Miércoles 24 de abril de 2024

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Eduardo García, obispo de San Justo, durante la Misa Crismal (Iglesia catedral, 1 de abril de 2021)

Habían pasado más de veinte años desde aquel momento en que Jesús le dijo a su familia que debía ocuparse de las cosas de su Padre. El tiempo fue transcurriendo en la vida silenciosa de Jesús como un hombre más de su pueblo, y el tiempo maduró en Él la decisión de hacerse cargo de las cosas de Su Padre, ante todo aquél que lo quisiera escuchar, porque para eso ha sido ungido. Jesús hereda toda la rica tradición de la fe de Israel: Dios es ante todo el Señor, el que siempre está por encima, el Todopoderoso, es el único y verdadero Dios. Jesús, como verdadero israelita, aceptando y viviendo la fe de sus mayores, muestra, sin embargo, una imagen de Dios mucho más clara y concisa.

Su vida, sus actitudes, sus amistades, sus compromisos, todo en él se halla animado de tal manera por la realidad "Dios", y adquieren un estilo y originalidad que resultan sorprendentes para los que tratan con él: "¿quién es éste?" (Lc 8,25). Este… es el hijo de Dios, pero también “es el hijo del carpintero (Mt 13,55) como dirán algunos para desacreditarlo.

De la unión con el Padre le viene la unción y del amor de su buen padre José podemos decir, sin duda, que recibe esa forma tan particular de la unción en sus manos, palabras y gestos que se hace concreta.

Las experiencias familiares marcan la vida de cualquier ser humano; la vida de las personas sucede condicionada por la estabilidad o la inestabilidad, la armonía o el conflicto, las relaciones sanas o las relaciones enfermas… todo va dejando sus huellas. Cada miembro de una familia va sorteando las dificultades de un modo distinto, porque cada persona es diferente. Una situación dura puede quebrar a algunos y fortalecer a otros. Suele escucharse: “cada familia es un mundo” y la familia de Nazareth no fue la excepción.

Junto a su familia, Jesús fue creciendo en “sabiduría y en gracia “(Lc 2,52) y es también aquí donde Jesús siente profundamente a Dios como Padre de infinita bondad y amor para con todos los hombres, especialmente para con los ingratos, los desanimados y los perdidos. En la experiencia de Jesús no hay lugar para el Dios de la ley que hace distinción entre buenos y malos (Mt 5,45) porque es el Dios siempre bueno que sabe amar y perdonar, que corre detrás de la oveja descarriada, que espera ansioso la venida del hijo difícil y lo acoge en el calor del hogar familiar. Es el Dios que se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse (Lc 15, 1-32). En esta honda experiencia que marca en Jesús un modo concreto de anunciar el reino, está aquel que aceptó ser la sombra del Padre: José.

Jesús, desde su “ser hijo” de José puede animarse a llamar al Dios innombrable “Abba”, “papito”( Mc 14,36) así como lo hacían los chicos judíos para dirigirse a sus padres. Jesús se dirigía a Dios como una criaturita a su padre, con la misma sencillez íntima, con el mismo abandono confiado. “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes" (Jn 11,42).

Pronunciar la palabra “Abba” no es un simple modismo; “Abba” encierra el secreto de la relación íntima de Jesús con su Dios y de su misión en nombre de Dios.

De la vivencia en familia Jesús aprendió que lo principal no es la palabra "Dios" repetida en varios momentos, sino los hechos que hacen presente al hombre la realidad concreta de "Dios".

La memoria de las historias familiares, relatadas por María y José, - porque seguramente habrán contado a su hijo, como lo hace cualquier familia, aquella parte de la historia familiar que el hijo no conoce o no recuerda- fueron imprimiendo un sentido de Dios que Jesús desplegará con fuerza y potencia en su ministerio público. 

Jesús nunca se sirvió de teorías sobre "Dios" para adoctrinar a sus oyentes, sino que se refería a él en situaciones concretas, buscando siempre descubrir los signos de su presencia en el mundo. ¿Acaso José, frente a la duda sobre María no se alejó para darle tiempo a Dios y que se manifestara en un embarazo que lo desconcertaba (Mt 1,19)?.

Al sentir a Dios como Padre, Jesús deja de cumplir ciertas normas de la ley, contrarias a ese proceso de liberación humana en el que él ve la presencia bondadosa del Padre. ¿Acaso José por amor a María y al misterio que latía en ella no transgredió la ley que lo obligaba a denunciarla? (Mt 1,24)? Por eso Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley por la fidelidad al Dios del encuentro, la liberación y el amor.

Es el Dios que sale al encuentro en todo lo que sea amor verdadero, fraternidad, dignidad.

El Dios que busca al pecador hasta dar con él.

El Dios que busca estar entre los marginados de este mundo, los desechados religiosamente y desacreditados socialmente y no se encandila por los que ocupan los primeros puestos en esta vida. ¡Un pesebre en las periferias de Belén fuel el lugar que acomodó el obrero de Nazareth para que pudiera nacer el hijo de Dios (Lc 2,7)!.

No enseñó ninguna doctrina nueva sobre la paternidad de Dios. Lo original en él es que invoca a Dios como Padre en circunstancias nuevas, abriendo nuevas ventanas, nuevos horizontes por los cuales descubrir su paso salvador. Una y otra vez la familia tuvo que apechugar, emigrar y empezar de nuevo (Mt 2,13-15).

Jesús no ve a Dios encerrado dentro del templo, ni anuncia al Dios oficial de los fariseos (Lc 18,9), ni al Dios de los sacerdotes del templo (Lc 10,31),, sino a un Dios que es cercano y familiar que se da a conocer a los sencillos (Lc 10,21. ¿Acaso no habrán celebrado como familia la pascua en tierra extranjera durante el exilio?

Jesús vive a Dios como Padre que se preocupa de dar un futuro a sus hijos; vivencia de un Dios Padre que da esperanza al que humanamente tiene las puertas cerradas. ¿Puede salir algo bueno de Nazareth? (Juan 1:45-46). ¡Orgullo silencioso de Padre, el de José, cuando encontró a su hijo entre los doctores de la ley! (Lc 2,41-47)

Toda la vida de Jesús se apoya en esta nueva experiencia de Dios. Él se siente tan amado de Dios, que ama como Dios ama, indistintamente a todos, hasta a los enemigos. Él se siente de tal manera aceptado por Dios, que acepta y perdona a todos. Jesús encarna el amor y el perdón del Padre, siendo él mismo bueno y misericordioso para con todos. Así concreta Él, el amor del Padre dentro de su vida y lo hace palpable abriendo un futuro de esperanza a la humanidad, tocando con su gracia la carne del hombre para liberar a la historia, del dolor que provoca la injusticia y la falta de amor.

Ese es también nuestro ministerio como prolongación de la obra misionera, salvadora y liberadora de Jesús. Para eso hemos sido ungidos, para traer la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y para proclamar con nuestra vida el año de gracia del Señor (Lc 4,16-21).

Por eso en este año dedicado a San José, en esta misa crismal en la que vamos a renovar nuestras promesas para ser fieles a la unción recibida, ponemos nuestra mirada en José. Que el nos enseñe a ser verdaderamente Padres como lo fue él.

Un hombre engendra una creatura en tres segundos… eso lo hace progenitor. Pero ser padre es algo distinto implica una decisión de amor.

Que podamos como él, ser “sombra del Padre sin ensombrecer”. El es el no protagonista; José no es el progenitor o padre biológico, pero es auténticamente el padre para Jesús. Padre de ternura, que sabe hacer silencio y escuchar, que acoge sin distinción, con valentía creativa ante las dificultades, y trabajadores dentro de nuestro pueblo (PC).

En la escuela de la paternidad, que el buen Padre José nos enseñe a acompañar los planes de Dios sin imponernos, a abrazar y sostener la vida de nuestros hijos en la opción con trabajo y con ternura; a señalar por dónde el camino se cierra; sin dejar de mostrar el horizonte donde se abren los sueños, las posibilidades; donde las capacidades pueden convertirse en realizaciones.

Que no enseñe a ser padres y custodios del misterio que Dios va gestando en el corazón de su pueblo y en cada uno de sus hijos.

Oración a san José

Bendito seas José,
buen Padre de Jesús
y padre de todos nosotros,
 sus hermanos.
Ayudanos a ser familia de Dios
abrazando la vida como viene.
Cuidanos con ternura.
Enseñanos con paciencia.
Guianos con sabiduría.
Como buen carpintero,
trabajá nuestro corazón
para sea cada día
más parecido al de tu Hijo Jesús,
y que, como él,
podamos de tu mano
pasar haciendo el bien. Amén

1 de abril 2021

Mons. Eduardo García, obispo de San Justo