Jueves 21 de noviembre de 2024

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Jornada Mundial de Enfermo

Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes, en la Jornada Mundial del Enfermo (Hospital Ángela Llano, Corrientes, 11 de febrero de 2021)

Nos hemos congregado para celebrar la Eucaristía en el patio del Hospital “Ángela Iglesia de Llano” para conmemorar la Jornada Mundial del Enfermo. En este lugar de sufrimiento y también de esperanza, recordamos a otros muchos hermanos y hermanas que están en el Hospital Escuela y el Hospital Vidal, así como en otros centros de salud o en sus hogares, en particular a los que sufren los efectos de la pandemia. Junto a ellos, tenemos presente a sus familiares y a todo el personal de salud que está entregando lo mejor de sí para acompañar y curar.

Esta jornada coincide todos los años con la conmemoración de la bienaventurada Virgen María de Lourdes, una advocación tan propicia para que pongamos en sus tiernas manos a nuestros queridos enfermos. Ella nos consuela en el dolor y nos devuelve la confianza en que todo va a salir bien, nos enseña a sufrir con el corazón en paz y sin perder la esperanza. Lourdes es sobre todo un lugar donde los enfermos recuperan su fe y fortalecen su espíritu para poder soportar su enfermedad en paz y con sentido de ofrenda. Allí se sienten acogidos y acompañados, y eso les sana el alma y les beneficia enormemente a su salud integral. 

El lema que propuso el papa Francisco para esta jornada dice así: “La relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo”, porque “una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado”, leemos en el mensaje del Papa para esa Jornada (5). Para los cristianos, el amor fraterno no es solo un sentimiento de compasión hacia la persona que sufre, sino la motivación fundamental por la cual ese amor se hace servicio y cercanía, crea confianza y favorece a la recuperación del enfermo.

Retomemos ahora la Palabra de Dios que hemos proclamado. En ella encontramos luz para comprender la fragilidad de nuestra condición humana, sobre todo en la enfermedad, que nos hace caer en la cuenta de que necesitamos de los otros y, principalmente de Dios, a quien tal vez sentimos lejos y desentendido de lo que nos pasa. Sin embargo, sabemos que Él está cerca del que sufre, es más, se ofrece a padecer con nosotros para darnos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10,10). La persona enferma y aquellos que la acompañan, inclusive el personal sanitario, están en una situación de privilegio para abrir su corazón a la Palabra de Dios, que es fuente de vida para aquel que la recibe y cree en ella.

En la primera lectura (Col 3,12-17) escuchamos unos consejos muy sabios y evangélicos que el Apóstol San Pablo dirige a los cristianos que vivían en Colosas, y que hoy nos vienen muy bien a nosotros para comprender cuál es el espíritu que tiene que motivar las relaciones entre el enfermo y aquellos que estamos al servicio de ellos: “Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro”. Es muy bello lo que acabamos de oír, pero prestemos atención a la fuente que hace posible esa conducta evangélica: “Como elegidos de Dios, sus santos y amados”, que se completa luego con esta frase: “El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección”. Entonces, el que se abre a la experiencia de ser amado y perdonado por Dios, perdona y ama a los demás, es compasivo, humilde, dulce y paciente.

En el texto del Evangelio (Mt 23,1-12) hemos escuchado a Jesús que nos advierte del peligro de colocarnos por encima de los demás y de hacerlo sentir con gestos y signos exteriores para ser vistos y reconocidos. Cuidado con esa gente y estemos atentos porque fácilmente podemos caer en lo mismo que ellos: cortar el vínculo con Dios y en ese lugar que quedó vacío colocarnos a nosotros mismos. Y así, ocupado ese lugar, ya no hay espacio para el diálogo y el encuentro, sino solo para la adulación, la complicidad y la dominación. Jesús nos enseña que para poder ser hermanos necesitamos abrir nuestro corazón a Dios Padre, que nos creó y elevó a la dignidad de ser sus hijos. Sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para ser hermanos (cf. Ft 272) -nos recuerda el Papa-, y tampoco habrá un fundamento convincente para la dignidad a la que todo ser humano tiene derecho.

Jesús concluye con una máxima tan exigente como imprescindible para convivir en paz y fraternidad con todos: “El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. La propuesta de Jesús es como un golpe bajo que deja sin aliento al “yo” tan arraigado que tenemos. Nadie se salva de esa crisis, pero todo depende del espíritu con que la enfrentamos. De allí que las crisis pueden ser una oportunidad de crecimiento o un nuevo fracaso para el retroceso. Los cristianos contemplamos a Jesús y aprendemos de él y con él a confiar en Dios. De Él nos viene la gracia para soportar la prueba y salir de ella mejores. Por eso, en la prueba es necesario descubrir en quién confiar, a quién hacerle caso, de quien tomarse de la mano. Una enfermedad sorpresiva, la pandemia que nos tiene en vilo, o un servicio humilde que me descoloca, tienen que ser ocasiones para volver a Dios y confiar en Él, y al mismo tiempo, renovar nuestro amor al prójimo. Nos tiene que llevar a rezar más, a ser más responsables con la propia vida y más solidarios con la vida de nuestros semejantes.

En nombre de la comunidad católica expreso el asombro y la gratitud por tantos gestos de cercanía a los enfermos, protagonizados generosamente por el personal de la salud, voluntarios que prestan servicios en la pastoral de la salud, los capellanes, sacerdotes, religiosas, y muchos que silenciosamente animan, cuidan y consuelan a los enfermos y también a sus familiares. Destaco la iniciativa, que lleva ya varios años y que consiste en incluir a los enfermos y ancianos en la misión de evangelizar y dejarse evangelizar. De ese modo, ellos se convierten en verdaderos ministros, es decir, servidores del bien de la salud espiritual y física de sus otros hermanos enfermos y de sus familiares. Los invito a que confiemos a nuestros enfermos, a sus familiares y a quienes los cuidan, en las tiernas y seguras manos de la Virgen María, sabiendo que con Ella estamos a salvo de todos los peligros. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes