Excelencia:
La celebración anual de la Jornada Mundial de la Alimentación nos enfrenta a uno de los mayores desafíos de la humanidad: vencer el hambre de una vez por todas es una meta ambiciosa. La Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios, celebrada en Nueva York el pasado 23 de septiembre, puso de manifiesto la perentoriedad de adoptar soluciones innovadoras que puedan transformar la forma en que producimos y consumimos alimentos para el bienestar de las personas y del planeta. Esto es impostergable para acelerar la recuperación post-pandémica, combatir la inseguridad alimentaria y avanzar hacia el logro de todos los Objetivos de la Agenda 2030.
El tema propuesto por la FAO este año: “Nuestras acciones son nuestro futuro. Mejor producción, mejor nutrición, un mejor medio ambiente y una vida mejor”, subraya la necesidad de una acción mancomunada para que todos tengan acceso a dietas que garanticen la máxima sostenibilidad medioambiental y además sean adecuadas y a un precio asequible. Cada uno de nosotros tiene una función que desempeñar en la transformación de los sistemas alimentarios en beneficio de las personas y del planeta, y «todos podemos colaborar […] para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades» (Carta Enc. Laudato si’, 14).
Actualmente asistimos a una auténtica paradoja en cuanto al acceso a los alimentos: por un lado, más de 3.000 millones de personas no tienen acceso a una dieta nutritiva, mientras que, por otro lado, casi 2.000 millones padecen sobrepeso u obesidad debido a una mala alimentación y a un estilo de vida sedentario. Si no queremos poner en peligro la salud de nuestro planeta y de toda nuestra población, hemos de favorecer la participación activa en el cambio a todos los niveles y reorganizar los sistemas alimentarios en su conjunto.
Me gustaría señalar cuatro ámbitos en los que es urgente actuar: en el campo, en el mar, en la mesa y en la reducción de las pérdidas y el desperdicio de alimentos. Nuestros estilos de vida y prácticas de consumo cotidianas influyen en la dinámica global y medioambiental, pero si aspiramos a un cambio real, debemos instar a productores y consumidores a tomar decisiones éticas y sostenibles y concienciar a las generaciones más jóvenes del importante papel que desempeñan para hacer realidad un mundo sin hambre. Cada uno de nosotros puede brindar su aportación a esta noble causa, empezando por nuestra vida cotidiana y los gestos más sencillos. Conocer nuestra Casa Común, protegerla y ser conscientes de su importancia es el primer paso para ser custodios y promotores del medio ambiente.
La pandemia nos da la oportunidad de cambiar el rumbo e invertir en un sistema alimentario mundial que pueda hacer frente con sensatez y responsabilidad a futuras crisis. En este sentido, la valiosa contribución de los pequeños productores es crucial, facilitando su acceso a la innovación que, aplicada al sector agroalimentario, puede reforzar la resistencia al cambio climático, aumentar la producción de alimentos y apoyar a quienes trabajan en la cadena de valor alimentaria.
La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad.
Señor Director General, la Santa Sede y la Iglesia católica caminan junto a la FAO y aquellas otras entidades y personas que dan lo mejor de sí mismas para que ningún ser humano vea menoscabados o preteridos sus derechos fundamentales. Que quienes siembran semillas de esperanza y concordia sientan el respaldo de mi plegaria, suplicando que sus iniciativas y proyectos sean cada vez más fructíferos y acertados. Con estos sentimientos, invoco sobre Usted y cuantos con tesón y generosidad combaten la miseria y el hambre en el mundo la bendición de Dios Todopoderoso.
Vaticano, 15 de octubre de 2021
Francsico