Lunes 8 de septiembre de 2025

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Encuentro Nacional de la Vida Consagrada

Homilía de monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en la misa inaugural del Jubileo de la Vida Consagrada Basílica Nuestra Señora de Luján, Viernes 5 de septiembre de 20255)

Queridas hermanas y queridos hermanos todos,

Como les decía al comenzar la Misa, venimos con mucha alegría a compartir esta Eucaristía en la que damos comienzo a esta celebración jubilar de la vida consagrada en la Argentina. Personalmente les agradezco la invitación que me permite venir en representación de mis hermanos obispos de toda la Argentina, junto a los obispos miembros de la Comisión de Vida Consagrada, agradeciendo a Dios por tantos dones que se hacen presentes en la entrega de ustedes, hermanos hermanas sacerdotes que siembran el Evangelio en nuestra Patria. Luján se nos presenta como casa de la Virgen y casa de todos, procedentes de todas las geografías de la Patria, de todas las generaciones, de los distintos modos y referencias de la vida y la misión de la Iglesia, nos presentamos al Señor con nuestros dones, con nuestras fragilidades y también con tantos deseos de vivir con fidelidad esta fraternidad que se hace fiesta y profecía. En 2014, al convocar el Año de la Vida Consagrada, el Papa Francisco proponía a todas las comunidades tres objetivos que bien pueden ser hoy inspiradores para esta celebración: “Mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza”[1]. En esa triple dimensión de la realización histórica de nuestras vidas, la gratitud, la pasión y la esperanza animan esta oración jubilar de esta tarde.

En el documento final sobre "El Sínodo de la Sinodalidad se hacía patente la gratitud a Dios por los dones derramados a lo largo de la vida de la Iglesia. Y allí también se nos dice que la vida consagrada está llamada a interpelar a la Iglesia y a la sociedad con su voz profética. En su experiencia secular, las familias religiosas han madurado prácticas de vida sinodal y discernimiento comunitario, aprendiendo a armonizar los dones individuales y la misión común. Aprendiendo a armonizar los dones individuales y la misión común. Estas familias religiosas tienen una contribución especial que hacer a la Iglesia para que crezca en ella la sinodalidad y a la vez son una experiencia fuerte de interculturalidad que constituye una profecía para la Iglesia y el mundo”[2].

Isaías, en la primera lectura, nos llama a florecer en el desierto y la tierra reseca para fortalecer a los que se sienten débiles y robustecer a los vacilantes, consolar a los desalentados y anunciar la victoria de nuestro Dios. Sobre esto nos habla en un hermoso texto que se llama María y los pobres el Cardenal Pironio, a quien hemos querido homenajear en el comienzo de esta celebración: “Cuando decimos que la Vida Consagrada es una permanente experiencia y una sensible proclamación del misterio pascual, queremos ciertamente subrayar el aspecto de alegría y de esperanza. Queremos también marcar la idea de una verdadera comunión fraterna que nace de la alianza pascual y la exigencia de una especial configuración con Cristo muerto y resucitado”[3].

Podemos decir con nuestras palabras que no es una alegría superficial, sino el fruto de una experiencia profunda que arraiga en el amor victorioso del Señor vivido en nuestras propias historias personales. El canto entusiasta y agradecido de la Virgen evoca la obra del Señor en su vida y en la de su pueblo y testimonia la vigencia del amor fiel del Señor que cumple sus promesas.

Aquí también nos dice el Beato Cardenal Pironio: “La verdadera felicidad del cristiano se concibe sólo a la luz de la fe. Sólo a la luz de la fe se pueden entender las bienaventuranzas evangélicas y se experimenta en la medida de la fidelidad. María fue proclamada feliz porque creyó en su pequeñez de servidora en la palabra del Señor y porque se entregó a ello con disponibilidad de pobre”[4]. Si en Caná no había llegado la hora, en el Calvario ésta se nos hace presente con todo el rigor del dolor. Es la hora de la máxima pobreza de María y la del desafío de una nueva maternidad para ella, la de recibirnos en su corazón.

Es la hora del vino nuevo, de la sangre de Cristo derramada para darnos vida. Nosotros estábamos allí, en la generosidad del Señor que nos soñaba y confiaba su Madre en el sí dolorido y desafiado de María, que se hacía madre de los hermanos de su Hijo y madre de la comunidad que acogía a los creyentes. Estos creyentes que un día testimoniaríamos la Pascua de Cristo como signo de esperanza para nuestros hermanos, los hombres presentes en la vida de tantos pobres y en tantas formas de pobreza y necesidad, los consagrados expresan la fidelidad de Dios a la hora allí están para testimoniar la esperanza en el Señor que consuela y responde al clamor de su pueblo. También los consagrados están invitados, en lo concreto de las circunstancias de sus presencias, a acompañar y sostener en la prueba a los hermanos, comprometidos ellos mismos con el dolor y la mirada de fe que lo asume para descubrir su sentido más hondo. Lejos de quedarse en una actitud pasiva, de mirar nomás, los consagrados se comprometen a entrar en la casa y en los corazones de tantos descartados y despojados para recibirlos como suyos.

En esta difícil situación que atravesamos como país, donde abundan tantas señales de desesperanza, la vida consagrada puede ser signo para todos, un signo evangélico de la misión, del testimonio y del servicio.

La imagen de Mamá Antula, quien también tomamos como referencia en estos días, misionera del Señor entre los pueblos del interior del entonces Virreinato del Río de la Plata, nos ayuda a enfocarnos en el anhelo permanente de anunciar a Cristo a todos. Creativa y sencilla, fuertemente arraigada en Cristo, Mamá Antula se hizo toda para todos, avivando el fuego del amor al Señor con un mayor conocimiento de su entrega generosa que nos rescata. Las comunidades religiosas, las comunidades consagradas al servicio de la misión, pueden aportar esa riqueza, la riqueza de su carisma fundacional, sus experiencias e itinerarios. Si la Iglesia existe para evangelizar, la misión constituye ese espacio sagrado donde el anuncio de Jesús y su Reino es buena noticia para tantos hermanos desalentados y desorientados, a la espera de una palabra que transforma sus vidas. Como Iglesia de Cristo no nos desalentamos ante los rigores del camino.

En todo caso, queremos enfrentar la tentación de quedarnos encerrados en procesos y dinámicas que nos dejen en el lugar del espectador. Queremos tener bien patente delante nuestro el horizonte de la misión, que integra los desafíos como parte natural de nuestro envío. Los consagrados son testigos de un amor grande, valiente y fiel, el del Señor resucitado que asumió los riesgos y el dolor de la cruz, pero que se hace presente en las distintas Galileas que requieren una palabra autorizada y clara. El testimonio de la vida consagrada no se limita a la actuación individual de sus miembros, sino que exige una dimensión comunitaria que enriquezca las Iglesias particulares donde vive en su misión.

No resulta testimonial la vivencia aislada del carisma, sino que se hace necesario vivirlo en estrecha conexión con las diócesis, con las otras familias consagradas, con las parroquias, con el presbiterio de las diócesis donde se vive y con los agentes de pastoral. Trabajar en red, muy unidos unos a otros, nos permite cuidar con mayor eficacia la vida encomendada por el Señor y fortalecer la respuesta, darle estabilidad en el tiempo y dejar de lado cualquier forma de autorreferencialidad para vivir en total sintonía, hermanos de todos, la misión de la Iglesia. La vida consagrada es servicio porque se pone a disposición del Señor, como María, los sí de la Virgen en cada etapa de su vida la hicieron disponible a la obra de Dios y muy cercana al pueblo encomendado. En tiempos duros, donde se multiplican los requerimientos de nuevas presencias y se siente el rigor de la escasez de los miembros, se hace necesario un discernimiento cuidadoso, no exento de audacia y deseo de hacerse presente en un mundo desafiante que nos requiere tanto en las periferias existenciales como en mundos nuevos. El caso del continente del llamado continente digital.

Allí, con entusiasmo y creatividad, estamos invitados a ser servidores de Cristo en nuestros hermanos, teniendo en claro la motivación y sobre todo a las personas alcanzadas. Pero también en cada nuevo discernimiento que hagamos, hay que evitar la seducción de la mera novedad, de las modas, que pueden dejar en la incertidumbre espacios para pastorales y comunidades atendidas y asistidas desde mucho tiempo.

Celebramos en esta etapa entonces, de la vida consagrada, misionera, testigo y servidora, la fidelidad de Jesús que nos invita a ser buenos samaritanos de nuestros hermanos. La invitación del Sínodo a la conversión de los vínculos, las relaciones y las estructuras nos anima a emprender este camino con renovado entusiasmo y ardor misionero. Gracias, queridos hermanos y hermanas, que Dios los bendiga y haga siempre más fuertes y entusiastas discípulos del Reino, con María de Luján como testigo.

Buenos Aires, Luján, viernes 5 de septiembre de 2025.

Monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina


Notas:
[1]Cfr. Francisco, Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del año de la vida consagrada, Roma 2014, nn. 1, 2, y 3.
[2]Documento final Sínodo de la Sinodalidad, n. 65.
[3] Eduardo Pironio, La Virgen María y los pobres, Patria Grande, Buenos Aires 1980, pág. 55.
[4]Ibídem, pág. 7