Viernes 15 de agosto de 2025

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XIX domingo durante el año

Homilía de monseñor Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza, para el XIX domingo durante el año (Basílica Nuestra Señora de Luján, 10 de agosto de 2025)

Mis queridos hermanos:

En la primera lectura, en el Libro de la Sabiduría, se nos hace presente la historia del pueblo de Israel, el pueblo de la promesa, el pueblo portador de la luz de Dios que dio el paso hacia la libertad, saliendo de la esclavitud y encaminándose hacia la tierra prometida. Esta lectura, que hace memoria del paso de Dios por la vida de su pueblo para que éste fuera libre, es una memoria iluminada por la fe, una memoria que no es un mero recuerdo, sino que, gracias a la fe, conoce lo que Dios quiere para su pueblo: Que sean libres y vivan en comunión fraterna.

Por esa misma fe, la Carta a los Hebreos nos hace notar las elecciones de vida que guiaron a Abraham, a su descendencia, a Moisés y a todos los que forman parte del pueblo de Dios. La fe, para los creyentes, sostiene las existencias de las personas, orientándolas hacia el encuentro con su Dios, iluminando la elección y la toma de cada una de sus decisiones. Nosotros somos hijos de la fe de nuestros mayores; en general, es la historia de nuestra familia y de sus opciones creyentes la que nos permite reconocernos hoy en este camino. En algunos casos, no es a través de los padres directamente; puede ser a través de los abuelos, o también de personas muy influyentes, que vamos dando pasos de fe para saber cómo vivir, cómo amar y cómo encaminarnos por la vida.

De esto nos habla el Evangelio, cuando nos presenta la historia del regreso del dueño de casa, que espera que sus servidores estén atentos. Esa historia nos hace pensar cómo también nosotros tenemos que estar preparados para el día en que el Señor nos llame. No es una llamada solamente del más allá; es una llamada de cada día, de cada momento: estar preparados para dar respuesta de nuestra fe en las distintas elecciones de nuestra vida.

Este Evangelio nos propone, entonces, reconocer que somos administradores, destinatarios de un regalo que guardamos y cuidamos para cuando tengamos que restituirlo a su dueño, que es el Señor. Estar disponibles, estar atentos, estar vigilantes con nuestras disposiciones para responder con un corazón verdaderamente libre a lo que Dios nos pide.

Hoy celebramos en la Argentina el Día del Niño, y esta celebración no es solamente una recurrencia comercial: nos propone poner a los niños en el centro de la mirada de una sociedad que envejece, de una sociedad que prefiere olvidar ese deber de llamar a la vida, de convocar a la vida a nuevas generaciones.

Los niños no sólo alegran la existencia de una familia, sino que son el don preciado de una sociedad que se presume voluntariosa, decidida a la felicidad de todos sus miembros. Recemos por los niños, recemos por sus padres, y pidamos que el Señor suscite mayor generosidad en aquellos que pueden ser sus socios en la comunicación de la vida.

De esto nos hablaba el Papa Francisco en la bula con la que convocó el Año Jubilar de la Esperanza: una invitación a descubrir el impulso de vida que brota, que vive, que nutre el amor de las parejas y de todas las familias.

Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza