Viernes 22 de noviembre de 2024

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Misa Crismal

Homilía del cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, durante la Misa Crismal (Catedral De la Santísima Trinidad, 14 de abril de 2022)

Isaías 61, 1-3ª. 6ª.8b-9; Salmo 88, 21-22.25.27;
Apocalipsis 1 4b-8; San Lucas 4,16-21.

Queridos hermanos sacerdotes, queridos fieles:

La Misa Crismal se identifica con estos textos de la escritura que acabamos de proclamar. Los hemos escuchado muchas veces y año tras año no dejamos de sorprendernos de su renovadora novedad, y deseoso de encontrarla, vuelvo a ellos animado por San Efrén, a quien alguna vez hemos leído: «¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos… Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a que abocara su reflexión… Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia»[1].

El Evangelio no es un pergamino del pasado que solo rescatan los eruditos, sino que es una Palabra viva que descansa en la escritura y espera que algún sediento se espeje en ella; entonces se produce el signo, toma vida cada vez que lo proclamamos y su mensaje se renueva para iluminar todas las realidades humanas; es lo que pasa cuando miembros de la más humilde de nuestras comunidades lo toma en sus manos y lo comparte. Hoy esperamos que dé nueva luz a nuestro ministerio: lo necesitamos.

San Lucas ubica esta escena en la pequeña sinagoga de Nazaret y convierte la profecía de Isaías en el discurso inaugural del ministerio público de Jesús, conocido entre sus paisanos como el «hijo de José» (4,22), y mejor, para entonces: «el carpintero, el hijo de María» (Mc, 6,3). La unción del Espíritu Santo que recibió en el Bautismo (4,1) la manifestación de su poder divino sobre el reino del mal en el desierto (4,2 ss), en este episodio adquiere un relieve único que define su misión. En efecto, al leer el pasaje del libro de Isaías aparecen las notables coincidencias, porque se hace mención de un personaje a quien el Espíritu Santo lo ha ungido y enviado: como profeta, para «dar la Buena Noticia a los pobres », como rey, para «anunciar la liberación a los cautivos» y como sacerdote para «proclamar un año de gracia del Señor», que incluía el perdón de las deudas y la libertad a los presos y esclavos (Lv 25,8-12). Que ese personaje cure y sane nos hace pensar en el Servidor del Señor, que el mismo Isaías describe como un elegido, en quien el mismo Dios «ha puesto en él su Espíritu» (42,1)[2].

San Lucas, en un solo y breve versículo describe la expectativa que despertó el instante de silencio que precedió a las palabras de Jesús: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (4,21). En labios de Jesús ese «Hoy» está cargado de buenas noticias y de compasión. Así lo vivió Zaqueo cuando el Señor lo visitó: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lc 19,9). Así también lo recibió el buen ladrón con las palabras consoladoras del crucificado: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). No dudamos que Hoy está presente en medio de nosotros, porque nos hemos reunido para celebrar su unción y la nuestra, la que hemos recibido como dispendio de su misericordia: gratuita, incondicional e inmerecida. La conclusión de la escena es más que evidente: Él es el ungido esperado, y en aquel acontecimiento se reveló su dignidad como verdadero Profeta, Rey y Sacerdote, para el pueblo de Israel y para toda la humanidad; Él es el único mediador entre Dios y los hombres. Mediación del Hijo único, que nos mereció recuperar la familiaridad con Dios.

En la puerta del triduo pascual, la Misa Crismal celebra el sacerdocio de mediación que Jesús nos participó. El ministerio de intercesión recibe un nuevo llamado cada vez que rezamos las vísperas de algún Santo Pastor: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo»[3]. Amor fraterno y oración constante por los que el Señor nos encomienda, son las dos notas que hacen de nuestro pastoreo un puente entre los fieles y el Dios del consuelo.

Como enseñan los santos confesores (el Santo Cura de Ars, San Agustín Roscelli, San Leopoldo Mandic y San José Gabriel del Rosario Brochero, entre tantos otros), hay un estrecho y habitual camino que los sacerdotes debemos recorrer entre el confesionario y el sagrario, para pedir por los fieles que abren el corazón herido por el pecado y por la vida misma. San Juan de Ávila enseña que ese negocio con Dios se resuelve en la oración de mediación: «Cuando el Señor quiere hacer algún bien por medio de la oración del sacerdote, inspírale que lo pida; y pídelo con tanto afecto y confianza, que le deja rastros en el alma para pensar que su oración no ha dado el golpe en vano, sino muy de lleno»[4].

Los sacerdotes no podemos olvidar que «Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre» (Ap 1,5-6). Sí, todos debemos reconocer que somos una legión de perdonados, y haber experimentado la misericordia en nuestras vidas nos hace tomar conciencia del oficio de amor con el que fuimos investidos, no para gloriarnos, sino para gastarlo generosamente en el confesionario. «La misericordia del Padre –enseña el Papa Francisco-, no puede ser encerrada en actitudes íntimas y auto-consoladoras, porque esta se demuestra potente en el renovar a las personas y volverlas capaces de ofrecer a los otros, la experiencia viva de este mismo don. Partiendo de la conciencia de que se es perdonado para perdonar, es necesario ser testigos de la misericordia en cada ambiente, suscitando deseo y capacidad de perdón»[5].

Nuestras manos fueron ungidas con oleo de alegría para celebrar los sagrados misterios, en especial la Eucaristía, y eso nos hace testigos de cómo el pueblo fiel contempla, ama y traduce sus dones y virtudes en la vida cotidiana: «La Misa –nos decía San Juan Pablo II-, es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad. La Eucaristía no sólo proporciona la fuerza interior para dicha misión, sino también, en cierto sentido, su proyecto. En efecto, la Eucaristía es un modo de ser que pasa de Jesús al cristiano y, por su testimonio, tiende a irradiarse en la sociedad y en la cultura»[6].

El Sínodo que celebramos a la sombra del Espíritu Santo, ha sido un nuevo soplo de Jesucristo Resucitado sobre la Iglesia porteña. No dejamos de invocarlo en todos los encuentros del camino sinodal. Por eso decimos que el mismo Espíritu estuvo presente en el fraterno encuentro sacerdotal de aquel mayo del 18, donde más de 220 sacerdotes compartimos una jornada sinodal en el Seminario[7]. En ese acontecimiento surgieron las 38 ponencias que expresaron –en diverso modo y estilo-, las ricas experiencias de la tarea pastoral que nos ocupa. Así emergió el renovado deseo de fidelidad al Evangelio de Jesús, el sueño latente de una Iglesia servidora, en salida y cercana a los destinatarios de la Buena Noticia; fueron momentos compartidos con serena atención y motivó el fecundo diálogo fraterno durante la jornada. Las propuestas, las ideas, inquietudes y sueños, dichos con el mejor espíritu eclesial, sin duda, fueron mociones inspiradas; tuvieron eco en los documentos que acompasaron el camino sinodal y ese valioso testimonio, lejos de quedar en letra muerta, está para ser retomado y hacerlo realidad, confiando en la fuerza del Espíritu que todo lo renueva. Para seguir caminando juntos y superar desalientos, siempre tendremos que volver a escuchar la voz del Buen Pastor que nos anima: «Permanezcan en mi amor» (Jn 15,9). El modelo de ese permanecer en el amor de Jesús es su incondicional obediencia filial en el amor y a la voluntad del Padre.

Creo no equivocarme al decir que la Encíclica de Francisco sobre la «Fraternidad y la amistad social» pegó fuerte entre nosotros los sacerdotes. El Papa nos dice: «Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: “Todos ustedes son hermanos” (Mt?23,8)». Nosotros, sus ministros, no podemos reducir el mensaje a su enseñanza solo a los fieles, cuando la letra y el espíritu están dados para encarnarlos en el cuerpo presbiteral. Si la fraternidad sacerdotal crece entre nosotros, será el mejor modo de predicarla y su proyección sobre la sociedad civil será nuestro mejor aporte al ideal de paz y de justicia para construir una Patria de hermanos.

Queridos sacerdotes y diáconos, reciban de sus obispos nuestro reconocimiento y gratitud, ya que «ustedes son los que en el ritmo cotidiano de la evangelización toman el pulso a los reales desafíos urbanos de la genta. Comparten alegrías y sufrimientos y llevan el consuelo de la fe a todos»[8].

Al renovar las promesas sacerdotales, pidamos a Dios que nos conceda la pasión por la evangelización, de tal modo que caminemos juntos en el Espíritu para renovar la misión en Buenos Aires[9]. La Virgen en la escena de la Visitación es modelo y guía, Ella es garantía del encuentro con todos, se adelanta a nuestros pasos en la misión porteña y hace más sencillo el Evangelio de su Hijo.

Amados sacerdotes, les deseo que nunca les falte la ternura de la Madre y la serena y silenciosa intercesión de San José.

Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires


Notas
[1] Del Comentario de san Efrén, diácono y Doctor de la Iglesia, sobre el Diatéssaron (Cap. 1, 18-19: SC 121, 52-53).
[2] Cfr. Luis Heriberto Rivas, La obra de Lucas I. El Evangelio, Ágape, Buenos Aires, 2012, 55 ss.
[3] Responsorio breve del común de pastores.
[4] Cap. VI “De los confesores”, en Obras Maestras del Santo Maestro San Juan de Ávila, Edición crítica por Luis Sala Balust y Francisco Martín Hernández, BAC, Madrid, 1970, Tomo III, 498.
[5] Alocución a los sacerdotes en la Semana Litúrgica en Gubbio, ORe 26 de agosto de 2016.
[6] Encíclica Mane Vobiscum Domine, 24-25.
[7] Jornada Sinodal Sacerdotal, subsidio publicado por la Secretaría del Sínodo.
[8] Cfr. M. Poli: Carta Pastoral 8.
[9] Cfr. Documento Final del I Sínodo de la Arquidiócesis de Buenos Aires, 2021.