1. Nuestro pueblo celebra e invoca la protección divina con la mirada filial a la Madre de Jesús y Madre nuestra. La celebramos hoy en su advocación de María Inmaculada de la Concordia. Este año lo hacemos en el marco del Año Mariano Nacional, y con el lema del mismo: “María, Madre del Pueblo, esperanza nuestra”.
Conmemoramos los 40 años de su proclamación como Patrona de la diócesis bajo este título. Mediante la Bula Apostólica Venerabilis Frater del 08 de septiembre de 1980, el Papa San Juan Pablo II determinó “que sea y se tenga a la Bienaventurada María Virgen Inmaculada de la Concordia como celestial Patrona de la Diócesis de Concordia, suplicando al mismo tiempo a Dios, a fin de que aumentados la fe y el amor de los hijos, también sean acrecidos los auxilios de la Madre”.
También se cumplen 40 años de la primera peregrinación diocesana a su santuario en Federación.
Contemplando a María Inmaculada, signo luminoso de la obra santa de Dios en la historia de la región, y hoy entre nosotros, celebramos este aniversario:
2. En medio de las angustias y tristezas de nuestro tiempo, hoy acrecentadas por la pandemia que vive la humanidad, volvemos a escuchar el saludo divino a María Virgen: “¡Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo!” (Lc 1,26-38).
En María, Dios rehace la armonía de la condición humana herida por el pecado. Ella es la “Inmaculada”, sin desorden ni culpa desde su concepción. Primera redimida, “llena de Gracia”, Hija amadísima de Dios Padre, morada incomparable del Espíritu Santo, Madre purísima del Redentor de los hombres, y, en Cristo, la Madre universal.
Por eso María es feliz. “¡Feliz de ti por haber creído!”, la proclama Isabel (Lc 1,39-45). Acogiendo el anuncio de lo alto, servidora del Señor, María deja desbordar su alegría ante su prima que alaba su fe: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador... En adelante todas las generaciones me llamarán feliz” (Lc 1,46-55). Para María Inmaculada, en la Anunciación se inicia un camino de gozo y felicidad, porque en ella está su Señor. Ella mejor que ninguna otra criatura, ha comprendido que Dios hace maravillas: su Nombre es santo, muestra su misericordia, ensalza a los humildes, es fiel a sus promesas.
Pero también se inicia un camino de cruz, porque ese será el de su Hijo. María, en medio de las cosas cotidianas, medita hasta los más pequeños signos de Dios, guardándolos dentro de su corazón (Lc 2,19.51). Su paz y gozo en las cosas de Dios no significan que haya sido eximida de los sufrimientos: conocerá la pobreza en el nacimiento de su Hijo, el destierro en la persecución, y estará al pie de la cruz, asociada de manera eminente al sacrificio del Servidor inocente, como Madre de dolores. Pero ella está, a la vez, abierta sin reserva a la alegría de la Resurrección. Como final de su camino ha sido elevada, en cuerpo y alma, a la gloria del Cielo.
El de María junto a Jesús es un sendero pascual: alegría y dolor, cruz y gozo.
María Inmaculada nos muestra el único modo para ser felices: acoger el don de la Gracia, la acción del Espíritu Santo que nos purifica y nos devuelve a Dios como “hijos adoptivos por medio de Jesucristo”; y responder con fidelidad alproyecto de Dios, a su voluntad de hacernos “santos en su presencia por el amor” (Ef 1,4-5). ¡Feliz aquél que como María sabe decir al Señor: “que se haga en mi según tu Palabra”!
María Inmaculada pertenece al proyecto salvador de Dios; su celebración es fiesta de la esperanza cristiana. La mirada a María Inmaculada nos hace comprender que cuando nos comprometemos en la lucha contra el mal, en cualquiera de sus formas (espiritual, afectivo, físico, social), en el cometido alienta una promesa de victoria: Dios está con nosotros en el combate.
3. Con la luz del Espíritu Santo y en la contemplación de nuestra Madre celestial hemos de descubrir las exigencias de nuestra hora y esforzarnos por ser fieles, asumiendo con gozo en el Señor nuestro compromiso evangelizador.
Pedimos la gracia del Espíritu Santo para evangelizar sirviendo a los hermanos, la gracia de ser una Iglesia diocesana servidora en las obras de sus miembros y de sus comunidades. Servidora como Jesús, que resumió todo su ministerio con un gesto en la última Cena: el del Servidor que lava los pies a sus discípulos. Iglesia servidora como María, cuya “tarjeta de presentación” en la Anunciación fue: “Yo soy la servidora del Señor”. María es servidora de Isabel en el embarazo, de los nuevos esposos en Caná, de Jesús y los discípulos en sus caminos misioneros, de los pecadores al pie de la Cruz, de la unidad de la naciente Iglesia misionera en Pentecostés. Como María, nuestro propósito es ser una Iglesia diocesana servidora del Señor y de aquellos a quienes Dios quiere bendecir en Cristo.
Será necesario también que, como María, cada uno de nosotros sea un discípulo servidor del Señor, de sus proyectos de salvación,y de los hermanos llamados a entrar en ese plan divino. Y esto nos llevará aún a asumir la cruz, como lo hizo María en el Calvario, comprendiendo en el Espíritu su fecundidad pascual.
Como en María, la alegría y la cruz son propias de nuestro ser cristiano, del discípulo servidor que busca una fidelidad creciente a la obra de Dios y a las necesidades del prójimo. Gozo y cruz en el Espíritu caracterizarán siempre el camino de los discípulos que quieran hacer del servicio a los hermanos su nota distintiva.
Tomar la propia cruz es una condición del seguimiento de Jesús; Él mismo nos lo predijo (cf. Mt 16,24). El seguimiento de Jesús trae consigo tribulaciones y persecuciones, y requiere humildad, actitud de servicio, obras de misericordia, y solidaridad con el destino del Maestro. Todo esto está presente en el hecho de cargar la cruz e ir en pos de Él.
La alegría sobreabundante es un don del Espíritu Santo (cf. Gal 5,22) y es distintiva del servidor. En la Santísima Virgen María esta alegría es desbordante. En el misterio de la alegría cristiana, ella es la primera. Su contemplación nos invita a acoger el don del gozo en el Señor, que comienza a manifestarse en el servicio cotidiano realizado con dimensión pascual.
4. ¡El Espíritu Santo nos conceda, como a nuestra Madre universal, el don de la alegría en el servicio y de la esperanza en la cruz, la nuestra y la de tantos hermanos!
El momento actual de nuestras vidas, providencialmente rico y difícil, exige de nosotros las actitudes que contemplamos en María, Madre Inmaculada:
Imitando la generosa fidelidad de María Santísima al Plan de Dios, con nuestra conversión personal y comunitaria, aprenderemos a responder a las exigencias de nuestro pueblo que sufre por la falta de certezas, de verdades, de sentido de Dios; que está angustiado por la pandemia, las injusticias, la corrupción, la inseguridad y el hambre; que necesita la redención del pecado, que es el mayor sufrimiento. Somos ese pueblo angustiado y dolido, pero hemos sido convocados para ser Pueblo de Dios, que es signo e instrumento de Vida nueva.
Con María sabremos compartir la suerte de nuestros hermanos en la disponibilidad del servicio para la salvación de todos aquellos que vamos encontrando hoy en nuestros caminos.
“Con María, servidores de la esperanza”.
Bienaventurada Virgen María Inmaculada de la Concordia, alcánzanos de Dios continuas bendiciones para cada uno de los que te suplicamos confiadamente, para nuestras familias, nuestro pueblo, nuestra Iglesia diocesana. ¡Bendita seas! ¡Benditos seamos bajo tu amparo materno!
Mons. Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia