“Somos juglares del Señor, y la única paga que deseamos de ustedes es que permanezcan en verdadera penitencia […] ¿Qué son, en efecto, los siervos de Dios sino unos juglares que deben mover los corazones para encaminarlos a las alegrías del espíritu?” (Leyenda de Perusa 83).
Son palabras de nuestro padre san Francisco a los hermanos menores, que lo habían seguido en su aventura de ponerse al servicio del Señor.
En la Edad Media, los juglares eran artistas itinerantes que, yendo de pueblo en pueblo, interpretaban canciones populares, alegrando a la gente con su música, sus acrobacias o trucos de magia.
Inspirándose en ese espíritu trovador, hace ochocientos años, Francisco compone su Cántico de las Criaturas y ordena a sus hermanos que, a la predicación itinerante y popular del Evangelio, siga un alegre canto de alabanza al Creador.
Él mismo, según sabemos, poseía una bella voz y gustaba de cantar y hacer cantar. Ya desde jovencito, Francisco era un “juglar” enamorado de la vida y, por lo mismo, de la música y del canto. La influencia de su mamá, “Donna Pica”, habría sido decisiva para el desarrollo de su alma de trovador.
Es misteriosa, pero sabia y certera, la providencia de Dios que sabe preparar el corazón de aquellos a los que, en su designio salvador, asigna una misión. El joven y alegre trovador, tocado por la gracia en San Damián y su encuentro transformante con Jesucristo, se convirtió en el inmortal juglar del Evangelio que hoy sigue sumándonos a su canto.
Y Francisco será juglar de Cristo durante toda su vida. El Cántico de las Criaturas, compuesto poco antes de morir, será la culminación luminosa de esa vocación de cantar con la voz y con la vida las maravillas del Señor.
Francisco lo compone al cabo de una noche de intensos dolores físicos. Su cuerpo está exhausto y, llevado por esas tribulaciones, le suplica al Señor su poderosa intervención para soportarlas con paciencia. “Pues bien, hermano -le responde el Señor-; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino” (Leyenda de Perusa 83). A la mañana siguiente, se “sentó, se concentró un momento y empezó a decir: «Altísimo, omnipotente, buen Señor...» Y compuso para esta alabanza una melodía que enseñó a sus compañeros para que la cantaran.”
Como les escribía en la Carta pastoral por los ochocientos años del Cántico: “Cuando celebramos en nuestra catedral, la espléndida imagen del panel central del presbiterio, que representa a san Francisco con el Evangelio en su mano y «confundido» con Cristo, parece decirnos: «¿Están realmente dispuestos a hacerse una sola cosa con Jesús, su Evangelio y la misión de llevar al mundo su Alegría? ¿No quieren ser también ustedes ‘juglares de Dios’?»” (Carta pastoral 3).
“Notemos algo importante -les decía también en la Carta pastoral-: ser «juglares del Señor» no es un modo de hacer cosas, sino una forma de ser y de encarar la vida. Es bonito cantar en la Misa o en una reunión comunitaria. El verdadero desafío, sin embargo, está fuera de los salones parroquiales: en nuestra casa, en nuestro barrio, en los espacios donde nos movemos cada día. Allí estamos llamados a ser «juglares del Señor.»” (Carta pastoral 7).
Sí, queridos hermanos: “Francisco, «juglar de Dios», tiene mucho para decirnos. Él tiene que estar presente en nuestro Sínodo.” (Carta pastoral 4).
Hoy convocamos a toda la Iglesia diocesana de San Francisco a la celebración de su primer Sínodo diocesano. Y Francisco estará presente ayudándonos a cantar con voz armoniosa la música que el Señor nos hace cantar.
Recogiendo los frutos del camino sinodal que venimos recorriendo desde 2019, en las distintas etapas de este itinerario, y después de una amplia consulta, inspirándome en el relato de las Bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11), les propongo como tema de nuestro Sínodo:
“La alegría de creer en Cristo: encuentro, camino y misión”
Este enunciado breve será ampliado por el Equipo de redacción del Sínodo al preparar el Instrumento de trabajo. A esta formulación hay que añadir el versículo conclusivo del relato evangélico: “Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.” (Jn 2, 11).
Escuchamos también aquí un eco del Documento de Aparecida: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29).
Este es el camino que tenemos por delante y que, confiados en la Providencia, esperamos transitar con paso firme.
Espero que la celebración de nuestro Sínodo sea una especie de sacramento de las Bodas de Caná; que lo vivamos como vivieron aquella fiesta María y los discípulos, los esposos, sus invitados y los servidores.
He resuelto también designar a San Francisco de Asís como patrono de nuestro primer Sínodo diocesano. Que, como el “santo juglar de Dios”, también nos dejemos conquistar por Cristo y seamos dóciles instrumentos para la música del Espíritu Santo.
Y, mientras recorremos juntos este camino, a una sola voz, cantaremos como “juglares de Dios”. Cantaremos con Francisco, con María y con Brochero.
“Yo creo en Dios que canta, y que la vida hace cantar” (Noël Colombier).
Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco