Viernes 19 de abril de 2024

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Acción de gracias por la beatificacion de los Martires del Zenta

Homilia de monseñor fray Luis Antonio Scozzina OFM , obispo de Orán, en la misa de acción de gracias beatificacion de los Martires del Zenta (Pichanal, 3 de julio de 2022)

Queridos hermanos y hermanas: Paz y Bien.

¡Estamos aquí pisando tierra santa…! Una tierra regada por la sangre bendita de Don Pedro Ortiz de Zárate, don Juan Antonio Solinas y la comunidad misionera, nuestros queridos Mártires del Zenta… Pero una tierra que sigue siendo fecundada por el compromiso y la entrega de tantos hermanos y hermanas que se entregan martirialmente; aquí está la presencia evangelizadora de nuestro primer obispo misionero, Mons. Francisco de la Cruz Muguerza y tantos sacerdotes, religiosos y religiosas misioneros.

Gracias quienes promovieron la memoria de los Mártires como el recordado Mons. Gerardo Sueldo, el padre Diego Calvisi, el padre Andrés Buttu, la Hermana Clara Preusler. Gracias por la dedicación de nuestra querida postuladora Hna. Isabel Fernández y el laborioso aporte Mons. José María Arancibia y tantos otros que colaboraron en el proceso.

Que la paz y la alegría del Señor los colme con su consuelo y ternura. Hoy, es un día de alegría y de esperanza porque el Señor renueva con nosotros la alianza de amor y nos manifiesta su ternura y misericordia. Gracias Señor por el llamado a vivir como pueblo de Dios peregrino en el norte salteño.

LA BEATIFICACIÓN ES UN KAIROS PARA REDESCUBRIR EL DON DE LA MISIÓN

La beatificación de los Mártires nos permite hacer memoria agradecida, preguntarnos qué significa para la diócesis de la Nueva Orán esta presencia misionera y martirial. Ante todo, nos permitir descubrir que la opción bautismal es una opción por el seguimiento de Jesús en el anuncio del Reino. Seguimiento que siempre es para la misión, para el anuncio de la Buen Noticia. Seguimiento que conlleva la donación de la vida, hasta entregarla totalmente por amor a los hermanos.

Aún en la complejidad del presente histórico, abrigamos la íntima certeza que corren tiempos inéditos. En Cristo este tiempo es un “kairós”, es decir: un momento de salvación, de liberación, de gracia. La beatificación de los mártires es un signo del amor misericordioso de Dios y es una invitación permanente a acoger su gracia y compartirla con todos hermanos.

Vivimos, como pueblo fiel que peregrina en el norte salteño, realidades que son en sí mismas clamores proféticos que quieren ser escuchados, que necesitamos escuchar: Como el reconstruir la amistad social desde el respeto y cuidado de los últimos y más vulnerables; el reconocimiento de los derechos de los diversos pueblos y culturas y el cuidado de la madre tierra. El abrirnos a la diversidad en todos los espacios y estamentos sociales generando encuentros y formas de relacionarnos que generen transformaciones posibles. Transitamos tiempos en el que somos interpelados a testimoniar nuevas prácticas de convivencia social y familiar inspiradas en la propuesta del Reino que Jesús vino a anunciar.

La presencia de los misioneros del Zenta en 1683 entre los pueblos originarios, en contexto de colonización, fue un anuncio evangélico pacificador superando la lógica de la dominación. El anuncio del Evangelio fue para proponer la amistad con Jesucristo que promueve y dignifica la condición humana. Fue el anuncio de un Dios que ama infinitamente a cada ser humano y a cada pueblo con su historia y cultura.

Contemplamos el ardor misionero de nuestros beatos que se animaron a incursionar en estas tierras, sin armas, sin ejército que los secundara, sin el poder de los conquistadores. Inspirados en la vocación de servicio, a una vida de proximidad y de entrega, viviendo el mandato que Cristo nos ha dado: “anuncien la Buena Nueva en todo el mundo”. La vida entregada de esta comunidad misionera es el signo tangible de que la evangelización no es una cruzada sino un abrazo a los pueblos, a sus culturas y espiritualidades.

La vocación a la misión nace en el bautismo, por el bautismo cada miembro del Pueblo de Dios se convierte en discípulo misionero. Por eso, en la tarea evangelizadora, todos somos protagonistas activos con un compromiso intransferible. El envío a la misión es una llamada inherente al bautismo y es para todos los bautizados. (EG.120). La Iglesia por naturaleza es misionera y tiene su origen en el “amor fontal de Dios” (AG 2).

El Sínodo de la Amazonía nos recuerda: “El dinamismo misionero que brota del amor de Dios se irradia, expande, desborda y se difunde en todo el universo. “Este desbordamiento impulsa a la Iglesia a una conversión pastoral y nos transforma en comunidades vivas que trabajen en equipo y en red al servicio de la evangelización. La misión así comprendida no es algo optativo, una actividad de la Iglesia entre otras, sino su propia naturaleza. ¡La Iglesia es misión! «La acción misionera es el paradigma de toda la obra de la Iglesia» (EG 15). “Ser discípulo misionero es algo más que cumplir tareas o que hacer cosas. Se sitúa en el orden del ser. Jesús nos indica a nosotros, sus discípulos, que nuestra misión en el mundo no puede ser estática, sino que es itinerante. El cristiano es un itinerante” (Francisco, Ángelus, 30/06/2019). (DF 21)

Hoy renovamos nuestra escucha a la acción del Espíritu en los acontecimientos de nuestra historia, en el clamor de la madre tierra y en la vida de los hermanos. Evangelii Gaudium nos recuerda: “Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque

´Elvieneenayudadenuestradebilidad´.(Rm8,26).Peroesaconfianzagenerosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo constantemente. Él puede sanar todo lo que nos debilita en el empeño misionero…. Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos! (EG 280). Dejémonos guiar por la acción del Espíritu que nos lleva a servir en las periferias territoriales y existenciales.

ESCUCHA Y DISCERNIMIENTO DE LOS SIGNOS DEL ESPÍRITU EN LA VIDA DEL PUEBLO DE DIOS

Una Iglesia samaritana y misericordiosa
Una Iglesia en escucha a la voz del Espíritu es una Iglesia samaritana que no pasa por los caminos de los hombres con una actitud egoísta e indiferente, sino que, con un corazón con entrañas de misericordia, es capaz de captar las deshumanizaciones de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Así, como el buen samaritano (Lc 10, 29-36), sabe curar las heridas de aquellos que son lastimados por la injusticia y la violencia de otros hermanos insolidarios y violentos. Esta es la Iglesia que, movilizada por la caridad, baja a los infiernos de los hombres, a toda humanidad profanada.

El peculiar momento de la historia que nos toca vivir nos dice de muchas maneras que la Iglesia necesita con urgencia renovar y fortalecer la capacidad de curar heridas, de brindar calor al corazón de los hermanos y hermanas, dar cercanía, acogida, tener gestos que alivian y reconfortan. En su permanente salida misionera la Iglesia es llamada a ser manifestación de acogida y misericordia.

Dios nos envía a llevar el consuelo del Evangelio a sus hijos más pequeños, más vulnerables (Cf. Is.40,1); si no estamos con ellos corremos el riesgo de dejar de ser la Iglesia de Jesús, de oscurecer nuestra catolicidad y convertirnos en secta. Es por eso que, somos enviados al cruce de los caminos a invitar al banquete del Reino (Mt22,9); siendo reflejo del corazón del Buen Dios que vendrá a enjugar toda lágrima (Ap.21,4).

Peregrinar hacia las periferias geográficas y existenciales parece ser la ley de la encarnación. Es atreverse a atravesar las fronteras pastorales, a no conformarse con lo ya logrado. La referencia es la parábola de la “oveja perdida”. Hoy hacemos memoria de nuestros beatos que salieron de la seguridad del mundo conocido de su época para internarse en la hostilidad del monte, para buscar a los hermanos aborígenes y anunciarles el Evangelio de la paz.

Impulsados por el Espíritu, Don Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Solinas se animaron a incursionar en estas tierras que estaban en conflicto entre los españoles y los pueblos originarios. Don Pedro, siendo párroco de San Salvador de Jujuy, fue capaz de dejar su lugar de reconocimiento y tal vez de privilegio, para ponerse en camino y anunciar el Evangelio de la paz, sin armas, sin poder. Este es el testimonio que hoy tiene una urgente actualidad para nuestra patria que se experimenta como una sociedad fragmentada y enfrentada.

En fraternidad y amistad social
El Pueblo de Dios, sabiéndose “portador del don del Evangelio” está llamado a proclamar y testimoniar que el corazón del Padre cobija el anhelo, el sueño, de que todos sus hijos vivamos en el amor auténtico, en la fraternidad universal.

En clave de salida misionera, necesitamos reafirmar la convicción del dinamismo universal del amor. Esto significa que “el ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (FT 87). Lo que implica, que nadie puede experimentar el valor de vivir, sin rostros concretos a quienes amar, este es el “secreto” de la verdadera existencia humana, porque la vida permanece solamente donde hay vínculo, comunión, fraternidad.

A la par del dinamismo universal del amor, se encuentra y de manera inseparable, la primacía de la dignidad de cada ser humano más allá de toda circunstancia. El amor fraterno, la amistad social nos comprometen seriamente a la convicción del valor inmenso, inalienable e inviolable de toda vida humana. Dignidad de cada ser humano que nadie tiene derecho a ignorar o a dañar. “Cuando este principio fundamental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad” (FT 107). No hay futuro sin el cuidado, la acogida, el acompañamiento, sin el respeto a la vida y ésta desde el primer momento de la concepción hasta la muerte natural.

Nuestro caminar misionero también conlleva la tarea de ser instrumentos de la promoción humana, del desarrollo humano integral. Esto es así porque la dignidad de cada persona exige asegurar que todos tengan acceso a las condiciones mínimas no solo de supervivencia, sino de vida digna. Un medio para un verdadero desarrollo humano es el trabajo. Para el Papa Francisco lo que el pueblo necesita, lo que ayuda a crecer es el trabajo. En Fratelli Tutti nos dice: “lo verdaderamente popular –porque promueve el bien del pueblo- es asegurar a todos, la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, sus iniciativas, sus fuerzas. Esta es la mejor ayuda para los excluidos, el mejor camino hacia una existencia digna” (FT 162).

LLAMADO A UNA CONVERSIÓN PASTORAL CUYA EXPRESIÓN ES LA SINODALIDAD

Una Iglesia en escucha al clamor de su pueblo
Esta celebración es una oportunidad para preguntarnos qué Iglesia queremos ser, no por lo que cada uno piensa sino por lo que el Espíritu suscita en nosotros cuando escuchamos el clamor de nuestras comunidades, de nuestro pueblo sencillo. Tantos hombres y mujeres que han perdido el sentido de la vida, que están absorbidos en tantas adicciones, que han perdido el sentido de la vida porque se han quedado en el pleno consumir, donde parecería que lo fundamental es gozar y pasarla bien, de hecho, ese es el sentido de la vida para muchos. Necesitamos redescubrir el sentido profundo de nuestras vidas porque ellas valen porque somos creaturas bendecidas, somos un pueblo fiel bendecido.

En el testimonio de los beatos y de la comunidad misionera que donaron su vida, descubrimos el llamado a entregarnos al servicio de toda la comunidad para la misión evangelizadora. La auténtica misión no la hace el sacerdote solo, no la hace el obispo solo, sino una comunidad de creyentes que, con su vida, con su testimonio y entrega; anuncia en el lugar donde esté que Jesús resucitó, que Jesús vive en medio de nosotros.

Nos urge que fieles laicos/as, sacerdotes y consagrados/as quieran vivir el compromiso de amor por los más postergados, por aquellos que no cuentan. El Espíritu hoy nos desafía a ser una Iglesia compasiva y misericordiosa que se transforme en casa-posada y escuela de comunión.

Nuestros mártires fundaron nuestra Iglesia diocesana celebrando el sacrificio eucarístico antes de donar su vida en el martirio; también nosotros renovamos la misión evangelizadora con la entrega total de la vida en coherencia con la ofrenda eucarística.

Una Iglesia sinodal: caminar juntos
El proyecto misionero del Zenta donde juntos clero diocesano y misioneros jesuitas anunciaron el Evangelio, nos permite descubrir la dimensión sinodal capaz de generar una comunidad misionera, donde los laicos son partícipes de la misión evangelizadora expresando así, proféticamente, el llamado a vivir una Iglesia misionera y sinodal. Caminar, salir, ir al encuentro, escuchar, caminar juntos. La sinodalidad, entendida como aceptación del otro, del diferente, pero desde la unidad reconciliada. Esa impronta trinitaria de la Iglesia se manifiesta como comunión, participación, caminando juntos en misión.

En su camino de conversión la Iglesia sinodal necesita de la inclusión de todo el pueblo de Dios, de la participación activa de sus dones, de la inmensa riqueza de su sabiduría, de la maravillosa diversidad en que ha sido creado. Al contemplar la rica manifestación de la fe de nuestro pueblo, también podemos afirmar que “la religiosidad popular es un espacio de sinodalidad eclesial”. En el caminar juntos, es esencial escuchar a nuestro pueblo sencillo, dialogar con él, aprender de él es vital. Se nos enseña que la “espiritualidad popular o mística popular” es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, conlleva la gracia de la misionariedad, del salir de sí y del peregrinar.

Hoy damos gracias por esta presencia misteriosa de Dios, de un Dios que nos ha elegido, que ha querido habitar en medio de este pueblo. Imploramos que la gracia del Espíritu Santo reanime nuestra fe, nuestro compromiso, que se abran las puertas de las comunidades para que escuchemos cuales son los anhelos y esperanzas, que compartamos los sueños que el Señor pone en nuestros corazones.

Queremos hacer ese camino en nuestra Iglesia diocesana, es tiempo de volver a escucharnos, es tiempo de discernir juntos, es tiempo de preguntarnos cómo podemos ser más coherentes siendo discípulos misioneros. Discernir lo qué nos está pidiendo el Señor a cada uno de nosotros y a nuestras comunidades, cómo podemos servir mejor a las necesidades de los hermanos; es tiempo que nos experimentemos parte de una Iglesia viva, que camina guiada por el Espíritu, que peregrina hacia el encuentro definitivo con el Señor.

UNA IGLESIA EN ALIANZA CON LOS PUEBLOS ORIGINARIO.
DESAFIO DE LA INTERCULTURALIDAD

La celebración de la beatificación de los Mártires es una oportunidad para asumir el desafío de la evangelización misionera llamada a vivir la inculturación del Evangelio. La Iglesia al mismo tiempo que anuncia, siempre reconfigura su identidad en escucha y diálogo con las personas, realidades e historias de su territorio. Estamos llamados a restaurar un rostro pluriforme de una Iglesia inculturada en la complejidad cultural que somos. (Cf.QA66-69).

En el Sínodo de la Amazonía se nos ofrece una clave para reinterpretar la misión evangelizadora en el contexto pluricultural de las Iglesias del NOA, donde se nos invita a superar la visión colonizadora y eurocéntrica de la misión. El Documento final nos recuerda: “La Iglesia en su proceso de escucha al clamor del territorio y del grito de los pueblos ha de hacer memoria de sus pasos. La evangelización en América Latina fue un don de la Providencia que llama a todos a la salvación en Cristo. A pesar de la colonización militar, política y cultural, y más allá de la avaricia y la ambición de los colonizadores, hubo muchos misioneros que entregaron su vida para transmitir el Evangelio. (Documento final del Sínodo, “Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”,15).

Por último, quiero tomar como propias las recomendaciones del Papa Francisco en la carta postsinodal Querida Amazonía (QA). Nos recuerda que la historia de la evangelización estuvo marcada por la colonización y que la historia de injusticias y explotación vividas en nuestro territorio nos tendrían que generar indignación y rechazo, y al mismo tiempo, estar más sensibilizados a los actuales atropellos a la dignidad de las personas y de los pueblos. (Cf.QA 15)

Un gran desafío de la presencia profética y misionera de la Iglesia es creer que: “Es posible superar las diversas mentalidades de colonización para construir redes de solidaridad y desarrollo; el desafío consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar nadie al margen». (QA 17).

Para encontrar caminos de encuentro, integración y solidaridad se requiere del diálogo social: “El diálogo no solamente debe privilegiar la opción preferencial por la defensa de los pobres, marginados y excluidos, sino que los respeta como protagonistas. Se trata de reconocer al otro y de valorarlo “como otro”, con su sensibilidad, sus opciones más íntimas, su manera de vivir y trabajar. (QA 27).

Queridos hermanos y hermanas el testimonio de nuestros beatos y la comunidad misionera del Zenta nos alienten en nuestro camino como discípulos misioneros y nos ayuden a construir comunidades fraternas y solidarias que sean testimonio de la presencia viva del Reino.

Que nuestros queridos Beatos nos guíen, que nuestra Madre en la advocación de Santa María del Zenta nos proteja y cuide. Que el Dios compasivo y misericordioso nos bendiga. Paz y Bien.

Mons. Fray Luis Antonio Scozzina OFM, obispo de Orán