Martes 19 de agosto de 2025

Documentos


XX domingo durante el año

Homilía de monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza, para el XX domingo durante el año (Nuestra Señora de Castelmonte, Godoy Cruz, 17 de agosto de 2025)

Mis queridos hermanos, en la primera lectura percibimos una situación dramática que se suscita a partir del ministerio profético de Jeremías, quien, como todos los profetas -aunque especialmente él, por las circunstancias que le tocó vivir- era un profeta incómodo. Incómodo para el poder, incómodo para las distintas facciones que se disputaban el control político del Reino de Judá, que estaba a punto de caer, de forma inminente, ante Babilonia. Por otra parte, había ciertos grupos que buscaban una alianza con otro pueblo vecino: Egipto.

En medio de esas tensiones, Jeremías es un hombre que invita al pueblo, antes que nada, a la fidelidad a Dios, a buscar lo que Dios quería para su pueblo. Es muy hermoso y, a la vez, muy dramático percibir cómo Jeremías sufría al tener que decir la verdad que Dios le confiaba para comunicar. La escena en la que lo condenan a una cisterna, a ese tanque, es muy fuerte. En sus enseñanzas él había comparado precisamente, lo que significa estar en conexión con Dios -fuente de agua viva- y, en un sentido opuesto, estar guiados por intereses humanos, lo cual es como confiar en un agua estancada. Por eso, lo condenan a un estanque, donde se va hundiendo en el barro y no tenía posibilidad de sobrevivir, hasta que el rey, conmovido por un sacerdote que fue a verlo, cambió de decisión y lo hizo rescatar.

Me gustaría que reflexionáramos un poco sobre la figura de Jeremías, porque en muchas ocasiones -y lo sabemos, porque hay muchos mártires en la Iglesia—, decir la verdad o comunicar el mensaje de Dios, o invitar a la fidelidad, ha significado persecución y muerte. Invitar a una fe auténtica, alejada del politeísmo o de ciertas supersticiones -a veces supersticiones vinculadas a sistemas políticos totalitarios, de un signo o de otro- le costó la vida a laicos, catequistas, sacerdotes, religiosas, religiosos, obispos.

Quiero decir con esto que esa tensión entre la verdad, y la consiguiente invitación a vivir según ella, y el acomodarse, el “estar bien”, el “mejor que pase y después vemos”, ha estado siempre presente. Por eso, estos profetas, como más tarde los mártires de la Iglesia, nos dan testimonio del valor de opciones verdaderas, vividas en carne propia y sostenidas hasta el final.

En los mártires cristianos, la fundamentación la encontramos en la segunda lectura, cuando el autor de la carta a los Hebreos dice: “Pongamos la mirada en el autor y consumador de nuestra fe, Jesucristo”. Él es la fuente de nuestros criterios últimos para actuar. Y el estilo de vida de Jesús -por supuesto, aplicado a nuestro tiempo-, la validez de sus enseñanzas, son las que, en definitiva, nos impulsan a jugarnos por Él, porque es un tesoro, es el mismo Reino de Dios el que está en juego.

Desde esa perspectiva hay que leer el Evangelio. No se trata de un permiso para que la suegra y la nuera se peleen, o para que los padres se enojen con los hijos. Es una forma típica de enseñanza israelita, en la que se acentúa la tensión del mensaje para mostrar que hay algo muy importante.

¿Y qué es lo fuerte? Lo fuerte es que Jesús no trae un mensaje “blandito”; es un mensaje para vivir con profundidad. Ese mensaje nos obliga a tomar decisiones. De ahí surge esa imagen de que incluso dentro de las familias puede haber divisiones.

Y eso ha pasado muchas veces -aunque con algunas diferencias-. A veces conocemos personas que, en su propia casa, son cuestionadas por venir a la iglesia o por participar en algún grupo cristiano exigente en cuanto a su solidaridad con los más pobres o con la justicia. Ese tipo de tensiones, en ocasiones, ha llegado a extremos muy dolorosos, como la supresión del profeta, de los mártires.

Por eso, Jesús nos pide opciones firmes. Él es el autor y consumador de nuestra fe. Es agua viva: unidos a Él, estamos vivos; si no, nos estancamos.

Este es el mensaje de las lecturas de hoy: tan hermosas, tan provocativas, que nos desafían. Porque también nosotros, aunque no tengamos que enfrentar a nadie directamente, muchas veces nos acomodamos un poco, y nuestra fe se vuelve, digamos, una fe sin mucha profundidad, cuando la fe no nos pide ir adelante, bien adentro, con Cristo.

Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza