables. Si la adoración a Dios nos sumerge en un exclusivo «yo-tú» con Dios sin que ese encuentro lo hagamos como parte del Pueblo de Dios, sin ser parte de un «nosotros» comunitario y eclesial, sin que esa experiencia nos haga puentes, puede ensimismarnos en un camino que es diferente al discipulado cristiano.

Al señalar esto, miro con preocupación que a muchos consagrados y laicos les cuesta com­prender la dimensión social y eclesial de la fe. Esto nos lleva a que nuestra fe sea una fe sin obras, sin los otros, dónde incluso nos asemejamos a los religiosos de la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37), que pasaban indiferentes al lado del herido y tirado en el camino. También hoy podemos encontrar gente religiosa que mira para otro lado, a veces indiferente y muchas veces, aún peor, tornando posturas ideológicas que buscan eliminar al pobre, justificando su egoísmo aún en nombre de Dios, que, obviamente, no es el Dios que profesamos los cristianos.

También en este contexto cuaresmal y apto especialmente para realizar un buen examen de conciencia debo señalar que es importante tener en cuenta los temas ligados a la moral social a la hora de confesarnos. Muchas veces es más habitual expresar el arrepentimiento por temas ligados a la sexualidad y las relaciones personales, sobre todo familiares, que revi­sar la vida también desde esta dimensión social, llámese robos, coimas, malversación de fondos, daños a terceros en lo laboral, etc. Son temas que hacen a la moral social y al magis­terio social de la Iglesia que surgen del mismo Evangelio y ayudan a poner en práctica nues­tra fe. Quizás aquí tengamos que revisar cómo transmitimos dicha moral social en nuestra catequesis y en nuestros sistemas educativos. Lo concreto es que en una sociedad donde hay tantos que profesan ser cristianos nuestros ambientes están llenos de formas de corrupción que incluso llegan a estructurarse. Y observamos que convivimos con normalidad e indiferentes en medio de tantos pecados sociales que dañan gravemente la fraternidad humana.

Creo importante que recurramos a las enseñanzas de la Iglesia que surgen siempre de la revelación de Jesucristo el Señor. El Papa Francisco en su primera exhortación apostólica «Evan gelii gaudium» nos dice el: «El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad.» (EG 177) Allí también nos dice que «leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una “caridad a la carta”, una serie de acciones tendientes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Busquen ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33)» (EG 180)

Será fundamental en este tiempo cuaresmal en que queremos volver a Dios y a nuestros hermanos y sobre todo a nuestros hermanos más pobres y excluidos, revisarnos desde la caridad y la justicia, si con nuestro obrar vivimos el vínculo con Dios y los hermanos. Y también el daño que podemos realizar si los perjudicamos en nuestros criterios, opciones y decisiones, o bien, si los ignoramos y miramos para otro lado como los religiosos que pasaban indiferentes en la parábola del Buen Samaritano.

Quiero recordar un gesto penitencial de conversión y de misericordia comunitaria y diocesana que hacemos cada año en el tiempo de cuaresma: la colecta que denominamos «del 1%» como aporte del total de ingresos del mes. Esto no hace referencia tanto a un porcentaje numérico sino a la consideración que con el aporte generoso que hacemos, como fruto de nuestra solidaridad, ejercemos aquello que la Iglesia practicó desde sus orígenes que es la comunión de los bienes. Con nuestro aporte que solo tiene valor espiritual cuando es fruto de la búsqueda de Dios, podemos ayudar a muchos hermanos para mejorar sus viviendas y letrinas, así como la realización de nuevas viviendas. También será posible instalar en algu­nos asentamientos un salón comunitario de usos múltiples, «casitas pastorales» desde donde irradiar la solidaridad, compartir la catequesis, realizar bautismos y celebrar al Señor. Durante la cuaresma y especialmente el fin de semana del 22 y 23 de marzo pondremos en ejercicio la comunión de bienes como práctica cuaresmal. El lema de la colecta es elocuente: «Una Iglesia sin caridad, no existe», esta expresión del Papa Francisco nos interpela en decir que la caridad da consistencia a nuestra tarea evangelizadora.

Este tiempo litúrgico cuaresmal es una oportunidad para volver a Dios y revisar cómo vivimos nuestro discipulado cristiano. Seguramente hemos tenido momentos extraordinarios de gozo y encuentro con Él, con Jesucristo Señor de la historia. Pero la espiritualidad y nuestra dimensión evangelizadora, misionera y samaritana se hacen consistentes habitualmente en la cotidianidad. Incluso en las cruces y sufrimientos propios de la vida. Es en el día a día que vivimos donde se dan situaciones pequeñas, silenciosas o, a veces, muy dolorosas, ya sean nuestras o de seres queridos, que debemos vivirlas «pascualmente». La Pascua no es una teoría, es el núcleo de nuestra fe que en la cotidianidad tendremos muchas veces que interna­lizar en nuestras opciones y criterios para que «muriendo», podamos vivir.

El tiempo cuaresmal nos ayudará a revisarnos desde el amor que Dios nos tiene con la certe­za de que, si volvemos a Él, nos recibirá con un abrazo de Padre como al hijo pródigo. Abra­zados por su amor somos plenos y podemos ser testigos de la Pascua y de la Esperanza.

Les envío un saludo cercano como Padre y Pastor.

Miércoles de Ceniza, 5 de marzo del Año Santo 2025.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Nos adentramos con entusiasmo en este tiempo que no es tiempo de tristeza, aunque sí sea tiempo de penitencia, la cuaresma. Lo hacemos, como decíamos al comienzo, con decisión, con ayuno y abstinencia, y viendo a este precioso rito de las cenizas, tan elocuente, que nos habla de nuestra poquedad, pero también de la grandeza a la que estamos llamados, a la amistad con Dios. Y este llamado es un llamado a la conversión, que es parte del Evangelio.

El Evangelio, que es buena noticia, incluye una invitación, una exhortación, un reclamo para convertirnos, a cambiarnos de vida. Y eso nos habla de que algo no está bien en nuestra vida, pero mirémosle el lado mejor. Es una indicación de que podemos cambiar, que esto es parte del Evangelio.

Mi vida puede mejorar. Tantas veces, ante nuestros pecados, nuestras caídas, nos sentimos desalentados, o por los nuestros, o también por los demás, pero concentrémonos en lo nuestro. Nos sentimos abatidos y pensando que no tenemos compostura.

Y es verdad que por nuestras propias fuerzas no podemos cambiar, pero con la gracia de Dios sí podemos cambiar, podemos mejorar, podemos ser santos, podemos ser amigos de Dios, podemos ser hermanos de los demás. Dios nos invita a eso. Es un tiempo de buscar a Dios, sí, con decisión, con entusiasmo, pero consciente de que nosotros nos buscamos a Dios porque Él nos ha encontrado primero.

Dios que ha recorrido y recorre los caminos del mundo para hacerse uno de nosotros y poder ser hallado incluso de quienes no lo buscan porque Él nos busca a nosotros. Y en Cristo nos ha encontrado a todos. Todos podemos decir, Dios me buscó y me encontró en Jesús, también con mis miserias, también con mis pecados.

La penitencia, entonces, antes que buscar a Dios es una consecuencia de haberlo encontrado. Limosna, ayuno y oración, las tres formas clásicas que resumen todos los gestos ¿Qué implica la penitencia? ¿De qué se trata? Se trata de reparar nuestro pecado.

Y esto también es parte del Evangelio. No solamente podemos cambiar, podemos mejorar, sino que también, gracias a Dios, podemos reparar las torpezas que hemos cometido en nuestra vida. Que no son pocas, son muchas y de todo tipo.

Cada uno de nosotros tenemos las nuestras. Limosna, toda forma de ayuda al prójimo que viene a reparar y a restaurar la caridad y la justicia que hemos herido. De tantas maneras que nuestras ofensas hay una, que viene a poner orden en nuestros apetitos que están cebados, que están alimentados exageradamente por nuestro pecado, por la búsqueda de distintos placeres y comodidades y que luego se nos convierten como en una trampa porque nos engañan a nosotros mismos haciéndonos creer que tenemos necesidades que realmente no lo son.

Ayuno, que nos libera. Y, sobre todo, oración. Porque el principal efecto del pecado es nuestra distancia con Dios.

Y cuando Dios nos ha encontrado nuevamente necesitamos recuperar la confianza con Él. Como ocurre quizás en nuestras familias, con nuestros amigos. Cuando se ha producido alguna ofensa, algún distanciamiento, queda como roto el diálogo.

Y las circunstancias de la convivencia ayudan. Y volver a dialogar de una cosa o de la otra, a veces de cosas aparentemente intrascendentes, pero que nos hacen recuperar la comunicación nos hace mucho bien. También nosotros necesitamos rezar mucho para recuperar la amistad con Dios.

Cuando nuestros primeros padres pecaron allá en el jardín del Edén se escondieron de Dios porque tenían vergüenza. Tenían vergüenza de Dios y tenían vergüenza entre ellos. Y la oración nos permite recuperar la confianza.

Es por eso que muchas veces no tenemos deseos, ni ánimos, ni sentimientos para rezar. Pero conviene que lo hagamos con decisión para volver a la amistad con Dios. Siempre la penitencia es necesaria en nuestra vida.

Siempre podemos crecer. Siempre podemos aumentar nuestro amor a Dios y nuestro amor al mundo. El Papa Francisco, por quien rezamos especialmente en nuestros días, sabemos que está anciano, tiene 88 años, y con una enfermedad delicada, por la cual los médicos nos dicen en los informes que no está fuera de peligro y que su pronóstico es reservado.

Siendo él el Padre de toda la Iglesia, nos mueve a rezar especialmente por él, para que el Señor lo consuele, lo conforte y lo fortalezca en este momento determinante de su vida, y asista a la Iglesia en estas circunstancias. El Papa nos ha mandado un mensaje de cuaresma que me parece aplica estas enseñanzas ordinarias de la penitencia a las circunstancias de este año santo, de este año jubilado, en el cual hoy con esta misa podemos ganar la indulgencia plenaria. Nos dice el Papa que se nos invita en esta cuaresma a una triple conversión.

Conversión a la peregrinación, conversión al peregrinar juntos, y conversión al peregrinar con esperanza. Mucha gente también en nuestra patria está como abatida, como desilusionada, como paralizada por las circunstancias de su vida y por las circunstancias sociales. Es por eso que tenemos que volver a caminar, todos.

Y para eso necesitamos una meta. Nuestra meta es el cielo. Hemos de caminar al cielo y no esperar simplemente que suceda, que nos venga, que nos llegue, cuando no haya más remedio.

No, somos protagonistas, somos hijos de Dios y tenemos que caminar. Nuestra vida en este mundo es un peregrinar. La cuaresma nos habla de los 40 años de peregrinación del pueblo de Israel en el desierto.

¿Y de dónde, hacia dónde peregrinó? De la esclavitud a la tierra prometida, a la libertad. Así también nosotros tenemos que peregrinar, del pecado a la vida del cielo, de la vida de la muerte en la cual el pecado nos sumerge, a la amistad con Dios. Es por eso también oportuno tener otras metas nobles, un trabajo, un estudio, un noviazgo, un matrimonio, unos hijos, un desarrollo social, el bien de nuestra patria.

Hay mucha desilusión, mucha desesperanza y nosotros los cristianos no nos podemos dejar vencer por ese desánimo. Necesitamos, iluminados por la esperanza del cielo, iluminados por este objetivo, por esta gran meta, necesitamos tener otras metas también. Nobles, generosos, nos hacen mucho bien.

En este recuperar el ánimo de peregrinos, nos dice el Papa que tenemos que aprovechar y saber confrontarnos con un fenómeno contemporáneo, un fenómeno moderno muy fuerte que a él le llega particularmente, el fenómeno de los inmigrantes. Quisiera señalar que el Papa nos habla de dejarnos confrontar con los inmigrantes. En nuestra diócesis tenemos en estos días un episodio que nos interpela a todos, la desaparición de un niño aquí cerca, en Ballesteros, Ballesteros Sur, un niño de tres años, hijo de inmigrantes bolivianos que viven en unas condiciones sumamente precarias.

Lógicamente nosotros no nos sentiremos responsables ni de las condiciones precarias en las que viven ni de la desaparición del niño. Pero qué bien nos hace confrontarnos con esa realidad. Acá, entre nosotros, muy cerca nuestro, hay gente que vive en condiciones ínfimas, si no llamamos infrahumanas.

¿Por qué? Es el misterio del pecado que tiene muchas ramificaciones y muchas consecuencias. Aunque no nos sintamos responsables ni de la pobreza ni de la desaparición de ese niño, hoy podemos y necesitamos sentirnos interpelados ¿Qué hago yo? ¿Cómo vivo yo ante la pobreza que muchos hermanos nuestros sufren? ¿Qué hago yo? ¿Cómo me confronto yo con las injusticias que de tantas maneras hacen descartar hermanos nuestros o usar personas casi como mercancías? ¿Cómo me planto yo ante esas realidades contemporáneas? La respuesta siempre es la humildad.

No me siento responsable de este o de este otro pecado, pero yo sé que con mi pecado soy de alguna manera cómplice, soy de alguna manera corresponsable de tantos desórdenes del mundo y, por lo tanto, nos llamamos, nos invitamos a la conversión. Nos dice el Papa, convertirnos a caminar juntos. Nadie se salva solo.

Quiero ir al cielo. Siempre tengo que saber que para llegar al cielo tengo que caminar junto con otros de un modo muy particular en la Iglesia. Y para eso, no ignorar al que está caminando junto a mí.

No pensar que simplemente cada uno hace su camino. Sí, es verdad que todos tenemos circunstancias únicas, particulares, que marcan nuestro caminar, pero todos estamos invitados a caminar junto con otros. Y para eso no podemos ignorar al que está al lado nuestro ni ignorar al que queda al borde del camino.

Todo lo contrario. Tenemos que sentirnos solidarios, tenemos que sentirnos acompañados y sentir que también nosotros acompañamos a otros. Algunas veces, quizás, aminorando la marcha y deteniéndonos para levantar al que ha caído.

Necesitamos convertirnos. Nadie debe sentirse solo entre nosotros. Y también, esto mismo nos interpela.

¿Busco yo compañeros de camino? ¿O me conformo con conocer a Jesucristo y caminar yo y salvarme yo solo? Es imposible esto. El que tiene amistad con Cristo busca comunicarlo. El que tiene amistad con Cristo busca animar a que otros también lo conozcan y caminen hacia la Patria del Cielo.

Y nos llama el Papa a la tercera conversión de la esperanza. Decíamos que hay mucha desilusión, mucho desánimo. Si no desesperación, podríamos decir a veces desesperanza.

Falta dilución de cosas mejores. Nostalgia solamente de cosas pasadas. Y nosotros los cristianos, sin ser ingenuos, sin desconocer las malas circunstancias que tantas veces nos rodean, podemos y debemos decir que lo mejor está por venir.

Porque nuestra esperanza no es un optimismo voluntarista, sino que es confianza de que Dios me perdona. Decíamos, mi vida tiene arreglo, mis pecados tienen compostura. Sí, personalmente cada uno de nosotros tiene que hacer esta experiencia de la misericordia de Dios y llenarnos de la esperanza santa de la amistad íntima con Dios, de la comunión con Él para toda la eternidad en el cielo.

Y saber, por lo tanto, ser signo de esperanza para los demás. Hay mucha gente en todo lo nuestro que necesita signos de esperanza. Y Dios nos invita a que cada uno de nosotros sea un signo de esperanza para los demás, con una sonrisa, con una mano tendida, con una ayuda material o espiritual, con un nuevo emprendimiento, con una nueva solidaridad.

Dios está con nosotros. Demos gracias por su bondad y entusiasmémonos en este camino que vale la pena para cada uno de nosotros, para nuestros hermanos y para toda la iglesia. Que la Virgen Santísima nos dé esta nueva esperanza, esta nueva ilusión y este nuevo entusiasmo por hacer penitencia y reparar con generosidad los pecados que cometí.

Que así sea.

Mons. Samuel Jofré, obispo de Villa María

Queridos hermanos,

La Cuaresma nos recuerda cada año la necesidad de convertirnos al Señor, de renovar nuestro corazón a la escucha de su Palabra, asegurando necesarios momentos de oración, y viviendo las exigencias de una mayor austeridad de vida que nos haga capaces de compartir con nuestros hermanos necesitados. Lejos de poner “cara triste”, como nos enseña Jesús, se trata de vivir en la dinámica de una conversión gozosa y exigente. El mensaje del Papa que presenté (cfr. Circular Nro. 005/25) nos ayuda a vivir la Cuaresma como peregrinos de esperanza, y a caminar juntos en ese “entretejido de paciencia y esperanza” que es la vida cristiana (cf. Bula de Convocatoria del Año Jubilar de la Esperanza, n. 5)

Mientras nos adentramos en el año pastoral con el comienzo de la Cuaresma, quiero compartirles algunas novedades de nuestra organización, en vistas a profundizar el servicio de las distintas áreas pastorales que comprende nuestra Iglesia mendocina. La alegría del evangelio, experimentada muy fuertemente durante el Año jubilar arquidiocesano, nos permitió conocer la rica y variada realidad de comisiones y secretariados diocesanos y descubrirnos todos llamados, todos enviados, todos celebrando que la vida es misión.

«Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!»(Mateo 9, 17) La imagen del vino nuevo, que nos propone el Señor nos invita a recibirlo en nuestras vidas con un corazón bien dispuesto.

En cuanto a nuestra comunidad eclesial, con la experiencia del camino realizado como Arquidiócesis y con el impulso dado por el reciente Sínodo sobre la sinodalidad, necesitamos renovar nuestras estructuras pastorales, para hacerlas capaces de cuidar la nobleza del vino y compartirlo en abundancia. Es importante seguir creciendo en la comunión pastoral de las distintas comisiones y secretariados. A tal fin, he considerado oportuno integrarlas, según su naturaleza, bajo la responsabilidad y dirección de un vicario episcopal. Así agrupadas las comisiones y secretariados según su misión específica, pondrán en común sus dones al servicio de la comunidad arquidiocesana. Adjunto la nómina y su distribución por vicarías episcopales.

Junto al vicario general, P. Mauricio Haddad, me acompañarán como miembros de un Consejo de curia, el P. Pablo Ricco MdP como vicario episcopal de Evangelización, el P. Marcelo De Benedectis, como vicario episcopal de Solidaridad y el P. Osvaldo Scandura, como vicario episcopal de Asuntos económicos.

Queda para más adelante la designación de un Vicario para la Formación pastoral, en una necesaria articulación de los centros, numerosos y muy significativos en nuestra vida arquidiocesana, con tanta riqueza para seguir ofreciendo a la preparación integral de los futuros ministros y servidores.

“Caminando en estilo sinodal, en el entrelazamiento de nuestras vocaciones, carismas y ministerios, y saliendo al encuentro de todos para llevar la alegría del Evangelio, podremos vivir la comunión que salva: con Dios, con toda la humanidad y con toda la creación.”(Documento Final del Sínodo, 154)

Deseándoles una fecunda Cuaresma, haciendo de nuestras vidas odres nuevos para la gracia del Señor, los abrazo y bendigo en Jesús, buen Pastor y su Madre Santísima del Rosario.

Mendoza, 5 de marzo de 2025
Miércoles de ceniza
Padre Obispo Marcelo Daniel Colombo