Sabemos que los reyes magos no pasan por ahí dejando cosas, ¿pero existieron? Y si existieron, ¿tienen algo que ver con nuestra fe?
En realidad el Evangelio no dice que eran reyes, ni que eran tres. Sólo dice “unos magos de Oriente” (Mt 2, 1). Los magos de Oriente de hecho eran astrólogos, personas que observaban las estrellas y trataban de encontrar en ellas signos para entender la realidad y para prever el futuro.
La astrología era rechazada en la cultura judía y en la Biblia. Porque era como una forma de adoración de los astros y también una desconfianza en Dios, puesto que se pretendía dominar el futuro a través del estudio de los astros.
Sin embargo, la narración del Evangelio indica que Dios, que es tan amplio y bueno, se adaptó a estos paganos y habló el lenguaje de los astrólogos. Porque a través de un signo celestial que parecía una “estrella” les anunció el nacimiento de un gran rey. Así, Jesús aparecía como el verdadero rey de Israel.
Los magos “postrándose le adoraron, abrieron luego sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11).
Nosotros no les rezamos a estos magos, ellos aparecen en el Evangelio sólo para invitarnos a adorar a Jesús. Con su actitud estos magos nos invitan a ofrendar algo, algo que salga del corazón, porque los seres humanos también estamos hechos para dar, para compartir, y no somos felices si no aprendemos a dar. ¿Cuál es el oro que yo puedo dar para enriquecer a los demás? ¿Cuál es el incienso que yo elevo a Dios como ofrenda de amor? ¿Cuál es la mirra que yo uso para derramar perfume y alegrar la vida de los otros?
Pero volvamos a lo esencial. El centro de esta fiesta es Jesús que se manifiesta. Muchos no llegan a conocerlo, y Dios los podrá salvar de otra manera misteriosa. Pero nosotros somos privilegiados, porque se nos ha mostrado, nos ha hablado, lo hemos conocido, se hizo nuestro amigo y compañero de camino.
Tenés que celebrarlo, agradecerlo, festejarlo. Es justo que te detengas a agradecer de corazón porque tuviste la gracia de conocerlo. Fue una gracia, puro regalo. No lo conociste por tus propias fuerzas y tus luces, sino porque él quiso mostrarse, él quiso presentarse en tu vida y te regaló el tesoro de su amistad. Por eso, aunque esta fiesta ya no sea feriado, ¿cómo no celebrarla? Por eso estamos aquí reunidos y les agradezco que hayan venido.
Hacé fiesta en tu interior, y ofrécete al Señor para que él también se pueda manifestar en los corazones de los que no lo conocen y no lo aman todavía.
Pero hoy tenemos que pensar también otra cosa: nosotros nunca podemos descubrir plenamente el misterio maravilloso de Jesús, lo vamos descubriendo parcialmente en distintos momentos de nuestra vida. Cada dificultad que atravesamos nos ayuda a ver algún aspecto de Jesús que no reconocíamos. Además, Jesús nos muestra algo de su belleza de acuerdo con lo que estamos necesitando. En el libro del Apocalipsis hay siete cartas, a siete iglesias (Ap 2-3), y allí uno ve que Jesús a cada iglesia le muestra algo diferente. Por ejemplo, a la Iglesia de Esmirna le dice: “Aquí está el que había muerto pero ha resucitado” y le promete que no la va a dejar caída. A la iglesia de Filadelfia le dice: “Aquí está el Santo, el que dice la verdad”, y la invita a descubrir las mentiras que está escondiendo.
A vos también, en esta fiesta Jesús quiere manifestarte algo más de su ser, de su hermosura, de su amistad. A veces necesitás que te manifieste su poder. Otras veces necesitás que te manifieste su paz divina, otras veces te hace falta que te muestre su paciencia y su compasión, otras veces necesitás que te manifieste su ternura de amigo.
Esto significa que todavía hay muchas cosas de Jesús que no conocés, es un tesoro inagotable. Seguí buscándolo para conocerlo más y más porque él quiere seguir manifestándose a tu vida. No te conformes con lo que ya sabes de Jesús. Y no me refiero sólo a un conocimiento intelectual, sino a entrar místicamente en su ser, como quien se mete en lo más profundo del mar. Por eso decía San Juan de la Cruz: “Entremos más adentro en la espesura”.
Que Jesús se manifieste más y más a tu corazón, porque hay mucho más. Amén
Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata