Queridos hermanos:
Estamos celebrando a la Inmaculada Concepción, patrona de la ciudad de Río Cuarto y de la diócesis, en el contexto de la clausura del año dedicado a San José y habiendo comenzado diocesanamente el itinerario sinodal, luego de este tiempo difícil de pandemia.
Sínodo significa “caminar juntos”... Para emprender este camino el Papa Francisco nos propone tener una actitud de escucha, que nos posibilite encontrarnos, discerniendo los senderos del Señor.
A fin de motivarnos mutuamente en este “caminar juntos”, en el iniciar nuevos rumbos pongamos la mirada en la figura de San José.
Él fue el hombre de la escucha. Supo escuchar los designios de Dios que se le manifestaron velada y misteriosamente. Aprendamos de su ejemplo la humilde escucha atenta al Dios que habla en la historia a través de los acontecimientos grandes y también en los cotidianos. Tenemos que comprender que no es un hablar nítido y claro, sino que la mayoría de las veces se manifiesta a través de situaciones oscuras y contradictorias…
José, en su simpleza, tenía un proyecto de vida. Trabajaba arduamente y amaba intensamente a María con la que quería formar una familia. Ese proyecto se le derrumbó estrepitosamente cuando descubrió que su prometida, antes de vivir juntos, estaba embarazada... ¡Imaginemos qué dolor y decepción sufrió el pobre José!
Sin embargo él era un “hombre justo” y, luego de muchas cavilaciones, decidió no denunciarla sino abandonarla en secreto quedando así como el responsable de la situación. Cuando se disponía a hacerlo Dios se le manifestó a través de un sueño...
José escuchó esa palabra pronunciada por el Ángel en un sueño y, con inmensa fe obedeció la voz que le pedía algo inaudito: hacerse cargo de ese hijo que no era suyo. De esta manera se convirtió en “la sombra acogedora de Dios Padre” para el Hijo que se gestaba en el seno de María… ¡Qué escucha audaz y comprometida la de José!
En la vida escuchar supone un riesgo… No siempre escuchamos lo que quisiéramos; seguramente en nuestro caminar sinodal nos ocurrirá esto. Pero debemos tener la suficiente audacia y valentía, fruto de la gracia, para hacerlo confiados en que Dios nos hablará allí donde menos lo esperemos, sabiendo que escuchar nos permite abrir el camino del diálogo. Por ello el Papa nos invita a preguntarnos con sinceridad: ¿cómo estamos con la escucha? ¿Cómo va “el oído” de nuestro corazón?...
Ahora bien sólo es posible escuchar con fruto cuando estamos dispuestos a ir al encuentro, en especial con el que piensa distinto, con el que es diferente…
El gran obstáculo para el encuentro que implica el caminar sinodal es sin duda el pecado. El mismo nos conduce al reproche, a echar culpas, a la confrontación, en definitiva al desencuentro tal como les sucedió a nuestros primeros padres según el relato del Génesis. Ellos, al rechazar el precepto de Dios, perdieron la armonía en la pareja, con la naturaleza, y consigo mismos…. Por esta causa la historia humana aún sigue padeciendo dolorosamente las consecuencias de este desencuentro…
Por tanto el camino del encuentro exige una conversión, que conlleva la renuncia a nosotros mismos, a nuestros criterios y supone una actitud que “requiere apertura, valentía, disponibilidad para dejarse interpelar por el rostro y la historia del otro. Mientras a menudo preferimos refugiarnos en relaciones formales o usar máscaras de circunstancia… el encuentro nos cambia y con frecuencia nos sugiere nuevos caminos que no pensábamos recorrer….” , nos dice el Papa.
Finalmente, la escucha y el encuentro nos conducen al discernimiento. María escuchó las palabras del Ángel y a pesar de lo incomprensible que se le presentaba ese designio divino, en su corazón inmaculado discernió que Dios le estaba pidiendo su consentimiento para poder llevar a cabo su obra de salvación. Ella creyó al mensaje del Ángel asintiendo con toda la lucidez de su inteligencia y el amor de su corazón y entonces, por obra y gracia del Espíritu Santo, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”…
Inmediatamente y sin pensar en sí misma, María se puso en camino para ir al encuentro de su prima Isabel, anciana y embarazada, a fin de ponerse a su servicio… En la Virgen Santísima se sintetiza magníficamente la escucha, el discernimiento y el encuentro.
María sabía contemplar los acontecimientos, los meditaba en su corazón y se introducía en el Misterio de Dios, de esta manera se convierte así en maestra de discernimiento. Ella nos enseña a acercarnos a los designios de Dios con profunda humildad y sencillez. Por ello Francisco, nos recuerda que “el sínodo es un camino de discernimiento espiritual, de discernimiento eclesial, que se realiza en la adoración, en la oración, en contacto con la Palabra de Dios...”
Queridos hermanos:
Sigamos entonces la invitación del Sucesor de Pedro a orar, a escuchar y a participar activamente en este discernimiento de la Voluntad de Dios para su Iglesia en este siglo XXI, preguntándonos con sinceridad: ¿encarnamos el estilo de Dios, que camina en la historia y comparte las vicisitudes de la humanidad? ¿Estamos dispuestos a la aventura del camino o, temerosos ante lo incierto, preferimos refugiarnos en las excusas del “no hace falta” o del “siempre se ha hecho así”?...
Al celebrar nuestra fiesta patronal le pedimos a María Inmaculada que se ponga a nuestro lado enseñándonos a caminar como lo hizo con su Hijo, sosteniéndonos en nuestros tropiezos y ayudándonos a buscar juntos nuevos caminos de evangelización.
Mons. Adolfo A. Uriona FDP, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto