Compartimos la homilía de la misa recién celebrada, al aire libre, en los jardines del Museo de Arte de Tigre, presidida por monseñor Ojea, quien fue acompañado por el pbro. José Luis "Cote" Quijano, y en la que estuvo presente Julio Zamora, Intendente de Tigre.
"Queridas familias que nos están siguiendo desde casa por Internet; queridos hermanos y hermanas que participamos de esta celebración, honrando a nuestra Madre, nuestra Patrona.
Nos enseña el Papa Francisco, en su última Carta que la vida no es tiempo de paso, si no, es tiempo de encuentro; no estamos hechos para pasar, estamos hechos para un encuentro. Y preludio de ese encuentro son muchos que vamos teniendo en nuestra vida: encuentros hondos, profundos, que crean vínculos estrechos, que nos ayudan a salir de nosotros mismos y que al mismo tiempo nos ayudan a recibir.
El hombre es un ser en relación, pero está preparado para un gran encuentro, para un gran encuentro de amor, que es el encuentro con Jesús.
La comunicación entre Dios y el hombre fue rota por el pecado, entonces Dios preparó con su pensamiento y con su corazón, a una criatura que pudiera hacer puente para ese encuentro; hoy diríamos facilitadora, alguien que facilitara un encuentro, un diálogo auténtico, un encuentro verdadero entre Dios y el hombre.
Entonces Dios desde toda la eternidad elige a María, la preserva del pecado original, es como si se la hubiera reservado de un modo especial a esta criatura extraordinaria, para que ella fuera la morada de Dios, el lugar en donde Dios se estableciera para poder comunicarse con nosotros. El lugar en el que Dios se hace pequeño, se hace niño en su vientre, va creciendo como nosotros y empieza a acompañar nuestra vida; con su misma vida por el misterio de la Encarnación y por su palabra, pero es María la que hace posible esto, el “sí” de María.
Este Evangelio, que hemos escuchado recién, nos está diciendo que ella recibe tres palabras claves del Ángel: alégrate; no tengas miedo, no hay nada imposible para Dios. Y ella abre su mente; su corazón, sus entrañas, y recibe de esta manera a Dios, nos trae a Dios. Y desde ese momento, ella comienza a ser el verdadero puente que nos facilita la comunicación con Él. Por eso la amamos tanto.
Ella recibe la vida como viene. Más allá de las enormes dificultades concretas que había en la situación en que se encontraba la Virgen: joven, desposada. Todos podrían haber mirado el embarazo como una enorme traición. Era digna de un castigo tremendo. Podía haber sido muerta fuera de la ciudad; apedreada como se castigaba las mujeres infieles en aquel tiempo, y, sin embargo, la Virgen se apoya totalmente en el Señor, recibiendo la vida como viene. Ella no da vueltas, ella mira hacia adelante. Después de lo que escuchamos, después de que queda embarazada, se va a preocupar más de su prima, de ir a visitarla y de atenderla, se preocupa más que de ella misma; como si hubiera depositado en Dios todas las preocupaciones, todo el “mar” que se le venía adentro a esta extraordinaria mujer.
Hace algunos años. Siendo yo párroco en Buenos Aires, una señora me estaba esperando en el despacho parroquial. Una señora joven, qué tenía dos chicas chicas, muy conmovida, me dice: "Padre yo necesito hablar con usted. Hace unos meses, yo contraté una empleada doméstica que venía del interior, venía de Santiago, estaba sola en Buenos Aires. Me encariñé mucho con ella; estuvo muy bien con mis chicos siempre, le tomé un cariño especial. Al poco tiempo quedó embarazada, y no me decía nada. Finalmente, yo enfrenté la situación y le dije, “Mirá, yo acá no te voy a poder tener con un chico; tampoco te puedo recomendar a alguna otra familia porque con un chico es imposible; tampoco vas a poder volver a Santiago, porque vas a volver así, cómo una perdedora. Entonces yo te ayudo a sacártelo”. La primera vez no me contesto: la segunda vez, cuando insistí le volví a decir: ¿A dónde vas a ir? ¿qué vas a hacer, sola en Buenos Aires? Y la chica le dijo: “Señora todo lo que yo tengo es porque usted me lo da; la ropa que tengo usted me la da; la comida que como usted me la da; la plata que mando a Santiago, en gran proporción, usted me la da, ¿y usted me pide que yo me quite lo único que es mío? Esa chica, jovencita, consideraba la vida como un tesoro, en un riesgo tremendo, sola frente a cualquier adversidad. Pero logró tocar el corazón de madre de esta buena señora. Y finalmente, me venía a contar esto ya que había sido tocada en su maternidad de un modo profundo. Entonces me dijo: quedamos en que se quedaba en casa, en que se podía hacer un lugar, en que se podía recibir a la criatura".
Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro