Jueves 21 de noviembre de 2024

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Ordenación diaconal de Maximiliano Vanerio

Homilía de monseñor Héctor Luis Zordán M.SS.CC, obispo de Gualeguaychú, en la ordenación diaconal de Maximiliano Vanerio (Basílica Inmaculada Concepción, Concepción del Uruguay, 12 de agosto de 2022)

Hc 8,26-40
Sl 116,1.2
Lc 22,14-20.24-30

Querido Maxi, has sido admitido para recibir la ordenación diaconal. Este acontecimiento nos llena de profunda alegría. Una alegría esperada, compartida y desbordante.

El diálogo que hemos tenido recién con el P. Mauricio, rector de nuestro Seminario Mayor, es la expresión litúrgica –reducida, sin duda– de un largo camino, que bien podemos calificar como sinodal. Es el camino que comenzó el día en que ingresaste en el Seminario, o antes aún, cuando empezaste a percibir los primeros signos vocacionales y te hiciste acompañar en el discernimiento. En este itinerario hemos intervenido tus formadores trabajando en equipo, tu director espiritual ayudándote a discernir las intuiciones iban apareciendo, tus párrocos, miembros del pueblo de Dios –laicos, clérigos y consagrados– que te acompañaron en los distintos momentos de tu camino formativo y nos ayudaron con su mirada sobre tu proceso vocacional, el discernimiento del consejo de órdenes y ministerios, el obispo, cada uno según su propia misión y su particular responsabilidad. Lo hemos hecho convencidos de que éste es –y, sobre todo, debe ser cada vez más– el modo de vivir y de obrar de la Iglesia, llamada a ser comunión y participación para la misión.

La Palabra de Dios que hemos escuchado “con oído de discípulos” (cfr. Is 50,4) ilumina no sólo esta celebración y a quienes participamos de ella, sino también tu vida, Maxi, y tu ministerio diaconal a partir de hoy.

El relato –lo escuchamos en la proclamación del Evangelio– nos ubica en la última cena celebrando la comida pascual, ese acontecimiento que Jesús había esperado y deseado ardientemente (cfr. Lc 22,15). En ese contexto surgió una discusión entre los apóstoles sobre quién debía ser considerado el más grande (Lc 22, 24). Una discusión infantil, de poca calidad si se quiere, pero que esconde una pretensión muy arraigada en el corazón humano: la de ser atendido prioritariamente, la de ser el primero, la de tener relevancia sobre los demás, la de ser considerado el mejor... Y Jesús que no pierde oportunidad para enseñar y para enseñarnos: “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27). Así Él describe su identidad y su misión: Servidor; ha venido para servir (cfr. Mc 10,45). A Jesús lo reconocemos como Aquél que, sirviendo y para servir, entregó su propia vida a fin de que nosotros tengamos vida abundante, vida en plenitud (cfr. Mc 10,45). Y en sus gestos y actitudes podemos contemplar su estilo, aprender el modo que nos propone en el Evangelio.

Yo rescato estas tres actitudes básicas en este estilo de Jesús: la “minoridad”: “el que es más grande que se comporte como el menor” (Lc 22,26), el “servicio”: “el que quiera ser grande que se haga servidor” (Mc 10,44), la “disponibilidad antes que sentarse”: “¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? … Y sin embargo…” (Lc 22,27). Sin lugar a dudas, todos los discípulos debemos aprender y vivir de este modo, porque es el estilo de Jesús, el del Evangelio. Ninguno podemos sentirnos dispensado de vivirlo porque el Evangelio es para todos los que queremos seguir al Maestro… Pero es un estilo que debemos cultivar de modo particular aquellos que estamos llamados a ser ministros en la Iglesia.

Nos viene bien recordar aquí la enseñanza del Santo Padre Francisco sobre nuestro lugar en una Iglesia sinodal, utilizando la imagen de la “pirámide invertida”, en la que el vértice se encuentra debajo de la base. “Por eso –dice–, los que ejercen la autoridad se llaman ministros: porque según el significado original de la palabra, son los más pequeños entre todos” (Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17.oct.2015).

Y ustedes, diáconos, deben vivir este estilo servicial porque ese es su carisma y su misión –recuerden que, de hecho, la palabra “diácono” significa servidor–. Y deben vivirlo con un fuerte contenido testimonial para que cuando los veamos ser y actuar así, todos nos sintamos invitados, motivados, animados a vivir de esa manera.

Para vos, Maxi, vivir tu vida cristiana, tu discipulado, al modo diaconal tiene también un valor pedagógico, de aprendizaje: irás aprendiendo paulatinamente –o consolidando lo que ya aprendiste– y desde tu propia experiencia (o sea, en tu propio pellejo, podríamos decir), el estilo servicial que debe caracterizar a todo ministro de Jesucristo en la Iglesia, para que cuando seas presbítero ya estés entrenado y habituado a ese estilo y sigas viviéndolo con alegría.

La Palabra de Dios hoy también nos ha traído a la memoria la experiencia del diácono Felipe. Él fue uno de los primeros diáconos elegidos por los apóstoles en aquella primitiva comunidad cristiana (cfr. Hc 6,5). En una oportunidad el Espíritu lo impulsó a ir por un camino desértico, quizás desconocido para él, porque debía encontrarse con alguien que estaba leyendo la Palabra de Dios y necesitaba que se le presentara a Jesús para dar el paso decisivo de la conversión y del bautismo. Hemos escuchado la historia –¡muy linda por cierto!– y podremos volver sobre ella… Pero quiero subrayar lo siguiente: en la persona de Felipe, la Palabra de Dios nos muestra el “diaconado en acción”, y este hombre –Felipe– se constituye de algún modo en el paradigma del diácono.

Maxi, mirá a Felipe –volvé una y otra vez a este texto durante tu diaconado–; aprendé de él; tenelo como modelo de vida y de servicio diaconal... Quiero dejarte dos invitaciones que sugiere este acontecimiento: Dejate impulsar por el Espíritu; seguí su inspiración; no la apagues ni te distraigas con otras cosas; aprendé a discernir tus intuiciones para descubrir cuáles son inspiraciones suyas. Y sobre todo, en todo lo que digas y hagas, anunciá a Jesucristo, ofrecé su amistad, estimulá a vivir en comunión con Él, animá a seguirlo haciéndose discípulo suyo, invitá a experimentar la fraternidad en la comunidad de la Iglesia…

Antes hablábamos de servicio –del ministerio diaconal como servicio–; indudablemente éste es el mejor servicio que podés ofrecer a los hombres y mujeres, a los jóvenes y adolescentes de nuestro tiempo: anunciarles a Jesucristo, porque la amistad con Él brinda fuerza, consuelo, paz, redención; ofrece un horizonte de sentido y de vida; vincula con una comunidad fraterna que acoge, contiene, acompaña y salva (cfr. EG 49).

Hoy, Maxi, imploramos para vos esta gracia: ser servidor en la Iglesia al estilo de Jesús y tener la lucidez y la audacia del diácono Felipe para anunciar a Jesucristo. María, la pequeña servidora del Señor (cfr. Lc 1,48) y de los hombres, interceda para que te sea concedida.

Mons. Héctor Luis Zordán M.SS.CC, obispo de Gualeguaychú