Domingo 5 de mayo de 2024

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Héctor Luis Zordán M.SS.CC., obispo de Gualeguaychú, durante la Misa Crismal (Iglesia catedral San José, 31 de marzo de 2021)

Textos de las lecturas: Is 61, 1-3a.6a.8b-9 |
Sal 88, 21-22.25.27 | Ap 1, 4b-8 | Lc 4, 16-21

Hermanos, la Palabra de Dios proclamada y las características de esta celebración hacen centrar nuestra atención en el tema de la unción y en el de la misión.

El profeta de la primera lectura, consciente de su identidad y de su misión, proclama que ha sido ungido, cubierto por el Espíritu del Señor; y ha sido enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar corazones heridos, a proclamar la libertad para los cautivos y los prisioneros, a consolar a los desconsolados, a ofrecer el óleo de la alegría, a proclamar un tiempo nuevo con la presencia y la acción de Dios…

El libro del Apocalipsis nos habla de la Iglesia como pueblo de ungidos, “reino sacerdotal para Dios”, fruto de la entrega sacrificial de Jesús, “el Testigo fiel”.

Y en la sinagoga de Nazaret, su pueblo, Jesús manifiesta su identidad y su misión haciendo resonar las palabras del profeta Isaías: “consagrado por la unción”, cubierto por la sombra del Espíritu, enviado para llevar la Buena Noticia y anunciar un tiempo nuevo en el que reina Dios.

  1. Jesús es el Ungido por el Espíritu, consagrado por el poder de Dios.

Hemos venido a celebrarlo a Él y a contemplarlo.

Él es el centro de esta jornada y de nuestra celebración.

Queremos mirarlo a Él y redescubrir su presencia siempre nueva entre nosotros.

Vinimos a dejarnos tocar por Él, que nos ofrece la unción con el óleo del consuelo y de la alegría; sanadora para tantos corazones heridos en estos momentos de mucha oscuridad y desconcierto; en este tiempo de desgarros y de abatimiento.

Queremos también renovar nuestra adhesión de corazón a Él y a su misterio. Vinimos a decirle que queremos seguirlo haciéndonos cada vez más discípulos suyos, caminando por su camino, compartiendo su vida.

  1. La Palabra de Dios nos hace tomar una nueva conciencia de que somos ungidos del Señor.

¡Qué lindas y significativas aquellas palabras que escuchamos en nuestro bautismo! Ungiéndonos, se nos dijo: El Padre te unge con el crisma de la salvación, para unirte a Cristo –que significa el Ungido–, sacerdote, profeta y rey; y para incorporarte a su pueblo –pueblo de ungidos, pueblo sacerdotal, profético y real– (cfr. Ritual del Bautismo de Niños; Unción postbautismal).

Como Jesús, fuimos ungidos para ungir.

La unción bautismal y de la confirmación no significa dignidad (en el sentido mundano de la palabra), sino envío, misión.

Fuimos ungidos exteriormente con aceite perfumado y consagrado; pero en realidad fuimos empapados en lo profundo de nuestro ser por el Espíritu del Resucitado para ser enviados en medio de los hombres y mujeres que comparten con nosotros la vida, el mundo, la historia, ofreciéndoles el óleo de la alegría y del consuelo.

Tenemos para ofrecerles a Cristo, su persona, su misterio, su Palabra, su Reino que construye un mundo nuevo donde reina Dios. Tenemos para ofrecer nuestra experiencia de encuentro con el Señor y la vivencia transformadora de su gracia. Esta es nuestra riqueza y la ofrecemos con alegría. Y lo hacemos allí, donde vivimos lo cotidiano: en casa con la familia, en el vecindario, con nuestros parientes y amigos, en el lugar del trabajo, de la cultura, la educación, de la recreación; en los ámbitos de la política, de las instituciones intermedias, de la industria, del comercio…

Necesitamos redescubrir y dejar que actúe el dinamismo misionero de nuestra vocación bautismal. Necesitamos comprometernos más con la exigencia evangelizadora de nuestro ser cristiano, discípulos de Jesús.

  1. El bautismo nos ha incorporado al Pueblo de los bautizados; un pueblo de ungidos para ser “reino sacerdotal”.

Tenemos la experiencia de Pueblo de Dios, de comunidad reunida en el nombre del Señor, en nuestra Iglesia diocesana; y más palpablemente, en la comunidad cristiana a la que pertenecemos: la parroquia, la capilla, el centro catequístico, el grupo parroquial, el grupo bíblico o de oración, la pequeña comunidad, el movimiento...

Somos una comunidad de ungidos; y nuestras comunidades no escapan a la dinámica de la unción: “como Jesús, ungidos para ungir”.

Es necesario que cada comunidad cristiana salga al encuentro de los otros para ofrecerles “el óleo de la alegría”. Es imprescindible que cada comunidad ofrezca siempre más a la gente de nuestro tiempo el encuentro con Jesucristo (cfr. Instrucción “La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia” nro. 3), anunciándolo, haciéndolo presente, explicándolo y enseñándolo, proponiendo los valores del Evangelio, haciendo resonar su Palabra, llevando a los demás a su encuentro… Tenemos la certeza de que sólo Él puede salvarnos, dar sentido a la existencia y abrir un nuevo horizonte de vida para quien se deja encontrar y transformar por Él (cfr. EG 7, citando a DCE 1).

Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia –nos dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium–, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.” (EG 49).

Es urgente que la acción pastoral en nuestras parroquias, en nuestras capillas, en nuestros colegios, en los grupos y movimientos parroquiales y diocesanos, cuide cada vez más esto: el anuncio de Jesucristo y la invitación a encontrarse con Él. Quizás nos hemos dedicado demasiado a cuidar lo poco que tenemos y a atender cosas que no son esenciales, y nos hemos olvidado de lo fundamental. Si no ofrecemos y cuidamos un encuentro con el Señor muerto y resucitado, fruto de un conocimiento suyo, de una fascinación por su persona y su misterio, de una necesidad sentida de dejarnos salvar por Él, se desvaloriza o pierde sentido todo lo otro que podamos hacer o aquello a lo que podamos dedicarnos. Él es “el óleo de la alegría” que tenemos para ofrecer…

  1. De modo particular a nosotros, los fuimos nuevamente ungidos para el servicio pastoral en el sacramento del Orden sagrado, se nos invita a tomar una nueva y más fresca conciencia de esa unción y de la misión que ella conlleva.

El día de nuestra ordenación se nos dijo: Jesucristo, el Ungido por el Padre con la fuerza del Espíritu, te unge para santificar al pueblo cristiano (cfr. Pontifical Romano; Ordenación de un Presbítero; Unción de las manos). Es unción para ungir; es unción para una misión.

Fuimos llamados y ungidos para ser sacerdotes en medio de un pueblo de ungidos, y enviados para ungir ofreciendo el óleo de la gracia, de la paternidad espiritual y de nueva la fraternidad, de la alegría y del consuelo, a todos los que se acercan buscando la ternura materna de la Iglesia.

¡Cuánto necesita la gente de nuestro tiempo que estemos dispuestos a ofrecerles con generosidad “el óleo de la alegría”, que nosotros recibimos gratuitamente del Señor!

De nosotros se espera que seamos fieles a esa unción y a esa misión. Es una fidelidad que requiere de una dedicación permanente y de una continua conversión para no equivocar el camino. Y al hablar de conversión me refiero no sólo a pasar del pecado a la virtud o a la gracia, sino también el esfuerzo por sintonizar cada vez más con el estilo de Jesús. Es la “conversión pastoral”, que no es otra cosa que conversión al Evangelio, al modo de Jesús Buen Pastor y Misionero del Padre. Conversión que comienza en lo personal, en las actitudes, en los criterios, en el lenguaje, en los gestos, en las palabras, en las respuestas, en las formas de atender…, y que, si es auténtica, se contagiará a la comunidad que acompañamos con la conversión de las estructuras, las costumbres, los estilos y modalidades pastorales para que se transformen cada vez más en instrumento adecuado para el anuncio del Evangelio al mundo actual (cfr. EG 27).

Ponemos en el Corazón de la Madre nuestra Iglesia diocesana con sus parroquias, sus capillas, sus colegios, sus comunidades y movimientos.

Le pedimos al Padre que renueve hoy en nosotros el dinamismo de la unción bautismal y ministerial que hemos recibido.

Mons. Héctor Luis Zordán M.SS.CC., obispo de Gualeguaychú