Rm 8, 18-25; Sal 104, 27-30; Jn 16, 19-2
Si hay algo caracteriza este tiempo de pandemia, en que estamos conmemorando un nuevo aniversario de nuestra Independencia nacional, es el sufrimiento por la enfermedad y la muerte. Realidad que ya nos viene acompañando hace más de un año y que no sabemos a ciencia cierta por cuánto más deberemos afrontar.
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos hace reflexionar sobre los dolores de parto que dan lugar a una nueva vida. Palabra válida para toda persona de buena voluntad, y no sólo para los creyentes, que nos propone una actitud sabia para mirar la realidad del sufrimiento con esperanza.
En efecto, este tiempo doloroso puede ser estéril, abatirnos y llevarnos a una desintegración como nación; o muy por el contrario puede convertirse en una verdadera oportunidad para engendrar y gestar un renacimiento de nuestra patria.
Por cierto, la pandemia ha acelerado y profundizado los cambios culturales vertiginosos que ya venía sufriendo la sociedad toda. Cambios en los comportamientos, la manera de relacionarnos y comunicarnos, nuevas rutinas y dinámicas sociales. Cambios en la economía, con sus consecuentes derivaciones, en el mundo del trabajo y en el aumento de la pobreza. 7
Cambios en la educación y hasta en las formas de entretenimiento y
diversión. Cambios, incluso, en la modalidad de celebrar o expresar la fe.
Con consecuencias, asimismo, en el interior de cada persona. Cambios en los estados de ánimo, aumento de la angustia, temor y depresión o preocupantes indicios de agresividad, aún a veces, en el seno de las mismas familias.
Todo ello afecta a las personas concretas. Estas situaciones, muchas veces descriptas en estudios y fríos porcentajes, no son meros números o conceptos surgidos del análisis de un cuadro estadístico. ¡Son personas con rostros concretos que sufren!
En este marco doloroso transcurre nuestra existencia cotidiana. A causa de esto, ya hemos perdido las seguridades que nos daban certezas en nuestros proyectos e iniciativas. Nos encontramos teniendo que afrontar el escenario de un mundo nuevo y desconocido, como un niño que sale del vientre de su madre.
Por eso, para encarar, afrontar y asumir esta nueva etapa de la historia, no debemos resignarnos dejándonos abatir por las dificultades o los mensajes pesimistas, que abonan la incertidumbre y profundizan las divisiones.
Hoy conmemoramos que el pueblo y la dirigencia al declarar la Independencia hace más de doscientos años, supieron percibir tanto las dificultades como la oportunidad de aquella coyuntura y obraron en consecuencia. No dejaron pasar la ocasión de gestar un tiempo nuevo. Superando divisiones, con desinterés y capacidad de sacrificio, pusieron “alma, cuerpo y vida” para conseguir la emancipación. Preguntémonos personal y también en tanto parte de una sociedad: ¿Somos conscientes de estar ante una crisis que es, por eso mismo, una oportunidad para recomenzar? ¿Qué estamos dispuestos a resignar en pro del bien común? ¿Sobre cuáles fundamentos, valores y actitudes vamos a edificar el futuro? ¿Seguiremos repitiendo fórmulas, actitudes y estilos que llevan indefectiblemente a la mediocridad y la decadencia en todos los ámbitos?
El desafío para un renacimiento de nuestra patria es pasar, en esta nueva etapa de la historia, del egoísmo a la solidaridad, de la cultura del descarte a la cultura de la acogida, del individualismo a la fraternidad.
Finalmente quiero destacar que para este renacimiento de nuestra patria se hace imprescindible también un “alma”, es decir la motivación espiritual indispensable para volver a empezar y edificar algo nuevo. Sin este fundamento y energía no se puede llegar “ni muy lejos ni muy alto”. El desencanto o el cinismo pueden inhibirnos fácilmente ni bien surjan los conflictos o las dificultades. Una convicción y una fuerza espiritual permiten sobreponernos y cooperar mutuamente en el camino de la recuperación y el renacimiento nacional, cultural y social.
Al dar gracias a Dios por nuestra patria, propongámonos honrarla con la firme decisión de empeñarnos en este nuevo nacimiento de nuestra nación a través del esfuerzo honesto, desinteresado y generoso, confiando en Dios, que hace nuevas todas las cosas. Así sea.
Mons. Ariel Torrado Mosconi, obispo de Nueve de Julio