El viernes pasado, 11 de junio, hemos celebrado una solemnidad muy querida por nuestra gente, el Sagrado Corazón de Jesús. Hay parroquias y varias comunidades que tienen al Sagrado Corazón como patrono. Nosotros lo hemos celebrado en nuestra catedral San José y queremos agradecer a Dios que en dicha misa dos seminaristas han sido admitidos como candidatos a las órdenes sagradas, otros cuatro fueron instituidos como lectores y uno como acólito. Todos ellos son jóvenes que están en la etapa de la teología, la última del camino de preparación al sacerdocio. Desde ya que este es un acontecimiento relevante para la evangelización y la esperanza de nuestra diócesis. No dudo del cariño, la cercanía, y sobre todo de la oración de nuestro pueblo que con alegría cumple el mandato del Señor de orar al dueño de la mies por las vocaciones.
En este domingo el Evangelio (Mc 4,26-34) nos presenta al Señor en su ministerio público en Galilea anunciando el Reino de Dios, aquello que era su pasión y misión. Ese anuncio lo realizaba con parábolas como las semillas que crecen por sí solas o el grano de mostaza. En realidad, el texto nos sirve para que nosotros, tanto en lo personal como en lo comunitario y eclesial, nos preguntemos si tenemos pasión por anunciar en nuestra tarea evangelizadora ese Reino de Dios, que es la misión y razón de ser de la Iglesia. Evangelizar y ayudar a humanizar nuestra cultura es también nuestro servicio al mundo de hoy.
Nuestro tiempo requiere de nosotros que, para generar una sociedad, un país y una provincia mejor, tengamos que ser varones y mujeres con convicciones de trabajar por el bien común, y que sobre todo el laicado que está en tareas como la educación, la política, los medios de comunicación, en lo cotidiano, tenga un sentido de la ética social que permita pensar una sociedad con valores. Esto es bueno decirlo en el contexto de los debates de estos días para que podamos discernir si queremos ser una sociedad humanista o mercantilista.
En este tiempo, y con la gracia del acontecimiento y el documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de asumir como cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio, e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no invalidan el
«Don de Dios» del encuentro con Jesucristo y su revelación, ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.
Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar este discipulado y misión, en todos, pero especialmente en nuestros laicos que son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la persona como objeto de consumo, potenciando solo sus instintos, y eliminando su espiritualidad que implica la inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad de trascendencia.
En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar la cultura, Aparecida señala: «Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamado a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.
El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa». (DA 505- 506)
Como Jesucristo, el Señor, la Iglesia está llamada a anunciar el Reino. Los cristianos somos parte de esa Iglesia y estamos llamados a anunciarlo, con el testimonio de nuestra vida.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas