Con gusto me sumo a esta celebración. Siempre me agrada el orgullo de los pochanos por su tierra y por su historia.
Jesús se declara enviado de Dios Padre, Su rostro revela a Dios Padre y por eso se convierte en luz para todas las personas que confían en él, hallando sentido y esperanza para su vida.
El no es juez. Cada uno se juzga a sí mismo según la actitud que toma ante su palabra, que es Palabra de Dios. Dejarse impactar por su palabra es dejarse alcanzar por el mismo Dios y vivir como hijos de la luz, caminar en la verdad, sin trampas, sin mentiras, sin faltar a la palabra dada; sin odios, ni venganzas. Quien camina en el amor y la justicia, ese anda en la luz de Dios,
Nuestra historia invisibilizada narra que en 1774, un grupo de comuneros, harto de los abusos sufridos, se sublevaron contra las autoridades, bajo la significativa denominación de “El común”.
Consiguen la firma de un documento que guarda mucho parecido con la famosa revolución de Nueva Granada, siete años más tarde en la actual Colombia.
Este acontecimiento dejó latentes los justos propósitos de la soberanía popular. En este rincón de Traslasierra, la voz del Común levantó su protesta a favor del derecho inalienable de los pueblos.
Por eso se planteó la ruptura con las formas tradicionales de hacer política, se buscó reubicar el lugar de la soberanía, y así hallar condiciones más favorables para el desarrollo social y económico.
Muy cercanos al corazón del evangelio de Jesús se planteaba, diríamos hoy con palabras del Papa Francisco, una política de la fraternidad, arraigada en la vida del pueblo. Pedían que El común pudiera organizarse y expresarse.
A 247 años sigue vigente el desafío de encontrar mecanismos para garantizar que todas las personas puedan llevar una vida digna de llamarse humana.
Una política no solo para el pueblo sino desde y con el pueblo, arraigada en sus diversas comunidades y en sus valores, donde El común sea más protagonista de su destino.
No solo se peticionaba bienestar material, sino la dignidad de actuar, de ser protagonista de la propia historia, del propio destino.
Respetar al pueblo es respetar las instituciones nacidas de su seno, que han de caminar con el pueblo, atendiendo al más débil; porque una política que se desentiende del pobre, nunca podrá promover efectivamente el bien común.
Por eso nos animamos todos a pedir a Dios su luz, para este momento de nuestra Patria, de Córdoba y de nuestros valles:
Pedimos a Dios y a quien corresponda tomar como camino la cultura del diálogo, asumir como conducta la colaboración entre todos, usar como método el conocimiento recíproco (escucha); sintiendo gusto de ser pueblo con un proyecto común.
Jesús el Dios con nosotros, nos busca a todos para que hagamos historia juntos. Que la Inmaculada Concepción nos enseñe bien adentro que la salida es la fraternidad, El común, como expresión de la soberanía de los pueblos.
Mons. Ricardo Araya, obispo de la Diócesis de Cruz del Eje