Cuando una barca está perdida en medio del mar, o un grupo desorientado en la montaña, es fundamental disponer de alguna manera certera de orientación. El elemento en el cual primeramente uno piensa es la brújula.
Esta imagen puede ayudarnos a pensar no solamente en horizontes geográficos, sino también en los existenciales a nivel personal, y en los sociales a nivel de la humanidad.
Hace pocos días celebramos el momento histórico en el cual los tres hombres sabios de oriente (los Reyes Magos) siguiendo una estrella fueron al encuentro del Niño Dios. Su brújula fue una estrella, se dejaron guiar por las intuiciones e inspiraciones del corazón, hasta que ya en Jerusalén las Escrituras terminaron de confirmar el rumbo.
El 1 de enero se conmemoró la Jornada Mundial de oración por la Paz. Francisco compartió un mensaje que se titula “La cultura del cuidado como camino de paz”, disponible en internet.
En ese Mensaje el Papa unas 5 veces menciona la palabra Brújula. “En una época dominada por la cultura del descarte, frente al agravamiento de las desigualdades dentro de las naciones y entre ellas, quisiera por tanto invitar a los responsables de las organizaciones internacionales y de los gobiernos, del sector económico y del científico, de la comunicación social y de las instituciones educativas a tomar en mano la ‘brújula’ de los principios anteriormente mencionados, para dar un rumbo común al proceso de globalización, ‘un rumbo realmente humano’. Esta permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos. A través de esta brújula, animo a todos a convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales.”
El cuidado de los demás se realiza y hace efectivo mediante la solidaridad, que no es un sentimiento abstracto sino un compromiso concreto. “La solidaridad nos ayuda a ver al otro —entendido como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación— no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida al que todos están invitados igualmente por Dios.”
Reconocemos que el 2020 estuvo caracterizado por una gran crisis sanitaria, que profundizó las inequidades ya existentes y las puso aún más en evidencia. Muchos han experimentado la fragilidad de la salud, la muerte de alguien cercano, y también abrazamos a los que han perdido el trabajo.
Ante esta situación se lamenta el Santo Padre: “Cuánto derroche de recursos hay para las armas, en particular para las nucleares, recursos que podrían utilizarse para prioridades más importantes a fin de garantizar la seguridad de las personas, como la promoción de la paz y del desarrollo humano integral, la lucha contra la pobreza y la satisfacción de las necesidades de salud. (…) Qué valiente decisión sería constituir con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares ‘un Fondo mundial’ para poder derrotar definitivamente el hambre y ayudar al desarrollo de los países más pobres”.
Qué importante es hacernos cargo unos de otros, y también de nuestra casa común, necesitada de un estilo de vida amigable con el Planeta. “La encíclica Laudato si’ constata plenamente la interconexión de toda la realidad creada y destaca la necesidad de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y el de la creación. De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado eficaz de la tierra, nuestra casa común, y de los pobres.”
Por eso Francisco elige este tema para su Mensaje: “La cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día”.
Es un mensaje de gran actualidad al que debemos abrir la mente y el corazón. “En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la ‘brújula’ de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para ‘formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros’.”
El viernes próximo, 15 de enero, se cumple un nuevo aniversario del terremoto de 1944, aquí en San Juan. Tengamos una oración por tanto sufrimiento.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo