Queridos hermanos sacerdotes, diáconos y fieles en general:
Nos reúne esta Misa para renovar nuestro compromiso y nuestras promesas sacerdotales aquí, en la Catedral, junto al Obispo.
Una celebración que alimenta y sostiene nuestra debida comunión que a lo largo de año debemos vivirla en modo disperso, dadas las distancias.
Siempre digo, es un gozo poder celebrar junto a ustedes esta Santa Misa. Jamás olvidaré el especial regalo de la Providencia, la celebración Crismal del año pasado a los pies del Santo Cristo, en la Villa de la Quebrada. Nuestro primer encuentro a sus pies…, en un lugar clave de la fe del pueblo de San Luis.
Isaías, nos recuerda el texto del ungido…, que viene para sanar corazones heridos.
Esta Misa, sin duda, ilumina nuestro lugar ministerial. Sacerdotes de Dios al servicio de los hombres. Testigos de su amor y misericordia al servicio de todo el Pueblo de Dios y de aquellos que estén dispuestos a oír su voz.
Quienes nos conocen saben de nuestra disponibilidad y servicio…
Pero hoy quiero hacer una mirada reflexiva hacia nosotros…, una mirada hacia adentro…
Dice el texto de Isaías:
“Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”.
Los invito a que, por un momento posemos esta mirada y esta actitud sobre nosotros, como colegio presbiteral (incluyo en la reflexión a los Diáconos).
No miremos más lejos…, miremos hacia adentro.
Comencemos a mirar desde “la propia casa”. Desde nuestra propia familia más cercana…
Sacerdotes con limitaciones…, con dificultades…, con pobrezas propias…; con los corazones heridos…, o peor aún… “rotos”. Pero siempre sacerdotes llamados por Dios…
Es fuerte pensar así… y mirarnos de ese modo.
Y…, frente a estas realidades…, posibles…, concretas: ¿dónde estoy…? ¿Qué hago…? ¿Qué puedo hacer…? ¿Cómo puedo acompañar…?
No es fantasía pensar estas situaciones concretas. Todo es posible que… ya nadie está exento de nada.
El otro día, veía un pequeño video que relataba la sobrevivencia de un grupo de adolescentes náufragos por más de 15 meses. Y pudieron lograr salvar la vida. Con una sencilla razón: “todos eran necesarios…, nadie se salvaba solo”. Solidaridad y apoyo mutuo. A ello le agregaría: amarse unos a otros como Yo los he amado (Jn 13, 34-36). Una enseñanza similar nos la dejó la Pandemia.
Esta es la mirada que quiero compartir y rezar junto a ustedes en esta Misa Crismal. La necesidad de que nos amemos. Para ello siempre supondrá un necesario y mutuo perdón. Y que construyamos juntos.
Nunca olvidemos que necesitamos perdonar y ser perdonados.
Recuerdo las palabras de Jesús: “En el amor que ustedes se tengan, serán reconocidos como mis discípulos” (Jn 13, 35).
Pongo esto como prioridad. Como necesario punto de partida para establecer luego, caminos pastorales abiertos a la evangelización en estas tierras de San Luis.
La tarea evangelizadora supone el llamado, pero también, el propio testimonio.
Repito a Isaías: “He venido a sanar los corazones heridos”. Y nosotros necesitamos ser sanados y sanar nuestras relaciones.
La semana pasada, mirando libros en el Seminario encontré algunos de ellos muy antiguos, del S. XVIII, y al final de uno de ellos podía leerse:
“dejemos aquellas disputas en que se acalora el entendimiento y se entibia la caridad…” (Madrid, Pedro Marín, “Sermones escogidos”, Año 1785).
Creo que es oportuna hora de crear, recrear y fortalecer espacios de verdadera fraternidad sacerdotal. Encuentros fraternos y gratuitos. Establecer espacios de encuentros semanales donde se propicie la preocupación mutua de ver cómo estamos y poder así acompañarnos en forma concreta y eficaz. Perder miedos a perdonar ofensas. Dar oportunidad concreta a empezar de nuevo una construcción fraterna. Antes de ser sacerdotes somos personas humanas de carne y hueso. No solo somos un personaje social. Somos personas que sufren y aman…, y que pecamos y que nos equivocamos.
Es muy obvio todo lo que digo, pero no siempre lo obvio, es lo común. Siempre es hora de fortalecer los espacios fraternos…, siempre es hora de sanar viejas heridas. O por lo menos, no quedarnos mirando solo para atrás…
Entonces estaremos haciendo presente la misma construcción que hizo Jesús con sus Apóstoles al invitarlos a seguirlo. Al enviarlos a anunciar la Buena Nueva. A ser testigos del Reino.
Por el Orden Sagrado Jesús nos hace partícipes de su sacerdocio. Nos ha dado la gracia de hacerlo presente en el Sacrificio Eucarístico y sobre todo en el perdón. Todo por pura gracia y no por mérito nuestro. Sí, por libre amor de su elección hacia nosotros. Por eso debemos reconocernos marcados por el amor. Y por lo tanto…, debemos siempre actuar en consecuencia.
Por lo tanto…; Siempre es buen momento de cambiar de verdad…; convertirnos…
Siempre es buen momento de tomar iniciativas que nos lleven a la comunión entre nosotros.
Siempre es buen momento para convertirnos y trabajar juntos construyendo comunión.
No nos detengamos en encasillamientos. Somos un país especialista en construir “grietas”. Y nosotros como Clero no estamos exentos de caer en esa tentación.
Pongamos el acento en la centralidad del Evangelio. No en rígidas posturas. Pongamos la fuerza en la necesidad de amar y ser amados. Asumamos los propios fallos y no tengamos miedo de pedir perdón si fuera necesario. Celebremos la alegría de nuestro Ministerio y de ser hermanos entre nosotros.
Sentados juntos en la misma mesa. En la Mesa del Señor, aunque estemos separados por las distancias… debemos estar siempre unidos en comunión.
La caridad ante todo…, debe priorizar, sin duda, a las mismas ideas. Y no siempre se da así.
En eso seremos juzgados: en el amor. Preparémonos para nuestro juicio final…, viviendo en el amor.
Esta fortaleza como Clero…, necesariamente traerá nuevos aires a la tarea evangelizadora. Nos ayudará a recrear nuevos caminos acordes a la realidad que estamos viviendo.
Nos abrirá y sanará nuestros corazones para que luego refleje eso en puertas abiertas, en caridad atenta. Nuestros fieles nos necesitan y esperan encontrarnos cuando nos buscan y se alegran cuando somos nosotros los que llegamos a ellos por nuestra iniciativa. Se avecina una vez más tiempos difíciles…, y debemos estar… firmes…, atentos…, serviciales…, eficaces…
En la segunda lectura (Ap. 1, 4b – 8), nos recuerda que: “Jesús es el Testigo Fiel, el primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de reyes de la tierra… y que nos amó y purificó de nuestros pecados, haciendo un reino sacerdotal para Dios su Padre, a Él sea la Gloria por los siglos de los siglos”.
Y si Él nos amó y purificó por Él debemos amarnos y purificarnos también mutuamente actualizando el perdón, para ser sinceros y santos sacerdotes de Dios al servicio de todos. De esa manera, desde al amor, daremos verdadera gloria a Dios nuestro Padre y seremos por lo tanto testigos fieles y sobre todo “creíbles”. Al mundo de hoy le sobran palabras y bellos discursos…, pero más necesario es nuestro testimonio. Las buenas obras, serán las palabras que convenzan y motiven a los demás.
Al renovar nuestras promesas sacerdotales, renovemos también nuestro espíritu alegre y bien dispuesto para servir.
Finalmente, quiero comunicarles que este año, nos hemos propuesto trabajar firme y en concreto, para dar el espacio que se merecen, y respetar el llamado que se da en la misma Iglesia respeto al Diaconado Permanente. Será un proceso y un aprendizaje de toda la comunidad Diocesana. Pero es clave contar con el apoyo y comprensión de cada uno de ustedes como sacerdotes. Todos debemos formarnos para saber reconocer esta particular vocación, nacida de un específico llamado de Dios y, reconocida como una forma de ser propia, como fiel cristiano. Los Diáconos son Clérigos (y que tienen a su vez, un status, propio de los laicos).
Ya estamos trabajando en el armado y construcción de la Escuela Diaconal. Será llevado adelante con sacerdotes, pero sobre todo con los diáconos y sus esposas. Trabajaran en equipo muy cerca de mí. Es un tema en el que yo he trabajado muchos años y tengo mucho para aportar. Pero mucho más tienen sin duda, los diáconos y sus esposas, por sus propias vidas y experiencia. Les pido que, con generosidad, abran sus corazones para asumir esta realidad eclesial que tanto bien puede hacer a nuestra Diócesis ya manifestada en muchos hombres que están preguntando y solicitando ser acompañados en el discernimiento, porque van sintiendo este llamado a seguir de cerca a Cristo Servidor.
Por esa razón y como signo visible…, hoy también renovarán las promesas propias de su ordenación los dos diáconos de nuestra Diócesis. Les pido también para todo esto el acompañamiento con la oración…
Les deseo de todo corazón que trabajemos de tal manera que el anuncio de la Buena Noticia llegue a todos en San Luis, pero muy especialmente a los pobres…, porque si eso es así, cumpliremos en primer lugar con el mandato de seguir los pasos y ejemplos de Jesús y, en segundo lugar, desde ellos…, estaremos llevando la Buena noticia a TODOS.
Que Dios los bendiga mucho. Que la Virgen María y San José los protejan siempre.
Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis