Vayan y preparen un lugar. Jesús antes de la Última Cena mandó a sus discípulos a preparar el lugar donde iban a celebrar la Pascua. Hoy les invito a detenernos en ese mandato-pedido: “preparen el lugar”.
Llevamos viviendo un año muy difícil y duro en todos los sentidos; vamos aprendido muy bien la importancia de preparar los lugares para que estén adecuados y acondicionados a las nuevas situaciones sanitarias que nos afectan. Hemos tenido que ir preparando lugares para nuestras diferentes actividades cotidianas: el trabajo, las clases, las celebraciones de la fe, los encuentros familiares y pastorales.
En medio de todo lo que acontece, escuchamos nuevamente a Jesús que nos dice: “Vayan y preparen un lugar para celebrar la Pascua”. Que no pase su Pascua inadvertida, que no llegue como una fecha más en el calendario, que no quede tapada por lo que nos inquieta o preocupa, que no quede reducida a unos ritos conocidos. Celebrar la Pascua es permitir que irrumpa el gozo de la vida nueva, es dejarnos alcanzar por su luz y gracia que todo lo transforma, es hacer la travesía hacia la libertad y el amor.
Pero para celebrar la Pascua antes hay que preparar el lugar, preparar el corazón, preparar la comunidad para que nos llene de sentido y vida, para que nos reavive en la fe y esperanza, para que acreciente nuestras ganas y entusiasmo.
Hoy, reunidos en la Misa Crismal, agradecemos nuestra vocación sacerdotal, renovamos nuestras promesas sacerdotales y el compromiso con la Iglesia, bendecimos y consagramos los santos óleos. Es una ocasión para reconocer nuestro lugar junto a la mesa del Señor y en medio del santo pueblo fiel de Dios al cual nos debemos enteramente. Ese en un lugar que no lo hemos ganado por méritos, ni por concurso, ni por acomodo; es un lugar donde el Señor nos llamó a ocupar para seguirlo a Él y para el servicio de los hermanos. Recordamos siempre que: ” quien quiera ser el primero debe saber ubicarse en el último lugar, el que quiera ser grande se haga servidor de todos, si alguno quiere ser discípulo de Cristo debe tomar su cruz, negarse a sí mismo y seguirlo”.
Mirando y contemplando a Jesucristo recordamos que, para su nacimiento no encontraban lugar en Belén, hasta que fue alumbrado en un pesebre. La Virgen María ya le había preparado su seno para gestarse y San José le prepara en el establo un lugar para nacer. A la hora de la muerte no tenían lugar donde colocar su cuerpo, y otro José, le presta y prepara un lugar donde sepultarlo, un sepulcro nuevo en el huerto. Podemos decir que Jesucristo era uno sin lugar, aunque estaba en todos los lugares (en lugares poblados, solitarios, en la montaña, en el lago, en el desierto, en las sinagogas, entre toda clase de personas, judíos y paganos, pecadores, enfermos, pobres…). Pero su lugar entrañable era estar en el Padre, y a ese lugar nos quiere llevar y conducir, es su fuente y destino, a ese lugar somos atraídos y convocados con la fuerza de su Espíritu. Que siempre optemos por estar en los lugares donde Jesús estuvo, entre quienes Él anunció con palabras y obras el Reino y al modo suyo.
Hoy muchos hermanos y hermanas se sienten sin lugar: muchos como “fuera de sistema”, algunos como arrinconados por la exclusión y la pobreza, por la enfermedad o por la indiferencia; otros como que no encajan por las imposiciones culturales o ideológicas o por no consentir con prácticas teñidas de corrupción o que no se fundan en valores evangélicos; otros discriminados por sus creencias, condición sexual, origen social o cultural. Todo ello interpela a la Iglesia cómo ser espacio y casa para acoger a todos, lugar de encuentro y donde se ofrezca la novedad y la frescura del mensaje de Jesús.
El Papa Francisco, insistentemente, nos pide estar vigilantes de no caer en la tentación del encierro y del aislamiento; de la autorreferencia y autocomplacencia, del estancamiento eclesial infecundo. Nosotros como pastores del Pueblo de Dios tenemos que salir al encuentro de todos, encargarnos de las fragilidades presentes en las comunidades, llevar el anuncio gozoso de la Palabra y el consuelo y fuerza de los sacramentos, promover la vida y la dignidad de todas las personas desde nuestra vida ofrendada y que anhela configurarse cada día más y más al corazón del Buen Pastor.
Vamos a preparar un lugar para que acontezca la Pascua del Señor, preparar el camino para que caminemos juntos, preparar la mesa para que todos se nutran con el Pan Vivo; preparar comunidades con nuevas miradas, creatividades, iniciativas que respondan a los desafíos actuales en un mundo tan cambiante como el actual y que sacie la sed de los compañeros de camino.
Hoy volvemos al Ungido de Dios, al Cristo, el Mesías, quien nos unge también para ser sus testigos entre los hermanos. Él nos eligió gratuitamente, nos consagra con su Espíritu, nos prepara para que vayamos al mundo y demos fruto, el fruto que permanece, el que es madurado y brindado en el sincero amor fraterno donde deshilachamos la vida en el servicio.
Tras la muerte y entierro de Jesús, el primer día de la semana muy temprano, unas mujeres fueron al sepulcro donde habían colocado su cuerpo y lo encontraron vacío, con unos signos y una pregunta “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. También nosotros estamos habitados de muchas preguntas, cansancios, decepciones, perplejidades e incertidumbres y el Viviente nos sale al encuentro.
Al Crucificado-Resucitado no lo encontramos en el lugar entre los muertos, Él se nos adelanta en el camino y nos aguarda en Galilea. Galilea es el lugar donde desarrollamos nuestra vida cotidiana, allí es el lugar donde confirmamos que alborea la vida nueva.
Volvamos con esta Semana Santa a preparar nuestra casa interior para que el Señor venga a cenar con nosotros, le abramos nuestro corazón sacerdotal, redescubramos el lugar donde nos pide estar presentes, y recostado en su pecho confesemos nuestro amor y anhelo de adherirnos más a Él y que jamás permita que nos separemos de su amor.
Que nunca amputemos de nuestra vida el “sentido de misterio”, que no perdamos el “sabor de lo sagrado” de lo que Dios ha puesto en nuestras manos, que no desperdiciemos el “silencio adorante” y siempre nos dejemos estremecer por las “visitas de Dios”, que permanentemente nos dejemos convertir y ser evangelizados, que no nos acostumbremos a ser curas ni dejemos de conmovernos por el dolor de nuestra gente. Sólo si leemos e interpretamos la realidad con ojos de fe tendremos la certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo y feliz.
Tal vez en nuestros lugares de vida y misión no haya muchos resultados llamativos para mostrar; pero sabemos que es el lugar donde Dios quiere que dejemos que sea Él quien haga fecundo nuestros esfuerzos pastorales como mejor a Él les parezca. Ningún esfuerzo sincero, ni cansancio generoso, ni dolorosa paciencia es ineficaz cuando se lo ofrenda desde el corazón.
Nosotros preparamos un lugar en nuestros territorios y acontecer histórico; pero ya sabemos que el Señor nos ha preparado un lugar definitivo, para que donde Él esté estemos también nosotros. Que cada día el Maestro y Señor nos encuentre bien preparados, fieles en la misión confiada, con el delantal del servicio ya puesto y las lámparas bien provistas del aceite de la oración y de la caridad.
Hoy damos gracias por nuestro presbiterio de Añatuya, esta diócesis que es para cada uno de nosotros, nuestro lugar en el mundo y en la Iglesia, donde queremos donarnos por entero.
Damos gracias por los sacerdotes que nos han precedido, inspirado y acompañado a ser mejores pastores, sobre todo por el siervo de Dios. Mons. Jorge Gottau que nos estimula a ser todo de Jesús, todo de María, todo de la Iglesia.
Pedimos perdón de nuestros pecados, por las infidelidades y escándalos, porque como ministros del Señor causamos dolor y herida en el cuerpo eclesial.
Pedimos la fuerza y la luz para los sacerdotes que se sienten débiles por la enfermedad o por el abatimiento espiritual.
Pedimos que todos nuestros hermanos y hermanas, laicos y miembros de la vida religiosa, nos acompañen con su oración para no sucumbir, con su comprensión y amistad, que nos ayudemos juntos a crecer en humanidad y santidad
Que San José, el que supo preparar un lugar para la familia de Nazaret, para la Santísima Virgen María y su Hijo Jesús, nos contagie su valentía creativa para también tomar la vida de nuestro pueblo en la Iglesia donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas, para acogerla y custodiarla con corazón de padre.
Mons. José Luis Corral SVD, obispo de Añatuya