RENOVEMOS NUESTRA FIDELIDAD MINISTERIAL
A LA LUZ DEL MISTERIO PASCUAL
DE JESUCRISTO, EL TESTIGO FIEL,
PASIÓN, MUERTE, RESURRECCIÓN
Y GLORIOSA ASCENSIÓN AL CIELO
Qué lindo hermanos, poder celebrar, aún a pesar de la pandemia, la Misa Crismal, Misa tan entrañablemente sacerdotal y de profunda densidad de diocesaneidad. Aquí estamos presentes, por la gracia de Dios.
Desde el pasado lunes, día 10, fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir de la Iglesia de Roma; esta vez, desde distintos lugares hemos participado en los Ejercicios Espirituales Anuales. Y esta EUCARISTÍA, viene a ser como colofón de los mismos; en ellos hemos, como debe ser, adoptado una actitud de escucha atenta a la Palabra de Dios, a lo que Espíritu, que siempre está actuando, nos dice hoy a nosotros, para mejor servir a nuestras comunidades cristianas que nos han sido encomendadas. Han sido días de una fuerte llamada a la Conversión de nuestra vida, a la luz del designio de Dios, en medio una Iglesia que también debe renovarse: Iglesia, “en salida”, misionera; Iglesia, Pueblo de Dios, bautismal, e Iglesia, “en camino”, sinodal.
Pues bien, en continuidad y en ese mismo clima de renovación espiritual, seguimos adelante.
Mi exhortación este año 2020, Año de la pandemia del COVID-19 es la siguiente:
Pasemos de un Clericalismo opresor y autoritario, a una entrega libre y misericordiosa de nuestra propia vida, para una comunión gozosa y eterna, en conformidad con el designio del Padre, por la gracia y acción del Espíritu Santo; es decir, pasemos de las tinieblas a la luz, de la oscuridad a la claridad, de la muerte a la Vida.
Y así como la EUCARISTIA, la Acción de Gracias a Dios por excelencia, es fuente y culmen de la Vida y de la Misión de la Iglesia, sacramento universal de salvación, germen y principio del reino de Dios para la humanidad (cf. LG 1, 5), quiero detenerme en tres momentos de misma, subrayando algunos contenidos:
Prefacio: Tus sacerdotes, Padre, renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención humana… guían en la caridad a tu pueblo santo, lo alimentan con tu palabra y los fortalecen con tus sacramentos… es por ello, que deben configurarse a Cristo y dar testimonio constante de fidelidad y amor. Deben, a ejemplo de Cristo, ser: Sacerdote, Altar y Víctima. Es decir, Mediador entre Dios y los hombres, en el altar del mundo y ofrecerse como cordero degollado para el perdón de los pecados.
Plegaria Eucarística o Anáfora: antes de las palabras de la consagración de las especies, decimos: cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada; es decir, libremente, no a la fuerza, entregado por amor.
En la Doxología o alabanza a la Santísima Trinidad: Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén. Este es el fin de todo, también de nuestro ministerio: La gloria y la alabanza de Dios.
Ojalá, hermanos sacerdotes, que no sólo enunciemos y pronunciemos estas palabras, sino que procuremos y nos esforcemos por vivirlas sinceramente y ponerlas en práctica. Siempre a ejemplo de Jesús, nuestro único Maestro y Señor, el Testigo fiel, que nos decía la segunda lectura del Apocalipsis. Testigo fiel que corrobora su entrega, fidelidad y amor con su propia vida, como lo hizo San Maximiliano María Kolb, cuya memora recuerda hoy la liturgia de la Iglesia.
He señalado sólo, como muestra, en el llamado a la renovación de nuestro ministerio y configuración sacerdotal con Cristo, una de las tres realidades existenciales a las que Jesús se vio tentado, y en todas ellas salió victorioso; es decir, la tercera, la del ejercicio del poder y la autoridad sobre los demás. Pero no está de más, que recordemos, las otras dos restantes, que podríamos enunciar de esta manera:
Tenemos necesidad de pasar de la avaricia calculadora y corrupta del tener, a un compartir gratuito y generoso con los demás. En realidad, todo le pertenece a Dios, de Él todo lo hemos recibido.
Tenemos la necesidad de pasar de la infidelidad adúltera de afectos y placeres desordenados, a una fidelidad casta y limpia.
Pidamos, hermanos, a María, Madre de Jesús y de la Iglesia, Madre de la Misericordia y de la Esperanza, -advocaciones marianas recientemente incorporadas por el Papa Francisco a las Letanías Lauretanas-, Reina de los Apóstoles, a tener un corazón sacerdotal indiviso para la gloria y la alabanza de Dios y la salvación del mundo entero. Amén.
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa
Formosa, 14 de agosto de 2020
Memoria de San Maximiliano María Kolbe