Mis queridos hermanos,
Vamos transitando el tiempo de Cuaresma, acercándonos a los días finales, de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. En su pedagogía, la Iglesia nos propone la Misericordia de Dios como un camino de rescate, ternura y cuidado de Dios para con sus hijos.
En la primera lectura, tomada del Segundo libro de las Crónicas (2Cro. 36, 14-16. 19-23), escuchamos un relato sintético de cuanto aconteció al pueblo de Israel en sus desventuras desde el negar a Dios, ofenderlo e injuriarlo, hasta ser deportados a Babilonia. El autor sagrado no ahorra palabras al describir las faltas de respeto que confluyeron en la destrucción del Templo por parte de los mismos y la caída en manos del invasor extranjero. Debilitados en su moral y alienados de su alianza con el Dios de la Vida, caen rendidos ante una fuerza militar que vino a confirmar el desastre de un pueblo infiel a sus tradiciones sagradas. Más tarde, nos dice el Libro de las Crónicas, Dios tocará el corazón de Ciro, rey de Persia para volverlos a llevar a casa y recomenzar, empezando por la reconstrucción del Templo.
Dios no castiga a su Pueblo; éste se castigó solo, debilitándose en su vida social y religiosa, cayendo ante sus invasores. No habían escuchado ni a Jeremías ni a Isaías. Vanamente los mensajeros de Dios los instaban a volver al amor primero, al Dios de la Alianza. Muchas veces cuando nos pasan cosas, culpamos a Dios. En el intento de excusarnos, vemos más fácil mirar afuera de nuestros actos y pensar que fatalmente Dios nos ha castigado. Nosotros somos responsables de nuestros errores y pecados; por eso necesitamos reconocerlos y hacernos cargo de ellos para afrontarlos es parte de la enmienda necesaria y aquella reconstrucción imprescindible de nuestras vidas.
En la Carta a los Efesios (Ef. 2,4-10) Dios nos dice que la resurrección de Jesús nos habla del perdón, del tiempo nuevo que inaugura con su Resurrección de entre los muertos, por la cual nos ofrece la vida nueva de la gracia.
En el Evangelio de Juan, vemos parte del diálogo que tiene Jesús con Nicodemo, un dirigente judío de importancia que se acerca al Señor para conocerlo a Él y su mensaje. Allí le manifiesta la grandeza del amor de Dios que tanto nos ama y que, por eso, quiere salvarnos. Para eso nos envió a Jesucristo, no para condenarnos sino para salvarnos por medio de Él. Por eso, no hay que esperar a un juicio sino saber que ya nos juzgamos desde ahora, en la medida en que elegimos la luz, la vida nueva de Cristo.
En el camino de la Cuaresma, con el horizonte de nuestra mirada en la Pascua, optemos por Cristo y por su Luz, que prevalece sobre las tinieblas.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza