Lunes 25 de noviembre de 2024

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Fiesta de los Santos Inocentes Mártires

Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes en la fiesta de los Santos Inocentes Mártires (Iglesia Catedral, 28 de diciembre de 2020)

Pasaron escasos tres días de haber celebrado la Navidad, hermoso misterio de la vida humana, que Dios hizo causa suya. Desde entonces la dignidad de la vida humana adquiere un carácter sagrado, y el santuario que la alberga desde su inicio es el seno materno custodiado por el corazón del padre. Permítanme aplicar a la vida naciente la expresión futbolera que dio la vuelta al mundo: la Navidad “no se mancha”, el inicio de la vida humana “no se mancha”, como tampoco se debe profanar la vida humana en ningún período de la vida. La vida viene de la mano de Dios, y como venga siempre es bienvenida. Cuidémosla en brazos y de rodillas. 

La mayor amenaza a la vida humana somos nosotros mismos cuando dejamos que nos seduzca la tentación de convertirnos en dueños de la propia vida y de la vida de los otros. Este drama de la condición humana nos acompaña desde los orígenes y se repite compulsivamente a lo largo de los siglos provocando amargura y sufrimientos con la falsa expectativa de ser más libres y más felices. La Palabra de Dios da cuenta de esta desgracia que provoca la muerte, como lo acabamos de oír en la primera lectura (cf. 1Cor 15,56). Y así como la Navidad es la fiesta de la vida y, por consiguiente, de la familia; la fiesta de los Santos Inocentes Mártires, que la Iglesia coloca enseguida de la Navidad, nos recuerda, por una parte, el horror del pecado y, por otra, la victoria de los Inocentes sobre el pecado y la muerte, y que ahora viven para siempre. 

No olvidemos que la sabiduría humana, recogida en la Biblia, nos revela cómo actúan las fuerzas del mal apoderándose del hombre para engañarlo con espejismos de felicidad. Empecemos por la primera pareja humana que optó por empoderarse de todo y desalojar a Dios de sus vidas; luego, entre los hermanos Caín y Abel, el primero decidió acabar con la vida del otro; más tarde, y a los pocos días del nacimiento de Jesús, su Madre, custodiados por el bueno y justo José, tuvieron que huir para protegerlo de la sentencia de muerte que Herodes dictó sobre él, porque temía que su presencia le pudiera quitar el bienestar del que se había empoderado, y para asegurarse, enfurecido “mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años” (Mt 2,16). Y a continuación, el texto del Evangelio recoge el dolor de una madre, llamada Raquel, que “llora a sus hijos y no quiere que la consuelen porque ya no existen” (Mt 2,18), dado que fueron masacrados por los poderosos de turno.

Esta amarga historia se repite, lamentablemente, cada vez que el hombre levanta la mano contra su hermano para hacerlo desaparecer porque su presencia resulta molesta, o improductiva, o simplemente inútil. Cuando el ser humano construye su vida exclusivamente sobre sus propios intereses y bienestar, reacciona violentamente contra todo aquel que intente reducirle esas conquistas. La ley de la selva, que funciona como un factor de equilibrio en la naturaleza, aplicada a la condición humana se convierte en una horrible masacre, de la que dan cuenta las guerras, exterminios y genocidios, que aún no hemos llorado suficientemente. La fiesta de los Santos Inocentes Mártires nos debe advertir de la despiadada perversidad de la que es capaz el ser humano, sin sentir ningún remordimiento y justificar con una impasibilidad total cualquier matanza de sus semejantes, y también cualquier explotación del ambiente sin importarle los daños que ocasiona. 

El clamor del inocente llega al corazón de Dios, porque en su condición desarmada y frágil, se manifiesta el poder del Dios de la Vida. La respuesta que Dios da a la violencia irracional contra el inocente, es su Hijo Jesús. Él es el Inocente que cargó sobre sus espaldas toda la suciedad de la que es capaz el hombre, superando con la fuerza del amor el odio que engendra la muerte. En el Inocente por antonomasia que es Jesús, y en todos aquellos que representan esa inocencia, entre los que se encuentran los niños que no han nacido y fueron descartados violentamente del derecho a la vida, se manifiesta una particular y poderosa fuerza vital que atraviesa la historia de la humanidad y que nadie podrá detener. 

Ese maravilloso misterio de la vida, que es la causa del Dios de Jesús, es el corazón de nuestra celebración eucarística y es el que da sentido a todo el ingente esfuerzo que muchos hombres y mujeres realizan para cuidar la vida, defenderla y promoverla, colaborando así con Dios Padre y Creador, cuyas entrañas de amor y misericordia se estremecen de gozo con toda vida nueva que nace. En la eucaristía nos ofrecemos con Jesús al Padre para que, por la fuerza transformadora del Espíritu Santo, superemos todas las crisis que amenazan nuestra vida, especialmente la del pecado que nos aleja definitivamente de Dios y de los demás. El papa Francisco nos recuerda en su última Carta encíclica que “el culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos” (Ft 283).

Independientemente de los resultados de las votaciones sobre la vida naciente que se llevarán a cabo mañana en el Senado de la Nación, estamos convencidos de que la verdad, la libertad, la justicia y el amor van de la mano y no puede subsistir una sin las otras. Se trata de valores inherentes a la dignidad de la persona humana desde que es concebida hasta su muerte natural. Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada (Ft 219).

En espíritu de fe y conversión que motivó esta jornada de oración y ayuno, con la convicción de que la vida naciente “no se mancha”, encomendamos a los Santos Inocentes Mártires la causa de la vida de los que mueren violentamente antes de nacer y les suplicamos, de la mano de nuestra Madre de Itatí, que nos dé un corazón puro, humilde y prudente para continuar comprometiendo todos nuestros esfuerzos en cuidar, promover y desarrollar toda vida, especialmente cuando se trata de salvar las Dos Vidas. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros y por nuestra patria. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes