Antes de compartir una reflexión los invito a que nos permitamos un momento de SILENCIO. "El sembrador salió a sembrar" generosamente, sobreabundantemente, sin calculo. La Palabra que da vida, que da Amor, que revela.
Hagamos un momento de silencio...
El silencio hoy es protagonista. De hecho, la imposición de manos que recibirán Claudio y Lucas se hace en silencio. Y en el silencio tiene que surgir en el corazón este canto de respuesta del salmo: "Somos tu pueblo Señor":
"Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
leguen hasta él con cantos jubilosos.
Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones".
Si bien es cierto lo que dice Isaías en el capítulo 49: "Es demasiado poco que seas mi Servidor" (Lo decía así: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones»), es demasiado poco porque somos hijos, somos amigos, somos templos, discípulos y misioneros. Sin embargo, aunque sea demasiado poco, somos y siempre seremos diáconos, servidores amados y cautivados por su amor. Como decía Santa Teresa de Calcuta: "hemos sido llamados, y hemos decidido amar y servir".
Desde el Papa, Siervo de los siervos de Dios hasta el último bautizado, somos servidores; pero algunos lo son por una consagración especial que los inserta en un Orden, un cuerpo, el Orden diaconal constituyéndolos signos de Cristo servidor. Es nuestra identidad, es nuestro compromiso, es la fuente de nuestra alegría.
Este misterio de servicio queda patente en el inicio del triduo pascual: El Jueves Santo la liturgia regala el mandamiento del amor, la institución de la Eucaristía y el sacerdocio... Pero en el Evangelio de Juan, que se proclama ese día, vincula la Eucaristía y la Pascua con el lavatorio de los pies, el Siervo humilde que se arrodilla a los pies del hombre, y desde ese relato ilumina el sentido de la Eucaristía desde el servicio.
El Diácono es sacramento de Cristo servidor, que a la luz del evangelio de hoy es Sembrador sobreabundante, generoso, podríamos decir hasta descuidado, todo lo contrario al calculador: el amor no calcula, el servicio de amor no se puede vivir en la lógica del cálculo.
Y yo quería invitarlos como a mirar en un espejo la Eucaristía, como inversamente a lo que hacemos cada Jueves Santo, no solo descubrir la Eucaristía desde el servicio sino descubrir el servicio desde la Eucaristía, que es alabanza al Padre, memorial de la Pascua y Alianza nueva y eterna, porque estamos llamados a "eucaristizar" la existencia.
Cuando Jesús les lavó los pies, les dijo fuertemente: "¿Comprenden lo que acabo de hacer?" Algo parecido le dijo a la samaritana: "Si supieras el don de Dios". ¿Habremos comprendido los bautizados, los cristianos de hoy, hasta donde llega el amor de Jesús, hasta donde llega su propuesta de que seamos servidores? ¿Habremos comprendido que estamos llamados a "dejarnos comer"?
Para iluminar este misterio del servicio desde la Eucaristía quería invitarlos a redescubrir el servicio a la luz de los gestos de Jesús con tres palabras: Tomar, Partir, Repartir, resuenan en sintonía con los verbos del lavatorio de los pies: levantarse, sacarse la túnica, lavar los pies.
"Tomó": tomar implica asumirse y aceptar la propia vida, afrontar la propia existencia, la propia historia, tiempo y lugar. Asumir lo que, como el pan, tiene belleza y costras, dureza y blandura. Debemos hacer nuestra, consciente, la existencia permanentemente, cada día, trabajar nuestra parte, la porción que ha puesto en nuestras manos. Tomar no es arrebatar, es acoger, bendecir, con agradecimiento y admiración. Nunca dejemos de asombrarnos, es la llama de amor vivo que no se acaba. Acoger es reconocer en alabanza el don. No es apropiación agresiva o defensiva, sino potenciar los dones y aptitudes recibidos, solo asumiendo dones y limites, Grandezas y fragilidades, podremos darnos.
"Lo partió": el pan se manifiesta plenamente cuando se abre y desprende toda su fragancia, su perfume (como el del crisma bautismal). Un pan sin partir queda encerrado y aislado, se reseca y acaba siendo incomible. Lo mismo los talentos que se entierran por egoísmo, miedo o pereza. Somos para darnos. Partir no es dividirse, o fragmentarse, cada trozo es pan, no es desintegrarse sino desplegarse, pero es cierto que no se produce sin desgarro, pérdida y muerte. Hay que dejarse abrir. Y en la vida ministerial este partir se vive cada día.
"Lo dio", lo repartió. El darse expande el ser y refleja incluso el misterio de Dios Trino que es Don, don de amor interpersonal, don que se derrama, que integra, que vivifica y abre a lo eterno: San Pablo decía "el amor no pasará jamás." Se da como Cordero inocente para evitar que haya otras víctimas, despertando en su inocencia el anhelo de no dañar a nadie y plenificar a todos. Como lo expresaba la regla de oro en Tobías: "no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hagan a ti", y más aún en el Sermón de la Montaña: "Hacé por los demás lo que te gustaría que te hagan a ti". En esta dinámica del dar se produce la comunión, la vinculación, la participación, la paz.
La última cena, cada Eucaristía, es escuela de servicio. Entremos, por la adoración, en el misterio para aprender a servir. San Juan Pablo II, cuando visitó Sevilla en 1993, para un Congreso Eucarístico decía:
"Esta adoración eucarística, por su propia dinámica espiritual, debe llevar al servicio de amor y de justicia para con los hermanos". El diacono es un servidor de la caridad.
Por eso estos tres verbos (tomar, partir, dar) en su dinámica de asumirse, entregarse y expandirse producen una verdadera trasfiguración y hasta una transustanciación, marcan un itinerario espiritual y pastoral que es germen de esperanza.
El servicio es para el mundo que Dios amó primero, para el otro descubierto como distinto y como don, para el otro con mayúsculas y los otros con su realidad única, singular. Es un abrirse y entregarse a su misterio, es ensanchar el espacio de nuestros intereses para que esto sea posible. No se puede servir sin este descubrimiento respetuoso, amoroso y lleno de asombro del misterio de la alteridad. No somos diáconos para nosotros mismos, somos para servir al otro y por eso, rezando, descubrimos que necesita el hermano.
En el hoy de la historia, en el año del Jubileo de la Esperanza, tenemos un mensaje de luz en un tiempo de crisis , de cambio, en un cambio de época , estamos llamados a ser contraculturales: ser sal , ser luz, ser fermento en la masa, o mejor, promotores de esperanza de una cultura alternativa eclesial y mundial: de la sinodalidad y de la fraternidad, de la misericordia y solidaridad, de la centralidad de lo pequeño y del pequeño; promoviendo con simplicidad diaconal, la hospitalidad, la compasión, la mística del servicio como camino de grandeza. Tal como nos lo marcan, María, José y los santos a los que invocaremos pidiendo su intercesión.
Queridos Claudio y Lucas son servidores del pueblo, de los pobres y de la Eucaristía. Cada Eucaristía es escuela de servicio. No se puede comulgar con la verdad y después no servir. No se puede servir a la verdad y caer en la lógica del dominio, del poder, del egoísmo. Construyamos con la comunidad.
Dios nos conceda, por intercesión de María y José, ser como somos, simples servidores, pero elegidos con un amor que nunca terminaremos de entender. "¿Comprenden lo que acaban de hacer?" Preguntó Jesús. Nunca terminaremos de comprender, por eso adoramos, y hacemos silencio con una hospitalidad sagrada, frente a Dios que nos habla, que nos confía su Palabra para salir a sembrar como EL, sin cálculo, con un amor que desborda toda lógica.
Mons. Pedro Torres, obispo de Rafaela