Hemos iniciado con solemnidad y enorme alegría, esta fiesta en honor de nuestra Madre, Señora del Rosario. Preparamos el corazón en la novena, y en este camino, como peregrinos de esperanza en medio de la ciudad, testimonio de fe y amor a la Madre de Jesús y Madre de su Pueblo, que hacemos nuestro.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, nos lleva a la sala donde los discípulos con María, regresados del monte de los Olivos, se dedicaban a la oración. Todos ellos, íntimamente unidos, dice el texto.
La humildad y pequeñez de Su servidora, que cantando nos invita a reconocer la grandeza del Señor, que en Ella, ha hecho grandes cosas.
Lucas, nos acerca la imagen de la anunciación y la encarnación del Hijo del hombre, que se hará con el saludo del Ángel, “obsequio de rosas” y “breviario del Pueblo”.
El Santo Padre Francisco, nos invitaba en su momento, a vivir la gracia de este Año Santo, afirmados en la Esperanza que no defrauda, que es el mismo Cristo.
Nos invitaba a vivirlo “caminando juntos”, haciéndonos cargo de todos y siendo sujetos de esta, nuestra historia. Nos llamaba a participar, para enriquecernos desde la mirada diversa y enriquecedora de todos, y a todos también, nos animaba a la misión de anunciar el Evangelio de Jesús.
Experimentamos nuestra pequeñez y fragilidad, y la necesidad de ayudarnos. Somos una misma comunidad de hermanos en todo el mundo, que navega en la misma barca, sabiendo que nadie puede salvarse solo en medio de la tormenta, y que las alegrías se acrecientan cuando somos capaces de compartirlas.
Pero el Señor, no nos ha dejado solos. Asiste con su gracia y fuerza de su Espíritu, y desde aquel Viernes Santo, en medio de su dolor, nos hace hijos en su Madre, hermanos todos.
Así, María con estos discípulos de Jesús, ahora sus hijos, permanece en oración a la espera de las promesas de Dios.
María reza porque espera. Sabe bien en quién confía. Y se hace madre y maestra enseñando a sus hijos. La oración los une en la intimidad de la familia, los fortalece. “Padre, que sean uno, como vos y yo lo somos”, pedía el Señor antes de la pasión.
Y los Padrenuestros y Ave Marías, rezados con piedad, se hicieron también desde antiguos tiempos, oraciones del camino. Corona de rosas ofrecidos a María y al Padre Dios. Evangelio anunciado y meditado en cada rezo, que con sencillez, fue calando hondo en el corazón del Pueblo, que se pone en sus manos.
La Virgen misma, cuenta la leyenda, apareciéndose a Santo Domingo, le señaló el rosario como eficaz camino de oración y fortaleza.
Rezar unidos en cada Padrenuestro y en cada Ave María, nos hace tomar conciencia como lglesia de tantos dolores y falsas seguridades, indiferencias y faltas de fraternidad, llamándonos a asumir más plenamente la responsabilidad de hacernos cargo, sosteniéndonos en la esperanza de Dios, Padre de todos.
Una Iglesia capaz de comunión y fraternidad, de participación yen fidelidad a lo que anuncia el Evangelio, al lado de los más débiles y de todos, para que nadie se quede en el camino.
El Pueblo de Dios, unido por sus Pastores, se adhiere a su Palabra confiada a la lglesia, perseverando constantemente en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración, confiado a la maternal ternura de María.
Celebrar a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, Señora del Rosario, es un regalo para cada uno de nosotros sabiéndonos sus hijos, y un fuerte signo para el Pueblo de Paraná.
Signo del camino que marca la oración donde somos sostenidos en una Esperanza, en un sendero que pasa por el corazón, y nos planta rumbo al cielo.
Esa dirección, esa Esperanza, quiere acercar los corazones para el camino. Unidos, haciéndonos más hermanos, más familia, encontrando una persona que nos une y nos reúne, que es María.
En ese rosario que María lleva en sus manos junto al Niño, nos prendemos todos. Allí, nuestra vida como Pueblo, nuestros rostros, nuestras alegrías y tristezas, nuestros dolores también, para que María, nos pueda cargar junto a su Hijo.
En ese rosario, para ser cuidados por su ternura, todos entramos, porque en el corazón de la Madre y en sus manos, podemos colgarnos, con la sencillez de una letanía. Saludo del Ángel Gabriel, en el lejano Nazaret.
El rosario, se hizo para nuestro Pueblo, signo de materna protección y escalera al cielo. Cadena de fraternidad y permanente memoria de un Dios cercano, que nos abraza en su Madre, nos junta a su corazón para que escuchemos los latidos de este Dios llamado “Misericordia”.
María lo sostiene en su mano junto al Niño, haciéndose más madre todavía, como si sus ojos pudieran reflejar la alegría de esta fiesta, que prepararon también los lapachos que se van floreciendo y se vistieron de gala en el camino.
“Hagan lo que Él les diga”, “dejen que Él les enseñe el camino al cielo”
“Busquen la oveja perdida, reciban a todos haciendo fiesta, buenos y malos, ricos y pobres sienten a sus mesas, laven los pies de cada uno, perdonen siempre y a todos buscando el Reino. Carguen con la cruz y sigan los pasos de mi Hijo, que siempre son vida”.
Que tu rosario Madre, sostenga a todos. Nos una con toda la Iglesia que te fue confiada.
Nosotros como hijos comprometidos, abiertos a la novedad que Dios nos quiere indicar, invocando al Espíritu Santo con más fuerza, dispuestos a escucharlo con humildad, como Él desea, con docilidad y valentía, al estilo de Jesús con cercanía, compasión y ternura.
María, Señora del Rosario, una vez más acudimos a vos, tomados de tu mano, para que nos enseñes a ser más hermanos caminando juntos con tu Hijo Jesús.
Ayúdanos para que no seamos indiferente ante nadie, que no pasemos de largo frente al dolor o necesidad ajena, sino que la hagamos nuestra, y que reconozcamos en cada uno de los más pequeños, el rostro de Jesús.
María sabe, y nos conoce bien porque somos sus hijos, tantas veces cansados de arrinconar sueños o amontonar promesas que nunca llegan.
Ella sabe de estos tiempos, los suyos no fueron simples, y tampoco los mejores. Por eso, en este andar, nos invita a la confianza y al amor, muchas veces en silencio, a seguir tras estas huellas que el Señor, abrió con su madero. Nos invita a abrir los brazos para ofrecernos a todos, sabiendo que en este andar, se sigue sembrando el Reino.
María, Virgen y Madre Santa, Señora de nuestro Pueblo, que no bajemos los brazos, y que juntos caminemos. Nosotros también queremos, seguir tu huella María.
Vos sos, el paso de Dios por nuestra vida y Su Pueblo, haciéndonos también pasos, que muestren un poco de cielo. Agradecerte María, tu presencia siempre cerca, que alerta y con ternura, hace dulce, la Esperanza que tenemos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Mons. Raúl Martín, arzobispo de Paraná