Queridos hermanos,
En la primera lectura, escuchamos al Apóstol Pedro proclamar de un modo rotundo y claro el corazón del mensaje pascual: Cristo, muerto y resucitado por amor a los hombres. Él y los demás discípulos ya no tienen miedo de proclamar a Cristo crucificado, que resucitado, da sentido pleno a sus vidas. Seguir a Cristo crucificado es hoy, para ellos y para sus oyentes, la oportunidad de vivir en fidelidad a su identidad como pueblo de la Alianza.
En la segunda lectura, la Palabra de Dios nos interpela, acentuando el significado de la entrega de Cristo por nosotros, y en lo que debe ser nuestra respuesta: vivir según sus mandamientos, perseverar en nuestra amistad con Él, que ha vencido la muerte.
En el Evangelio continuamos contemplando las apariciones del Resucitado. Jesús vive y su presencia entre los Apóstoles al partir el Pan, así lo testimonia. Su presencia no es fantasiosa ni el producto de la imaginación de los allí presentes. Su cuerpo, sus heridas, hablan del Señor vivo. No es una idea, o un invento, o el ensimismado recuerdo de los apóstoles. Nuestra fe en Cristo, consiste en creer que el Crucificado vive y nos llama a participar de su vida nueva y de su propia misión. Por eso les da de comer y los hace participar de un nuevo modo de estar entre ellos.
Los cristianos testimoniamos un Dios vivo. Resucitado, vive para siempre, como rezamos en la Liturgia. Nuestras catequesis y celebraciones, nuestros signos en su nombre, hablan precisamente de esa vida, llamada a multiplicarse entre los hombres. Siempre recuerdo el reproche de un filósofo ateo que solía decir que no podía creer en Cristo, porque nosotros los cristianos no teníamos cara de resucitados…. Nuestro porte exterior, pero sobre todo nuestro modo de amar y de servir, deben testimoniar un Dios de vivos.
En esta Eucaristía celebramos con gratitud el Día del Seminario. Esta Casa dedicada a Nuestra Señora del Rosario, en Bermejo, Guaymallén, es el fruto de la obra de Dios y la cooperación de tantos hombres y mujeres que en la década del ´80 junto a Mons. Rubiolo, y desde entonces, en los años siguientes, en torno a mis sucesivos predecesores, Mons. Arancibia y Mons. Franzini, contribuyeron con su oración y ayuda material para que este Seminario Mayor fuera un espacio para formar los pastores que necesitaba y necesita el Pueblo de Dios. Desde aquí, enviados a las distintas comunidades, nuestros jóvenes sacerdotes son como el fruto artesanal que se nutre de la inicial llamada de Dios, la libre respuesta personal, la animación de sus procesos vocacionales por parte de sus formadores y la compañía orante y colaborativa de la comunidad cristiana.
En esta misa, recemos por los muchachos que hoy se están formando para responder con generosidad a la llamada de Dios. Siempre será necesaria, la oración constante para que el Señor siga suscitando servidores de su mies y cuide el corazón y la respuesta fiel de los que se encaminan hacia el compromiso de una entrega definitiva y plena a la obra de Dios. Pero me gustaría pedirles, especialmente en este tiempo tan complejo, que no dejen de ayudarnos para sostener este tiempo de formación. Lo concreto de la educación de nuestros jóvenes, como en cualquier familia, tiene un costo alto, especialmente en tiempos donde hay tanta necesidad y se requiere de la solidaridad de todos. Dios bendiga a quienes con su oración y cercanía fraterna nos acompañan en esta misión de formar a los futuros sacerdotes.
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza