Jueves 21 de noviembre de 2024

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Meditaciones pastorales en torno a la pandemia II

Meditaciones de monseñor Ángel José Macín, obispo de Reconquista, en torno a la pandemia II (15 de octubre de 2020)

Hace meses que hemos entrado, como humanidad, en una especie de túnel oscuro, que nos afecta y nos desvela. Nuestro ánimo es dispar, dependiendo de los momentos y circunstancias. Muchos sentimos inquietud e inseguridad. La experiencia de la cuarentena estricta fue aumentando los efectos sobre el cuadro psíquico-afectivo-espiritual de las personas. Sumando otros elementos, como el factor económico, venimos atravesando desde principios de año una crisis sin precedentes inmediatos. Una crisis que afecta a todos, pero de un modo especial a los sectores más postergados y a los más frágiles.

Ahora, todo permitiría entrever que estamos entrando en una nueva etapa. Hasta hace algunas semanas, las noticias eran de otros lugares, relativamente lejanos. Hoy el COVID-19 parece comenzar a circular entre nosotros, en nuestros pueblos y ciudades. Y un nuevo impacto en la estructura personal y social se vislumbra. No sabemos calcular la fuerza del mismo, y cuál será el estilo de vida que implique la “nueva normalidad” posterior, o la convivencia con el virus, hasta que se encuentren los medios de prevención y tratamiento adecuados.

Sería oportuno tratar de leer algunos emergentes actuales, como por ejemplo, eventos masivos que se transforman en fuente de contagio, decisiones contradictorias, descuidos incomprensibles y otras cosas parecidas. Acontecimientos de este tipo, no solamente parecen consecuencia de la irresponsabilidad personal de algunos, sino también cierta negación de lo que está sucediendo. No es fácil determinar responsabilidades e irresponsabilidades. En este espacio, sin hacer una valoración de las conductas, trataría de asumir, de un modo sencillo estos datos, para explicar que una cosa es hablar de un virus letal que se acerca, y otra es tenerlo en nuestras calles. Eso provoca, a veces, reacciones irracionales o desmedidas. La cosa es delicada.

1. Del miedo a la irracionalidad
Esta descripción introductoria me permite compartir algunas reflexiones sobre los diferentes rostros que el miedo puede ir adquiriendo en circunstancias como las que estamos pasando. Una reacción frecuente, producida por el miedo a una enfermedad que todavía no se puede manejar, suele ser el ensimismamiento y una defensa excepcional. Cada uno reacciona como puede. No debiera ser así. Cerrarse sobre sí mismo no parece ser el camino más aconsejable. Estamos con otros y tenemos que superar las situaciones de crisis con otros.

La reacción contraria a la anterior es la negación. Esto, en la práctica, significa descuidar las recomendaciones de cuidado, minimizar los efectos de esta patología, atribuir a los otros la suma de todos los males, demonizar la pandemia. Es decir, exorcizar el miedo hacia afuera, procurando espantarlo y tratando de ahuyentar los fantasmas que nos pueden invadir.

Sin pretensiones de hacer un análisis completo de la fisonomía del miedo humano, uno de los riesgos más peligrosos, según mi opinión, es la salida hacia la irracionalidad, el camino hacia la locura. Como se trata de algo que no puedo soportar, ya no lo hago pasar por la razón, sino que dejo al miedo liberado a las emociones más primarias, o a las reacciones espontáneas. Y eso puede ser más letal que el mismo virus. Es la irracionalidad la que nos lleva a hacer cosas increíbles, a descuidar nuestra vida, a descuidar la vida de los otros. Es la irracionalidad la que nos conduce a situaciones que nadie puede explicar, y que sin embargo suceden bastante.

2. De la irracionalidad al sentido común
No ganamos nada dejando nuestra vida librada a la irracionalidad durante una situación grave que nos afecta. Es preciso que podamos detenernos, serenarnos y dejar que aflore uno de los resortes más importantes en tiempos de crisis, el sentido común. Se trata de una cualidad difícil de definir, pero que se vincula con la sabiduría, que es aquel ejercicio de integración y ponderación de lo que está sucediendo, para adoptar la actitud más apropiada. Una virtud cercana al sentido común es la prudencia.

Al sentido común, a la sabiduría y la prudencia está estrechamente unido el discernimiento. El mismo es una práctica, no solamente racional, sino que incluye toda nuestra existencia. A propósito de este ejercicio, que enhebra muchos principios y habilidades, vale la pena recordar a uno de los maestros del discernimiento, San Ignacio de Loyola, cuando afirmaba en la Quinta Regla de la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar» (Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Regla quinta).

Entre otras cosas, el fundador de los jesuitas, nos advierte sobre la importancia de estarse quieto cuando suceden cosas que no podemos manejar, o que no sabemos de donde provienen. La quietud no es, en principio indecisión, sino la antesala de la audacia y de la acción, lugar donde esperamos que la niebla se disipe, espacio en el que se consideran atentamente diferentes opciones. Tarde o temprano, el camino a seguir se revela al alma bien dispuesta. Esto también sucede con una comunidad que discierne con seriedad y apertura.

Como tercer aspecto a considerar propongo la cuestión de la responsabilidad personal. El cuidado hasta ahora venía siendo más estructural. Sin descuidar lo público, que tiene un papel decisivo y en el cual tenemos que participar todos, desde lo institucional y desde lo personal, pocos resultados vamos a lograr si no aportamos una cuota de responsabilidad extra en este tiempo. Dicho de otro modo, lo público y lo personal tienen que funcionar y amalgamarse más que lo habitual, para encontrar la mejor forma de sobrellevar las cosas, y para diseñar estrategias y elegir aquellas opciones que parecen más viables, necesarias o importantes. No se justifican estrategias equivocadas, y menos aún, el uso de la pandemia con otros fines. Que sucedan cosas de estas características sería detestable. Pero seamos conscientes que lidiamos con un factor desconocido y que, por ahora, no deja ver todas sus aristas y variantes.

3. ¿Hacia una nueva normalidad?
Suena bien la expresión. Parece como la superación de todos los males. Pero, en realidad, así como están las cosas, hablar de una nueva normalidad indica una adaptación de la forma de vida a la que estábamos acostumbrados, a una nueva modalidad, que incluya este indeseado protagonista que está entre nosotros. Y convengamos que eso no será nada fácil.

Se hace clave, entonces, prestar atención a la expresión “normal”. La usamos tanto que no siempre pensamos lo que significa. Normal viene de norma y está ligado a la moral y al derecho, que son guías para nuestra actuación. Es evidente que en la nueva normalidad, tendremos nuevas normas, nuevas reglamentaciones, que posiblemente afectarán nuestras costumbres y nuestro modo de ser. No será tan sencillo entenderlas, aceptarlas y asumirlas en nuestros comportamientos cotidianos. Pero será fundamental que lo podamos hacer. Ser normal. Vivir normalmente es seguir las normas, las medidas más convenientes.

No queda otra alternativa. Tendremos que abrirnos paso hacia esa nueva realidad, aceptando que la realidad es lo que prima para fijar nuestra conducta, según enseña el Papa Francisco en EG: “la realidad es superior a la idea” (Francisco, EG 231). Este principio pastoral es clave y decisivo. Por supuesto, que la realidad a la que aludimos es aquella asumida por Jesús de Nazareth en la encarnación, y la historia que transitamos es ya una historia definitiva, que nos conduce a la consumación gloriosa en Cristo Resucitado.

4. Algunas actitudes recomendadas
Ante la prolongación de la Pandemia, y todos los problemas complejos que tenemos que atravesar, recomiendo algunas cosas:

  • Acrecentar nuestro espíritu de oración

En ocasiones como la que estamos pasando, nada mejor que encontrarse con Aquel en quien podemos encontrar “reposo y consuelo”. “Vengan a mí los cansados y agobiados, y yo les daré un descanso” (Mt 11,28), nos dice Jesús. Una de las descripciones más lindas de la oración, es aquella que la entiende como “descanso” en el Señor. Vivimos un tiempo en el cual nuestra intimidad con Él puede ser sostén y fortaleza para nuestra vida y nuestro camino. ¿No sabemos rezar como conviene? (cf. Rom 8,26). Tampoco los primeros discípulos sabían rezar, pero fueron aprendiendo a los pies del maestro (cf. Lc 11,1).

  • Cuidar de la vida

El evangelio de Juan centra el mensaje de Jesús en el tema de la vida (cf. Jn 20,31). Creer en Jesús significa alcanzar la vida, y vida en abundancia. El mensaje cristiano tiene que ver siempre con el triunfo de la vida. En un contexto donde la muerte y sus profetas tienden a tomar la delantera, que importante, que fundamental es partir de nuestra fe como adhesión incondicional a la vida. De esta adhesión incondicional se desprende un cuidado de la vida en todas sus manifestaciones.

  • Practicar la solidaridad

Puede que estemos pasando situaciones complicadas a nivel personal. Pero no podemos encerrarnos. El camino de superación de nuestros miedos, nuestras incertidumbres, nuestras crisis, está en el otro. El distanciamiento físico tiene que llevarnos a un acercamiento en la caridad y en el Espíritu. El cuidado físico a través de la distancia, usando una imagen matemática, es inversamente proporcional a la cercanía en el amor.

5. La pastoral diocesana
A nivel más estrictamente pastoral, tanto parroquial como diocesano, creo haber explicado algunas cosas para el caminar pastoral del Pueblo de Dios en la entrega anterior. Me parece oportuno insistir en algunas cosas. No es que tengamos que inventar una “pastoral de la pandemia”. Pero si responder con el kerigma, el anuncio de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación, ante esta situación extraordinaria que nos toca transitar, que tenemos que asumir y transformar.

En lo que se refiere a la pastoral orgánica, a las prioridades pastorales en la diócesis, no es que estamos viviendo un paréntesis o un “impasse”, habiéndonos detenido en el tiempo hasta que se supere esta amenaza en la salud. Nada más lejano a esta visión. Las tres prioridades pastorales que nos acompañaron durante estos últimos cinco años siguen vigentes: la familia, los jóvenes y los pobres. Y se recrean en su impulso pastoral con las circunstancias actuales.

En tiempos de pandemia, la familia requiere de una atención especial, al tiempo que es protagonista para mantener encendida la llama de la fe. Todos fuimos testigos de la fe vivida en familia. De la recuperación de ciertos espacios de oración en común. La recuperación de la familia como Iglesia Doméstica ha sido un fruto del caminar de este tiempo. Por otro lado, hay una gran variedad de familias frágiles o quebradas que requieren de una especial atención. Los motivos que provocan situaciones difíciles son variados. Pensemos en lo económico. O en la cuestión de la salud. También en la convivencia más intensa. Mucho tenemos para trabajar en función de las familias.

Por su lado los jóvenes, hoy más que nunca, son decisivos para alcanzar una Iglesia y una sociedad firmes. Pero es preciso contenerlos y ayudarlos a mantener viva la llama de la esperanza. Las dificultades en el estudio, la falta de salidas laborales, el camino fácil de la adicción son cosas complicadas que no podemos desatender. Además, urge para ellos un encuentro personal con “Cristo Vivo”, que les permita descubrir el sentido más profundo de la pro-existencia, es decir, lo saludable que es vivir para los otros.

La tercera prioridad, referida a los pobres, al tiempo que nos duele presenta motivaciones bien concretas en estos tiempos, ya que los pobres van adquiriendo nuevos rostros en los enfermos de COVID – 19, sus familiares, la gente que ha perdido seres queridos, los ancianos, las personas mayores, los que padecen penurias económicas. En fin, la lista es larga…y ya sabemos que Cristo crucificado nos espera en cada pobre, hasta el final de los tiempos.

6. Nuevos desafíos
Estimo que ha quedado bastante claro. Las prioridades pastorales que hemos elegido como Iglesia Diocesana siguen muy vigentes. Junto a estas tres opciones, que están en plena consonancia con la Pastoral de toda la Iglesia, aparecen una serie de desafíos nuevos, o específicos, sobre los cuales tendremos que trabajar intensamente en los próximos tiempos.

Uno de esos desafíos es la Iniciación Cristiana. No se puede paralizar nuestra catequesis. Este año se han buscado soluciones, con creatividad, pero también con muchas dificultades. Con sencillez, y contando con toda la tradición catequística de la Diócesis, para el año próximo tendremos que buscar nuevos caminos y nuevos modos de llegar a la familia y a los jóvenes. Pido encarecidamente a la Junta de Catequesis que me ayude a pensar la catequesis en tiempos extraordinarios. Un principio que tendrá que regir esta tarea es la simplicidad. Simplificar y no complicar será la consigna.

Otro desafío es la liturgia. Repasar las experiencias llevadas a cabo este año, y discernirlas a la luz del “depósito de nuestra fe”, para que la celebración de los sacramentos responda a los requerimientos de la gente, pero al mismo tiempo, que los mismos conserven su condición específica. Esta tarea, si bien incluye al Equipo de Liturgia Diocesana, lo excede ampliamente. Todos somos parte del Pueblo de Dios, llamados a celebrar su presencia, y por lo tanto todos estamos comprometidos a encontrar los mejores caminos en estos temas.

Un tercer aspecto que nos desafía y mucho, es buscar nuevos caminos para la vivencia de la caridad. El trabajo de Caritas y todos los organismos que están en la frontera del sufrimiento y la fragilidad son fundamentales para que, como Iglesia, podamos marcar el rumbo de una caridad que nos sostiene en tiempos difíciles, y que alcanza a los más vulnerables y golpeados.

Por lo tanto, con toda claridad puedo decir que lejos estamos de haber perdido la preocupación y el rumbo en la Pastoral Diocesana. Al contrario, la Pandemia ha puesto numerosos temas que tendremos que revisar y ajustar en los próximos años. La pandemia es el “cauce” de nuestra acción pastoral en este tiempo, según reza el antiguo adagio patrístico: “caro cardo salutis” (cf. Tertuliano, De resurrectione mortuorum VIII, 6-7).

Eso sí, tenemos que tratar de coordinar, especialmente los criterios que nos permitan ser familia, vivir la comunión diocesana para la misión. No ayuda que nos dediquemos a inventar cosas en nuestras parroquias o en nuestros equipos de pastoral, sin una referencia diocesana clara. Si caemos en esto, vamos a terminar haciendo de nuestra comunidad una “diócesis en miniatura”. Y ese no es ni será el camino de la Iglesia. No es ese el camino del Espíritu. No es la Iglesia Sinodal que nos propone vivir el Papa Francisco.

7. María, fuente de consuelo y esperanza
Seguimos transitando el “Año Mariano Nacional”, en honor a los cuatrocientos años de reconocimiento de la Virgen del Valle. Por momentos, no pareciera que estuviéramos en un evento de estas características. Sin embargo, lo más importante es que María sigue caminando con nosotros. Ella nos acerca el consuelo de Dios, y como en Caná de Galilea, nos prepara el vino de la esperanza (cf. Jn 2,1-12).

Un modo muy concreto, a través del cual se ha expresado la renovación de la piedad mariana es la recuperación del rezo del rosario. Una oración sencilla y contemplativa, que nos acerca a Jesús y que nos serena el alma. Se de familias, de comunidades concretas, que han retomado esta práctica con entusiasmo y alegría. Celebro esta iniciativa y exhorto a todos los fieles a retomar una devoción que nos puede sostener y orientar en tiempos de oscuridad.

En manos de María Inmaculada, y de San José, su esposo y patrono de nuestra querida Diócesis, confiamos nuestro presente, y nuestro futuro inmediato. A ellos les pedimos nos alcancen el consuelo, la serenidad y la esperanza que necesitamos.

Sede Episcopal de Reconquista, 15 de Octubre de 2020, fiesta de Santa Teresa de Ávila, Virgen y Doctora de la Iglesia.

Mons. Ángel José Macín, obispo de Reconquista