Viernes 22 de noviembre de 2024

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El lugar de María en nuestras vidas

Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, en la clausura del Año Mariano Nacional (Catedral de La Plata, solemnidad de la Inmaculada Conepción, 8 de diciembre de 2020)

Tenemos la alegría de reunirnos hoy para hacer un acto de amor a María. Se lo debíamos al finalizar este año mariano nacional. Lo hacemos algunos presencialmente y otros virtualmente, pero todos unidos como comunidad arquidiocesana que quiere expresar su cariño a la Madre.

El 15 de agosto quise acercarles un mensaje para el Año mariano desde la capilla de las hermanas carmelitas, pero no funcionaba el audio, de manera que quiero retomar ahora aquel mensaje.

Nos preguntábamos cómo se fundamenta en la Biblia la devoción mariana. Para ellos hay un texto clave que es Lc 1, 39-45, donde se narra la visita de María a Isabel. ¿Por qué es tan importante ese texto? Porque allí se presenta la actitud de Isabel ante María. Es más, se destaca que Isabel dijo lo que dijo porque estaba llena del Espíritu Santo. Por lo tanto, si queremos ser fieles al Evangelio, lo único que cabe es tener esa actitud de Isabel ante María. ¿Y qué le dijo Isabel a María, movida por el Espíritu Santo?. Le dijo tres cosas.

La primera es “bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Fíjense que la misma palabra que usa para elogiar al Señor Jesús bendito- es la que usa para María –bendita-. Los iguala, no porque María tenga la misma perfección de Jesús, no, sino porque son inseparables los dos, y entonces no podemos separar el amor a Jesús del amor a su Madre.

La segunda frase que le dice Isabel a María es: “¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a mí”. ¿Quién soy yo? Miren qué actitud de humildad y de veneración ante María, de sentirse poca cosa ante ella. Por lo tanto, no podemos tener una actitud de indiferencia ante ella, sino esa misma veneración humilde, admirada, afectuosa.

La tercera frase que le dice Isabel es: “Feliz de ti por haber creído en la promesa del Señor”. Elogia a María no sólo por ser la madre, sino por su fe, y por eso la llama “feliz”. Pero recordemos que esa palabra en el Evangelio de Lucas tiene un significado muy hondo. No es un estado de ánimo, es la santidad, los felices son los bienaventurados, los que ya tienen un lugar en el cielo.

Así si algún hermano desprecia a María y te dice que la Biblia no habla de la devoción a ella, ya saben dónde tienen que buscar.

Y porque el Evangelio mismo es el que nos motiva a la devoción a María, por eso queremos cerrar este año mariano con un gran acto de amor a María.

Hoy es 8 de diciembre. Lo que hoy celebramos de María no es estrictamente algo que pueda ser imitado, porque es un don de Dios único y exclusivo, sólo ella tiene esa gracia, sólo ella ha sido completamente preservada del pecado y transformada de esa manera tan plena. ¿Por qué? Porque nadie estuvo tan unido a Jesús como ella.

De hecho, todos los dogmas marianos, todo lo que decimos de María, se deriva de uno: que es la Madre de Dios.Pero si estamos en un punto en que ya no es posible para nosotros una imitación, ¿qué cabe hoy? La contemplación, la admiración, dejar abrir los ojos del corazón y lograr que se despierte el asombro espiritual ante tanta hermosura. Porque donde no hay rastros de pecado sólo puede haber belleza.

Contemplemos, sin dejar de usar la imaginación. Recuerden que san Ignacio, en los ejercicios espirituales, invitaba a hacer una composición de lugar, a imaginarse el pesebre, a imaginarse detenidamente los distintos misterios de Jesús. También podemos imaginar el corazón de María, usar la imaginación para dejar brotar la admiración por el interior de María. ¿Qué maravilla será ese corazón de mujer donde sólo hay amor, donde Reina sin obstáculos la purísima paz divina? ¿Cómo será ese corazón que estaba tan liberado que podía decir: “mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador”?.

Y no hay que olvidar que en ese corazón está Jesús, y estás vos, y estoy yo. Está Jesús y toda su historia, porque María fue testigo de todo, desde la encarnación y el nacimiento hasta la muerte en la cruz y la resurrección pasando por toda la vida. Ninguno de los apóstoles fue testigo de la niñez y la adolescencia de Jesús, y en la cruz estuvieron Juan y ella. Pero a ella no se le escapó nada, como buena madre, no se le escapaba detalle. 30 años juntos en la casa de Nazaret, cuántas cosas sabe María que no están en los Evangelios, porque en realidad el Evangelio más completo, el único íntegro, es el corazón de María. ¿A quién le vamos a preguntar sino a ella?

Y cuando Jesús dejó la familia y salió a predicar, ella andaba atrás pispeando, disfrutando, contemplando. Todo esto que les estoy diciendo no es un invento o mi imaginación. Lo dice dos veces el Evangelio: que María guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19). Fíjense, dos verbos: las guardaba, las metía en su corazón como si fuera el arcón de los tesoros. También las contemplaba, percibía el significado, la grandeza, el valor de todo lo que hacía y decía Jesús.

¡Qué hermoso que María sea ese libro viviente y luminoso, donde podemos encontrarlo todo, toda la historia de Jesús y su más hondo significado!

Pero ella no tiene en su interior sólo la historia de Jesús. Tiene también la tuya. En Apocalipsis 12, donde aparece la figura de María en el cielo, dice que ella dio a luz a Jesús (Ap 12, 5), y al final menciona “al resto de sus hijos” (Ap 12, 17). Es decir, para ella son inseparables Jesús y nosotros, que somos el resto de sus hijos. Y por eso ella también contempla toda tu historia, desde que te formaste en tu madre, mientras crecías en tu niñez y adolescencia, cada una de tus alegrías y tus sufrimientos, todo, desde el primer al último instante de tu vida, todo se está guardando en su corazón de madre, que te dice como le dijo a Juan Diego. “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?. ¿No estás acaso en el hueco de mi manto?”.

Ustedes podrán preguntarse qué importancia tiene esto, y yo les pido que presten atención porque es sumamente importante, y no quiero que se vayan sin reconocerlo y sin valorarlo profundamente.

Es importante que haya alguien que recuerde tu historia. A veces uno piensa que será su esposa, su esposo, aunque ¿cuántas cosas habrá que esa persona no sabe, de tu historia, de tus dudas, de tus sufrimientos. María sí conoce y guarda todo eso. A veces pensás que tus hijos serán tu prolongación y conservarán en tus corazones todo lo que les contaste. No, no te engañes, se irán olvidando, tendrán la cabeza en otras cosas. Vos mismo te olvidás de muchas cosas, o quedan en una especie de penumbra interior, o vos mismo preferís olvidarlas. Parece que al final toda tu historia se esfumara en el olvido. Pero ella, la madre, sí que guarda todo en tu corazón, ella tiene allí bien guardado, todo lo que has vivido, y sabe bien el significado de cada cosa y de cada momento. Ella no se olvida. Y por eso, cada vez que vayas a orar, a conversar con ella, ella podrá entender más que nadie lo que le decís y también lo que no le decís, porque ella lo puede leer en el contexto de todo lo que has vivido.

Y ella guarda también lo que hemos vivido este año, como Iglesia. Primero, por prudencia, estuvimos unas semanas todos guardados. Poco después pedí a los sacerdotes que empezaran a abrir los templos y que estuvieran disponibles para lo que la gente necesitara.

No sólo atendimos a los pobres, sino que también el que necesitaba confesarse algún lugar encontraba, el que quería comulgar algún lugar encontraba. Por eso en La Plata se decía que “el que busca encuentra”. A veces no era fácil tomar decisiones, porque unos querían tener cerrado y otros querían celebrar la Misa con toda normalidad. Optamos por la prudencia, aunque sin dejar al pueblo de Dios abandonado. Fueron volviendo las Misas, las comuniones, las confirmaciones, y en las últimas semanas nos preocupamos más por los bautismos.

Ahora tenemos que lograr que los que no están yendo a Misa vuelvan a acercarse, y por eso les pido a todos un esfuerzo misionero. Una llamadita, una pregunta: “hace mucho que no te veo”. Y si ustedes piensan que en algún horario podría ir más gente, propónganle al cura que agregue algún horario de Misa. Porque ustedes saben que a los buenos hábitos es más fácil perderlos que recuperarlos, pero entre todos tenemos que acercar más gente al Señor. Hoy ponemos todo esto en las manos de la Virgen y seguro que ella nos ayudará. Hagamos ahora una oración que sea expresión de nuestro amor a María.

“María, hoy, en tu fiesta, quiero ponerme ante tu mirada.
Mirá mi interior, donde hay tanta debilidad y desconfianza e incredulidad,
y pedile al Señor que aumente mi fe y mi esperanza.

Rogá por mí, Madre, para que aprenda a levantar los ojos al Padre
y a dejar todo en sus manos.

Te quiero Madre.

Mirame María,
porque a veces tengo un corazón complicado, lleno de quejas y lamentos,
tan encerrado en mí mismo, que no reconozco el amor de Jesús.
Quiero tener un corazón sencillo, capaz de alegrarse con las cosas simples,
de encontrar a Dios en lo más pequeño,

un corazón dócil, que se deje llevar por el Espíritu Santo.
Madre, enseñame a mirar a Jesús con tus ojos llenos de asombro y ternura.
Mirame con esos ojos de Madre, que guardaron cada
detalle de la vida de Jesús.

Te quiero Madre

“María, hoy, en tu fiesta, quiero ponerme ante tu mirada.
Mirá mi interior, donde hay tanta debilidad y desconfianza e incredulidad,
y pedile al Señor que aumente mi fe y mi esperanza.

Rogá por mí, Madre, para que aprenda a levantar los ojos al Padre
y a dejar todo en sus manos.

Te quiero Madre.

Mirame María,
porque a veces tengo un corazón complicado, lleno de quejas y lamentos,
tan encerrado en mí mismo, que no reconozco el amor de Jesús.
Quiero tener un corazón sencillo, capaz de alegrarse con las cosas simples,
de encontrar a Dios en lo más pequeño,

un corazón dócil, que se deje llevar por el Espíritu Santo.
Madre, enseñame a mirar a Jesús con tus ojos llenos de asombro y ternura.
Mirame con esos ojos de Madre, que guardaron cada
detalle de la vida de Jesús.

Te quiero Madre

Mirame y observa mi vida entera para que descubra el sentido profundo
de todo lo que me pasa.
Mirame y ayudame a descubrir
lo que el Señor quiere de mí, su proyecto para mi vida.
Madre, que lo diste todo, sin guardarte nada,
quiero alegrar tu corazón con ofrendas generosas.
Con la entrega de mi vida, con mis obras de amor,
de perdón, de bondad, de servicio,
María, madre buena, enseñame a mirar a los demás con generosidad.
Vos que saliste sin demora para ayudar a tu prima Isabel,
no dejes que sea indiferente cuando alguien me necesite”.
Mirame Madre, pedile al Señor que me regale un corazón grande,
capaz de darlo todo.
Y con tu cariño materno ayudame a crecer, Madre.
Regalame cada día el estímulo de tu amor,
para que nunca me quede anclado, para que desee santificarme más y más.

Te quiero Madre

María, sos la Madre de aquellos que no tienen a nadie,
de los que no valen nada para el mundo.
Para tus ojos todos son importantes, porque te acuerdas de los olvidados
y acompañas a los abandonados.
Ayúdame a sentirme parte del pueblo humilde y sencillo,
como aquellos pastores de Belén, de ese pueblo que no se olvida de vos,
que te busca, que te ama, sin importarle lo que digan los demás.

Te quiero Madre

María, la más santa, la más grande, la más bendita de todas las mujeres,
la única, la privilegiada, nunca quisiste aparecer ni destacarte,
y fuiste una más de tu pueblo.
Ayudame a liberarme de toda necesidad de aparecer,
y dame ese gusto de ser uno más, de perderme entre la gente, como vos en Nazaret.
Dejame alegrarme contigo, Madre, dejame contemplar contigo al Resucitado.
Pero también te pido que mires mi vida, Madre.
Porque en mí hay algunas cosas que no tienen luz,
que necesitan el resplandor del Mesías.

Te quiero Madre

María, Madre, depositá tus ojos buenos en nuestras comunidades.
Miranos e intercedé por nosotros, Madre,
para que nuestras comunidades se entreguen con todas las fuerzas
a anunciar a Jesús resucitado. Pedile a Jesús que abra su corazón hermoso
y derrame en cada comunidad cristiana el Espíritu Santo,
con toda la fuerza, la alegría y la valentía que él puede dar.

Te quiero Madre

María, somos muchos tus hijos, los que nacimos en la cruz
y te recibimos como madre. Y cada uno es sagrado para vos,
cada uno vale más que el oro para tu corazón materno.
Gracias Madre,
porque sé que nunca estaré solo, abandonado ni olvidado,
porque estarás conmigo en cada alegría y en cada angustia,
hasta llevarme en tus brazos al cielo hasta la presencia del Padre amado. Amén”.

Mons. Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata