Sábado 27 de abril de 2024

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Carta pastoral de Adviento

Carta pastoral de Adviento de monseñor Santiago Olivera, obispo castrense (28 de noviembre de 2021)

Querida Comunidad Diocesana

Miembros de la Casa de Gobierno, Quinta de Olivos, Ministerio de Defensa y Seguridad, Agregados Militares extranjeros presentes en nuestra Patria, Agregados Militares en las distintas Embajadas Argentinas. Hombres y mujeres pertenecientes al Ejército, Armada y Fuerza Aérea junto a sus familias y personal a cargo; Hombres y mujeres pertenecientes a la Prefectura, Gendarmería y Policía de Seguridad Aeroportuaria junto a sus familias y personal a cargo. Personal Civil de cada una de nuestras Fuerzas. Hombres y mujeres que han servido a la Patria en estas Fuerzas y residen -ya retirados- en sus hogares. Capellanes, Diáconos, Religiosos y religiosas, Vírgenes Consagradas y Seminaristas:

Escucharemos en la liturgia del primer Domingo del Adviento “Estén prevenidos y oren incesantemente” (Lc 21, 35), estas palabras de Jesús nos dan la clave para vivir y aprovechar este Tiempo de Gracia –siempre nuevo, no un tiempo más como me gusta remarcar– de modo que no nos pase desapercibido.

Es misión del obispo “confirmar en la fe”[1] y, por ello, es que quiero dirigirme a ustedes para acompañarlos, junto a mi plegaria de cada día, con esta Carta que nos ayude en el camino del Adviento.

Como ya sabemos, nuestra Iglesia diocesana, al ser Personal, se encuentra presente a lo largo y ancho de nuestro querido país- e incluso más allá de sus fronteras- teniendo en cuenta la misión de paz en Chipre- y otras Misiones-, la Fragata Libertad, el Rompehielos “Alte. Irízar”- para destacar algo de lo ya nombrado al inicio de la Carta. Por eso aprovecho este medio para llegar- es mi deseo- a todos y que experimenten que los tengo presente, que rezo por ustedes y confío que rezan- también- por mí.

Me gustaría pedirle, especialmente, a los Jefes de nuestras Fuerzas que reciban esta Carta, desde la fe. Es un pedido y deseo de su obispo. En estos casi cinco años que los voy conociendo, encuentro, sin duda, hombres y mujeres de fe que me alientan en esta difícil misión.

Tomaremos de las palabras de Jesús que les compartí al inicio, para ir haciendo juntos este camino de preparación. Este caminar juntos- sínodo- es lo que hemos iniciado también, como diócesis, hace unos pocos días, atendiendo al pedido del Papa Francisco.

Quisiera animarlos a participar de esta propuesta diocesana sinodal, cuando sean convocados o consultados por sus respectivos capellanes junto a los animadores pastorales del Sínodo. Sabiendo que esto nos hará mucho bien, a ustedes el poder expresarse con la libertad de los hijos de Dios y, a nosotros, escuchar con un oído y un corazón atento para transitar- ya sea, en algunas cosas por el mismo rumbo o cambiando en otras que nos reconocemos desorientados- el camino apasionante y desafiante del Evangelio.

Volviendo a la Palabra de Pablo, lo primero que nos decía Jesús es “Estén…”. Y lo dice en plural, porque es un caminar juntos como Iglesia. La fe es Comunitaria. Al encuentro y respuesta que he experimentado de Jesús- y que siempre debemos buscar y pedir- le sigue la dimensión Comunitaria. Sabemos de lo importante que es para la misión de las Fuerzas, el trabajar “en Conjunto”, de ello depende el éxito de cada misión. Algo parecido pasa con la fe, si esta se vive “en soledad” tenderá a marchitarse, a no crecer, pero si se vive en Comunidad, crecerá y se hará Anuncio que contagie a otros.

“Estén…” habla también de presencia. Estar porque Él está- es el Emanuel “Dios con nosotros”-. Presencia que implica querer “estar” para acoger esta propuesta de preparar el corazón para Jesús. Porque Él es la Navidad. Jesús es la Navidad. Estar implica, como decimos en la vida diaria, “no borrarse” bajo la excusa del cansancio, de fin de año, de no tengo tiempo, yo no estoy para eso, y cuanto más que podemos poner como excusas. “Estén…” ¿Querés estar? ¿Queremos estar? Pidamos la Gracia de responder que sí. En nuestra Diócesis, nosotros Obispos, Capellanes y Diáconos, sabemos que debemos “estar donde nuestros fieles están”, sabemos que muchas veces el inicio de la aventura evangélica, razón de ser de toda nuestra vida, comienza por ese “estar”, a veces callado, pero es presencia y testimonio que da su fruto.

Sigue Jesús “(Estén) prevenidos…”, a la propuesta de estar, el Señor, nos dice un modo de ese estar y nos invita a estar prevenidos. Esta es la primera de las condiciones. Dios previó todo para nuestra salvación. Él nos da el ejemplo. Al punto tal que, para ello, previó habitar nuestro suelo y asumió- sin dejar de ser Dios- nuestra propia carne, “en todo igual a nosotros menos en el pecado” (Heb. 4, 15). Para encarnarse eligió una joven creyente del Pueblo de Israel, la Virgen María y también eligió un “padre adoptivo” para cuidar de ambos, un santo custodio con corazón de padre y esposo, san José- cuyo año en su honor estamos culminando-.

Prevenidos para que su venida no nos sorprenda sin estar preparados, preparar el “lugar privilegiado” donde Jesús quiere reposar, el pesebre de nuestro corazón, de nuestra familia, de nuestras comunidades. Aquel pesebre que preparó José, implicó despojarlo- lo más posible- de todo lo no apto para el Niño: “El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7)”[2]. Valentía creadora que nos suscite -a ejemplo de San José- sacar todo aquello que no sirve y tampoco nos hace bien: distanciamientos, rencores, dejadez, apatía para con Dios y con los hermanos, indiferencias. Todo esto opaca la alegría, la alegría que nos da Jesús. ¿Preparamos el corazón? ¿Nos despojamos de todo aquello que nos (auto) excluye de la alegría reportada por el Señor?[3] Pidamos la Gracia de aceptar la propuesta.

“Estén prevenidos y oren…”. La segunda actitud del “estar” que nos propone Jesús, es “estar orantes”. “Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”[4]. Sabemos que nuestra fe católica, está muy marcada por las mediaciones y los signos. Me gustaría detenerme en dos de ellos, propio de este tiempo, y – estoy convencido[1]nos ayudan para la oración: el Pesebre y el arbolito de Navidad.

El papa Francisco nos compartía: “El belén, (el pesebre) en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”[5]. Como vemos, contemplar el pesebre nos ayuda en el caminar juntos (sínodo) y nos “mete” de lleno en el trato de amistad con Aquel que nos “amó hasta el extremo” (Jn 13, 1), gustando estar con Él.

El Papa en la misma Carta invitaba a seguir valorando este precioso signo unido a otro signo navideño, el “arbolito”. Creo que nos hace mucho bien, ver en los espacios públicos como en nuestros hogares particulares, la presencia de estos signos. Es algo que debemos fortalecer o recuperar en nuestro pueblo argentino. Los invito vivamente a promover esto. Ayuda a la oración, también, porque nos hace caer- siempre- en cuenta del Tiempo de gracia que estamos viviendo. ¿Qué iniciativas podemos tener para favorecer esta propuesta del pesebre y del arbolito? ¿Podría donar uno para alguien, para algún hogar o entidad pública?

La oración que debe ser “insistente”, según hemos leído en el texto que estamos reflexionando, debe ser compartida con los demás también. Como compartida debe ser la fe y legada a las generaciones futuras. Creo que, seguir transmitiendo la hermosa tradición del armado del pesebre y del arbolito, es también transmitir la fe. Es una plegaria en común también, porque no armamos una “escenografía vacía” sino una bella representación de lo que ha dado sentido a nuestra vida de fe “el Hijo de Dios que no ha hecho alarde de su categoría divina” (Fil. 2, 1ss) y ha querido habitar entre nosotros (Jn 1, 14). El árbol navideño ayuda, expresa la vida y la alegría que dicho Nacimiento nos suscita, como así también los coloridos adornos que se exponen en las vidrieras y frentes de nuestros hogares.

Nos decía Francisco: “Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor”[6]. Lo último que quiero compartirles es una fuerte y clara llamada a ser estos evangelizadores, no tener miedo ni vergüenza de decirnos y ser cristianos. Expresar también, exteriormente nuestra fe con valentía, impregnados de la alegría de la Navidad y valientes testigos de su amor.

Contemplamos al que es el “Príncipe de la Paz”, y, esto nos recuerda que, mayoritariamente los fieles de nuestra diócesis – hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas y Federales de Seguridad – están para la custodia de la Paz, para preservar la paz. En su misión de la defensa de nuestras tierras, de la soberanía y de nuestro pueblo, deben tener presente -siempre- esto: recordar que todo hombre es nuestro hermano. Para ello, los animo a anidar, en el corazón, sentimientos de justicia y de verdad y, también, sentimientos de misericordia que nos hace más fuertes. En definitiva y, fundamentalmente, sentimientos de amor, que supone buscar, siempre, el bien del otro. Incluso de aquel que se muestra como “amenaza” para nuestro Pueblo. Debemos cuidar de su vida, como toda vida, que- siempre- es valiosa. Contemplemos al “Príncipe de la Paz”. Nunca debemos olvidar los cristianos que estamos llamados a Amar a todos, sin exclusión, primeros y siempre.

La misión, como pastores propios de esta porción de la Iglesia, quien les habla y cada capellán, es ayudarlos a crecer en esa mirada humana y cristiana, mirada que evita toda “deshumanización” en referencia- especialmente- a aquel que lo veo como “enemigo”, “adversario” o “amenaza”. Pido para mí y para cada uno de los capellanes, seamos fieles a esa misión, para que vean en nosotros, lo que tan maravillosamente nos decía el papa San Juan XXIII- les comparto, de paso, que parte de su ministerio sacerdotal lo ejerció como capellán militar-. Nos decía: “…acercaos siempre a vuestros hermanos como sacerdotes. Ellos esperan ante todo la luz de vuestro ejemplo y de vuestro sacrificio; anhelan consuelo en las pruebas, firmeza en la dirección de las almas, claridad y celo en las enseñanzas, en vosotros ellos quieren ver siempre y en todo a los ministros de Cristo, a los administradores de los misterios de Dios”[7].

Aprovecho, hablando de los capellanes, de pedirles que recen por nuestra perseverancia y santidad. Recen por nuestros seminaristas. Recen también, por las vocaciones sacerdotales, no sin preocupación y dolor, les comparto que no pocas veces experimento las necesidades y reclamos de muchos de nuestros fieles y no poder responder duele el corazón, tenemos en nuestro seminario cinco jóvenes, son pocos ante tanta necesidad, y ante la pregunta, ¿Hay crisis de vocaciones? Yo, más bien creo, que hay crisis de respuestas. Acompañemos a nuestros jóvenes que son llamados para que, teniendo una mirada generosa y de fe, se animen a una respuesta inmediata. Cuando voy a visitarlos, muchos de ustedes me piden “envíenos un capellán”, experimentan esa carencia también (hasta el mismo capellán la experimenta, cuando tiene que asumir mayores responsabilidades por falta de otro sacerdote). Por eso los invito a rezar, y, como venimos hablando, “rezar con insistencia”: Manda Padre, muchos y santos obreros a tu mies. Conserva y santifica a los que están (estamos)”.

Como Iglesia Castrense, podemos hacer el signo de rezar juntos, porque queremos y caminamos juntos el itinerario de la fe.

Reunidos o allí donde estemos cumpliendo nuestro servicio por amor a la Patria, unámonos frente al pesebre o en nuestra mesa de fiesta y recemos:

Pequeño Niño de Belén, esperanza nuestra,
Que vuelves a nacer y nos das la certeza
De que eres el Emanuel -Dios siempre con nosotros-
Reunidos en la Mesa familiar, te hacemos centro de nuestro hogar
Te contemplamos junto a San José -varón justo de Israel y hombre sin doblez- y
a la Virgen María- orgullo de nuestra raza y modelo de fe-.
Sagrada Familia de Nazaret, no vayan de paso esta noche ni se apresuren en marchar,
Porque esta familia castrense hoy les ofrece su Hogar,
No como peregrinos, sino para que ya no se marchen más.
Quédense en nuestros corazones y dennos la alegría de la Navidad.
Amén

Les dejo mi paternal bendición para que tengamos un fructífero Tiempo de Adviento y una muy feliz y bendecida Navidad.

Mons. Santiago Olivera, obispo para las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad - República Argentina


Notas:
[1] En el ejercicio de su ministerio de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que sobresale entre los principales de los Obispos, llamándolos a la fe con la fortaleza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva. (Decreto “ChristusDominus sobre el ministerio pastoral de los obispos” n 12. Concilio Vaticano II)
[2] Carta Apostólica “Patris Corde”. Papa Francisco
[3] Gaudete in Domino 22. Papa Pablo VI
[4] Santa Teresa de Jesús
[5] Carta apostólica Admirabilesignum del Santo Padre Francisco sobre el significado y el valor del Belén
[6] Idem 5
[7] S.S. Juan XXIII, Alocución a los capellanes militares, 11 de junio de 1959